¡Hola brujineees! ¿Me habíais echado de menos? Sí, lo sé. He estado muy ausente por diversos motivos, fundamentalmente por cuestiones de prácticas y trabajo, pero ya he vuelto recién terminada la última novela que tenía entre manos. Un préstamo de mi siempre buena amiga y colega escritora Marta Conejo que le agradezco de corazón; puesto que, además de haber coincidido con Aranzazu Serrano en el Hangouts (#DLHO Literatura y Género), había oído hablar bien de esta novela y su ambientación nórdico–celta y por ello quería hincarle el diente cuanto antes.
En Neimhaim nos encontramos, de entrada, un mundo dividido desde hace siglos en dos pueblos muy diferentes: los kranyal, guerreros por naturaleza; y los djendel, sacerdotes y amantes de la naturaleza. Pero la súbita invasión de otro pueblo procedente de lejanas tierras provoca que ambos pueblos decidan unirse para forjar una Alianza que consiga repeler a los invasores. Así, los descendientes de los señores y Primeros de ambos clanes serán coronados reyes y su unión será la primera de un kranyal y un djendel, lo que sellará definitivamente la concordia de los dos pueblos y su fortaleza para luchar contra la invasión.
Sin embargo, desde las alturas, los dioses observan y hay algunos que no están de acuerdo con el cumplimiento de esa Alianza…
Reconozco que, de entrada, lo que más me llamaba del libro era la ambientación. Una población al estilo vikingo, con el panteón de dioses nórdicos al completo –incluyendo algún aderezo o cambio ligero de nombre- y un paraje de fiordos, nieve y llanuras brumosas. Además, me resultó curioso cuando Aranzazu comentó en el Hangouts que coincidimos que ella buscaba una sociedad igualitaria en la novela.
Pero cuál no fue mi primera sorpresa –y aquí viene un pequeño punto negativo y de desencanto– al ver la serie de Vikingos, empezar a indagar más sobre lo que era cultura vikinga y darme cuenta de que, realmente, eso no era una novedad. Evidentemente, Aranzazu ha tomado prestadas algunas cosas de la cultura y otras sí que ha potenciado que sean más igualitarias, pero tal y como yo lo había entendido esperé un contraste como mucho más “utópico”, digamos. Más aproximado al concepto de “igualdad” que se tiene hoy en día y alejado de lo que se consideraba barbarismo de los tiempos antiguos. Pero por lo visto y para mi gran sorpresa, las culturas pre–cristianas no estaban tan atrasadas en ese sentido.
La historia, por otro lado, me parece que está bastante bien escrita –en los primeros capítulos me chirrió el uso de las comas en algún párrafo pero luego pasó– y está bien hilada dentro de un contexto de fantasía épica. Aunque sí que es cierto que la presencia de batallas lo que consigue es amenizar una lectura que, en otras ocasiones, casi se hace lenta y tediosa, puesto que las escenas transcurren muy despacio y sin excesivos acción ni desarrollo.
Confieso que no solo por tener poco tiempo para leer este mes, sino por agotamiento y necesidad de parar cada poco rato de leer, he tardado tantísimo en acabarlo. Es cierto que en algún momento me planteé dejarlo y pasar a otras lecturas… Pero ya llevaba varios libros así este año y dije: “mira, no. Este hay que acabarlo y más teniendo el punto a favor de que lo estoy viendo a la par que la serie de Vikingos”. Y sí, puede que poner caras de la serie a personajes de la novela haya ayudado un poco a pasar el trago.
Sinceramente, me parece que es una novela con buena trama y personajes bastante bien hechos, pero que se podía haber resumido bastante más o haberse hecho en varias partes. Me ha parecido casi como si se juntasen los tres tomos de “El Señor de los Anillos” en uno solo y hubiese que leérselos de corrido para no perder el hilo. Y eso que yo en su día devoré esa saga y me encantó, aun contando con el estilo súper descriptivo de Tolkien.
Por tanto, creo que le doy un 2.75/5 y no sé si me leeré la segunda parte. El tiempo dirá.
¡Hasta la próxima, brujines!