Chapter 37 — Solo hay sitio para uno (I) (Cars 3)
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9 meses después del debut de Cruz Ramírez…
—Damas y cochelleros. Es oficial. Un año más, termina la temporada y la lucha por la Copa Pistón está más reñida casi que hace diez años…
—Tienes razón, Bob. Y eso que jamás imaginé estar tan nervioso como cuando McQueen, Weathers y Hicks empataron… ¿Crees que esta vez volverá a suceder lo mismo?
—Será difícil decirlo, Darrell. Lo que sí sabemos es que Cruz Ramírez, la gran revelación de este año del equipo Dinoco, está siendo el gran incordio para un Storm que ya saboreaba su segunda Copa a principios del otoño pasado…
***
«Nube blandita. Eres… una nube… blandita. Da igual lo que diga Storm… Concéntrate, concéntrate».
Mientras se repetía ese mantra una y otra vez con los ojos cerrados, Cruz empezó a notar cómo la tensión de sus circuitos cedía de manera gradual. Su carrocería descendió despacio, acomodando los amortiguadores en su sitio, al tiempo que las pastillas de freno se soltaban lo suficiente como para que la joven debutante pudiese quedar quieta en el sitio, recta sobre el asfalto.
—Hola, fan número uno…
Desconcentrada de golpe, Cruz soltó un gritito y brincó en el sitio, aunque torció el gesto, contrariada, en cuanto vio quién era el bromista.
—Muy gracioso, abuelete…
Rayo le dirigió una mirada socarrona.
—Oye, un respeto a tus mayores, señorita. Estás en edad de aprender… —Cruz sacudió el morro y él se rio, algo que ella secundó poco después. Pasada la chanza, no obstante, Rayo volvió a ponerse serio—. ¿Estás lista?
Su ex entrenadora y ahora pupila inspiró hondo y soltó el aire, muy lentamente, antes de contestar.
—Ay… Nerviosa, más bien… —soltó una risita elocuente—. Lo cierto es que jamás había imaginado… llegar hasta aquí… Yo…
—Eh, eh. Te estoy viendo venir —la interrumpió su director de equipo sin brusquedad—. ¿En qué habíamos quedado?
Cruz cerró el capó y se irguió, firme.
—Nada de agradecer a todas horas, señor. Sí, señor.
Rayo hizo un mohín burlón.
—Muy graciosa…
—Hola, fan número uno…
«Oh, puñetas», rezongó Cruz, tensa de nuevo, antes de girarse hacia el intruso. Porque no podía calificarlo de otra manera.
—Storm —repuso con sequedad—. ¿Qué pasa, ya te has cansado de contemplarte en las carrocerías de los demás?
El otro, lejos de ofenderse, se carcajeó de manera desagradable; algo que iba a juego con la emoción que rutilaba tras sus iris de color gris acero, mientras observaba a su rival más próxima en la clasificación.
—¿Y tú? —contraatacó con suavidad—. ¿Estás lista para perder tu primera Copa Pistón?
Cruz trató de no enervarse, aunque contra Storm era de lo más difícil. Tenía un… algo, que hacía que cualquiera desease patearle esa cara de prepotente que llevaba puesta a todas partes. Para bien o para mal, fue Rayo McQueen el que intervino en ese momento para espantar al Chevrolet azul y negro.
—Aire, Storm —le ladró, malhumorado—. Aunque no lo creas posible, algunos aún nos dedicamos a trabajar duro…
Como si fuese repentinamente consciente de que su ex rival estaba allí, Storm se giró despacio hacia Rayo y murmuró, a modo de única respuesta:
—Ese color te hace más viejo, campeón. ¿Lo sabías?
Y sin dar opción a réplica, se dio la vuelta con altanería y se alejó en dirección a su box. Rayo y Cruz lo observaron irse con disgusto, hasta que su alerón desapareció detrás de un tejadillo.
—Es solo un fanfarrón —masculló Cruz, mirando a Rayo de reojo y temiendo que aquel comentario lo hubiese herido más de lo conveniente.
Desde que lo conocía, el pentacampeón llevaba mal que lo provocasen a mala idea con el tema de la edad. Pero por suerte, a Rayo el hecho de convertirse en maestro de Cruz lo había hecho ver el mundo de otra manera; así, se sentía viviendo dentro de una burbuja cuya barrera ni siquiera los insultos de Storm podían traspasar.
—Sí, lo sé —rebufó él, no sin cierto hastío, antes de girarse hacia su pupila—. Pero recuerda: estáis muy cerca en la clasificación y él va por delante. No te confíes.
Cruz mostró media sonrisa cargada de confianza.
—No lo haré. Lo prometo —en ese instante, miró a su alrededor, como si echase en falta alguien—. Oye… Y, ¿Sally? —ante la mirada interrogante de Rayo, sorprendido por el cambio brusco de la conversación, aclaró—. Me hubiese gustado que estuviese aquí.
Para sorpresa de la corredora, el marido de la citada compuso un gesto extrañamente nostálgico antes de responder.
—Tenía… un asunto importante que atender en Los Ángeles —explicó con sencillez.
Cruz abrió los parabrisas, preocupada.
—Espero que no sea nada grave…
Rayo sacudió el morro con media sonrisa, aún enigmática.
—Está con Naya, su mejor amiga. Tengo plena confianza en que todo saldrá bien.
Su pupila giró el morro en un gesto que quería decir algo así como: «Ajá… Vale», pero no dijo nada en voz alta. Sobre todo, porque, en ese preciso instante, sonaba la fanfarria de comienzo de la carrera y los competidores tenían que dirigirse a la pista.
—Suerte, nubecilla —le deseó Rayo.
Ella sonrió con convencimiento.
—Gracias, señor McQueen.
Sin embargo, su humor se ennegreció en cuanto llegó a la parrilla de salida y volvió a estar costado con costado con su peor enemigo en el circuito. Llegó el momento de la verdad.