Capítulo 2. Nayara de la Vega

Tras la sorpresa inicial, las dos muchachas se quedaron mirándose, sin poder articular palabra durante varios segundos. Al menos, hasta que Rayo optó por carraspear para hacerlas volver a la Tierra.
—¿Holaaa? ¿Alguien puede explicarme qué está sucediendo aquí?
Sally fue la primera en reaccionar.
—Perdona, cielo. Esta es… Nayara de la Vega. Mi mejor amiga de siempre —y antes de que Rayo pudiese hacer otra cosa que no fuese abrir el capó en una “O” perfecta de asombro, Sally se volvió a dirigir a la otra joven—. No puedo creerlo… ¿Cuánto hace? —susurró—. ¿Cinco años?
Ante la pregunta, la tal Naya, o Nayara, un elegante Audi A6 plateado de ojos castaños sacudió el morro, como si acabase de descender de golpe del mundo de los sueños, antes de mostrar media mueca mordaz.
—Cinco años y tres meses, para ser exactos —replicó con cierta sorna—. Pero tranquila, me quedé con todos tus clientes, así que supongo que fue algo bueno que te largaras sin decir “adiós”…
Sally sonrió, emocionada, sabiendo que aquello no era más que otra de las mil chanzas que habían intercambiado desde siempre. Y, cuando Nayara le devolvió el gesto, murmuró:
—Naya, yo… Lo siento. No debí irme así, sin decirte nada.
La joven Audi sacudió una rueda para quitarle importancia.
—No voy a negarte que al principio me dolió, pero… Siempre supe que, cuando hacías algo, era porque tenías un motivo. Y ese… —dirigió una mirada rápida a Rayo, que no pasó desapercibida para este, y después pareció pedir permiso a Sally en silencio. Esta se limitó a apretar los labios y a abrir los parabrisas casi al máximo. Por lo cual, Naya, entendiendo su lenguaje, cambió de tema con rapidez, volviéndose hacia el coche rojo—. Así que… los rumores no mentían.
Sally resopló por lo bajo, y no solo por sentir de nuevo que su vida privada había dejado de serlo desde hacía un par de años.
—Naya, te presento a Rayo… Mi pareja.
—Rayo McQueen —silbó Naya, admirada, mientras ambos chocaban educadamente la rueda delantera—. Debo reconocerlo, soy toda una fan. Y, enhorabuena.
El interpelado, ya repuesto de la sorpresa de aquella situación tan extraña, respondió con un modesto asentimiento.
—Gracias, Naya. Es un placer conocer por fin a alguien del pasado de Sally.
Ella hizo un gesto que parecía una sonrisa forzada, lo que mosqueó aún más a Rayo.
—Bueno, desde luego soy de las mejores opciones —fingió orgullo para salir del paso, mientras notaba a Sally mirarla de reojo para comprobar sus reacciones.
—No lo dudo —Rayo dirigió una sonrisa a su novia, que esta le devolvió, comedida a causa de los nervios. Desde que Naya había aparecido, un presentimiento oscuro se había alojado en su alma. Algo que temía que se cumpliera de un momento a otro. Pero, por el instante, optó por centrarse en la conversación que mantenían Rayo y su mejor amiga—. Y, ¿cómo os conocisteis, si puedo preguntar?
Tras cruzar una nueva mirada cómplice con su amiga, Sally procuró relajarse mientras respondía con sinceridad.
—Naya y yo nos criamos juntas en Los Ángeles y hemos estado juntas toda la vida.
—Sí, incluso en la facultad de Harvard—corroboró Naya con orgullo, fingiendo no percatarse del golpe de rueda que le propinó Sally, avergonzada, al comprobar el parabrisas enarcado de Rayo en su dirección. Un gesto que pretendía decir… «Harvard, ¿eh?»—. Eso sí, admito que te has ligado a la mejor nota de la promoción.
Rayo se rio con ternura.
—Sí, diría que eso puedo asegurarlo.
Y ante la pregunta muda de los ojos de Naya, Sally se apresuró a aclarar:
—En Radiador Springs soy la fiscal del pueblo —la otra joven hizo una mueca con los labios, mostrando cierta comprensión no exenta de mayor curiosidad. Pero en ese instante fue ella la interrogada—. Y, ¿qué significa eso de que te has quedado con todos mis clientes? —bromeó Sally, mordaz—. ¿En dónde estás ahora?
—Bueno… Después de que te fueras, me cambié a Wheeler&Co y han querido concederme hace poco todo el departamento de Delitos Fiscales… Pero tuve que dejarlo por otro caso.
Sally entrecerró los ojos. Aquella respuesta había sido demasiado evasiva como para tomarla a la ligera, y más conociéndose. ¿O acaso…? Tembló sin quererlo. Quizá, en esos años sin contacto, Naya había rehecho su vida sin ella y Sally podía entenderlo. Había querido dejarlo todo atrás sin pensar; pero, quizá, solo quizá…
—Por el Auto, ¿qué caso sería tan importante como para renunciar a semejante ascenso? —se escandalizó, sincera.
Ante lo que Naya, previa respuesta, sonrió con cariño.
—No cambiarás nunca, ¿eh? —pero, al ver que Sally se mantenía en sus trece y no pensaba entrar al juego, suspiró y expuso—. Como sé que sabes, mi padre siempre ha sido el abogado de Dinoco —Rayo, que escuchaba la conversación, se quedó boquiabierto, pero Sally pareció asumirlo como algo natural y sabido. De hecho, en el mundo de la abogacía, pocos no conocían la reputación de la familia De La Vega desde hacía casi cuatro generaciones. Casi se podría decir que la palabra «justicia» venía grabada en su escudo familiar—. Pero justo el caso del señor Tex le ha llegado cuando estaba a punto de jubilarse y, bueno… Digamos que han pensado en mí para llevarlo.
Sally, por un segundo, no supo qué decir ante aquello. Si sumaba esa pieza al rompecabezas, no estaba segura de saber a dónde podía conducir. Naya siempre había optado por la rama fiscal, mientras que a Sally le llamaba más la vía penal. Pero seguía sin entender por qué alguien como Tex tenía que enfrentarse a un juicio del primer tipo. Sí, la fama de las grandes empresas siempre acababa involucrando asuntos de dinero; pero… ¿Dinoco?
—¿Qué ha pasado con Tex? —preguntó entonces Rayo, tan preocupado como ella—. ¿De qué le acusan?
Pero, antes de que Naya pudiese responder, otra voz que conocían bien lo hizo por ella.
—Esos buitres del htB, que quieren acusarme de malversación de fondos. ¿Te lo puedes creer? —Tex apareció por detrás de ellos, sobresaltándolos ligeramente, pero los tres se relajaron en cuanto vieron que su expresión era amistosa—. Hola, chaval. Menuda temporada.
—Gracias, Tex.
—Sabes que yo me apuntaría a tu escudería a correr —bromeó Naya, con cierto brillo en los ojos que Rayo conocía bien—. Pero, ya sabes, «las niñas bien no se dedican a romper el asfalto». ¿No es cierto, Sal?
Le guiñó un ojo a su amiga de infancia y esta puso los ojos en blanco sin querer mirar a su novio; el cual parecía encontrar aquel pozo de secretos que era Naya de lo más interesante.
—Sí, lo sé, Naya —le siguió el juego Tex a la abogada fiscal—. Pero, primero, veamos si ese plasta de Mustang deja de meter los hocicos donde no le mandan… Maldito fiscal pedante…
Para Sally, aquella mención fue como si una descarga eléctrica la recorriese entera, de las ruedas a la chapa de la nariz. Álex. Mustang. Jadeó. No era posible. Pero antes casi de que Rayo pudiese acercarse, preocupado al verla tan súbitamente alterada, una voz heló sus circuitos a su espalda. Una que conocía, por desgracia, mejor de lo que le gustaría.
—Esas son palabras muy fuertes, señor Tex. Sobre todo delante de señoritas tan distinguidas —Álex Mustang apareció acompañado de una Porsche Panamera, de brillante carrocería negra y labios perfilados en oro, y se dirigió enseguida a Rayo, ignorando las miradas de desagrado que le dirigieron Tex y Naya o a una petrificada Sally—. Rayo McQueen, el héroe de la noche. Enhorabuena por tu victoria. O por tus victorias —rio con falsedad evidente—. Como se quiera ver.
—Gracias, señor…
—Mustang —se presentó el otro, inclinando su morro escarlata y plateado—. Álex Mustang.
—Conozco su reputación, señor Mustang —añadió Rayo—. Es un placer.
Ante lo cual, para su extrañeza, Álex soltó una risita y alzó el morro.
—Sí, lástima que mis honorarios sean tan altos, ¿verdad? Hubiese sido un honor representarte.
Rayo se quedó sin habla y sin saber a qué había venido aquel alarde. Además, dirigido como una flecha hacia su ego. Pero, antes de que pudiese decir nada, se presentó ante sus ojos una escena que difícilmente podría olvidar en mucho tiempo.
Como a cámara lenta, Álex se giró hacia Sally, como si acabase de darse cuenta de que estaba allí… Y su rostro cambió a uno de absoluto desconcierto. Sally, por su parte, se obligó a sostenerle la mirada con frialdad cuando él balbució:
—Sally…
Ante lo que ella, en tono monocorde, replicó:
—Hola, Álex. Cuánto tiempo.