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Capítulo 9 – Una reflexión interesante

Sonriendo con educación, aunque algo forzadamente, Ruth se adelantó para franquear el umbral del local. Las apariencias exteriores no engañaban: aquel debía de ser uno de los establecimientos más caros con diferencia de toda la ciudad.
En cuanto escogieron mesa y se sentaron, un camarero se apresuró en su dirección, preguntando qué iban a tomar. Por primera vez, Ruth cayó en la cuenta de que sus conocimientos sobre bebidas y cócteles eran igual de escasos que el resto, en lo que a vida social se refería. Pero, por suerte, iba acompañada de alguien que sí parecía saber del tema. Así que, con media sonrisa –esta vez, algo más sincera, probablemente provocada porque cada vez que sus iris de cristal se cruzaban con los de él, marinos e insondables, pensaba que todo podía ser posible si seguían tan cerca uno del otro– Ruth se giró hacia él y enarcó una ceja en su dirección, a la vez que su mente formulaba un pensamiento.
«Tú mandas».
* * *
—¿Lo de siempre, señor Marquath? —preguntó el recién llegado, un muchacho llamado Tommy, si la memoria del Hijo de Mercurio no le fallaba. Por toda respuesta, Akhen esbozó una ligera sonrisa y asintió de una cabezada. Su combinado predilecto era el Violet Season, una mezcla de potente vodka suavizado con la dulzura del licor de mora. Dejó entonces que su mirada se enroscase en la de Ruth y la calibró: ¿qué bebida le iría bien a una chica como ella, fuerte, pero auténtica, inocente pero valiente? — y un Firework para la señorita.
Whisky, no estaba seguro de que a ella fuera a gustarle, pero lo había dejado en sus manos, de manera que era su obligación tomar aquella decisión.
—Muy bien, señor.
El chico rondaría los veinte años y su rostro surcado de pecas se mostraba sonriente y apacible. Hizo una reverencia y se marchó por donde había venido. El rubio heredero lo siguió con la mirada para verlo perderse tras la elegante barra en la que prepararía los pedidos. Aprovechó para curiosear por el establecimiento, lo que hizo que tuviera que repartir inclinaciones de cabeza aquí y allá. Cuando finalmente volvió con Ruth, negaba con la cabeza, había estado ciento de veces en aquel local cerrando tratos junto a su padre, era lógico que todos lo conocieran. Por alguna razón le pareció adecuado explicárselo a ella.
De ahí que sus dedos juguetearan como por casualidad con los de ella para captar su atención de modo directo.
—Vengo a menudo aquí con mi padre —señaló, acariciando la mano de la joven con delicadeza—. Le gusta traerme porque dice que hay cosas que los hombres debemos aprender —dijo y se separó de la muchacha, porque acababan de traerles las bebidas. Agradeció la comanda y rodeó el morado líquido de su enorme vaso con los dedos—. Ruth, hay algo que quiero hablar contigo y no estoy seguro cómo empezar…
¿Cómo se supone qué le dices a una chica a la que has visto dos veces algo tan extraño? Suspiró y encaró su mirada, ¿qué pensaría sobre lo que acababa de decirle?
* * *
Firework… El nombre no sonaba mal, por lo que Ruth sonrió y asintió sin dejar traslucir en su rostro ni una pizca de inseguridad. Mientras traían las bebidas, se fijó en que Akhen miraba a su alrededor. Al parecer, devolviendo algún que otro saludo. Sin saber por qué, los que recibió de las dos o tres mujeres que se encontraban en el local no le gustaron lo más mínimo a la joven princesa. Daba la impresión de que, en los gestos de ellas, había un significado implícito mucho más poderoso que la simple cortesía. De nuevo Ruth se sintió avergonzada por su ignorancia con respecto a los hombres. Cierto que alguna vez había besado a alguno cuando era una adolescente –cocineros, sirvientes… En general, hombres que vivían en la fortaleza y con los cuales era sencillo tener escarceos sin mayor trascendencia–; pero, cuando llegaba el momento de dar un paso más, ella siempre retrocedía. Puesto que, no en vano, la habían educado así.
«¿Se habrá acostado con otras mujeres?», se preguntó para sus adentros, sin cuidar de proteger su mente ya que él parecía distraído y no estaba segura de si realmente lo escucharía.
Pero la respuesta llegó por parte de su subconsciente como un huracán.
«Claro que sí, Ruth. El resto del mundo no tiene tus limitaciones con respecto a acostarte con la gente…»
En ese instante la joven se tensó, temerosa de que lo hubiese escuchado y de ver peligrar su relación con él. ¿Qué pensaría un hombre de mundo como él de ella cuando se enterase de que…?
Ahí, la atención de Akhen volvió a centrarse en ella y la princesa sacudió la cabeza para tratar de disipar aquellos negros pensamientos. Sus dedos acariciaban los de ella, haciendo que un escalofrío de placer recorriera su espalda. Sin embargo, cuando le dijo aquello de que su padre le llevaba a aquel lugar porque los hombres había ciertas cosas que debían aprender, Ruth tuvo que reconocer que su ansiedad aumentó de forma exponencial.
Akhen interrumpió el contacto físico entre ambos en cuanto llegaron las bebidas. Tratando de recuperar una respiración normal y camuflar sus emociones, Ruth dio un sorbo a su cóctel, alabando mentalmente el buen gusto de su acompañante. La bebida tenía una mezcla de sabores dulces y a la vez picantes que, sin saber por qué, la calentó por dentro. Aunque su nerviosismo se disparó del todo en el momento en que me dijo que tenía que hablar con ella y no sabía por dónde empezar. No estaba segura de estar preparada para lo que él tuviese que decir. Sin embargo, la joven logró magistralmente camuflar su tensión tras una sonrisa expectante a la vez que respondía:
—Espero que no sea nada grave —Y, a la vez que volvía a acercar sus manos y apretaba sus dedos entre los de ella tratando, no sabía por qué, de infundirle cierto valor, agregó—. Adelante. Soy toda oídos.
* * *
«Como si fuera tan fácil», se dijo a sí mismo el Hijo de Mercurio, pasándose la lengua por los labios.
Su plan inicial era hacer como si realmente no hubiera ocurrido nada, mostrar su enfado con escarcha en sus palabras y que la joven lo descubriese, si es que realmente estaba interesada. Sin embargo, las cosas ahora eran diferentes. Al verla se dio cuenta que algo había cambiado.
—No soy como el resto de tus pretendientes, Ruth —Y no se debía sólo a que ella no lo hubiera echado a patadas—; la primera vez que nos vimos me dijiste que no querías más novios de papel ni matrimonios concertados —No estaba seguro que ella lo siguiera, por eso continuó con su explicación—. Si nos casamos, no seré una extensión de ti, ni permitiré que tú lo seas de mí. Si finalmente lo hacemos, seremos nosotros mismos —Necesitaba una copa para seguir adelante. De ahí que, cuando el combinado cayó por su garganta, se sintiese con más energía—. Lo que quiero decir es —sus manos volvieron a las de la chica, con intensidad— que me gustas —lo que para él era un mundo—, pero no quiero sentirme como el otro día en Ávalon. No quiero que me expongan en una vitrina y decidan por mí. Si decidimos estar juntos, tiene que ser porque ambos lo deseemos.
* * *
Cuando terminó de hablar, Ruth tardó un largo minuto en terminar de procesar lo que le estaban diciendo. Con cada una de sus frases, su estómago subía y bajaba como en una montaña rusa. Que ella le gustaba, pero que no quería ser un florero ni que decidieran por él. Que si se casaban serían ellos mismos… Por un instante, le pareció una situación tan irreal que no fue capaz de articular palabra. Ni siquiera se atrevía a retirar una de sus manos del calor de sus dedos, por miedo a que el hechizo se rompiera. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Ruth Derfain se obligó a respirar hondo y a enfrentar su mirada. Había llegado la hora de ser sinceros.
—Akhen, tú también me gustas —confesó, sin miedo alguno—. Y te entiendo más de lo que crees —En ese instante, sin saber por qué, la joven volvió a sentir ese frío procedente de ninguna parte y una amargura que ascendió desde su ombligo hasta la garganta, obligándola a tragar saliva. Lo que iba a decirle no se lo había confesado a nadie. Jamás. De ahí que retirase sus manos, cruzase los brazos sobre la mesa y bajase la vista—. Durante toda mi vida he sido la hermana pequeña de la que pronto será la mujer más poderosa de Ávalon. Si hubiese nacido con otro poder, quizá el futuro hubiese sido más sencillo para mí; pero… ¿Qué puede hacer una Hija de Júpiter que sabe que jamás alcanzará un puesto de poder? —suspiró y tomó un sorbo de su copa, dándose cuenta de lo mucho que la aliviaba poder hablar de aquello con alguien—. Siempre me he sentido como una segundona de la que mis padres tenían que hacerse cargo de alguna manera y cuyo matrimonio beneficiaría a todo el mundo menos a una persona —La mujer rubia alzó la vista hacia él para enfatizar sus siguientes dos palabras y bebió antes de pronunciar—. A mí —suspiró, dándose cuenta de que aquella perorata la estaba dejando agotada; pero, por algún motivo, su subconsciente no quería que dejase de hablar—. Aparte de que… —Entonces, dudó. Rápidamente, se dio cuenta de que no era el momento de decirlo. Ya había desnudado su alma lo suficiente, decidió antes de sacudir la cabeza, reclinarse hacia atrás en la silla y fijar su mirada en un punto indefinido del fondo de la sala—. No importa —lo miró de reojo, dándose cuenta de que quizá había sido demasiado dura—. Gracias por ser tan sincero conmigo.
* * *
Las palabras de la Hija de Júpiter cayeron sobre Akhen con la violencia de un tornado. Hasta cierto punto, y gracias a los pensamientos que Ruth había dejado escapar en más de una ocasión, el joven podía llegar a intuir algo así, aunque no esperaba que ella se sintiera de un aquel modo. La entendía, pues desde bien pequeño siempre había quedado claro que nunca sería quien su autoritario padre y su estirada madre querían que fuera. Se mordió el labio con fuerza; en un principio, solo esperaba encontrar una esposa florero en Ruth. Siendo sinceros y teniendo en cuenta lo obcecados que estaban sus progenitores con conseguir un buen matrimonio para su único hijo, era lo máximo a lo que el rubio podía aspirar.
Aunque ahora se daba cuenta de lo equivocado que había estado, él y todos a su alrededor. No quería un cuadro bonito que enseñar a las visitas, no quería una mujer vacía que llevar del brazo para presumir mientras una nodriza voluntariosa se hacía cargo de los niños. Dos, probablemente. Quería ser él mismo, no deseaba un matrimonio tan absurdo como el de sus padres, quería algo… real y quizás fuera su oportunidad para conseguirlo. No mentía al decir que ella le gustaba: era preciosa, decidida y tenía aquel halo de dulzura que la hacía tan seductora a sus ojos. Aquello era un principio. Además, él le gustaba también, lo que solo podía significar que aquel asunto iba por buen camino.
—Gracias por serlo tú también —la sonrisa que punteó sus labios fue una de las más genuinas que los habían pintado en los últimos días, puesto que el enfado había sido la nota predominante en el rostro del Hijo de Mercurio. Como ella se había retirado, y no era la primera vez que ocurría algo así, decidió ir un poco más despacio. Él mismo había propuesto no llevar prisa, aunque aquella monada que tenía en frente no se lo ponía precisamente fácil con aquellos enormes ojos azules y aquel cuerpo para el pecado. «Céntrate», se censuró y, de inmediato, después puso su mente a trabajar. Quería sacar el máximo juego a lo que había pasado desde que se encontraron. Le habían llegado algunos pensamientos sueltos, pero había estado concentrado en pedir y saludar, de manera que de soslayo le había llegado la palabra “acostarse” pero no había querido darle importancia porque lo llevaba de nuevo al camino del que quería salir. El joven volvió a beber y encaró a Ruth de nuevo—. Yo no creo que seas una segundona, Ruth; creo que eres estupenda y te mereces que te lo reconozcan. Ahora toca lo complicado, por eso me preguntaba si querrías que volviéramos a vernos… me refiero en una cita.
No era la primera vez que le pedía eso a una chica, pero Ruth era una Hija de Júpiter, nunca había salido con una mujer así. Aunque, muy a su pesar, imaginaba que el rango de la rubia joven o su casa no tenían nada que ver con su modo de verla.
«Mierda», se quejó, aunque optó por ofrecerle su mejor sonrisa.


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