Akhen y Ruth · rpg · spin-off

#SpinOffSunday: Akhen y Ruth – Una historia agridulce (Capítulo 13)

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Capítulo 13 – Un antes y un después

Renée O’Connor

Su reacción no pilló a Ruth por sorpresa, aparte de que entendía perfectamente cómo se sentía. Manipulado, utilizado… Y, sí, dicho alto y claro: ¿en qué pensaba su padre para hacer esa clase de cosas?

«Bueno, técnicamente la mayor parte de culpa la tiene Gregor», rezongó para sus adentros. «Esas ganas locas que tiene de controlar la vida de todo bicho viviente que se ponga en su camino…»

Miedo le daba el día que se hiciera con Ávalon. Pero, con un poco de suerte, esos tarados que tenía por padres vivirían muchos años antes de que eso sucediera.

Le hizo gracia cuando, mezcla de alcohol y analgésico probablemente, Akhen manifestó su intención de dejarle bien claro a Artorius Derfain lo que pensaba de él. Ruth lo observó con ternura. Jamás, y ya iban dos veces las que se percataba de ello en los últimos días, en que alguien se preocupaba tanto por ella, por lo que ella realmente pudiese querer o desear. Un pensamiento acudió entonces a su mente; pero, dentro de su estado de incredulidad por la escena que estaba presenciando, consiguió reprimirlo. Aún era demasiado pronto para pensar en esos términos… o eso quería creer.

La luz del candil que había estado encendido desde que llegaron iluminó su torso desnudo mientras se apoyaba en la pared, botella en mano. Pero cuando, después de aquel trago, murmuró lo de que hoy estaba más guapa que nunca, Ruth sintió cómo algo se deshacía definitivamente en su interior, a la vez que una férrea resolución invadía su mente. Era muy guapo, amable y, además, parecían compartir la misma ansia de libertad de la vigilancia de sus progenitores. Por primera vez, la princesa sintió algo muy fuerte que no supo describir, pero que le hizo pensar dos frases muy concretas.

«Al cuerno mis padres. Al cuerno mi reputación».

Sí, que le dieran a su dote y al protocolo. Por primera vez en su vida, Ruth estaba segura al cien por cien de lo que quería hacer, de cuál era el siguiente paso. Quería tomar el mando de su vida y las riendas de su futuro. Quería amar libremente: sin obligaciones, sin matrimonios forzosos y dónde, cómo y cuándo ella lo decidiese.

Claro que antes de eso quizá debería… ¿o no? Bueno, por tantear no perdía nada.

«Y», pensó, «esos deseos en alguien de mi edad son de todo menos raros. Lo raro es lo mío…»

Por lo que, en cuanto le dijo aquello, Ruth se levantó, se aproximó a él, pasó una mano por detrás de su nuca, con la otra le robó la botella para dar un trago y acto seguido lo besó con toda la pasión que su cuerpo aullaba por sacar a relucir. Sin embargo, antes de que pudiese pasar nada más, la joven se retiró ligeramente y murmuró, entre beso y beso:

—Está bien, Akhen. Basta de juegos y tonteos. Los dos sabemos lo que queremos… y ya somos mayorcitos para tenerlo —su pensamiento voló hacia la frase prohibida; pero, llena de valentía, se arriesgó: «nunca he hecho esto, nunca he estado con un hombre. Pero eso se acabó. Te deseo a ti». Y, posteriormente, con un escalofrío, concluyó—. Así que ya puedes hacerme tuya porque no me voy a resistir.

* * *

Recibir una bofetada no le habría sorprendido; a fin de cuentas, estaba metiéndose en terrenos más que farragosos. Lo que sí lo dejó de piedra fue que ella le arrancase la botella de las manos, bebiese y colocara sus labios sobre los suyos de aquella manera tan poco casta. Los dedos de la chica enredándose en su cabello hicieron que una descarga eléctrica recorriera su cuerpo de arriba a abajo y lo dejaran allí plantado, intercambiando besos llenos de fuego con la Hija de Júpiter. Oficialmente, no entendía a Ruth Derfain, pero no le importaba, a la vista estaba lo que ambos deseaban. Los besos se sucedieron un poco más hasta que ella soltó la bomba.

No solo quería acostarse con él, lo que para Akhen ya era más que suficiente, sino que también quería que él fuera el primero con quien compartir lecho. La impresión de saber que aquella chica tan hermosa nunca hubiera llegado al final con nadie, así como la responsabilidad de ser él quien se encargase, hizo que su cabeza chocase con la pared a su espalda. No era gracioso, para nada, pero la situación vista desde fuera debía serlo, pues lo único que hacía el Hijo de Mercurio era sorprenderse y golpearse, todo en uno. Se pasó la mano por la coronilla, justo donde se había golpeado y observó a la muchacha, seria y decidida frente a él.

«La cosa va en serio», pensó mientras sondeaba la mente abierta de Ruth y todas sus reflexiones.

—Ruth —dijo, totalmente lúcido gracias al golpe que había separado sus labios de los de la joven Derfain—, tienes que pensarlo bien: esto no es algo que deba hacerse a la ligera. Debería ser un momento bonito, sobre todo para las chicas —y su mano acogió la que ella tenía libre pues sujetaba la botella en la contraria—. No me malinterpretes: estoy deseando estar contigo así, pero te va a doler y, …no quiero que me odies por habértelo hecho yo.

Completamente seguro de que no mandaba ningún pensamiento inconsciente recordó su primera vez. Tenía dieciséis años, ella dieciocho y fue un desastre. Había aprendido muchas cosas desde entonces y a lo largo de los años, hacía unos cuantos ya, se había enfrentado a situaciones similares, aunque nunca con una mujer de casi treinta años. Ruth era tan inocente… No quería hacerle daño, pero si ella insistía…

Sus dedos se enlazaron ahora en su mejilla, levemente acalorada por lo que estaban haciendo. Acunó su rostro con ternura y la miró a los ojos, enviándole un único pensamiento, tan claro como el cristal:

«Me gustas muchísimo, pero no quiero precipitarme; solo lo haremos si estás segura».

Cuando sus lenguas se encontraron de nuevo, el sabor del alcohol se colaba ahora con más intensidad entre las brumas del deseo.

* * *

Cuando se separó de ella, Ruth se sintió algo decepcionada, pero lo que no pudo fue camuflar la sorpresa de su rostro cuando él habló. Sí, por supuesto que quería estar con ella, pero no quería hacerle daño. De nuevo se preocupaba por su bienestar y, no estaba segura de si era su intención, pero lo único que consiguió fue reforzar su visión de él. Si se hubiese tratado de cualquier otro pelele dispuesto únicamente a casarse con una princesa de Ávalon, estaba segura de que se hubiese lanzado sobre ella sin miramientos. Pero no era el caso. Ella le había ofrecido su virtud y tenía claros los motivos. Sin embargo, sabía que él se merecía saber la verdad al completo. Si se preocupaba por ella, debía entender todo lo que la llevaba a aquello. Y Ruth necesitaba que entendiese que no era simplemente un arrebato pasional.

Así que, cuando por fin reunió el valor suficiente, se separó de sus labios, que habían vuelto a jugar con los de ella de una manera que le hacía temblar todo el cuerpo, y apoyó la frente sobre su pecho desnudo.

—Perdona. No quería que esto sonase así, y te aseguro que no imaginaba este momento de esta manera —rio con cierto nerviosismo.

Sin embargo, las siguientes palabras no salieron de su boca, sino de su mente. De repente, parecía como si sus cuerdas vocales no quisieran responder a causa de los nervios.

«Durante toda mi vida me han educado en la creencia de que tenía dos posesiones valiosas: mi dote y mi reputación. Sigo siendo una princesa y se supone que debería actuar como tal».

En ese momento se atrevió a alzar la mirada hacia él y le acarició el mentón.

«Pero me he cansado. ¡No soy un maldito objeto, demonios!»

Suspiró y agachó la vista, avergonzada ante aquella declaración tan ruda, fijándola sin querer en el pentáculo de él; a la vez que su mano, que parecía tener vida propia, se deslizaba hasta ahí.

—Estoy harta de que todo el mundo quiera decidir por mí —expuso, irritada—. Tengo casi treinta años y, lo sé, ser virgen a mi edad no debería ser normal… Pero así son las cosas —acto seguido se acercó más a él y volvió a apoyar la cabeza sobre su hombro—. Así que mi respuesta es no, no tengo miedo al dolor. Y sí, estoy segura de que no quiero hacerlo con nadie más que no seas tú. Confío en tí –después, alzó la cabeza y lo besó en el cuello, bajo el mentón, antes de casi suplicarle–. Seamos nosotros mismos por una vez en nuestra vida. Por favor.

* * *

En parte esperaba aquella respuesta, en parte la deseaba. De ahí que sus manos pronto viajaran desde el dulce rostro de la muchacha hasta otras partes de su cuerpo mientras ella se distraía con su cuello.

«Nadie mejor que tú»

Eso había sido lo que había destrozado las últimas resistencias de Akhen y a ello se había agarrado como si se tratara de una tabla de salvación que le llevase camino al paraíso.

Si la dote, la virtud y la reputación no importaban para ella y quería sentirse libre, él podía ayudarla, aunque sabía que podría sentirse terriblemente culpable después. Lo sorprendente de todo era que ella parecía no tener miedo mientras él estaba aterrado. Aunque era tan complicado resistirse a una mujer así que los lugares donde Ruth le había tocado aún estaban impregnados de calor: el pecho, el hombro y el mentón. Por no hablar del cuello, donde ella seguía entretenida.

Tragó saliva. Iba a demostrarle porque ni él ni ella eran simples objetos.

Sus dedos se enredaron en el cabello rubio de la chica y comenzó a besarla, esta vez de un modo completamente diferente. El deseo impregnaba el ambiente y era como una dulce película transparente que de pronto se había colado en su velada iluminada por candiles. Le quitó la botella de la mano y la dejó en el suelo para luego guiarla hasta la cama, donde la dejó caer y la recorrió con la vista y con los dedos. Estaba preciosa, tan dulce bajo su cuerpo.

De ahí que pronto empezase a desprenderla de ropa: comenzando por la camisa, que ya estaba casi hecha trizas; siguiendo por las botas que calzaba y terminando por los molestos pantalones de montar. La ropa interior que llevaba la chica era sencilla: un conjunto de algodón en los colores de su casa con un sujetador que no era más que una tira con un agarre al cuello y unas braguitas que dejaban poco a la imaginación. Por todos los Dioses…

—Lo haré con cuidado —prometió y se quitó el pantalón, dejando al descubierto unos ceñidos bóxer azules—. Si quieres parar, dímelo por favor.

Era fácil de decir, aunque en su fuero interno el Hijo de Mercurio sabía que no había vuelta atrás, mucho menos cuando ya solo hubo piel. Aunque Akhen cumplió con lo que le había dicho a Ruth, no quería hacerle daño; de ahí el sudor que perlaba su frente o el suspiro ahogado que escapó de sus labios en más de una ocasión. Fue cuidadoso en todos los aspectos que ese término podía tener en una coyuntura tan íntima. Unas horas después la chica dormía en sus brazos, aparentemente relajada y feliz mientras él sentía la espalda –además del hombro– en llamas, pero había merecido la pena. Había sido una experiencia nueva y muy gratificante. Besó la punta de la nariz de la muchacha que le robaba el corazón a pasos agigantados y finalmente se quedó dormido junto a ella.

* * *

Cuando se despertó, Ruth sentía el cuerpo lánguido, casi como si no fuese suyo. Despacio, abrió los ojos y miró un instante hacia la ventana. Apenas había amanecido. Lentamente paseó la vista por el resto de la habitación hasta llegar a su mano derecha, apoyada en un torso masculino que reconoció enseguida por el pentáculo tatuado sobre el pectoral izquierdo. Su vista recorrió entonces su propio brazo, su cintura y después se recreó en sus piernas, enredadas con otras fuertes y varoniles, la joven sonrió como una idiota y dejó caer de nuevo la cabeza junto al hombro de Akhen, a la vez que trataba de recordar todos los detalles de lo que había sucedido la noche anterior. Jamás había imaginado que estar con un hombre pudiese ser tan increíble y, en parte, lamentaba no haber podido conocerlo antes. Se ruborizó al pensar en lo poco que había podido aportar, dado su desconocimiento.

«Bueno, es el primer paso», trató de consolarse interiormente. «Ya llegará».

Lo cierto era que Akhen le había descubierto otro mundo y, al parecer, de infinitas posibilidades. No quería creer que, después de las caricias y besos que él había repartido estratégicamente por su cuerpo la noche anterior –Ruth había tratado de pasear sus dedos y sus labios, igualmente, por donde se le ocurría que podía resultarle agradable, pero se sentía igual que si fuese ciega y sordomuda en ese aspecto–, el sexo se limitase a… ¿cómo decirlo? “entrar y salir”, como parecía dar a entender la rectitud de la educación que había recibido toda mi vida.

«¿Cómo podemos estar tan ciegos?», se preguntó, desolada. «¿Cómo se podía seguir consintiendo que una mujer fuese un simple florero para su marido, y ya está?»

«No», decidió.

No iba a volver a ese tipo de vida. Lo cierto es que no estaba muy segura de las consecuencias que aquella noche podía tener sobre ella en el futuro; de hecho, súbitamente le asaltó la duda de qué sucedería si Akhen, después de aquello, decidía dejarla. Para él, un hombre experimentado, debía de haber sido toda una decepción.

Ruth suspiró y rodó ligeramente sobre el colchón, enfocando al techo. Sin duda, perder su virtud marcaba un antes y un después. Solo esperaba no haberse equivocado en su decisión.

«Igualmente, pase lo que pase, una cosa tengo clara», dictaminó mentalmente. «Ávalon ya no es el único lugar en el mundo para mí».


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