Chapter 22 — Cuestión de tiempo (Cars 2)

—¡Gracias por pernoctar en el Cono Comodín! —se despidió Sally con una sonrisa sincera—. ¡Buen viaje!
—Gracias a usted, señorita Carrera —respondió Lewis Hamilton, con su elegante acento británico—. Será un placer volver todos los años a correr a un lugar tan hospitalario.
Sally contrajo los guardabarros, cohibida. Había que admitir que los europeos tenían una elegancia innata e innegable que haría que a cualquier mujer se le pusieran las bujías de punta.
—Ha sido un placer, señorita —agregó su acompañante, un corredor español llamado Miguel y compañero del ya archiconocido Fernando Alonso—. Muchas gracias por todo.
Sally asintió, agradecida a su vez.
—¡Buen viaje de vuelta!
En cuanto desaparecieron, en dirección a la carretera principal del pueblo, Sally resopló por fin, notando sin quererlo la temida tensión en sus cables y el dolor en las juntas. Mirado por el lado positivo, el Gran Premio de Radiador Springs había dado aún más relevancia y holgura económica al pueblo en general y al motel en particular; pero, por otra parte, la maravillosa idea de su reciente prometido iba a conseguir que no pudiese moverse del sitio en una semana, más o menos.
Estirando las ruedas con un gruñido, Sally sacudió el morro, haciendo lo posible por espabilarse. Había mucho que hacer aún y el verano seguía su curso, con todo lo que ello suponía. Sorteando el mostrador, la mujer Porsche se encaminó hacia la salida trasera del lobby, echando una mirada crítica a los conos dispuestos en semicírculo. Salvo el central, el que ella compartía con Rayo, los demás tenían el portón entornado, levantado lo justo para que ventilara el interior, pero no para que algún oportunista aprovechase a llevarse lo que no era suyo. Sally giró hacia la izquierda, en dirección al primer cono, sin poder evitar que una sonrisa nostálgica se apoderase de su capó. El cono número uno. Se seguía resistiendo a alquilarlo y, en su día, se había obcecado en dejarlo como un espacio para Rayo y sus cosas; pero este era el primero que se había negado.
—Necesitas ese cono, los clientes lo necesitan. Yo puedo convencer a Doc de que me deje un hueco en el garaje para mis cosas —había bromeado él.
Y Sally, a pesar de todo, había terminado claudicando, aún más tras la muerte de Doc. A medio camino, sin embargo, la dueña del lugar se detuvo, curiosa. Unos metros más allá del citado cono, dos figuras hablaban animadamente, para su sorpresa. Una roja y estilizada cuyas llamas verdosas destacaban sobre su costado, rodeando el número que todo coche en el país adoraba y conocía. La otra, sin guardabarros, alargada y pintada de los colores de su bandera natal. Sally sonrió sin poder evitarlo con cierta diversión. Si, en el fondo, se iban a llevar bien y todo… En cuanto se acercó, los dos chicos se separaron y miraron en su dirección, interrumpiendo su conversación para saludarla.
—Hola, Sal —la recibió Rayo con ternura—. ¿Ya has terminado?
—Hola, Pegatinas. No, aún no he acabado; pero se acaban de ir los últimos clientes —saludó a su prometido con un beso en la comisura del capó y, acto seguido, hizo un gesto amable con el morro hacia Francesco Bernouilli—. Hola, Francesco. Gran carrera la de hoy.
—Grazie, signorina Sally—replicó él con su característico acento italiano—. Aunque nadie puede competir contra una grúa con propulsione.
Rayo se rio entre dientes, al recordar la cara del italiano cuando Mater se había incorporado por sorpresa a la carrera. Hasta él había tenido dificultades para ganarle.
—¿Ya te marchas? —preguntó Sally, dándole con la rueda en el guardabarros para que se estuviese tranquilito.
Por suerte, Francesco no pareció darse cuenta; de hecho, parecía que aquella anécdota también le hacía gracia.
—En efecto —confirmó el coche de Fórmula 1, poniéndose algo más serio—. Pero ha sido… ¿cómo dice? Todo un piacere estar aquí e competir contra Raglio. Espero que podamos repetir en un’altra occasione.
—Siempre que quieras, Francesco —replicó Rayo con sinceridad—. Aún tenemos que decidir quién es más rápido, ¿verdad?
Ante lo que el italiano se rio y sacudió una rueda como despedida mientras entonaba un «¡Ciao, McQueen!». La pareja se quedó mirando el alerón del italiano hasta que desapareció tras una curva de la carretera y su potente motor dejó de oírse.
—Bueno… al fin solos —ronroneó Rayo, mirando pícaramente a su prometida.
Ella le devolvió el gesto.
—Pues sí… Momento estupendo para ayudarme a recoger este desastre, ¿no crees? —al ver la mueca de estupor de Rayo, Sally soltó una larga carcajada—. Por favor, deberías verte la cara ahora mismo. Ni que hubieses visto un fantasma.
—¡Oh, vamos, Sally! —protestó él, con un mohín adorable—. ¿Me estás diciendo que no vas a aprovechar a estar con tu fabuloso prometido ahora que todo ha terminado?
Sally enarcó una ceja.
—Sí. Y tengo casi tres meses por delante para hacerlo… —pero, al ver que él no cejaba en su intención de hacer pucheros, suspiró y se rindió sin apenas esfuerzo—. Está bien, ¿qué quieres hacer? —al ver su sonrisa repentina, el brillo de sus ojos y los pequeños saltitos que daba sobre el asfalto, lo entendió—. ¡Oh, ya veo! —la joven giró los labios en una mueca mordaz—. Así que no puedes esperar a contárselo a los demás, ¿eh?
Rayo rio con sarcasmo.
—Claro, como que tú no estás deseando gritarlo a los cuatro vientos. Admítelo, no tengo la clase de Francesco, pero soy un partido estupendo…
Sally se rio.
—Cállate, tonto…
—No, de verdad —Rayo continuó con la chanza—. Estaba pensando en pedirle a Ramón que me quite los guardabarros. Quién sabe, quizá sea interesante probar esa sensación…
Pero se interrumpió cuando Sally, a toda velocidad, giró casi sobre sí misma y se puso frente a él, deteniéndolo.
—Si se te ocurre hacer semejante tontería —lo reprendió sin enfado— te dejo plantado en el altar. No me tientes.
Rayo entrecerró los ojos mientras sonreía con diversión evidente.
—¿Eso es una amenaza? —susurró, interesado.
Sally, por su parte, se ladeó y lo miró de reojo antes de apuntar en el mismo tono:
—Di más bien un aviso.
Se quedaron en silencio, midiéndose; hasta que, sin poder contenerlo más, los dos se echaron a reír con ganas y Rayo avanzó para ponerse a la altura de su prometida. Despacio, ambos rodaron hasta la gasolinera de Flo, donde estaban los parroquianos habituales. No tardarían en llegar nuevos turistas, así que había que aprovechar los breves momentos de tranquilidad.
—¡Buenas, pareja! —los saludó Flo, según su costumbre—. ¿Algo para refrescaros?
—Lo de siempre, Flo —indicó Rayo con un guiño—. Empieza a notarse el calor.
—Bueno, otra temporada que se acaba, ¿verdad? —preguntó Sheriff—. ¿Cuáles son tus planes para el verano?
Rayo fingió meditar un segundo, a la vez que cruzaba una mirada significativa con Sally.
—Pues no sé… Aparte de lo de otros años —le guiñó un ojo a Mater y este le devolvió el gesto— esperaba poder cumplir otro de mis sueños. Algo que llevo deseando un tiempo y que me he dado cuenta que no podía demorar más.
Sally sonrió con emoción antes de apoyar el morro sobre la rueda de él. Los vecinos estaban expectantes y no era para menos. Pero Rayo aún se dio unos segundos para pronunciar las palabras mágicas, casi al unísono con Sally:
—Sally y yo… ¡Nos casamos!