Akhen y Ruth · rpg · spin-off

#SpinOffSunday: Akhen y Ruth – Una historia agridulce (Capítulo 22)

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Capítulo 22 – Vino y secretos desvelados

Simon Baker

Una vez allí, parte de la magia desapareció cuando él le soltó la mano y se disculpó, pero el camarero preguntó enseguida qué iban a beber y Ruth procuró distraerse de pensamientos peligrosos para aquel momento. Recordando de nuevo aquella vez, trató de disimular su ignorancia, pero el pedido final resultó ser vino blanco. La joven suspiró. Aquello no podía ser verdad. Más alcohol en una noche que en los últimos tres años. No podía ser bueno. No, señor.

Sin embargo, la decisión de la comida fue mucho más sencilla. Algo de marisco como entrante y pescado. En ese instante, Ruth cayó en la cuenta de que aquel era un secreto que no había compartido con él; aunque tampoco había tenido tiempo: adoraba el pescado.

—Este lugar es muy elegante –comentó–. ¿Vienes a menudo?

Él contestó y, cuando trajeron la comida, por fin Ruth se atrevió a preguntarle lo que llevaba quemándola por dentro desde que habían salido del Ávalon.

—Oye, Akhen, tengo que preguntarte algo —no le importaba llamarlo por su nombre, aunque fuese en un restaurante; al fin y al cabo, les habían dado un reservado, lo que significaba privacidad—. Lo que has dicho antes sobre que yo era altruista… —su irracionalidad y su parte lógica detuvieron su lucha, expectantes—, ¿lo decías en serio? —la estaba traicionando el alcohol, lo sabía, pero no podía parar por alguna extraña razón—. Porque, la verdad —Ruth soltó una risita algo avergonzada—, no es que haya sido un ejemplo de eso contigo desde que nos conocemos. De hecho —volvió a reírse por lo bajo. Debía ser todo un espectáculo, pero entre el nerviosismo y la bebida…— creo que hasta ahora te he metido en más líos que otra cosa.

«No sigas por ahí…», le recomendó su conciencia.

Y, por primera vez en toda la noche, Ruth optó por hacerle caso al cien por cien.

—¿Sabes? Me ha caído bien el camarero de tu bar —comentó, para cambiar de tema. Sabía que igual lo provocaba, pero si no sabía aceptar una broma…—. Si es el que ha preparado el Firework, mi más sincera enhorabuena. Aunque creo saber quién se trajo esa receta a la Tierra…

En ese momento, la joven enarcó una ceja burlona, esperando a que él contestara. Por suerte, el resto de la velada podría estar destinado a una conversación banal. Aunque hubiese algo que su subconsciente luchaba por sacar a la luz. Algo que sabía que podía hacerle mucho daño… pero de lo cual esta vez ella no sería culpable ni de una milésima parte. Más bien al contrario.

* * *

—No llegué a conocerte tanto como para poder afirmarlo, pero sí, lo creo —fue la respuesta que le dio el Hijo de Mercurio a la muchacha y le confirmó que sí, que había estado allí con anterioridad.

Se abstuvo de decir que nunca había sido con ninguna mujer, sino más bien en el plano de los negocios. Eso no debería ser algo para compartir durante la cena. Sobre el combinado y la alegre broma de su rubia acompañante lo único que pudo hacer Akhen fue soltar una risotada y recibir el vino blanco con un semblante relajado y agradable. Una vez el camarero se hubo marchado le dio un pequeño sorbo a la bebida, la mantuvo durante un rato en la boca, disfrutando de sus matices y finalmente lo tragó. El sabor era adecuado y seguramente quedaría a las mil maravillas con lo que habían pedido, en Tribec había aprendido esas cosas por obligación, pero ahora que lo hacía por diversión, no le parecía la pesadilla que había sido en sus años mozos. Observó a Ruth a través de la copa y cuando la dejó sobre la mesa, justo a su alcance, tenía una sonrisa plácida en el rostro.

—Hay unas cuantas cosas que no podía dejar detrás.

Probablemente estaba dotando a sus palabras de un doble sentido un tanto desconcertante, pero esta vez sabía lo que quería transmitir y así lo había hecho. Podía haber añadido que lo que sentía por ella seguía intacto, pero no estaba seguro de que fuera el momento adecuado.

Necesitaba un cigarrillo, sus dedos tamborileaban nerviosos por la mesa. Desde que había llegado a la Tierra había sentido que había muchas cosas que no podía haber hecho y quería hacerlas todas. Sabía que había tenido gran libertad en su tierra de origen, pero cuando se encontró allí tomó la decisión de aprenderlo todo y una de las cosas que seguía consigo era el tabaco. Lo había probado por curiosidad y, ahora, fumaba de modo habitual. No es que fuera un fumador empedernido, pero la nicotina le ayudaba a pasar algunos momentos complicados. Y tener una cita con Ruth Derfain era, precisamente, la mejor definición de esa palabra que se le ocurría.

Había cambiado desde sus tiempos en Ávalon, de eso no había duda. Dejando de lado su bonito cabello largo y su mirada algo más experta, sus formas eran también diferentes a las que recordaba en ella. Desde que la conocía había sido orgullosa, como toda Hija de Júpiter, pero había una cierta dulzura e inocencia en su modo de hacer las cosas; ahora parecía más segura de sí misma, pero un poco más calmada en cuanto a tener la última palabra se refería.

«¿Tanto has sufrido por mí?», no pudo evitar preguntarse, mientras observaba cómo ella volvía la cabeza para ver llegar al camarero.

Tenía que haber escuchado sus pensamientos, porque él así lo había decidido. No podía evitar su curiosidad al respecto. En cualquier caso, acababa de llegar la comida y tenía una pinta estupenda.

* * *

Cuando dijo que sí pensaba que fuese altruista, Ruth no pudo evitar sonreír ampliamente, a la vez que algo aleteaba bajo sus costillas con la fuerza de un huracán.

—Me alegro de que lo creas —respondió ella entonces, agradeciendo el cumplido y esperando que no sonara muy prepotente.

Porque, sí: para bien o para mal, aquel era un rasgo que no había podido controlar nunca y que, cuanto menos, le había dado más de un quebradero de cabeza. Primero, por el rechazo de sus padres a que se dedicase a algo que no fuese protocolo y política; a pesar de ser una segunda hija, seguía siendo de la Casa de Júpiter y, en Ávalon, la jerarquía se mantenía a rajatabla, tanto dentro como fuera de los muros. Ruth todavía casi no se creía el momento en que su padre le dijo que si quería marcharse era libre de hacerlo, de vivir su vida como gustase.

Aquel recuerdo le devolvió también otra imagen, que tapó rápidamente con una discreta barrera. No porque no confiase en Akhen, sino porque seguía sin saber cómo podría reaccionar al saber que el complot, para darle caza como una cervatilla asustada, había sido más complejo de lo que ambos creían. Y en Tribec la joven había intuido suficiente de cómo se llevaba con su padre –aparte del momento en que le confesó que estaba harto de él, antes de «eso»– como para intuir que montaría en cólera. Y tal y como se estaba desarrollando la noche, no quería estropearlo por nada del mundo.

«Se lo diré, lo sé; pero, ahora…»

Cuando bromeó y se rio, aquello fue como un bálsamo para los oídos de Ruth, a la vez que su corazón daba un cálido vuelco. Le encantaba verlo sonreír, pero oírlo reír era como…

«Uf. contrólate, Ruth», se exigió.

Algo que se puso realmente complicado cuando él insinuó que había cosas que no podía dejar atrás. En ese momento, la euforia de la rubia se mezcló con cierta amargura helada que la obligó a apartar la vista y tomar un sorbo de vino.

¿Qué debía decir? ¿Que lo entendía? Probablemente.

—Sí, te entiendo —en ese momento, ella sacó fuerzas de flaqueza para volver a mirarlo—. A veces no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes, ¿verdad?

Se estaba moviendo en arenas movedizas, lo sabía. Pero aquel intercambio de frases con aparente doble sentido podía ser el puente sobre el abismo que lograra reunirlos de nuevo, y por ello apostó.

Seguían comiendo; pero, en un momento dado, el ceño de Ruth se frunció con levedad a la vez que dejaba el tenedor sobre el plato. ¿Había oído bien? O, mejor dicho, ¿las palabras que creía habían resonado en su cabeza con la claridad que ella imaginaba? Por un instante, no supo qué hacer, ni qué decir. De hecho, ella creía que lo había dejado claro aquella mañana. Pero la intimidad que aportaba el hecho de una conversación mental le indicó que esta acababa de alcanzar una línea algo peligrosa.

Sin embargo, hacía demasiado tiempo que Ruth quería decirle lo que sentía sin ambages y él había sido el que había terminado preguntando. Por su cabeza cruzaron entonces imágenes y recuerdos relacionados con aquellos tres años; probablemente, la mejor ilustración posible para responder. Si bien era cierto que la enfermería era una carrera dura y absorbente, Ruth había procurado dedicarle el máximo de horas posibles, ya fuese con optativas, prácticas u horas de estudio. Pero cuando su cuerpo decía “¡basta!” al final del día, se veía obligada a acostarse, y ahí era cuando los remordimientos la acosaban con más fuerza. De hecho, con el tiempo fue haciéndose más intenso: cuanto más trataba de distraerse, con más dureza le recordaba su subconsciente todo lo que había hecho. Por eso, tras meditar apenas unos segundos, Ruth replicó con la mente:

«Cada día, Akhen. Cada maldito día de mi vida desde que desapareciste de ella».

Y tras un instante de vacilación, optó por claudicar:

—Te quiero.

Pero no agregó que esperaba que no fuese demasiado tarde. Porque sabía que ya lo era.

* * *

—Me gustaría decir que yo no. Me encantaría asegurarte que estoy felizmente casado y que no he pensado en ti ni un solo día desde que nos separamos, pero estaría mintiendo.

Sus ojos azules brillaban con intensidad, de un modo que le recordó a tiempos pasados; tiempos más halagüeños. Hasta él se daba cuenta de cuánta luz reflejaban, en contraste con la oscuridad que había reinado en ellos durante todo aquel tiempo. Se llevó la mano a la barba, recortada de modo exquisito, y retiró la mirada por un segundo. Su plato le parecía un lugar de lo más adecuado para colocarla; de hecho, aún quedaban algunos restos de pescado en él, pero no veía la necesidad de echárselos al estómago de momento.

Lo que de verdad quería hacer, dejando de lado al hijo del embajador y a aquel personaje que él mismo había inventado, era besarla; quería hundir sus manos en su rubia cabellera y perderse en sus labios. Olvidar todo, incluso quiénes eran y qué hacían allí, quería llevarla a su casa y jurarle que la protegería de todo mal, que nunca la dejaría sola. Sin embargo, no podía. El dolor de la traición, o quizás fuera más adecuado decir de la desconfianza, seguía tatuado en sus entrañas como una odiosa flor de lis al rojo vivo que se abría a cada movimiento que hacía. La amaba, lo hacía de un modo tan intenso que no entendía cómo había intentado engañarse a sí mismo negando lo evidente, pero no podían estar juntos. Era la cruel realidad, la que le enseñó a la Hija de Júpiter a través de sus pensamientos, pues hacía un rato que no necesitaba palabras para que Ruth lo comprendiera todo.

Cuando volvió a mirarla, lo hizo con precaución, como temiendo que algo se rompiera, o que, directamente, se hiciera mil pedazos. Por eso dio un nuevo trago a su copa, porque había estado a punto de tomar su mano entre las suyas de nuevo y llevársela a los labios para sellar un pacto que sería más que fuego y saliva. Una promesa sin límites que le daba más miedo que cualquier cosa en el mundo, porque sí, Akhen Marquath estaba aterrado, pues temía que Ruth Derfain, esa chica que acababa de decirle que le quería, volviese a dudar de él y le destrozase por dentro. No quería ni pensar qué ocurriría si ella lo creía capaz de aquellas cosas tan horribles de nuevo, probablemente sería un golpe que ni todos los bares de copas ni todos los pianos del mundo podrían paliar. Sería definitivo.

En cualquier caso, había algo más fuerte que él y era aquel estúpido corazón que palpitaba en su pecho. De ahí que, finalmente, sus dedos rozaran la mejilla de la rubia. Su piel era suave y cálida, como la recordaba tras el beso que había depositado justo ahí hacía unas horas. Le acarició el mentón un segundo y luego separó los dedos que volvieron a alzar la copa.

—No valgo tanto —dijo, refiriéndose a cuánto la había hecho sufrir y, cuando dejó su vino blanco sobre la mesa, volvió a blindar sus pensamientos.

Había sido demasiado y no pensaba volver a dejar que ocurriera. Nunca más habría nada entre ellos. Jamás.


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