Capítulo 20 — ¿Qué dirá cuando lo sepa?

Aquella noche, el Bosque del Rey Hada parecía refulgir con luz propia. Tras una tarde-noche de fiesta donde todas las hadas se habían reunido alrededor del gran árbol, celebrando la vuelta de Ban desde Liones a su manera, este y Elaine habían mandado a Lancelot a la cama antes de encaminarse hacia su propio dormitorio: un espacio amplio y apenas iluminado con algunas flores-luciérnaga, situado un par de pisos por encima del de su hijo y dentro del árbol.
En aquel espacio, sobre la enorme cama de hojas y flores que llevaban compartiendo casi una década, Ban y Elaine podían ser ellos mismos sin temor a que nadie los importunara… y lo sabían. Una vez desnudos ambos, el humano sintió todo su cuerpo palpitar al tener a Elaine entregada una vez más frente a él. Sus piernas, temblorosas bajo sus besos, seguían siendo tan perfectas como cuando se acostaron por primera vez, casi doce años atrás.
Camuflando media sonrisa ante el recuerdo de aquella ocasión, en la que él casi estaba más asustado que ella y después de hacerla llegar al éxtasis sin esfuerzo, Ban ascendió por el cuerpo expuesto de su amante y mujer; marcando a fuego con sus labios y sus caricias cada recoveco de sus delicadas curvas de hada y disfrutando con cada gemido y jadeo de ella. Después del embarazo, por suerte, todos sus tejidos habían vuelto a la normalidad con una velocidad casi pasmosa. Aunque había una cosa que sí había permanecido más o menos inalterable, pero que a Ban lo volvía loco; más de lo que estaba dispuesto a admitir. Y era que Elaine había conservado dos pechos preciosos, tersos y redondeados tras la hinchazón de la lactancia. Quizá solo era un signo de madurez o una consecuencia divina de aquel primer cruce entre humanos y feéricos en toda la historia de Britania. Pero, ¿acaso tenía razón de ser quejarse por ello?
***
Al enlazar sus cuerpos, Elaine lo recibió con un gemido ansioso, dejando que él marcase el ritmo y la tomase como solo él sabía hacerlo. No sabía si algún día volvería a quedarse embarazada o no, pero sí tenía claro que jamás renunciaría al placer con Ban. Mientras se movían como uno solo, el mundo alrededor desapareció casi por completo de sus conciencias hasta que no terminaron de hacer el amor; después de varios minutos de dulce e intenso disfrute, deseando que aquella noche no acabase nunca. Sus mentes trabajaban como una sola, interconectadas después de las décadas; y el físico de Ban, logrado en el Purgatorio, conseguía mantener el ritmo a pesar de los años sin demasiada necesidad de entrenamiento. Elaine no podía pedir más que tenerlo entre sus brazos; y aunque sabía que el final para él llegaría quizá en pocas décadas, el hada atesoraba cada momento junto a Ban como si fuera el último de sus vidas. Y también sabía que el día que se fueran lo harían juntos. Pero, hasta entonces…
—Oh, dios mío, Ban… —jadeó Elaine cuando se separaron, cayendo uno junto a otro de espaldas sobre el mullido lecho.
Él la encaró de reojo.
—Iba a decirte… justo lo mismo —musitó, entrecortado—. Joder… Qué bien sienta esto.
Elaine se rio antes de girarse hacia él.
—Empiezo a pensar que deberías irte de viaje más a menudo… —suspiró, antes de dejarse acoger entre sus brazos varoniles y apoyar la cabeza en su pecho—. Estos reencuentros son de lo más excitante…
Bajo su rostro, los pectorales de Ban se sacudieron con una risita.
—Bueno, a mí me encanta hacer esto contigo; sea cuando sea.
Elaine lo encaró con un mohín.
—¿Y quién ha dicho lo contrario, señorito? —lo acusó, dándole con un dedo burlón en la nariz y haciendo que él riera de nuevo—. A mí también me encanta. Pero reconoce que contenernos unos días tiene su punto…
Ban sacudió la cabeza.
—Tú te estás volviendo un hada muy lista, ¿no? —la provocó en broma.
Elaine se rio por toda respuesta, siguiendo el humor de él, antes de tenderse de costado y empezar a pasar un dedo por sus músculos marcados, sin despegar la mejilla de su suave y pálida piel. En el exterior, las luciérnagas campaban por el bosque creando sombras caprichosas. Algunas de ellas incluso se habían posado en el borde de un hueco en el tronco que hacía las veces de ventana para la pareja. Nada podía romper la quietud de aquel momento. Al menos, hasta que Elaine dejó oír su voz de nuevo en un susurro relajado.
—Oye, Ban.
—¿Hum?
—¿Qué ocurrió exactamente en Liones entre Tristán y Lance?
A su lado, Ban se removió; aunque Elaine no sabía decir si de incomodidad, de diversión, o de ambas.
—Bueno… Digamos que los dos pequeños quisieron enfrentarse para ver quién era más fuerte y, al final, ese granujilla de Tristán acabó pillando a nuestro pequeño desprevenido.
Elaine suspiró sin acritud contra su piel.
—No sé a quiénes me recuerdan, la verdad…
Ban soltó una risita bronca bajo su rostro.
—No… Desde luego que no.
—Y… ¿qué hay de lo otro?
Su marido enarcó una ceja, curioso.
—¿Lo “otro”?
Elaine alzó la cabeza.
—Sí, lo que contarles lo que sucedió en realidad. ¿Cómo se lo tomó el príncipe?
—Bastante mejor de lo esperado, la verdad. Aunque llevaba una idea algo equivocada de lo que había ocurrido.
—Puedo imaginarlo —Elaine suspiró, recostándose de nuevo contra su pecho. Ban dudó un instante y su mujer lo percibió. Sin embargo, solo tuvo que acercarse a su corazón sin esfuerzo para escuchar lo que le rondaba la cabeza. La mujer hada sacudió la rubia melena: así que Lancelot también lo sabía ya—. Qué rápido crecen, ¿verdad?
—El tiempo vuela cuando eres feliz, desde luego. Aunque hay cosas que jamás se borrarán de nuestra memoria.
Elaine sonrió, acunada contra su piel. Sin embargo, había algo que aún rondaba por la cabeza de Ban como un insecto molesto y su mujer lo percibió enseguida.
—Estás preocupado, Ban —afirmó, sin necesidad de preguntar.
Prefería que él diese el primer paso. Algo que, tras varios minutos, sucedió.
—Estaba pensando en… Lo que diría Lancelot si supiera lo que he sido antes de los Siete Pecados. Antes… de ti.
Elaine tragó con fuerza para deshacer un nudo involuntario en su garganta. Ambos le habían contado cuentos a Lancelot durante aquellos años sobre una princesa prisionera en un árbol de la que un ladrón se enamoró cuando iba a robar su mayor tesoro; o cómo un valiente caballero maldito rescató a una princesa muerta a la que amaba y la devolvió a la vida, sacrificando así una inmortalidad ganada injustamente. Pero, hasta la fecha, no le habían explicado que, en realidad, esos personajes de cuento solo reflejaban cómo se conocieron ellos dos. Por lo que Ban había intuido, Gowther le había entregado también esa verdad a Lance y el rey de Benwick no sabía si sentirse cómodo o traicionado por ello. Sin embargo, antes de eso…
—Tuviste una infancia difícil, Ban —susurró entonces—. No tuviste la culpa.
Su amado chasqueó la lengua, mirando hacia el techo.
—También tomé malas decisiones que podía haber evitado —arguyó, reflexivo, con cierto aire triste.
Elaine se incorporó con media sonrisa.
—Bueno, hay una que me alegro que no evitaras.
Ban se rio con aire lúgubre.
—Supongo que depende de qué parte hablemos de esa historia, ¿no?
Pero, para su sorpresa, Elaine negó de inmediato con la cabeza.
—Mi amor. Todo lo que hacemos nos lleva a ser lo que somos —le dijo entonces, inclinándose sobre su pecho hasta que sus rostros casi se tocaron—. Y algo me dice que ni tú ni yo seríamos los que somos ahora sin nuestros errores del pasado. —Con dulzura, el hada le apartó un mechón rebelde de flequillo sin dejar de mirarlo—. Yo cambié por ti… Pero, en el fondo, sé que tú también cambiaste por mí… —Él mostró media mueca de derrota, sin acritud, sabiendo a qué se refería—. No eres el mismo que llegó al Árbol Sagrado aquel día, ¿me equivoco?
Ban sonrió, conmovido, mientras le acariciaba la mejilla y el cuello con mimo.
—Ni una pizca —aseguró, antes de empujarla de nuevo para que se recostara en su pecho, abrazándola en todo momento—. Tú hiciste que mi mundo cambiara, Elaine. Y jamás voy a poder agradecértelo lo suficiente.
Elaine sonrió a su vez, algo más mordaz.
—Y, ¿sabes? Creo que sin tus habilidades de ladrón tampoco serías el mismo.
El hombre se rio con ganas.
—¿Eso crees?
El hada asintió, tratando de camuflar su diversión a duras penas.
—Del todo. Te recuerdo que antes de que tú llegaras, aquí casi no se permitía entrar siquiera a los humanos… ¿Cómo sino uno de ellos podía haberme robado el corazón de tal manera?
Ban rio con más fuerza.
—Bueno, yo diría que no fue difícil. ¿No crees?
Elaine hizo un gesto de falsa contrariedad antes de intentar golpearle los hombros.
—¡Oye! ¡No te lo tengas tan creído, tú!
Como suponía, la joven terminó dos segundos después aprisionada bajo el cuerpo de Ban, inmovilizada con dulzura y sin asustarse en absoluto.
—No me has dejado terminar… —canturreó entonces él—. ¿No te han dicho que es de mala educación interrumpir a la gente cuando habla?
Elaine enarcó una ceja.
—¿Ah, ¿sí? Y, ¿qué ibas a decir?
A lo que Ban, antes de inclinarse para besarla, respondió:
—Solo diría que, si hablamos de robar el corazón, tú eres mucho mejor ladrona que yo… ¿Verdad, señorita?