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#FanficThursday: Step Up (Capítulo 41)

The Only One – Camille&Moose (Step Up Fanfic)

Capítulo 41 – Vida cotidiana (Las Vegas)

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Cinco meses tras la boda de Andie

Hace un día espléndido en Las Vegas. Después de la semana sofocante que acabamos de pasar gracias a una ventisca procedente del desierto que nos rodea, ahora el viento ha cambiado de dirección y parece querer anticiparnos ese perezoso invierno que no termina de llegar. Arrellanada en mi butacón favorito junto a la ventana sur del apartamento, con un té verde de jazmín sobre la mesilla más cercana, una manta fina cubriéndome el cuerpo y el ordenador balanceándose con más o menos pericia sobre mi barriga de cinco meses, me dedico a repasar las estadísticas del blog.

¿Cómo que qué blog?

¡Ah, es cierto, se me olvidó comentároslo!

Poco después de coger la baja por embarazo y siendo la criatura inquieta que parió mi madre, sentía que necesitaba hacer algo. Al principio salía a caminar y seguía con mi rutina doméstica como si de repente hubiese retornado a la dinámica que llevaba en Los Ángeles cuando trabajaba en la editorial, pero pronto comencé a aburrirme de ser una simple ama de casa que engordaba más y más cada día que pasaba. Moose cree que estoy estupenda, pero yo cada mes que pasa me siento más como una vaca lechera que como la esbelta bailarina que solía ser. Cuando me desespero, procuro pensar que cuando nazcan los niños, con retomar una dieta y un calendario de ejercicio estricto, todo volverá a la normalidad. Pero es cierto que cuando a mi santo marido y a mí se nos ocurrió la idea de hacer una especie de diario virtual de las andanzas de nuestro grupo tras ganar The Vortex, confieso que vi la luz y empecé a sentirme un poco más viva.

«Ojalá llegue pronto», pienso por centésima vez. Vale que aún me quedan cuatro meses y, por lo que dicen, la parte más dura del embarazo, pero entre el ansia de tenerlos ya en los brazos y que de vez en cuando se pasa media compañía a ver cómo estoy, me siento un poco un trasto decorativo más que un ente humano.

Gruñendo molesta por una patada de uno de los dos –no sé quién- me reacomodo en el asiento y clico en la pestaña de «estadísticas». Lo cierto es que entre las entradas de texto, incluyendo promociones, crónicas y enlaces a reseñas externas, los vídeos de algunas de las actuaciones y los montajes que he conseguido que me haga Luke desde la distancia –bendito email y bendita tecnología- están ayudando a que muchos de nosotros empecemos a despuntar en el difícil mundo del baile. Revistas, canales especializados, críticos, ojeadores… «Esto parece béisbol en vez de baile», pienso sin poder evitar reírme a medias de mi propio chiste.

-Te veo animada.

Del susto, casi dejo caer el portátil y mi novio también pega un salto al ver mi reacción, aunque sonríe y sacude la cabeza enseguida, para mi ligero enfado. De tan absorta como estaba ni me he enterado de que ha entrado en el apartamento, ha cruzado la cocina americana y se ha parado a escasos dos metros de donde estoy. Así que, mientras él sigue carcajeándose entre dientes, yo procuro recuperar mi dignidad de la mejor forma posible y me acomodo el portátil sobre la barriga, sin hacer ademán alguno de levantarme. Él deja de reírse y me observa de reojo mientras tira el abrigo y el gorro sobre el sofá, con media sonrisita socarrona que le devuelvo tranquilamente. Al cabo de unos segundos, al comprobar cómo se acerca a mí, sé que he ganado la partida. Pero su beso es tan rudo que me hace echar la cabeza hacia atrás con un gemido, a la vez que un frustrante escalofrío recorre mi cuerpo. Maldito sea…

-Te odio –mascullo con dulzura cuando se aparta sonriendo más ampliamente y se dirige hacia la nevera para coger una bebida energizante.

-¡Oh! –finge sorprenderse-. ¿Creías que eras la única que sabía jugar a este juego? –y ante mi mohín de falso disgusto, señala el ordenador con la cabeza y me pregunta-. ¿Cómo vamos?

-Bastante bien –suspiro, acomodándome por enésima vez. «La dulce espera». Sí, sí. Mataría a quien inventó ese término-. Hemos ganado unos mil seguidores solo esta semana, sobre todo después del vídeo promocional con la última actuación –sin mirarle, veo casi cómo se hincha de orgullo. Es una de sus mejores creaciones, ninguno podemos negarlo. Pero la tentación de pincharle es irresistible-. Aparte de eso, ninguna novedad –afirmo cruzándome de brazos.

Él entrecierra los ojos al tiempo que da un sorbo a su bebida para después sacudir la cabeza en un ademán de falsa derrota. Nuestro maravilloso día a día. Pero ya le he chinchado bastante y me duelen los ojos y las piernas, por lo que opto por cerrar el portátil e incorporarme gruñendo como una cerda en la cochiquera. Moose, como es lógico, se tira enseguida hacia mí para ayudarme, pero apenas me aferro a su brazo antes de encaminarme hacia la encimera por mis propios medios. Me ofrece bebida, que yo agradezco. Sin embargo, al abrir los ojos, estos se posan en el sobre blanco que dejamos allí ayer. En letras negras, se lee nuestro apellido de casados junto a un sello del North Vista. Moose parece adivinar mis pensamientos, porque me pasa una mano por la cintura e inclina la barbilla sobre mi hombro, siguiendo mi mirada.

-¿Sigues pensando que no deberíamos abrirlo? –murmura junto a mi cuello.

Suspiro. Ya, a estas alturas, no estoy segura de nada.

-No lo sé –reconozco, antes de mirarlo de reojo-. ¿Tú quieres saberlo?

Trata de camuflarlo, pero le he visto ese brillo en los ojos que conozco tan bien. Ansiedad. Deseo. Anticipación.

-¿Y tú?

No ha contestado en voz alta, pero sé lo que tengo que hacer. En el hospital dijimos que no queríamos saberlo, pero es una duda que nos corroe por dentro y mentiríamos descaradamente si dijésemos que no es así. Así pues, tomo con cuidado el blanco papel y saco la nota mecanografiada del interior. Tragando saliva, lo despliego. Y cuando lo leemos, ambos cruzamos una sonrisa cómplice que lo dice todo.

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