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#FanficThursday: Cars – “McQueen y Sally: One-Shots” (Capítulo 32)

Capítulo 32 – Sí quiero (III) (Cars 2)

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Sólo cuando Sally ascendió por fin todo el recorrido hasta la Rueda, se permitió exhalar todo el aire de su interior con alivio al ver que todos estaban allí; o, al menos, nadie que no esperaran para la celebración.

―¡Sally! Has podido llegar.

―Sí, siento el retraso. Pero… todo ha salido como estaba previsto.

Naya le dirigió una sonrisa alentadora, aunque Sally intuyó la misma tristeza velada que debía asomar a su propio gesto.

―¿Estás lista?

―Sí, vamos allá. Aunque… siento que Luigi y Guido no puedan estar…

Naya sonrió.

―Estoy segura de que podrán subir enseguida. Según tengo entendido, estas montañas están llenas de cuevas traicioneras para los urbanitas… ¿No?

Sally rio por lo bajo, justo al tiempo que veía aparecer a los mentados por un hueco entre su futura familia política. Desde que Naya había llegado dos días antes y les había informado de que sabía, por sus padres, que Sarah y Walter Carrera pensaban presentarse sin avisar en la ceremonia y amenazando con llevar una estela de paparazzi detrás de ellos, Radiador Springs casi parecía haberse vuelto del revés en un momento. Lo cierto es que los novios no habían organizado una gran celebración de cualquier forma, pero las malas noticias obligaron a cambiar un poco los planes y a tratar de averiguar la forma de esquivar a los Carrera y a su séquito. Sally había procurado mantenerse lo más estoica posible durante aquellos días, pero sólo la constante compañía de Naya, Rayo, Lionel y Maddie McQueen, habían logrado que no se derrumbase de un momento a otro. Sólo de pensar en una boda mediática… se le encogían todos los circuitos.

Pero todos aquellos pensamientos agridulces se diluyeron cuando, escoltada por Naya de nuevo, la Porsche avanzó los pocos metros que la separaban del improvisado altar frente a La Rueda. Allí esperaban Brenda Hudson, algo acalorada aún por el ascenso precipitado, y un emocionado Rayo McQueen. Este sonrió cuando la joven se acercó y se situó frente a él, ambos amparados por la suave luz del crepúsculo que caía ya al oeste de las montañas. Así, con más calma y ternura de lo que jamás hubiesen imaginado, Sally Carrera y Rayo McQueen se dieron el consabido “sí, quiero” frente a todos aquellos que más los querían en el mundo.

Tras la ceremonia y mientras todos se esforzaban por adecentar el lugar para el consabido banquete, Sally no pudo evitar echar un vistazo algo nostálgico al pueblo casi oscurecido en la distancia, bajo la sombra de las rojizas montañas.

―Eh ―la llamó Rayo, situándose sin violencia junto a ella. Sally le devolvió media sonrisa que no asomó a sus labios, con lo que él debió intuir que algo no iba bien―. ¿Estás bien? ―Sally suspiró, apretando el capó con levedad, pero no respondió enseguida y tampoco despegó la vista de Radiador Springs. Rayo siguió su mirada―. ¿Te arrepientes? ―preguntó él entonces.

Sally se giró despacio hacia él.

―¿Qué quieres decir?

Rayo pareció dudar.

―Bueno, que… Quizá esto no era lo que querías…

Sally esbozó una mueca no exenta de sorna.

―Bueno… Mentiría si te dijera que no me duele un poco. Ya sabes, el haberlos dejado ahí… ―Rayo asintió, con aire de comprender y compartir lo que ella decía―. Pero… Sé que es lo que teníamos que hacer ―aseguró entonces Sally, sonriendo sin alegría―. No podía dejar que me alejaran de ti de esa manera.

Rayo le devolvió una sonrisa cargada de ternura.

―Y yo creo que eres el coche más valiente que conozco por haber tomado semejante decisión ―le aseguró, amoroso, mientras le rozaba suavemente el guardabarros con el morro―. No todos tienen el coraje de hacer algo así.

―Sí… ―suspiró Sally―. Gracias a que Naya nos avisó a tiempo, ¿eh?

Rayo soltó una risita.

―Recuérdame que le ponga su nombre a mi primera hija, ¿vale?

Sally se rio sin poder evitarlo.

―Está bien, señor McQueen. Me ocuparé de recordártelo…

***

La celebración se prolongó casi hasta pasada la medianoche, al menos en lo concerniente al banquete en la Rueda. Flo y Ramón se habían esmerado en decorar el lugar y, además, preparar todas las exquisiteces de queroseno, gasóleo refinado y diésel que habían podido imaginar. En un momento dado, de hecho, Maddie McQueen se ocupó de amenizar la velada cantando una dulce versión de Hallelujah de Rufus Cartwright para la feliz pareja. La situación parecía de ensueño… Al menos, si no fuese por los vallados que habían tenido que poner en la carretera que llevaba a la Rueda para que nadie pasara y los importunara de verdad… En caso de que reporteros o padres molestos consiguieran escapar de sus prisiones improvisadas. Afortunadamente, la zona contaba también con túneles y pasadizos que Mater conocía desde siempre como la palma de su mano, y que habían resultado claves para que muchos de los asistentes pudieran ascender sin ser vistos. Sally era la única que, por su atuendo, debía ascender por la carretera normal y tras asegurarse de que nadie podría seguirla. Además, aquella noche los vecinos de Radiador Springs acondicionaron el antiguo dormitorio nupcial de Stanley y Lizzie, situado tras el restaurante, para que Rayo y Sally tuviesen una noche en privado como merecían. 

Sin embargo, una parte de todo este ambiente idílico se rompió a la mañana siguiente cuando los novios bajaron de nuevo al pueblo. Y esa ruptura tenía nombre y apellidos de Porsche, mal que le pesara a la joven dueña del Cono Comodín.

―¡Ah, tú! ¡Por fin apareces! ―la encaró Sarah Carrera sin miramientos, en cuanto su hija alcanzó la altura de la gasolinera de Flo.

Sus dos parentales se encontraban allí ya, después de haber dormido presumiblemente en uno de sus conos les hubiesen dejado o no, sorbiendo de sus latas de aceite con la misma expresión que si estuviese rancio.

Guten morgen, Mutter ―la saludó Sally de vuelta, tratando de no darse por aludida por su tono ofendido―. Espero que hayáis dormido bien…

―Mejor de lo que vas a dormir tú en mucho tiempo, con la conciencia carcomida…

La postilla había sido lanzada por Walter, situado apenas un metro más allá de su mujer. El primer impulso de Rayo, junto a Sally, fue lanzarse hacia delante para decirle cuatro cosas. Sin embargo, su esposa lo frenó sin brusquedad antes de tomar ella misma la palabra:

―Bueno, no estoy segura de si estamos de acuerdo en eso, Vater ―replicó, con una serenidad que hasta a ella la sorprendió―. O, ¿crees que no sé que, vosotros fuisteis los que llamasteis a los periodistas para que vinieran? ―Ante el gesto demudado de una Sarah que parecía acabar de atragantarse con su lata de aceite, Sally ladeó la cabeza en su dirección―. ¡Oh! ¿Qué creías, madre? ¿Que sería tu momento de gloria? ¿En “mi” boda? 

Con cada palabra, su tono había ido subiendo sin que casi lo pretendiese. Algo que, incluso, pareció agradar a una Sarah Carrera henchida de ofensa por todas sus bujías.

―Cómo te atreves, niñata desagradecida.

―¡Oh! vaya… Es cierto… Ahora que Alex no está y me caso con alguien mediático, de repente ¿os interesa? ¿Cuánto habéis criticado a mis espaldas que saliera con un «famosillo de poca monta»?

Walter pareció comprender, sobre todo cuando su mirada se desvió hacia la figura plateada que acababa de aparecer por detrás de Sally y los observaba con frialdad. 

―De la Vega… ―siseó.

―Sí, papá ―le confirmó Sally en cambio, sin inmutarse―. Gracias a ella y a David, sé cómo sois de verdad. Y, por ello… ―La joven Porsche se aproximó unos metros más―. No quiero que os volváis a acercar a mi pueblo ni a mi familia en mucho tiempo. ¿Os ha quedado claro?

―Sally, ¿qué estás diciendo? ―se escandalizó Sarah.

Y la aludida, con una frialdad que sus padres apenas le habían conocido hasta la fecha, susurró:

―Estoy diciendo, mamá, que no sois parte de mi vida… Ni lo vais a ser. Ahora, largaos de este pueblo y no volváis a aparecer por aquí. ¿Os ha quedado claro?

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