Capítulo 14. Consejos de amigo

—Chicos —les anunció Naya al verlos llegar, esperando en la esquina con media sonrisa misteriosa—. Hoy no vamos a mi casa. Hay alguien que quiere hablar con todos nosotros.
Rayo enarcó un parabrisas, sorprendido, mientras veía la silueta de los Weathers parada unos metros más allá.
—Y… ¿no vas a decirnos de qué se trata? —inquirió con sorna, recuperando parte de su humor habitual.
Naya meneó el capó sin perder el gesto enigmático.
—Nope… Además, creo que la sorpresa te alegrará esa cara —le avisó con cariño—. Confía en mí.
Sally la imitó al tiempo que apoyaba una rueda junto a la de su novio. Este mostró media mueca poco convencida, pero se dejó conducir por las dos amigas ladera arriba, hacia el este de Chevrolet Hills: la parte sin duda más rica de la ciudad. Si las mansiones de los pudientes estaban más en la falda occidental de la colina, cara al mar, en la oriental se ubicaban las grandes mansiones de los millonarios, billonarios y demás gente de poder absoluto, recogidos al abrigo de los árboles y la tranquilidad.
Lo que Rayo no esperaba ver al doblar la última esquina era aquel alarde de estilo texano que era la mansión de Gran Tex.
Aludiendo a sus orígenes sureños, la propiedad estaba estructurada imitando a un rancho tejano: una gran estructura para la vivienda, pintada de tonos ocres, blancos y marrones acordes al propietario, una enorme rotonda frontal rodeada de exquisitas formaciones florales y amplios jardines con diferentes estructuras de ocio.
—¡Naya! —saludó el magnate en cuando se aproximaron al edificio principal, pasando por debajo de un arco de exquisita madera tallada—. ¡Vaya, si hoy vienes acompañada!
—¡Tex! —lo saludó Rayo, feliz de volver a verlo—. ¿Cómo estás?
—Voy tirando —admitió el magnate con sorna—. Si no fuera porque no me dejan salir de aquí… Hola, señorita Sally. Me alegro de verla —agregó entonces, al ver a la joven Porsche aparecer por detrás de su novio.
—Por favor, Tex, puedes tutearme y lo sabes —lo animó ella con una sonrisa sincera.
Él soltó una carcajada e hizo una reverencia exagerada a propósito.
—Está bien. Sally —concedió—. Pasad, por favor. Alfred ha cocinado para un regimiento.
El citado, un estilizado coche de color negro que esperaba junto a la puerta de entrada, inclinó brevemente la cabeza cuando pasaron a su lado. Según les había explicado Naya, Tex no tenía restringidas las visitas, sobre todo si se trataba de sus allegados, aunque había que pedir permiso previamente a Brenda Hudson y, considerando que todos los presentes habían terminado formando parte de su equipo de defensa, la jueza no había tenido inconveniente alguno en que acudieran esa noche a la mansión.
Aunque Naya esperaba haber acudido con mejores noticias.
Durante la cena, sin quererlo, el tema de conversación terminó girando en torno al juicio. Todos los presentes tenían fe en la inocencia de Tex, pero estaba claro que la acusación no iba a ponérselo fácil. Sin embargo, confiaban en la imparcialidad de alguien con la experiencia y el renombre de Brenda Hudson.
—En el fondo, Álex es un dolor de cabeza para todos los jueces con los que trabaja —bufó Naya cuando salió a colación la concesión de la jueza en el asunto de los análisis—. Se disfraza bajo una capa de abogado implacable, pero… Siempre tendrá que encontrarse algún obstáculo. Y en este caso, me alegro de que haya sido tan pronto…
—En el fondo creo que todos sabemos que le encanta marear la perdiz hasta que se agote —completó Sally, cambiando una mirada cómplice con su amiga y ante la sorpresa de algunos presentes.
—Lo peor de todo es que si las cosas siguen así, se terminará saliendo con la suya —intervino Lynda, preocupada, antes de mirar a su marido con tristeza—. Y yo que esperaba que Cal debutase el año que viene con Dinoco…
—Lo hará, Lynda —la interrumpió Strip sin brusquedad y rozando su guardabarros con el morro—. Nuestro sobrino debutará, estoy seguro.
—Rey, tú conoces a Tex desde hace muchos años —arguyó entonces Rayo. El nombre de Cal Weathers, el sobrino del matrimonio, no le resultaba desconocido; de hecho, en las dos temporadas anteriores había coincidido con él alguna vez, lo había visto entrenar en las pistas bajo la supervisión de su tío cuando todos los demás corredores se habían retirado, y le parecía un muchacho muy prometedor en cuanto a correr se refería. En honor a la verdad, deseaba con todas sus fuerzas que la predicción de Strip se cumplera—. ¿Y si…? Bueno, no sé… —dudó—. ¿No hay nada que vosotros podáis hacer?
El coche más mayor le dedicó una sonrisa comprensiva.
—Es posible que acabe testificando a su favor, sí —repuso con calma, antes de cruzar un gesto de entendimiento con su antiguo jefe—. Tex me ha dado mucho, siempre con total transparencia. Se lo debo.
—Bah, no me debes nada —lo rebatió el aludido, antes de girarse hacia la televisión encendida que había en una esquina del salón.
De repente, algo parecía haber llamado su atención. Los demás siguieron su mirada hasta la imagen de un coche con acento británico que era entrevistado en ese instante en el show de Mel Dorado.
—Todo lo que está pasando con este asunto de Dinoco, Mel, es simplemente absurdo —decía el invitado al programa—. No puede ponerse en entredicho así como así una reputación como la de Tex Cadillac Dinoco; sencillamente, no puedo creerlo y estoy seguro de que saldrá inocente…
Ante la expectación de sus invitados, Tex aclaró:
—Miles Axelrod. Otro magnate del petróleo. Un buen tipo… aunque sea británico —bromeó antes de entristecerse.
—Demostraremos que Mustang miente, Tex —zanjó entonces Naya sin violencia—. Te lo prometo.
Rayo, por su parte, hacía rato que había dejado de escuchar la conversación y mantenía la vista clavada en algún punto de la mesa, absorto en sus reflexiones. Sin quererlo, tenía un nudo en el motor que le impedía tragar apenas un bocado. Sally lo percibió y lo rozó con una rueda, pero él apenas le devolvió media sonrisa dudosa antes de excusarse con toda la mesa para salir a tomar el aire.
Nadie rechistó, aunque McQueen creyó ver alguna mirada de conmiseración en los presentes que prefirió ignorar mientras enfilaba el camino al exterior. Por primera vez en mucho tiempo… necesitaba estar a solas con sus pensamientos.
Por ello, aparcó unos metros más allá, junto a unos matorrales floridos y con el morro dirigido hacia la ciudad. Sin embargo, debió suponer que alguien no se daría por vencido tan fácilmente:
—Eh, ¿va todo bien? —tanteó Sally con dulzura. Rayo suspiró, pero no respondió ni hizo falta. Era como un libro abierto. De ahí que su novia tragase aceite y murmurase a continuación—. Siento que tengas que pasar por esto.
—No esperaba algo así —admitió él.
—Alex es impredecible —reflexionó Sally con amargura—. Siempre intentará salirse con la suya aunque tenga que pasar por encima de todos nosotros.
Rayo la miró en silencio sin atreverse a preguntar de nuevo lo que le quemaba por dentro y pensando, al mismo tiempo, que quizá esa era la pieza que faltaba en el rompecabezas para derrotar a su ex. Aquello que había conseguido que Sally renunciara a todo en Los Ángeles.
—Ojalá Doc estuviera aquí —dijo en cambio, sin saber por qué—. Seguro que él sabría qué hacer.
—¿Qué te preocupa? —quiso saber Sally—. ¿Los análisis de pasado mañana?
—Pues… sí —admitió Rayo—. Un poco.
—Pero… Es una tontería. ¡Tú estás limpio! —Sally no podía concebir que fuese de otra manera—… ¿Verdad?
—¡Sí, claro! —repuso Rayo enseguida con convencimiento—. Al menos que yo sepa.
—No me digas que crees que Rusty y Dusty te han ocultado algo así… —Sally enarcó un parabrisas, inquisitiva—. Oye, una cosa es lo de la deuda, pero esto…
—No, no —negó Rayo rápidamente—, jamás pensaría algo así de ellos, claro que no…
—¿Entonces…? —siguió indagando Sally.
Rayo se removió en el sitio, inseguro.
—No sé, es solo una intuición, pero… —se giró hacia ella con cara de circunstancias—. ¿Y si este caso va más allá de lo que creemos?
—¿Qué quieres decir?
—Pues que… —Rayo se mordió el labio, dubitativo. Si tenía razón, las consecuencias podían ser terribles para la mayoría de ellos… Pero, ¿y si era así? —. Y si… ¿alguien quisiera hundir a Tex a toda costa?
Sally resopló, algo aliviada.
—Bueno, eso es evidente —apuntó—. Él jamás haría todo lo de que se le acusa. Es una locura.
—Sí, lo sé. Pero… —inspiró hondo, sabiendo que su presuposición podía precisamente sonar a eso—. ¿Y si…? No sé… ¿Álex tuviese más ojos y oídos de los que creemos?
Sally abrió mucho los parabrisas, comprendiendo.
—¿Te refieres… a un complot? —siseó, asustada.
—Exacto —confirmó su novio en el mismo tono—. Porque, asumámoslo, Sally. Lo queramos o no, todo el mundo tiene un precio… Y las carreras no son una excepción.
La abogada se quedó pensativa, rumiando sobre la gravedad de lo que le decía el corredor al que amaba con locura.
—Jamás creí que te escucharía hablar así —reconoció con tristeza—. Pero es posible que tengas razón. Y… ¿sabes? Quizá no sea tan mala idea hablar con Doc sobre esto. Quién sabe, lleva más tiempo en las carreras y quizá pueda aportar otra visión sobre esto —mostró una sonrisa sarcástica y bromeó—. Mal que me pese, sigo siendo negada para ciertas cosas de tu profesión…
Rayo rio entre dientes.
—En ese caso, encantado de servirla, señorita.
—Adulador —lo acusó ella, conteniendo la risa también a duras penas.
—Te quiero —repuso él en voz baja. Ambos enfilaron entonces el camino de vuelta a la casa y Rayo le preguntó a Alfred por el teléfono. Sin embargo, cuando Sally fue a seguirlo, se sorprendió de que él la frenase—. Sally, esto, yo… —no sabía como decirlo—. ¿Te importa si… voy solo?
Sally se quedó un poco perpleja, sin saber cómo reaccionar. Ambos tenían gran cariño a Doc y era recíproco.
—Eh… Oh… Ya, bueno… —se aturulló, sin entender muy bien la situación–. En fin, si es lo que quieres…
—Lo siento —se disculpó él—. Es que… necesito hablar con él. A solas.
—Ya… —musitó ella, nada convencida. Pero ante la mirada suplicante de Rayo, cedió—. Dale recuerdos de mi parte, ¿de acuerdo?
—Lo haré —prometió él con media sonrisa al tiempo que la besaba.
Ella respondió solo a medias pero se dio la vuelta y se marchó sin rechistar de vuelta al comedor. El corredor, no sin sentirse tremendamente culpable, se giró a su vez y enfiló el camino en dirección a su siguiente destino. Solo esperaba que no fuera tarde para hacer aquella llamada…