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#FanficThursday: Step Up (Capítulo 7)

The Only One – Camille&Moose (Step Up Fanfic)

Capítulo 7 – ¿Qué te pasa, Moose?  (Baltimore)

Cuando salgo al patio con mi bandeja, corre un aire incómodo que hace que se me ponga de punta el vello de los brazos, pero casi ni lo noto. Mientras me acerco a mi mesa de siempre, junto al rincón de la basura, en mi cabeza solo hay un pensamiento: los movimientos de Camille en la clase de improvisación. Fluidos, perfectos… «¿Qué me pasa?», quiero saber mientras camino con la vista pegada en el suelo de baldosas del patio de la escuela.

¿Es envidia? Pues claro que la envidio. Confieso que, aunque en su día le dije a Andie que lo mío no era el baile sino las luces, en el fondo agradecí mil veces que me diese la oportunidad de entrar en el grupo para competir en Las Calles. Pero la sensación que he tenido al ver a Camille no es nueva: a veces, cuando paso por delante de alguna de las aulas de ballet, he sentido un resquemor interno al pensar que nunca tendré esa magia bailando. Y generalmente se me pasaba al instante, o en cuanto salía a ensayar con Chase y compañía. Pero Cam…

Cuando subo el pequeño tramo de escaleras que me lleva a mi destino, dejo caer la bandeja sobre mi mesa de siempre con más brusquedad de la que debería. Me siento… frustrado. Sí, esa es la palabra. Pero está claro que el destino tiene un macabro sentido del humor porque, unos segundos después, cuando me acabo de meter el perrito de tofu en la boca, otra bandeja cae delante de la mía haciéndome pegar un bote en el sitio. Y no me atraganto de milagro al ver cómo, tras ella, aparece el cuerpo esbelto de Camille y su rostro, que baja de inmediato para encararme con una expresión que, sin quererlo, hace que tiemble un instante. Conozco esa cara. No en vano, somos mejores amigos desde tercer grado.

Sus ojos se clavan con tal intensidad en mi rostro que sé que debería hacer o decir algo pero, durante varios segundos, soy incapaz siquiera de moverme. Me he quedado incluso con el perrito entre la mano y el interior de mi boca. Sí, reíros. La situación vista desde fuera tiene que ser digna de la mejor película de Chaplin o los Hermanos Marx.

–Bueno –abre la boca por fin, aunque claramente mosqueada–. ¿No vas a explicarme qué ha pasado ahí arriba? –y sin darme tiempo apenas a responder, mientras atino lo justo para morder el trozo de perrito que tengo en la boca y separar el resto de mi boca, mueve los hombros con un claro gesto de incredulidad–. ¿Por qué… te has largado de esa manera?

Oh, oh. No es solo enfado. Está dolida. «Claro. Si serás imbécil», me recrimino. Ha sido un impulso, lo admito, apenas pensaba en lo que hacía cuando he salido a todo correr del aula; pero era tal mi vergüenza al sentir… ¿qué? ¿Qué nunca estaría a la altura de Camille Gage, la hermana y pupila del gran Tyler Gage? «Despierta, Moose. Eso deberías haberlo sabido desde antes de entrar en clase», me fustigo de nuevo mentalmente. Porque lo que no era capaz de admitir es que, de alguna manera, a pesar de la despedida del año pasado, de haber creído que podía superar su ausencia… No puedo. Y al volver a verla, sin querer, temía que fuese demasiado tarde para recuperar lo que teníamos. Algo que casi es como si se me grabase a fuego en el cerebro cuando he visto su forma de bailar.

–Lo siento, Cam –me disculpo sinceramente y en voz baja, dejando el perrito masticado a medias de nuevo en la bandeja y sin atreverme del todo a mirarla a la cara–. No sé qué me ha pasado, yo… –qué narices, claro que sé lo que me ha pasado, lo que no tengo es valor para decírselo. Al menos, hasta que veo cómo ella se retira ligeramente hacia atrás en su asiento, aún con su carita impregnada de dolor–. Bueno, supongo que al verte bailar he vuelto a sentir que no valía para esto…

–¿Cómo que «has vuelto a sentir»? –repite ella, remarcando las últimas cuatro palabras, con cierto aire de estupor–. Moose, tú eres un bailarín genial…

–Puede, pero ya ves lo que me ha dicho Collins…

Me callo al ver cómo Camille, para mi sorpresa, pone los ojos en blanco.

–Moose, Collins puede ser el director de la escuela y un prestigioso bailarín de ballet –vocaliza despacio, como si hablase con un niño pequeño–. Pero estoy segura de que su comentario no era despectivo…

Sin querer, al escucharlo de sus labios, noto como si una pequeña llamita de esperanza se prendiese en mi pecho, a la altura del corazón.

–¿Tú crees? –pregunto, cauto.

–¡Claro que lo creo! –salta entonces ella, como si no creyese sinceramente que yo pudiese verlo de otra manera–. Tienes potencial y lo sabe, Moose. Solo tienes que sacarlo adelante. Y sí, bueno –se encoge de hombros con algo que parece alegría recuperada– es un poco estricto y va más tieso que un flamenco –su expresión me hace reír, lo reconozco, y ella me imita antes de continuar–… pero no creo que sea mala persona, Moose. De verdad.

Mi ánimo vuelve a hundirse ligeramente al pensar en que le he hecho daño sin querer. No merezco que esté aquí animándome.

–Gracias, Cam. Por creer en mí.

Ella muestra media sonrisa. Parece que el enfado se le ha pasado definitivamente.

–De nada. Aunque he tenido que cubrirte delante de Collins –afirma antes de atacar su ensalada de pasta–. ¡Ah! Y tenemos deberes.

Una alarma salta en el fondo de mi cerebro al escuchar esas palabras.

–¿Deberes? –repito, esperando que no sea cierto.

Pero Camille parece aceptarlo con naturalidad y asiente tranquila.

Sep –corrobora–. Suerte para ti que han encargado un ejercicio por parejas…

Una sensación extraña recorre mi espina dorsal. No ha terminado la frase, pero creo entender qué significa. A pesar de todo, antes de salir de clase ella seguía apostando por mí.

–No te merezco –le digo entonces, sonriendo agradecido.

Ella sonríe también, pero con algo más de guasa.

–Lo sé –afirma mientras da otro bocado. Pero cuando termina de masticar y vuelve a hablar, su siguiente pregunta hace que me quede clavado en el sitio–. ¿Cuánto sabes de Fred Astair?

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