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#FanficThursday: Cars – «Una cita con el pasado» (Capítulo 11)

Capítulo 11. La decisión es tuya

Pixar Animation Studios
Rayo McQueen, Cars

La víspera de la siguiente sesión, Rayo se relajaba en el porche trasero de la mansión De La Vega; mientras observaba como Sally ayudaba a la madre de Nayara, Natalia, una elegante Audi Spider de color violeta oscuro, con algunas labores de jardinería. Rayo suspiró y dirigió la vista hacia el mar que se extendía al oeste, al otro lado de la ciudad. A pesar del éxito conseguido el día anterior en el juicio contra Tex, no podía evitar que la intranquilidad de Sally se le contagiase, de tanto en cuanto. Al fin y al cabo, ella conocía aquel mundo mil veces mejor que él… Y, si estaba preocupada por algo…

—¿Reflexiones profundas, campeón?

Rayo dio un respingo, sobresaltado, antes de relajarse y forzar una mueca en dirección a Naya.

—Nada fuera de lo normal —bromeó—. Circuitos, entrenamientos…

La abogada enarcó una ceja.

—Quiero darte las gracias, Rayo —apuntó, haciendo que él se girara con sorpresa—. Por ayudarme… ayudarnos —se corrigió— tanto en este caso. Espero poder devolverte el favor algún día.

Rayo sonrió, alentador.

—Lo que esté en mi mano —replicó, aunque su mirada de reojo hacia Sally no pasó desapercibida para la mexicana.

—Os envidio —confesó, y ante la extrañeza de Rayo aclaró—. Os queréis, confiáis el uno en el otro y casi podría decir que vuestra conexión se ve a simple vista.

Rayo sacudió el morro, cohibido, antes de sacudir el morro con modestia, pero no respondió. Puesto que había algo que le quemaba en la lengua y no estaba seguro de poder reprimir. Al final, se rindió y notó cómo su capó se abría casi por inercia para preguntar:

—¿Cómo era?

Naya lo encaró, curiosa.

—¿Quién?… Oh, ¿Sally? —adivinó enseguida. Ante el asentimiento del corredor, suspiró y compuso un gesto nostálgico, al tiempo que dirigía sus parabrisas hacia su mejor amiga—. ¿Cómo describirla? —reflexionó—. Sally… bueno, siempre fue una criatura curiosa —rio, recordando—. Desde que la conocí, no paraba quieta. Todo le interesaba, cualquier cosa le llamaba la atención y preguntaba sobre ello… —sonrió para sí misma sin poder evitarlo—. ¿Sabes? En la universidad Sally era la mejor: estudiaba la mitad y siempre sacaba mejores notas que yo. A veces casi la odiaba por ello.

—Y… ¿sus padres? —preguntó Rayo, cauto.

Naya, por su parte, le dirigió una mueca cargada de significado antes de responder.

—Sí, Sal me ha contado que los conociste. La verdad, no hay mucho más que añadir —suspiró profundamente, como si aquel asunto fuese espinoso hasta para ella—. Los padres de Sally siempre fueron muy exigentes en cuanto a protocolo y vida social. Los míos no, tengo que decirlo, así que nunca he entendido cómo era posible que fuesen amigos íntimos. Pero bueno, supongo que por eso no me sorprendió que, cuando nos fuimos a NY, a Sal se le abriera un nuevo mundo bajo las ruedas. De repente, quería probarlo todo, conocer, disfrutar… En fin, ser libre… —Naya hizo una pausa, torció el morro en media sonrisa mordaz y preguntó—. ¿Conoces ya su mayor secreto?

Rayo la imitó y fingió despistarse en los árboles que rodeaban el porche.

—Bueno… Solo si te refieres al tatuaje de su espalda.

Naya se rio con fuerza y complicidad a partes iguales.

—Sí, imaginaba que después de tanto tiempo lo habrías descubierto —replicó con alegría—. Yo fui menos discreta —le enseñó una delicada estructura alrededor de su rueda trasera derecha, cuyo exquisito acabado Rayo no pudo dejar de admirar—; pero, ella… En fin, pensaba que, si algún día su familia se enteraba, la desheredarían o algo así…

Rayo asintió para sí, comprendiendo.

—Pues si te digo la verdad, lo descubrí a los dos días de conocerla —apuntó, haciendo que Nayara abriese el capó de par en par.

—¡Te estás quedando conmigo! —renegó, incrédula—. ¿Hablamos de la misma Sally?

—Fue un descuido por su parte, qué me vas a contar —se excusó Rayo con falsa culpabilidad—. Aunque, es curioso. porque por aquel entonces aún me odiaba…

—Tenéis que contarme cómo se cruzaron vuestros caminos —pidió Naya, morbosa por naturaleza ante ese tipo de historias—. Seguro que es una anécdota curiosa…

—¿Qué anécdota?

—Hola, Sal —saludó Rayo a su novia con un cálido beso.

—Tu novio y yo hablábamos de cómo os conocisteis —confesó Naya, haciendo que Sally enarcara un parabrisas en dirección a Rayo.

—¿Ah sí? —quiso saber, sarcástica.

—Sí —admitió él—; aunque aún no le he contado mi «gran delito», señoría.

Y ante la mirada divertida de Naya, Sally agregó entre risitas:

—Nos conocimos en un tribunal, sí. Él era el condenado y yo la fiscal.

—Venga ya…

Nayara se moría por saber más. Sin embargo, la aparición repentina de la criada a su espalda hizo que los tres se volvieran, curiosos.

—Sara, ¿qué ocurre?

El pequeño Seat Arosa pareció dudar antes de responder.

—Lamento interrumpir, señorita. Pero… —tragó aceite—. El señor Mustang está aquí.

Los tres coches que la escuchaban pegaron un brinco y se miraron, alarmados. Pero Naya recobró enseguida la compostura… o, más bien, pasó de la sorpresa al enfado en menos de un cuarto de minuto.

—¿Cómo que Mustang está aquí?

—Sí, señorita —replicó la criada, conteniendo su temor—. Está en la puerta. Dice que… —echó un vistazo tras Naya que puso la carrocería de punta a la pareja McQueen-Carrera— quiere hablar con el señor McQueen. De fan a corredor, nada más.

Rayo entrecerró los ojos, Sally retrocedió como si la hubiesen pinchado y Naya permaneció estática, meditando.

—Dile que ahora mismo voy, Sara —anunció al cabo de unos segundos de meditación, para sorpresa de sus dos acompañantes—. Gracias.

El otro vehículo se despidió casi con prisas, antes de adentrarse de nuevo en la mansión.

—Rayo, lo siento… —se disculpó Naya—. Yo no…

—No te preocupes, Naya —la interrumpió él con una extraña serenidad—. Ya voy yo.

—¡¿Qué?! —se escandalizó Sally—. Rayo, ¿qué vas a hacer? No…

Pero él se dirigió enseguida a Naya.

—¿Puedes dejarnos solos un momento?

La joven abogada hispana dudó un instante, mirando alternativamente a Rayo y a Sally. Pero, al ver el asentimiento resignado de esta última, optó por aceptar.

—Voy a hablar con Mustang, te espero allí —anunció, no sin preocupación, antes desaparecer.

Así, cuando se quedaron solos, Sally no pudo contenerse más:

—Por favor, dime que has pensado bien en lo que acabas de decirle a Naya.

Rayo inspiró hondo. Debió haber supuesto que Sally reaccionaría así, aunque lo matase no saber bien por qué; pero también pensaba que aquella podía ser una oportunidad. Si realmente Álex ocultaba algo…

—Sally, confía en mí —le rogó, serio como una tumba—. Por favor.

—No vayas, por favor —suplicó ella en un hilo de voz—. Yo…

—Eh —la interrumpió él, sin violencia—. ¿Y si consiguiese averiguar algo? Vamos. Soy la persona de la que menos sospecharía.

—Eres mi novio. Claro que sospecharía.

—Solo he testificado una vez para probar mi inocencia, cielo —la rebatió él, tratando de borrar la preocupación de su rostro—. No tiene nada contra mí.

Sally se mordió el labio, nerviosa.

—No sé, Rayo. ¿Y si…?

—Schhh… ¿Confías en mí?—repitió él con dulzura.

—Siempre. Del que no me fío es de Mustang.

—Alex debe de tener algún motivo para acudir, precisamente ahora, a mí. No me dejaré hacer daño.

—No sabes cómo es —insistió Sally, terca.

—Confía en mí, Sally. Por favor. Quizá no sea nada, pero quizá podamos conseguir algo.

Sally entrecerró los ojos.

—¿Que tramas?

Rayo mostró media sonrisa misteriosa.

—Una salvaguarda para nuestro caso. Ya lo verás.

—Vale, pero me niego a que vayas solo y sé que los De La Vega también se negarán.

—De acuerdo. Me llevaré entonces a dos guardaespaldas de Tex —claudicó Rayo—. ¿Con eso te quedas tranquila?

Sally torció el morro.

—No demasiado, pero… —bufó—. Sé que vas a ir de todas maneras, así que…

Rayo sacudió el morro.

—Oye, estoy seguro de que Álex no se atreverá a hacerme nada —aseguró—. No ganaría con ello. Para bien o para mal, soy un coche mediático y, si algo me pasara, vosotros sabéis que estoy con él. Si ha venido él en persona, no creo que sea tan estúpido como para arriesgarse a que lo pillen así; y menos estando metidos ambos en un caso tan importante, no crees?

Sally tragó aceite y buscó argumentos, desesperadamente, para pedirle que se quedara, que dejase de arriesgar su pellejo por ella. Pero no pudo. Así que, con resignación, murmuró:

—Tienes razón. Pero, ¿ten cuidado, vale?

Él la besó con ternura, alargando el momento todo lo posible hasta que Naya carraspeó a su espalda para preguntar qué hacían a continuación; que Álex se impacientaba.

Y ahí fue cuando Rayo guiñó un ojo a Sally y le dijo a Naya:

—Antes de nada, tengo que pedirte un pequeño favor…

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