Capítulo 21. Cara a Cara

El parpadeo de una farola cercana hizo que Rayo pegase un respingo. Avanzaba por una zona cercana a Santa Mónica, bordeando la playa; nervioso como un coche con el cárter roto. Miraba a todos los lados, dando saltitos en el sitio y a la espera de que su cita llegara.
«En qué momento se me ocurrió meterme en esto», rezongó para sus adentros.
Ya había anochecido y una luna próxima a su forma más oscura apenas iluminaba las olas que rompían contra la orilla. Algunos coches iban y venían por su lado; pero, en general, era una zona muy poco transitada. Y eso no tranquilizaba en absoluto al corredor. Pero su cita había insistido en quedar en el parking que tenía justo detrás de él.
—Rayo… Psst… Rayo…
El corredor se volvió, oteando la penumbra, hasta que distinguió una sombra de tintes plateados un poco más allá; casi junto a la cafetería abandonada que coronaba el lugar, pegando casi a las rocas que bordeaban la playa. Rayo inspiró hondo, se armó de valor y se adentró en la oscuridad.
—David… —resopló—. Creí que no vendrías.
—E… En fin… —replicó el otro, tartamudeando más de lo normal a causa del miedo—. No te creas que… n… no me ha costado llegar sin que me vieran. C… con todo lo que está pasando…
—Sí, tienes razón —replicó Rayo—. Pero estoy seguro de que lo hiciste por un buen motivo.
David Aston lo miró con los parabrisas como llantas de camión.
—¿Tú… crees? —quiso saber, entre cauto y esperanzado.
Rayo chasqueó la lengua con disgusto.
—Oh, vamos, David —lo reprendió en voz baja—. Todos sabemos que este circo tiene que acabar de una vez por todas. Por eso he venido.
David enarcó un parabrisas, expectante.
—No te sigo…
Rayo mostró su media sonrisa más maliciosa.
—Que estoy dispuesto a aceptar la oferta de Alex, si no es tarde. Estoy cansado de todo esto, Aston —bufó, irritado—. Y después de lo de Naya me he dado cuenta de cuál es mi verdadero sitio —hizo una pausa para comprobar si el otro le creía—. Con los ganadores.
David, por su parte, pareció ir comprendiendo poco a poco la implicación de aquello.
—Peeero… ¿Y… Sally? —indagó, cauto.
—¿Qué pasa con Sally? —replicó Rayo con rudeza, como si la mencionada no importase lo más mínimo—. ¿Te crees que me preocupa?
David lo midió en silencio, de tal forma que McQueen casi podía ver los engranajes de su cerebro girando y encajando lentamente. Al final, para su alivio, Aston asintió.
—De acuerdo —aceptó.
—Bien. Pero, antes de todo, déjame que te muestre algo —le indicó Rayo, apuntando con una rueda hacia la playa bajo el parking—. Algo que ayudará a Alex a ganar este caso.
David, algo más confiado, siguió a Rayo hacia la dirección indicada. Bajaron una pequeña rampa que conducía casi hasta la arena y, después, el corredor se desvió hacia la derecha, en dirección a un pequeño recoveco entre las rocas.
—¿Esto… es seguro? —temió David por un instante.
—Tranquilo —susurró Rayo, meloso y convincente—. Créeme que no te arrepentirás. Confía en mí.
David resopló un «está bien», al tiempo que no dejaba de otear la oscura playa con cierta inquietud. Cuando Rayo frenó, Aston se colocó a su lado; y, al ver lo que había allí metido, quiso abrir la boca para gritar. Pero ya era tarde.
—Hola, David —siseó una voz, muy poco simpática, al tiempo que se encendía una pequeña lámpara de gas e iluminaba el rostro azulado que su portadora—. Cuánto tiempo…
—Sally… —jadeó Aston, mirando alternativamente a Rayo y a su novia. Para su desgracia, el corredor sonreía a la joven con amplitud y un cierto toque de malicia en sus ojos azules. Ella, sin embargo, tras asentir con aceptación hacia él, giró hacia David un rostro de muy pocos amigos—. ¿Qué…? ¿Qué pasa…? ¿Qué ocurre…?
—Vaya, ya no tartamudeas —observó la abogada con acidez—. ¿Por qué será…?
—No, no… —empezó David, tratando de retroceder.
Pero se topó con cuatro vehículos que no esperaba.
—¿Vas a alguna parte, soldado? —inquirió Sarge.
David se quedó tan congelado en el sitio que no podía articular palabra. Y, cuando lo fue a hacer, Sally lo interrumpió con un:
—No te esfuerces. No te puede oír nadie.
En efecto, un inhibidor de señales acústicas de factura claramente militar estaba situado justo a la entrada de la pequeña cuevecita.
—¿Qué quieres, Sally? —preguntó David, asustado—. ¿Por qué haces esto?
La abogada lo contempló un instante, tratando de mantener a raya su odio hacia el que antaño fuese uno de sus mejores amigos. Conseguir el teléfono de Aston había sido el menor de los problemas; aunque a Natalia debió llamarla desde un número público, seguía manteniendo el número de móvil de siempre. Lo que seguro que no esperaba era que Rayo lo llamara para pedirle verse y suplicarle unirse a su bando. Y Sally lo había intuido a la primera.
—Por Naya —rechinó la joven—. Y por Alex.
David pareció envalentonarse un instante.
—Supéralo, Sal —la despreció.
—Como tú desees —replicó ella sin darse por ofendida—. Pero antes, tú vas a contarme todo lo que sabes sobre el accidente de Naya… ¿Sí?
David apretó los labios.
—Ni lo sueñes. No tienes derecho a hacer esto y lo sabes —la amenazó, gallito.
Sally, sin amedrentarse, en cambio, torció unos milímetros el gesto, como si aquella respuesta la disgustara.
—Muy bien —acto seguido, hizo una seña a alguien que tenía detrás. Extrañado, Aston vio salir a una máquina elevadora con algo entre las manos. Pero antes de que pudiese siquiera reírse, de lo absurdo que aquello le parecía, el pequeño vehículo azulado encendió lo que portaba: un soplete. David, asustado y consciente de lo que iba a pasar, trató de retroceder. Pero tanto Luigi como Sarge, Doc y Ramón se ocuparon de sujetarlo con firmeza.
—¡No, por favor! —suplicó David—. ¡Sally, no hagas esto!
Ella, sin embargo, se mantuvo impasible.
—¿Qué pasó en Hollywood, David? —repitió con calma—. ¿Y por qué Alex quiere hundir a Tex? Dímelo y te dejaremos en paz.
—¡No! ¡Jamás! —David trató de revolverse de nuevo y se giró hacia Rayo con cierta esperanza—. Diles lo que me has dicho a mí, McQueen. ¡Ayúdame! —aulló.
Pero su desesperación solo aumentó cuando observó cómo el corredor se aproximaba a Sally con tranquilidad, la besaba con intensidad y le dirigía una media sonrisa de falsa disculpa al ayudante del fiscal.
—Lo siento, amigo. Yo hace tiempo que escogí un bando ganador.
Guido, por su parte, seguía acercando la llama a su chasis.
—Confiesa, hijo —le dijo Hudson Hornet desde detrás—. Será lo mejor para todos.
Aston gimió, acorralado y viendo el soplete cada vez más cerca de su chapa… Y claudicó, como el cobarde que era en el fondo.
—¡Está bien, está bien, hablaré! —gritó, antes de enfocar de nuevo a Sally.
—Para, Guido —ordenó ella, sin brusquedad. De inmediato, la carretilla obedeció y se apartó; aunque no dejó de mirar a David con cara de malas pulgas—. ¿Y bien?
—Mustang… —jadeó David, tratando de recuperar la compostura sin conseguirlo—. Pensaba que… quitando a Naya de enmedio se acabaría el caso. Que tú… B… bueno, jamás te atreverías a enfrentarte a él después de lo que pasó.
—Pues ya ves que se equivoca. Lo he hecho y sigo de una pieza —cortó ella, tajante—. Aunque —se aproximó a David y este retrocedió por instinto al ver la ira en sus ojos verdes— jamás pensé que Alex pudiera llegar al punto de matar para conseguir algo… —susurró—. Eso tengo que admitir que es nuevo…
—¡No, no! —negó Aston con fuerza, asustado—. Nadie pretendía matar a Naya, ni él, ni yo… Solo… Quitarla de la partida. Yo… jamás le haría eso.
—Si estás con Alex es por ambición —escupió Rayo, asqueado—. Yo no te creo.
David alzó hacia él una mirada derrotada.
—¿Y tampoco me creerías si te digo… Si os digo —miró también a Sally y a los que la rodeaban— que yo… estoy… —tembló un instante a causa de la vergüenza y susurró en voz apenas audible— enamorado de Naya?
Sin excepción, todos emitieron el mismo bufido despectivo.
—¡Venga, hombre! —se mofó el corredor—. Si estás enamorado no haces esas cosas.
—¿Sabes que es posible que quede lisiada de por vida, verdad? —agregó entonces Sally, como si David no hubiese dicho nada.
Este tragó aceite y comenzó a temblar de nuevo.
—Mustang me amenazó —confesó, en un hilo de voz aterrado—. Me dijo que… acabaría conmigo, que sería el fin de mi carrera… Naya no me correspondía y Alex me presionó para hacérselo pagar —David apretó los parabrisas, como si quisiera contener el llanto y el dolor y no pudiese por más tiempo, antes de gemir—. Luego me dijo que me hundiría, si no le hacía caso…
Sally contuvo un escalofrío.
«Vaya, no sé de qué me suena eso», pensó, con amargura, antes de proseguir con el interrogatorio.
—Muy bien. ¿Qué más? —apretó.
David miró a su alrededor, indeciso; pero bastó un sutil movimiento de las palas de la carretilla azul, el tal Guido, que aún sostenía el soplete en su dirección –al menos ya lo había apagado–, para convencerlo de que no tenía escapatoria.
—¿Qué gano yo a cambio de todo esto, Sally? —quiso saber, tratando de aparentar una seguridad que no sentía.
El ambiente se tensó a su alrededor de inmediato y aún más cuando Rayo estalló:
—¡Encima querrás recompensa después de lo que le has hecho a Naya! ¡No tienes vergüenza! —le espetó, furioso.
—Está bien, señor McQueen —intervino entonces Sally con frialdad, para sorpresa de todos los presentes, reteniendo a su novio con un simple gesto de su rueda derecha—. Está bien, David. ¿Quieres negociar? Negociemos —se aproximó a él con los ojos chispeando de determinación—. Si nos ayudas a ganar este caso, lo primero de todo, pedirás perdón a Naya. Después… —la joven pareció meditar un instante—. Creo que el equipo Dinoco necesita un nuevo asesor legal. Alguien que haya demostrado integridad y humildad, reconociendo sus errores.
—¿QUÉ? —gritaron todos los de su alrededor.
—Sally, ¿qué estás…? —empezó Rayo.
Pero la seriedad de la abogada daba casi miedo cuando se giró, apenas unos centímetros, para mirarlo de reojo; por lo que las palabras se atascaron ligeramente en su garganta y el corredor optó por morderse la lengua… De momento. La aludida, por su parte, quedó a la espera de lo que David tuviese que decir, impasible como una estatua. La mente de Aston, por otro lado, trabajaba a toda velocidad para salir de aquel atolladero lo más indemne posible.
—¿Cumplirás con tu palabra? —quiso saber, no obstante—. Los dos sabemos de qué es capaz Mustang cuando se lo traiciona.
—Déjame a Mustang a mí —lo cortó Sally, tajante—. Y sí, cumpliré, como he hecho durante toda mi vida con mis promesas. ¿O lo has olvidado?
Aston la miró a los ojos, buscando sin querer un atisbo de esa antigua Sally a la que la joven hacía alusión. No encontró nada. Pero si algo podía asegurar era que Sally, en efecto, jamás había incumplido una promesa.
—No, no lo he olvidado —claudicó al fin—. Yo… Alex… —se humedeció los labios y carraspeó—. Ha cobrado dinero negro del htB para hundir a Tex.
El asombro colectivo no se hizo esperar.
—¿Qué interés puede tener el htB en hundir a Tex? —preguntó entonces Rayo, adelantándose a Sally como si le hubiese leído la mente.
—No lo sé —reconoció David, encogido—. Yo solo sé que Alex tiene toda una red de contactos que le han facilitado las pruebas. Gente que incluso odia a Tex. Pero no sé más. Por favor, Sally, ayúdame —suplicó, girándose de nuevo hacia la abogada con expresión derrotada—. Sé que tú me entiendes mejor que nadie… Por favor —repitió.
Ella se quedó meditando un instante mientras lo observaba desde arriba. Sí, por mucho que quisiera negarlo y aun sin llegar a aquellos extremos, había estado en su chasis y sabía lo que podía influir la palabra de Alex Mustang en el mundo de la abogacía. No en vano, había dado al traste con su carrera.
—Bueno, no nos has dicho mucho; pero quizá con eso sea suficiente —lo informó, para alivio del joven ayudante—. ¿Conoces también a alguien que pueda darnos testimonios firmados de que esas pruebas de dopaje eran falsas?
—Sí, lo acompañé a casi todos los meetings —afirmó David algo más animado—. Pero, si no es indiscreción… ¿Puedo preguntar qué te propones, exactamente?
Sally inspiró hondo.
—Quiero que declares —anunció; y, ante el gemido consternado de él, aterrorizado por la perspectiva de traicionar a Alex en sus morros, la joven añadió—. Reitero mi promesa: si me ayudas, esto acabará bien para ambos.
—Estamos jugando con fuego, Sal…
—Lo sé —reconoció ella—. Pero no podemos vivir toda la vida a la sombra de Alex, David. Eres un gran abogado. No nos lo merecemos —apostilló, mostrando media sonrisa de concordia—. ¿No estás de acuerdo?
Aston valoró en silencio sus opciones, durante un par de minutos que a todos se les hicieron eternos. La que más, a Sally, que no quería pensar que su viejo amigo se hubiese convertido en otra marioneta en manos de Mustang. Pero el brillo de los ojos de David, cuando alzó de nuevo el morro, no dejaba lugar a dudas.
—Está bien. Lo haré por ti… Y por Naya.
Sally sonrió más ampliamente, complacida.
—Estoy segura de que lo agradecerá, a pesar de todo. Ahora, vuelve con Mustang y actúa con naturalidad —le advirtió—. ¿De acuerdo? Seguiremos en contacto.
David asintió.
—¿Por los viejos tiempos? —quiso saber, como si aquella fuese una clave secreta entre los dos.
Sally asintió y chocó la rueda que él le ofrecía.
—Por los viejos tiempos —susurró antes de hacer una seña a sus compañeros.
Estos, en silencio y sin estar muy seguros de todo aquello, se apartaron para dejarlo ir. Momento en que todas las miradas se clavaron en ella, inquisitivas.
—¿Por qué has hecho eso? —quiso saber Rayo—. ¿Qué sentido tiene ofrecerle ese puesto tan jugoso a alguien como él?
El corredor buscó sin querer el mudo apoyo de Doc; pero este permanecía impasible, casi observando a Sally con una extraña comprensión, mezclada con orgullo, que McQueen no terminó de comprender.
La joven, por su parte, suspiró antes de responder con convicción:
—Porque, si lo conozco bien y creo que sí, hará todo lo posible por conseguir ese puesto y dejar de vivir a la sombra de Mustang. Yo, en su lugar, lo hubiese hecho —aseguró—. Por cierto, gran interpretación.
Rayo sonrió, enamorado y algo avergonzado por haber dudado de Sally.
—Ay, gracias. Pero, si esto sale bien, prométeme que no me harás hacer nada similar nunca más… —agregó ante las risitas de los presentes—. Qué mal rato.
Sally se rio sin quererlo.
—Te lo prometo, amor mío —aseguró—. Una y no más.
—Ma… entonces… todo e preparato? —quiso saber Luigi, rompiendo el mágico momento y haciendo que los dos tortolitos volviesen al planeta Tierra.
—Sí, Luigi —aseguró entonces Sally—. Vamos a ganar este caso y vamos a hacerlo como mejor sabemos…
«Juntos».