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#FanficThursday: Cars – «Una cita con el pasado» (Capítulo 7)

Capítulo 7. Después de tanto tiempo…

Cruz Ramirez x Jackson Storm - Un problema con sally!!! - Wattpad

—¡McQueen! ¡McQueen! ¡Aquí, McQueen!

«Oh, maldita sea…», rezongó Rayo para sus adentros.

Claro que… debería haberlo imaginado en el que prometía ser el juicio más mediático del verano.

—¡McQueen! ¿Sabías algo de todo esto? —lo asaltó una joven periodista que, más osada que los demás, consiguió colocar su micrófono a apenas dos centímetros del capó del corredor—. ¿Conoces bien a Gran Tex? ¿Qué tienes que decir sobre su condena?

Rayo cruzó una mirada con Sally, que negó suavemente con el morro. Por ello, su novio alzó el capó y pronunció:

—Lo siento, no puedo pronunciarme al respecto. Gracias —intentó esquivar a los periodistas mientras Sally se mantenía pegada a su costado, con el capó cerrado con firmeza y la mirada al frente—. No hay más declaraciones.

Con algo de esfuerzo, la pareja consiguió abrirse paso despacio hacia el edificio del juzgado: una anodina estructura de cristal y cemento blanco que daba bastante poca confianza, al menos desde el punto de vista de los dos recién llegados. Por suerte, alguien los rescató de los paparazzi en cuanto cruzaron la verja.

—¡Rayo!

El aludido sonrió, animado, al ver al matrimonio Weathers acercándose a ellos.

—¡Señores Rey! —contestó, enfilando sus ruedas igualmente en su dirección—. ¿Cómo están?

Strip Weathers, el 43 que había sido «Rey» de Dinoco durante tantos años hasta su retirada tres temporadas atrás, chasqueó la lengua con disgusto evidente.

—No muy bien, la verdad. Estamos muy preocupados por Tex.

—Sí, es cierto —corroboró Lynda, su esposa, situándose a su lado—. La verdad… No lo entendemos.

—No, lo cierto es que nosotros tampoco —Rayo miró a Sally significativamente y ella asintió, convencida, antes de que él prosiguiera—. Tex es un buen coche y jamás perjudicaría así a su marca. No podría imaginarlo de él.

Para su extrañeza, Strip y Lynda intercambiaron una mirada indescifrable. Pero antes de que pudiese preguntar qué significaba, la ranchera azul miró a su espalda como si hubiese escuchado algo que solo ella podía percibir.

—Es la hora —se giró hacia su esposo, acongojada—. ¿Vamos adentro?

Strip se volvió hacia Rayo, como si buscara también su aprobación para entrar. Tras un segundo de duda, el corredor asintió despacio y siguió, junto a Sally, al veterano matrimonio. Mientras tanto, una idea incordiona no dejaba de rondar el salpicadero de Rayo. Algo que, por mucho que lo intentase, no conseguía descartar. Esperaba equivocarse.

Por dentro, el edificio del juzgado era más sobrio que el de Radiador Springs e incluso la sala donde se iba a celebrar el juicio tenía un aire… ¿tristón? Rayo suspiró, nervioso sin saber muy bien por qué, antes de adentrarse por fin en la sala de madera pulida. Naya y Tex ya se encontraban allí, hablando en voz baja con cara de circunstancias. Rayo y Sally se aproximaron enseguida, junto a los Weathers. A Naya, por su parte, se le iluminó el rostro al ver a su mejor amiga y la saludó tan efusivamente como pudo, dadas las circunstancias. Pero el hechizo duró apenas unos segundos antes de que una voz arrastrada pronunciara, tras el maletero de Sally:

—Vaya, vaya. Si tenemos un público de excepción hoy…

La joven Porsche se puso tensa como la piel de un tambor, pero no respondió. No obstante, nadie pudo frenar la lengua de Rayo. Que, ni corto ni perezoso, bufó y soltó:

—Sí, desde luego. El circo siempre ha sido de mis espectáculos favoritos.

Y antes de que Mustang pudiese casi reponerse de la sorpresa, el corredor se dio la vuelta y fue a situarse lo más lejos que pudo del abogado, aunque cerca de donde estaba Tex.

Sally se atrevió a dirigirle una corta mirada de algo que pretendía ser desprecio a Álex, antes de dirigirse cabizbaja hacia donde estaba su novio.

«¿Qué te pasa?», se reprendió interiormente. «¿Por qué no eres capaz de enfrentarte a él?».

Rayo, percibiendo que algo no iba del todo bien, apoyó una rueda cariñosa en su llanta delantera y preguntó sin palabras. Sally, por su parte, solo se vio capaz de suspirar, apretar los labios y apartar la vista hacia el estrado mientras Rayo la imitaba, pero con un sentimiento muy diferente fluyendo por sus circuitos.

En ese instante, la jueza de instrucción del caso, la honorable Brenda Hudson, hizo su aparición y ascendió a su posición mientras era presentada por el alguacil de la sala. A Rayo le dio un ligero vuelco al corazón al comprobar su modelo y su profesión, pero camufló sus emociones a tiempo al comprobar que Mustang lo espiaba con desagrado por el rabillo del ojo.

—Estamos aquí hoy por el caso de Estado de California contra Tex Cadillac Dinoco. Se le acusa de adulteramiento de gasolina con jetpack 850, combustible destinado a la aviación y productor de efectos estimulantes y dopantes en los corredores. ¿Cómo se declara el acusado?

Tex irguió los cuernos que había atados a su radiador delantero con orgullo y proclamó, en voz clara:

—Inocente, señoría.

La juez se volvió hacia Mustang:

—¿La fiscalía tiene algo que decir?

El elegante Ford se aclaró la garganta, antes de leer los papeles que tenía delante con su peculiar tono petulante.

—La fiscalía considera que tiene pruebas suficientes para condenar al acusado, señoría. Análisis de los corredores que han dado positivo a dopaje durante los dos últimos meses, incluyendo la final de la Copa Pistón; muestras de tanques de gasolina de los equipos afectados y documentos de trazabilidad hacia sus refinerías de origen, los cuales prueban que todas son propiedad del acusado. Sin embargo, aunque esto sea así, se propone un acuerdo entre las partes —Sally vio cómo Naya observaba a Mustang con los parabrisas entrecerrados, sospechando, al tiempo que un escalofrío recorría su chasis—: una multa de dos millones de dólares y tres años de prisión, si se declara culpable.

El efecto de sus palabras, aunque ignorado por él mismo, se hizo patente en un jadeo colectivo de incredulidad. Pero lo más preocupante no era esa oferta.

O al menos, no para Rayo. El cual, de repente se había percatado de una de las claves de aquella encerrona. Y más le valía andarse con ruedas de plomo si no quería acabar completamente dentro de aquel lío. Tenía que hablar con Rusty y Dusty en cuanto pudiera; pero, de momento, su preocupación viró hacia los que tenía más cerca.

Sally miraba a algún punto de la madera, con la mente maquinando y encajando datos a toda velocidad. Naya parecía a punto de saltar sobre Mustang y Tex observaba al citado fiscal con todo el desprecio que era capaz de concentrar en sus ojos grises. El ambiente se tensaba por momentos. Al menos, hasta que la voz de la jueza, unos segundos después, se elevó para preguntar:

—¿Acepta la defensa el trato propuesto por la fiscalía?

Naya cruzó una mirada con Tex que lo decía todo antes de exclamar:

—No, no la aceptamos. Puedo demostrar la inocencia de mi cliente y lo haré, señoría.

La jueza asintió, conforme.

—Está bien, pues. Se levanta la sesión hasta pasado mañana a las once de la mañana. Pueden retirarse.

Con aquellas palabras, Sally pareció retornar de golpe al mundo real, porque le indicó enseguida a Rayo que salieran de allí e intercambió un gesto elocuente con Naya que el corredor no supo descifrar.

«Cosas de abogados», pensó, sin querer darle más importancia.

Pero resultaba más preocupante el hecho de que Álex no pareciese siquiera molesto con la decisión de la jueza. Más bien, parecía… ¿contento, mientras recogía sus documentos? Rayo sacudió el morro y apartó la vista. Si Sally seguía ayudando a Naya, aquello se les iba a hacer eterno; así que bastante tendría que verle la cara en los próximos días… O semanas.

De reojo, el corredor iba controlando las reacciones de Sally a todo aquello. Ahora mismo iba hablando con Naya y parecía concentrada en la conversación, serena y profesional. Rayo casi sonrió cuando recordó su primer encuentro con ella en un juzgado. Pero también podía ser una buena señal: que Sally podía superar encontrarse en Los Ángeles cerca de su peor enemigo. El tiempo diría…

—Sally.

La interpelada pegó un brinco sobre las cuatro ruedas y se giró de golpe, ya en el pasillo, como si la hubiesen marcado a fuego en el maletero. Con expresión de presa acorralada, observó a aquel que la llamaba.

—¿Qué quieres, Álex? —rechinó.

Naya y Rayo, como si se hubiesen leído la mente, la flanquearon de inmediato, alerta. Tex, por su parte, pidió esperar a su abogada a los policías que lo escoltaban. Sally y Álex se mantuvieron la mirada durante un largo minuto hasta que él se decidió a contestar:

—¿Podemos hablar?

Por primera vez, ni Rayo ni Naya detectaron su habitual tono de superioridad. Casi podía decirse que el fiscal estaba mortalmente serio. Y quizá eso debió ponerlos sobre aviso, pero no lo hizo.

—Está bien —aceptó entonces Sally, para sorpresa de ambos. Y, ante la angustia evidente de Rayo, asintió con serenidad en su dirección y añadió—. No te preocupes por mí. Estaré bien.

El corredor miró a ambos, dudando, pero al final se rindió; no sin antes depositar un tierno beso en el guardabarros de Sally, dirigir sus ojos azules hacia Álex con cierto desafío y susurrar, junto al parabrisas de su novia:

—Te espero en la puerta.

—Vale —replicó ella en el mismo tono, sin perder de vista a Álex—. Gracias.

Después de aquello, Naya y Rayo se retiraron, mirando constantemente a su espalda. Pero Álex no volvió a abrir la boca hasta que no desaparecieron tras la esquina más próxima.

—Bueno… Mentiría si dijese que no me ha sorprendido verte aquí hoy…

—¿Y a ti qué te importa? —repuso Sally, gélida—. Jamás controlaste mi vida, no vamos a empezar ahora. ¿No crees?

Álex pareció meditar bien lo que decir a continuación.

—Después de todo lo que pasó entre nosotros, ¿y me tratas así?

Parecía ofendido; pero Sally lo conocía demasiado bien, por lo que pasó por alto el dardo con elegancia y apuntó:

—No creo que te merezcas menos. Al menos, después de lo que me hiciste… ¿No crees?

La fiscal de Radiador Springs imitó su tono altanero, consiguiendo que el disfraz de galán de Mustang cayera por una milésima de segundo y dejase entrever el demonio manipulador que realmente habitaba debajo.

—Sally… —la voz de él bajó a un tono casi lastimero—. En el bufete te echamos de menos, aunque no lo creas. Eras de nuestras mejores abogadas…

La mujer bufó, incrédula.

—Eso debiste pensarlo antes de hundir mi carrera, Álex —lo acusó sin tapujos—. Pero, quién sabe, quizá tenga que agradecerte que lo hicieras. Ahora, al menos, soy feliz de verdad.

Mustang apretó los labios con evidente frustración.

—Siento que lo veas de esa manera —murmuró en voz baja—. Pero es evidente que los años tampoco te han enseñado nada —estaba pasando al ataque directo y Sally se preparó para ello, cuando Álex agregó—. Sigues siendo tan ambiciosa como siempre.

Sally enarcó un parabrisas con sarcasmo.

—¿Y eso es malo? —se mofó sin poder evitarlo.

Pero Mustang no había terminado. Y sus siguientes palabras, una vez más, trajeron a colación el dolor de recuerdos pasados.

—El mundo tiene un orden, Sally —explicó Álex despacio, como si ella fuese aún una becaria inocente y estúpida—. Pero, como tu decías, miremos la parte buena: parece que tu nuevo novio te sienta bien…

Sally abrió la boca casi por instinto para pronunciar las palabras: «él no es mi…», pero se mordió la lengua a tiempo. Era injusto, pero también el único mecanismo que se le ocurría para proteger a Rayo de las largas zarpas de Álex. Aunque también intuía que eso podía ser aún más peligroso… para ella misma.

Por suerte o por desgracia, un motor que la joven conocía resonó volviendo la esquina y, pocos segundos después, una carrocería roja cubierta de pegatinas se aproximó a ellos.

—Sally… Siento interrumpir —se disculpó con Álex, aunque lo último que sentía era incomodidad por meterse en medio—. Pero… tenemos que irnos. Nos están esperando.

La joven Porsche tuvo una súbita sospecha, nada agradable a primera vista, pero se abstuvo de decir nada.

—Claro —aceptó Álex con aparente naturalidad—. Yo también tengo mucho trabajo. Nos vemos en un par de días. Descansad —hizo un gesto con la rueda hacia la pareja—. Sally…

—Adiós, Álex —pronunció ella entre dientes, sin atreverse a mirar a Rayo.

Cuando se quedaron solos en el pasillo, la pareja quedó frente a frente. Y Sally leyó en los ojos de Rayo como un libro abierto. Pero, para su sorpresa, ni siquiera sentía una pizca de enfado. Quizá era mejor así. Sin decir nada más, ambos se encaminaron hacia el exterior del edificio, donde la nube de paparazzi parecía no haber cambiado de posición desde que habían entrado.

Eso sí, había un nuevo actor en escena.

—¡Vaya, vaya! ¡Pero si es mi querido Ka-Chow! ¡Qué sorpresa verte por aquí!

Rayo maldijo con la frase más fuerte que se le ocurrió antes de girarse hacia el exaltado. Puesto que era el último coche al que hubiese deseado ver allí.

—Chick…

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