The Only One – Camille&Moose (Step Up Fanfic)
Capítulo 27 – Tengo a la persona con la que quiero bailar (Los Ángeles)
Una semana después…
Para Brenda:
Durante unos minutos, permanecemos abrazados en la azotea, deseando que el instante no acabe nunca. Tengo la cabeza apoyada en su hombro, pero miro hacia la colina de Hollywood y mis pensamientos vuelan. Es como si hubiese ascendido del infierno al cielo en apenas cinco minutos… O al menos, digamos, a un punto intermedio libre de turbulencias.
Despacio, me aparto y levanto los ojos hacia él. Sus pupilas oscuras se clavan en las mías. No hablamos, no hace falta. Mi boca se alza de nuevo para encontrar la suya al tiempo que él se inclina. Mis dedos aferran enseguida sus rizos, y los suyos empujan mi espalda para acercarme a su cuerpo. Su lengua y la mía se reconocen y juegan en una danza sin fin. En un momento dado, me empuja sin violencia sobre la barandilla, haciendo que mis manos busquen asidero sobre el metal. Sin quererlo, abro las piernas y noto su deseo en cuanto él hace encajar su anatomía con la mía. Echo la cabeza hacia atrás mientras me besa el cuello y cierro los ojos, sin preocuparme momentáneamente de quién pueda estar mirando. Porque, francamente, me importa un bledo.
Sin embargo, aunque una de sus manos ha pasado de abajo a arriba acariciando sobre la ropa y me ha hecho gemir de deseo, Moose me termina cogiendo de la mano para llevarme hacia dentro del edificio con una sonrisa que deja entrever sus intenciones, idénticas a las mías. Hay un lugar mejor para nuestros propósitos.
Al llegar a la puerta del apartamento, lo empujo contra la puerta y lo aferro por el cuello de la camisa para besarlo con rudeza mientras él desliza una mano por debajo de mi ropa sin cortarse un pelo. Con la otra, al cabo de un rato, consigue abrir hacia dentro y ambos estamos a punto de caer sobre el mueble más cercano –una repisa para las deportivas–, pero nos sostenemos a tiempo a la vez que nos echamos a reír y cerramos tras nuestra espalda.
La entrada del dormitorio está a apenas unos pasos de distancia y mientras él se quita la chaqueta y yo el jersey, nos adentramos lo suficiente para que la sensación de intimidad sea total. Sin darle más tiempo a reaccionar, lo empujo contra la pared y sonrío con malicia mientras me arrodillo frente a él, beso uno a uno sus abdominales perfectamente marcados –le dije en su día que no estaba en forma, pero en el fondo sé que no es cierto y los ensayos para The Vortex solo han obrado maravillas al respecto– haciendo que eche la cabeza hacia atrás con un gemido, antes de bajar un poco más; se merece un «castigo ejemplar» por lo que ha hecho y pienso actuar en consecuencia. Como imaginaba, poco después noto sus manos sobre mi pelo y oigo sus gemidos suplicantes, pero lo conozco lo suficiente como para saber cuándo debo parar y cuándo no.
En cuanto lo libero obtengo mi «castigo» –o mi «disculpa», según se vea– a cambio, por supuesto. Así, mis pantalones y mi ropa interior siguen el mismo camino que las suyas y ya desnudos ambos, él separa mis rodillas para hacer su trabajo mientras yo no puedo reprimir los gritos de placer ni el clímax por más tiempo, lo que demuestra mi espalda arqueada y su nombre saliendo disparado de mi garganta.
Pero lo mejor no ha llegado todavía.
Hacemos el amor como nunca antes: es decir, todo deseo y pasión, cero contenciones. Cierto que siempre nos hemos entendido bien en la cama, pero esta sensación es nueva. Ni siquiera anteriores reconciliaciones, como la de Nueva York cuando volvió de Miami, se puede comparar a esta.
No recuerdo ninguna sesión como esta en los seis años que llevamos juntos; apenas se compara a nuestra primera vez en casa de Tyler. Él se mueve, yo me muevo. Mis manos aferran su espalda o las suyas acarician mis senos y mi estómago mientras gime mi nombre seguido de toda clase de frases preciosas que solo hacen que desee eternizar este momento aún más que el de la azotea.
Yo le digo cuánto lo amo, él me responde que sin mí no sería capaz de vivir. Segundo a segundo, nuestros susurros se entremezclan hasta que llegamos al maravilloso final.
Y cuando nos separamos, aunque él alarga la mano para encender la lámpara de la mesilla, yo soy incapaz de moverme de su lado y abrazo su costado como si fuese a desaparecer de un momento a otro. Él me rodea con un brazo y acaricia mi espalda, pero yo no cedo al sueño enseguida.
Porque, aunque no quiera pensarlo, una parte de mí hace una hora creía que lo había perdido para siempre.