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Capítulo 15 – Luces y sombras

La Tierra. Otra vez. Y, sin embargo, ahora que había probado la libertad a su lado en muchos aspectos, Ruth se sentía segura para empezar una nueva vida incluso allí. Sobrevivir no tenía por qué ser un problema: durante sus años de estudiante le habían hablado de ese mundo del que, se decía, procedían sus cultos y los primeros habitantes de Ávalon. No había magia como tal, pero existían otros medios muy poderosos para sobrevivir. La cuestión que Ruth no tenía tan clara era si estaba preparada para utilizarlos sin que nadie sospechara nada.
Aunque le doliera, tenía algo claro: necesitaba alejarse de Ávalon un tiempo. Trataría de mantener correspondencia con Morgana de alguna manera sin que sus padres llegaran a saber dónde estaba ni que se comunicaba con ella. Y, si algún día volvía a estar preparada, regresaría y les explicaría todo.
Aquello provocó a la princesa benjamina tal sensación de vértigo que casi le hizo atragantarse con las uvas; pero, por suerte, esta vez Akhen no parecía prestarle atención. De hecho, cuando se vistió y Ruth vio su torso desnudo, cayó en la cuenta de que, antes de irse, tenían necesidades más inmediatas.
Así que, cuando vio la oportunidad, la joven tomó su mentón entre sus dedos y lo obligó a mirarla. En cuanto terminó de hablar, Ruth enarcó una ceja divertida y susurró:
—Todo ese plan está muy bien, pero… ¿Qué tal si antes te consigo una túnica y no me arriesgo a … perderte por una pulmonía?
La joven se rio acto seguido para disimular que aquel verbo le había costado vocalizarlo. Era la primera vez que manifestaba su deseo de conservarlo junto a ella, pero no sabía si era exactamente el momento de dar el paso. Por ello, se volvió de inmediato y se bajó de la cama, buscando su ropa con cierta prisa. Casi le recordaba los minutos previos a acostarse por primera vez. Suspiró. Debía empezar a pensar fríamente. Sin embargo, no dejó de besarlo con dulzura y cierta ansia mal disimulada antes de encaminarse hacia el pasillo.
—Vuelvo enseguida —prometió.
Conseguir la túnica y un chaquetón de piel para ella fue sencillo y barato, la verdad; cuando regresó, esperaba que Akhen siguiera en el dormitorio. Cuando entró y comprobó que era así, le entregó su ropa –había calculado el tamaño a ojo– y sonrió.
—Espero no haberme equivocado con la talla —bromeó— y … estoy de acuerdo en que nos vayamos a la Tierra… Los dos.
En realidad, por dentro temblaba como una hoja. Comenzaba la cuenta atrás para dejar para siempre la única vida que había conocido… Con el hombre por el que estaba completamente loca.
* * *
«No me arriesgo a perderte».
Las palabras eran de lo más comunes, no deberían significar nada y de hecho en ellas se había vertido un toque humorístico incluso, pero el hecho que las dijera Ruth hizo que el Hijo de Mercurio sintiera vértigo y un cálido bienestar en el pecho. Tal vez se estuviera haciendo ilusiones de más y no tuviera motivos para estar tan contento. Sin embargo, era algo contra lo que sentía incapaz de luchar, estaba fuera de su control. Algo completamente nuevo para él.
Lo mismo que aquel beso, que puso en jaque todas las terminaciones de su cuerpo. Ella quería más y, aunque solo fuera sexo, las emociones empezaban a nublar el juicio a Akhen. Le devolvió el beso y tiró con suavidad de una de las correas del chaleco que estaba torcida para, de paso, acariciar alguna parte del cuerpo femenino, como por casualidad. Lo hizo con una media sonrisa, que mantuvo mientras ella salía al pasillo en busca de algo que pudiera ponerse. No tenía problemas con su desnudez, ni él ni ninguna de las chicas con las que se había acostado, pero tampoco era cuestión de morir congelado por simple ego.
Se calzó las botas y se preguntó si realmente hacían lo correcto, si ella accedería. Aquella última broma parecía dar fe de ello, pero con Ruth uno nunca sabía a lo que atenerse.
Se levantó y buscó en la cesta de fruta; sí, el tabernero había sido lo suficientemente inteligente como para poner un par de frascas con agua. El rubio cogió una y le dio un buen trago. Si seguían a ese ritmo la congelación sería su menor problema, pues moriría deshidratado.
«Una muerte estupenda», se dijo, mientras recuperaba otros efectos personales: la bolsa de monedas, la daga y un cinturón de cuero del que colgó pequeños sacos con otros útiles.
En esas estaba cuando llegó Ruth, que le tendió la túnica y el abrigo con una sonrisa. Le quedaban como un guante, lo mismo que la respuesta final de la chica, que hizo que su sonrisa se ensanchase definitivamente en el rostro. Sí, lo había conseguido. Se irían juntos, serían libres y con el tiempo esperaba ser capaz de poder verbalizar aquello que no quería reconocer pero que no paraba de acosarlo a cada segundo.
Por toda respuesta la abrazó, envolviéndola con sus brazos como si jamás fuera a dejarla marchar. En parte era lo que quería, de manera que no se alejaba mucho de la realidad, las palabras que a continuación se le escaparon lo dejaron sorprendido incluso a él, pero no podía negarlas, ni arrepentirse:
—Te voy a hacer muy feliz —susurró contra su pelo.
Aunque esta vez tuvo la ocurrencia de colocarle a Ruth su propia capa sobre los hombros y hacerla salir por la puerta para bajar a por su caballo negro a las cuadras antes de seguir haciendo tonterías.
Notaba las mejillas arder y se maldecía por aquel comentario. Es demasiado pronto se repetía mientras veía al mozo preparar los aparejos y levantaba todas las barreras posibles en su mente para que la intuición de Ruth, ¿es qué sabía hacer de todo?, no leyera más allá de su rostro encarnado.
—Que tengan usted y su esposa buen viaje, señor.
De rojo como la grana pasó a estar más blanco que la cal, por eso fulminó al muchacho de curiosa piel púrpura con una mirada que, de ser cierto el refrán, lo habría dejado seco allí mismo. Ni siquiera le había pedido que se casara con él, cosa que sin duda haría antes o después. Ayudó a la chica –¿su… novia? –, a subir al caballo y montó delante.
Tras una última mirada salió a toda velocidad con los brazos de Ruth alrededor de su cintura. A diferencia de su llegada, la cabalgadura fue mucho más tranquila, ambos bromearon, rieron y pararon para tomar algo. Cuando finalmente llegaron al puerto embarcaron de la mano, dejando la montura a buen recaudo, y se quedaron en la cubierta. El Akhen Marquath que llegaba era totalmente diferente al que había venido para una reunión que ni siquiera había tenido lugar. Se despidió de aquel lugar con un movimiento de mano y apretó a Ruth desde atrás, ahora sí que empezaban una nueva vida. Aunque, posiblemente, no la que él esperaba.
* * *
Decir que estaba feliz sería quedarse muy, pero que muy corta. Akhen y Ruth iban a cumplir un sueño común: vivir su vida cómo, cuándo y dónde quisieran. Con una sonrisa, Ruth le devolvió aquel cálido abrazo, bajó con él a por la montura y subió detrás, aferrando su cuerpo con fuerza entre los brazos. Aquello debía ser lo que la gente llamaba “amor”, pero tampoco estaba muy segura. Lo único que tenía por cierto es que no podía dejar de sonreír, a la vez que deseaba como agua para beber cada uno de sus besos, caricias y gestos.
El viaje en barco que los llevaría hasta la Tierra duraría hasta la madrugada siguiente, por lo que no fue sorprendente que aquella noche se lanzasen el uno sobre el otro en aquel estrecho camarote, amándose sobre el catre hasta caer rendidos. Sin embargo, la magia duró hasta que atracaron y descendieron en Puerto Calea, la primera parada del viaje. Mientras Akhen iba a buscar una forma de ir a la Tierra, Ruth se dedicó a pasear por el puerto. Hasta que un cartel la obligó a detenerse a la vez que sentía congelarse todo su cuerpo.
Era una petición de búsqueda y rescate. Se ofrecían diez mil monedas de oro y la mano en matrimonio de la persona buscada.
Ella.
Pero eso no fue lo que le hizo un nudo en el estómago. Sino las dos personas que firmaban la orden. Una era su padre, Artorius. La otra… En ese momento, Akhen llegó. Por lo visto había conseguido un transporte. Pero Ruth era incapaz de alegrarse. De repente, las piezas habían encajado en su sitio. Daba igual todo lo que hubiese sucedido desde que se encontraron… Lentamente, se volvió hacia él.
—Así que todo era por esto —murmuró—. Sabías perfectamente que me buscaban —la joven le plantó el cartel en las narices—, que tu padre y el mío se habían aliado para cazarme. Pero claro… ¡Nooo! Tú no sabías nada, ¿verdad? —suponía que él había protestado, apenas recordaba lo que dijo. Solo sabía que ni podía ni quería creerle. Por ello, Ruth se dio la vuelta y mientras miraba el mar y se obligaba a no llorar delante de él, siseó con el corazón destrozado—. Márchate, no quiero volver a verte. Y que te aproveche en la Tierra.
Al cabo de unos segundos, la joven sintió cómo se alejaba. Por un breve instante, deseó que no lo hiciese, pero luego recordó el papel y se hundió sin poder evitarlo en un llanto incontrolable.
* * *
El crujido que oyó Akhen bien podía pertenecer a su corazón, que se hacía pedazos con las palabras de Ruth. Desde las Tierras Lejanas habían tenido un interesante viaje; no habían salido del camarote, para que nos entendamos. Todo iba bien entre ellos, habían acordado que se irían juntos a la Tierra y se olvidarían de su antigua vida: no habría más princesas ni hijos de embajadores, simplemente dos jóvenes que querían una vida en común. Se sacarían ellos mismos las castañas del fuego, juntos.
Tras darle un último beso prometió encontrar pasaje para ambos y se dedicó a regatear por todo Puerto Calea. Había sido un intenso “tira y afloja”, pero finalmente había conseguido un hermoso camarote por mucho menos dinero del que podría esperarse. Aquello solo podía ser un buen augurio, o eso pensaba él; porque cuando se reunió con Ruth todo se convirtió en una pesadilla.
Nada más llegar junto a ella, la chica le mostraba aquel cartel con la recompensa como si fuera una confesión firmada por su puño y letra. Tuvo que hacer un esfuerzo por no llevarse una mano al pecho y mantener todo en su lugar, pero el sonido, como de cristal quebrándose, se repetía una y otra vez en su cerebro. Aquello no podía estar pasando, no debía estar pasando. Ruth ni siquiera le dejó hablar, le acusó de haber conocido aquel detalle, de ir detrás de ella por el dinero y de haber hecho todo lo que había hecho por el oro.
—Yo no…
Ella seguía insistiendo en su conocimiento de todo el asunto, sin ningún tipo de prueba, además. Y no le daba opción de explicarse. ¿Es que estaba ciega, era incapaz de ver lo que él sentía por ella? Estuvo tentado de darse la vuelta sin decir nada más, como acababa de hacer ella, jurando que haría todo lo que estuviese en su mano para aprovechar su nueva vida. Sin ella.
El destrozo de su corazón pronto fue sustituido por el fuego del despecho: ¿tan poco confiaba en él que daba por sentado que sería capaz de hacer algo así? ¿De verdad creía que era semejante alimaña? Apretó los dientes y notó como sus manos se convertían en dos férreos puños, cómo sus ilusiones se dispersaban como hojas al viento y dio un golpe con la bota en el suelo como haría un niño enojado.
—Piensa lo que quieras —le espetó–—. Si de verdad crees que soy como ellos, es mejor que me marche, Ruth Derfain —sentía el acero en la garganta, aprisionándola, pero no se detuvo—. Hemos terminado —le había costado lo suyo alejarse; pero, ahora que lo había hecho, se sentía estúpido, lleno de ira, como si no hubiera hecho lo que debía. De ahí que le gritase desde lejos, con la voz ronca—. ¡Espero que tu padre te encuentre a un prometido pelele que te quiera la mitad que yo!
Esta vez había terminado de verdad. Por ello caminó a buena velocidad hacia el barco que lo llevaría a la Tierra. No quería saber nada más de todo aquello. Nunca.


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