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#FanficThursday: Cars – «Una cita con el pasado» (Capítulo 8)

Capítulo 8. Algún día. Te lo prometo.

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Chick Hicks, aún corredor del htB, sonrió con petulancia mientras Rayo, como por instinto, escondía a Sally tras su parachoques trasero. Ella se sorprendió un poco, pero no protestó. Se limitó a observar con desagrado al coche verde cubierto de pegatinas. Aquel por cuya culpa Rayo había sacrificado su primera Copa.

—¿Qué hace aquí mi más odiado rival en la pista? —continuó mofándose Hicks—. ¿Acaso te muerde la conciencia no haberte ido con Dinoco cuando tuviste la oportunidad? —Rayo apretó los dientes, pero no contestó y trató de esquivar a Chick, así como a un par de malencarados que se le habían unido por la espalda—. Tranquilo, Ka-Chow, por lo visto tomaste la decisión correcta…

La advertencia de Sally para que no reaccionara llegó tarde. Rayo no fue capaz de contenerse más.

—¡Oh, perdona, Chick! —repuso, volviéndose con expresión maliciosa—. Quizá podías haber aprovechado tú esa llanta que yo dejé caer, ¿no crees?

Para desesperación de Sally, que observaba todo desde la barrera, el viejo enemigo de Rayo pareció relamerse al comprobar que había conseguido lo que quería.

—¡Por favor, McQueen! —siseó, divertido—. No me digas que le tienes tanto aprecio al viejo Tex… Solo es otro empresario podrido de dinero que solo piensa en sí mismo, como todos…

—Será por eso que tu equipo quiso hundirlo, ¿me equivoco? —intervino entonces Sally, buscando cortar de raíz aquella absurda discusión—. Como todos…

Y, empujando de manera elocuente a Rayo, lo instó a que ambos se fueran. Pero lo que no esperaba ninguno era escuchar lo siguiente que salió de labios de Chick:

—Tú no te metas, chica —y cuando la pareja se volteó como uno solo, claramente ofendidos, agregó con acidez—. Tu rencilla con tu ex va aparte de todo esto.

Mientras Sally lo observaba, boquiabierta y sin saber de dónde había obtenido semejante personaje esa información, Rayo notó de inmediato cómo todo su interior se calentaba de rabia.

—Ni se te ocurra hablarle así, Chick —masculló con rabia, encarando a su enemigo.

Este, lejos de asustarse, pareció encontrar la situación todavía más cómica.

—¿Y quién va a impedírmelo, McQueen? —se burló, mirando al corredor más joven de arriba abajo con desdén—. ¿Tú?

—Rayo, vámonos —lo instó Sally de nuevo, sin mirar de nuevo a Chick.

Sin embargo, aquel ya no veía ni escuchaba nada que no procediese de los labios verdes del corredor del htB.

—Puedes estar seguro —amenazó—. Como se te vuelva a ocurrir…

—Eh, Rayo, Sally —Naya los llamaba desde la barrera, rompiendo la súbita tensión del momento—. Es hora de irse.

Rayo, tras unos segundos de indecisión, inspiró hondo y se retiró, tratando de ignorar la sonrisa de suficiencia de Chick mientras lo hacía.

—Tu amigo Tex acabará entre rejas, McQueen —le advirtió con sorna, mientras Sally y su novio se alejaban hacia la calle inundada de periodistas—. ¡Recuerda mis palabras!

Pero Rayo había dejado de escucharlo; en especial, cuando los reporteros se le echaron encima para preguntar por la afirmación de Chick. Como al entrar, el corredor volvió a consultar la decisión en silencio con Sally. Pero esta, para su sorpresa, le retiró la mirada de golpe; centrándose en Naya, que rodaba junto a su otro costado. ¿Qué estaba sucediendo? De la sorpresa, el corredor apenas fue consciente de que eran los Weathers los que le salvaban el pellejo, tomando el relevo. Lynda fue la que, con su costado, consiguió parapetar a Rayo del todo y sacarlo de la vorágine.

Cuando Naya comprobó que todos estaban ya fuera del alcance de las cámaras, sonrió con tristeza.

—Venga, vamos todos a cenar a mi casa —anunció, antes de hacerle un gesto elocuente a Rayo y añadir—. Hay alguien que quiere conocerte.

Rayo le devolvió la misma mueca, agradecido.

—Gracias, Naya. Te lo agradezco —así, obedientes, las dos parejas siguieron a Naya por el camino que enfilaba hacía la zona baja de Chevrolet Hills. Momento en que Rayo se volvió hacia Sally y preguntó—. Eh, ¿va todo bien?

Pero ella le devolvió una mirada inexpresiva antes de replicar, molesta:

—¿Por qué has tenido que hacer eso? ¿Eh? Explícamelo.

Rayo casi se quedó clavado en el sitio, anonadado. ¿De qué estaba hablando Sally? ¿Qué había pasado? Cuando se repuso, aceleró para volver a ponerse a su altura, puesto que ella no se había dignado en detenerse y había continuado tras Naya, sin volver la vista atrás.

—¡Sally! ¡Eh! —al gritar, consiguió que ella se diera la vuelta y frenara un poco, lo que le permitió a él situarse oblicuo por delante, cortando ligeramente el paso— ¿De qué me hablas? ¿Qué he hecho?

Sally inspiró hondo, mirándolo con cierta oscuridad alojada tras sus ojos verdes que puso a Rayo todas las bujías de punta.

—¿De verdad? ¿No lo sabes?

El corredor negó con el morro, ignorante. Sally, por su parte, sacudió el capó y puso los ojos en blanco mientras murmuraba algo que sonó a: «hombres…». Cosa que no hizo sino enfadar a Rayo.

—Eh, oye: ahora no te hagas la misteriosa conmigo. Sé que no estás pasando por una buena época, pero…

—Pero, ¿qué? —lo interrumpió ella—. Venga, dilo.

Rayo abrió el capó, inseguro.

—Que no entiendo por qué la estás pagando conmigo ahora. ¿Qué te he hecho? —repitió, dolido.

Sally, por primera vez en todo ese rato, bajó la vista y suspiró, rendida.

—No hace falta que me defiendas como si fuese una niña desvalida, ¿estamos? —y ante la incredulidad de Rayo, agregó—. Sé librar mis propias batallas desde hace mucho tiempo.

El corredor sintió la gasolina hervir. ¿Cómo podía decirle esas cosas? ¿Era por la discusión con Chick? ¿Es que acaso había obrado mal? Solo intentaba protegerla pero, por lo visto, no se daba cuenta. De que todo era por ella. Porque no soportaba verla sufrir.

Sin embargo, solo fue capaz de girarse, dolido, y murmurar:

—Sí, ya me he dado cuenta en el juzgado.

Sally abrió los ojos y el capó, sorprendida y herida por quien menos lo esperaba, mientras Rayo se daba la vuelta y seguía a Naya y a los Weathers colina arriba. Estos se habían parado unos cien metros más allá, sin saber por qué la pareja se había detenido; y McQueen se sentía muy avergonzado de que los hubieran visto discutir con todo lo que ya estaba pasando. Cuanto más ascendía e, incluso, hasta el momento en que tuvo la puerta de la mansión De La Vega delante, no podía dejar de rumiar lo injusto que era aquello. Pero también había un asomo de culpabilidad en su corazón. Quizá, solo quizá, había reaccionado de manera exagerada con Chick. Era capaz de sacarlo de sus casillas de tal manera…

En ese instante, Rayo vio por el rabillo del ojo cómo Sally atravesaba el portón enrejado del jardín junto a Naya, que la miraba con cierta tristeza e intentaba animarla sin lograrlo. Ninguna de las dos dirigió una mirada al corredor mientras la comitiva entraba en el recinto y eran recibidos por el matrimonio De La Vega, los padres de Naya. Educada, esta presentó a Rayo a sus padres y ambos lo cubrieron de elogios, antes de conducir a todos los invitados a un comedor al aire libre situado en la parte oeste de la casa. Desde allí se veía el comienzo del atardecer sobre el Pacífico, mientras todos comían e intercambiaban impresiones sobre el juicio. Andrés De la Vega, el padre de Naya, tenía tan poca simpatía a Mustang como su hija. Pero cuando el apellido del fiscal salió a relucir, Rayo solo podía observar las reacciones de Sally. No obstante, la mente de su novia parecía estar lejos de allí. En algún punto sobre el mar. Estaba claro que escuchaba, porque de vez en cuando hacía algún apunte a la conversación. Pero, en cuanto perdía el interés, su mirada volvía a ser un pozo vacío.

Cuando el mayordomo y la doncella recogieron todo lo que había en la mesa, a varios de los presentes, incluyendo a su novio, les sorprendió que la joven Porsche se excusara para entrar en la mansión. La madre de Naya, Natalia, la animó con una sonrisa.

—Por supuesto, querida. Sabes que esta es tu casa siempre que lo necesites.

Sally le devolvió el gesto, comedida.

—Gracias, señora De La Vega. Lo sé.

En cuanto se fue las miradas volaron furtivas hacia Rayo, pero este asintió en dirección hacia Naya y esta captó de inmediato la intención, arrancando una nueva conversación con fingida alegría. Cualquier cosa que rompiera el incómodo silencio y permitiese a Rayo meditar qué hacer a continuación. Agradecido, sonrió brevemente a Naya y esta le guiñó un ojo, cómplice. De hecho, un rato después, cuando los matrimonios más veteranos decidieron pasar al porche trasero a disfrutar de la brisa de la caída del sol, Rayo se dirigió con disimulo hacia el interior de la mansión. Y, al pasar junto a Naya, esta le susurró:

—La biblioteca. Ala Este, fondo derecha.

El corredor asintió brevemente.

—Gracias, Naya.

La otra chocó una rueda con él antes de alejarse.

—Un placer.

Siguiendo sus indicaciones y esquivando a algunos criados que iban y venían, Rayo se encaminó hacia la zona señalada de la casa. Estaba más apartada y era más silenciosa, perfecta para albergar la zona de estudio. En efecto, tras adentrarse en un pasillo algo penumbroso, Rayo atisbó una rendija de luz que parecía una puerta abierta.

Al llegar al final del corredor pudo apreciarla en todo su esplendor: doble hoja, pomos de metal forjado y madera tallada hasta el techo. Al otro lado, un recinto de unos cien metros cuadrados con las paredes forradas de estantes llenos de libros. Una araña colgaba del centro de la estancia y, bajo ella, una mesa de algo que parecía roble se extendía en forma de enorme circunferencia, reflejando la luz de las bombillas como un espejo. Pero, junto a ella, había alguien que también las reflejaba aunque no quisiera.

Sally se encontraba enfrascada en la lectura de un grueso manual cuando él entró. Alzó la vista, sus miradas se cruzaron y un silencio tenso se instaló entre ambos. Rayo tragó aceite antes de decidirse a dar el paso.

—Sally, lo siento —murmuró, cargado de remordimientos—. Tenías razón. No tenía que haberme comportado así, pero Chick me puso furioso y…

Ella suspiró, haciendo que él se interrumpiera y quedase en suspenso, aguardando su respuesta. Algo que no tardó en llegar.

—Yo también lo siento, Pegatinas —admitió—. No tenía que haberme puesto así. Pero… —resopló con cansancio y se volvió hacia las estanterías con expresión nostálgica—. Esto me supera: Álex, el juicio, mis padres… Todo —hizo una breve pausa mientras contemplaba los libros y, al cabo de ese rato, confesó—. ¿Sabes? Cuando era pequeña y me sentía triste siempre recurría a ese lugar… Aquí o en casa de mis padres —rozó un volumen cercano con la rueda izquierda delantera—. Leer y estudiar me ayudaba a no pensar en todo lo que se esperaba de mí en otros ámbitos de la vida.

Rayo mostró media sonrisa.

—En mi casa recuerdo que también había libros, pero nunca les hice demasiado caso —admitió, haciendo que Sally se girara hacia él, curiosa—. Estar en mi casa era un suplicio, así que prefería salir a correr… —cauto, se acercó a su novia—. Oye, Sally. Lo que te dije viniendo hacia aquí… Lo siento de veras. No soy quién para juzgar cómo te sientes o cómo afrontas tu pasado —mostró un gesto conciliador—. Sé que me quieres y con eso debería bastarme.

Sally, tras un instante de duda, también sonrió a medias.

—Eso nunca deberías dudarlo —se acercó a su vez—. Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.

Rayo aproximó su guardabarros para rozar el de ella y lo tranquilizó que Sally se dejara. Pero fue entonces cuando se fijó por primera vez en la fotografía que había en el estante más cercano y se aproximó para mirarla más de cerca. Dos chicas jóvenes vestidas con un birrete y una toga negra sonreían a la cámara con las ruedas delanteras muy pegadas. Una, gris, con cuatro anillos en la nariz y pintura casi plateada. Y la otra, de color azul cielo, ojos verdes y una chapa roja y amarilla en la punta del morro.

—Esas somos Naya y yo —le confirmó Sally con nostalgia—. Parece que fue ayer y ha pasado casi una eternidad… Fue cuando nos graduamos en la universidad —suspiró con cierto pesar—. Cuando empezó el fin…

Rayo se giró y la acarició de nuevo, con tiento, sin saber si volvería a apartarse. Por suerte, parecía que la tormenta había pasado, porque ella aceptó el mimo sin rechistar. Con las chapas juntas, ambos se quedaron unos segundos mirando la foto, cada uno sumido en sus pensamientos. Al menos, hasta que Rayo preguntó:

—¿Algún día me contarás lo que pasó con Álex?

Y Sally, tras dudar un instante, respondió con media sonrisa amorosa.

—Algún día, Pegatinas. Te lo prometo.

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