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#FanficThursday: Seven Deadly Sins – «En tiempos de paz» (Capítulo 15)

Capítulo 15 — La bomba

Ban & Elaine, imagen de la película «Cursed by Light»

—Elaine, tengo que decírtelo: ¡estás estupenda! —comentó Meliodas en un momento dado, en dirección a la hermana del Rey Hada.

Esta lo observó, halagada y curiosa al mismo tiempo. El monarca de Liones se encontraba a apenas tres asientos de distancia de ella, contando a Ban, Gowther y Elisabeth; pero el volumen de la música ambiente hacía que casi tuvieran que gritar para oírse unos a otros.

—¡Gracias, majestad! —respondió ella, educada.

—Capitán, majestad… ¿Qué pretendes, tirándole los trastos a mi mujer? —saltó entonces Ban al ruedo, irónico.

El otro, lejos de ofenderse por la falsa pulla, sonrió ampliamente mientras le daba un trago a su tercera bebida de bayas.

—No vamos a tener esta discusión delante de señoritas distinguidas, Ban. Ya te lo tengo dicho —advirtió a su antiguo subordinado, haciendo que este riese con fuerza.

Elaine, tras ver sin problema en su corazón a qué se refería Meliodas, no supo si reír a carcajadas o sentirse tremendamente avergonzada. ¿Así que eso era lo que habían hecho los dos durante el último festival de Vaizel, con Gloxinia y Drole?

«Como niños», pensó, antes de sorprender una mirada interrogante de Elisabeth en su dirección.

Elaine meneó la cabeza e indicó con gestos que hablarían de ello más tarde, casi apretando los labios para no echarse a reír. Cuanto más lo pensaba, más absurdo le parecía… Sin embargo, visto y no visto, la diversión se transformó en terror helado cuando Meliodas, animado por la jarana, gritó en su dirección:

—Bueno, Elaine, Ban… ¿Lo vais a soltar entonces? —y antes de que nadie pudiera evitarlo, ni siquiera un “no sé a qué te…”, de Ban, el antiguo capitán de los Siete Pecados preguntó—. ¿De cuánto está ya Elaine? Porque… ¡el embarazo le sienta genial!

En su leve embriaguez, Meliodas no debió darse cuenta de nada. Pero, al menos a su alrededor, sus palabras acababan de caer como una bomba. Los antiguos miembros de los Pecados, más Elisabeth y Elaine, lo miraban, petrificados en el sitio. Un silencio espeso se había adueñado de ellos y, poco a poco, incluso la fiesta alrededor pareció detenerse en un instante. Durante un largo minuto, los asistentes a la boda y los novios se quedaron paralizados, mirándose unos a otros o a Meliodas, extrañados, sorprendidos… Dependiendo de quién se hablase, las emociones que corrían por sus venas eran muy diferentes. Al menos hasta que, con un revoloteo algo furioso, el Rey Hada salió volando hacia la espesura y rompió la quietud de la escena como quien estrella un cristal caro contra el suelo. De golpe, todos parecieron volver a la vida y, por un instante, el pánico cundió en el claro bajo el Árbol.

—¡King, espera! —gritó Diane, incorporándose—. ¡Capitán! —le espetó a Meliodas, furibunda—. ¡Eres un bocazas!

El aludido, por un instante, no pareció saber qué hacer. Como primer reflejo, se giró hacia Elisabeth, pero esta se limitó a negar con la cabeza. Por su parte, Elaine se alzó de inmediato, dispuesta a seguir también a su hermano. Pero una orden imperiosa, que casi ni ella reconoció, surgió entonces de algún punto cercano al suelo. Haciendo, para bien o para mal, que todos volvieran a quedarse congelados en el sitio, mirando hacia la fuente del sonido. Y Elaine tuvo una sensación muy extraña –y nada agradable– recorriendo su cuerpo cuando vio de quién se trataba. Ban se erguía, rodeado por los Pecados restantes, con algo rielando en sus ojos escarlatas que nadie se atrevía a contradecir. Ni siquiera ella. Con tiento, el hada se aproximó a su corazón. Lo que vio casi hizo que se echara a llorar.

—Ban… —susurró, insegura—. ¿Qué…?

—Elaine, asegúrate de que todos se quedan aquí, ¿de acuerdo? —le indicó con suavidad. Cuando ella asintió y se alejó unos metros para tranquilizar al resto de hadas, Ban se giró hacia sus compañeros—. Capitán. Diane. Elisabeth. Gowther —enumeró, en un tono de voz desconocido hasta la fecha en él, pero que no daba casi lugar a réplica—. Quiero que os quedéis aquí. Yo iré a buscar a King.

—Pero… ¡Ban! —intentó retenerlo Diane cuando él ya se alejaba hacia la espesura—. ¿Estás… seguro?

Ante la mirada atónita de la giganta, Ban cambió de golpe entonces el rostro severo por media una sonrisa confiada.

—Créeme, Diane —le confió—. Esto es algo que debemos solucionar King y yo a solas. No te preocupes, ¡estaré bien! —se despidió, antes de adentrarse entre los árboles.

***

Sin embargo, el humano no las tenía todas consigo sobre cómo de buena era la idea de ir él mismo a convencer a su cuñado. Porque, como todos sospechaban: un mal paso… y su cabeza acabaría en la punta de Chastiefol.

«Por el bien de Elaine», pensó Ban, justo antes de observar un destello de alas unos metros más allá. «Más vale que mi labia me sirva de algo esta vez».

—Ah, así que estabas aquí —saludó el humano en cuanto alcanzó la posición del Rey Hada, con paso muy cauteloso. Este, para su sorpresa, ni siquiera giró la cabeza en su dirección. Se encontraba sentado en una rama baja, con la mirada fija en algún punto indefinido entre los árboles, con tal quietud que parecía una estatua. Algo que solo desmentía la leve vibración de sus alas en tensión—. ¿Qué te ocurre, King? —preguntó entonces Ban a su espalda. Al no recibir respuesta inmediata, el humano suspiró y se metió las manos en los bolsillos del pantalón, intuyendo lo que eso podía significar—. En realidad, creo que sé lo que estás pensando —añadió, sarcástico—. “¿Qué hará aquí este desalmado que, además, ha dejado preñada a mi dulce hermanita pequeña?”

Como si aquello hubiera sido una señal, King se giró entonces para encararlo. Aunque su rostro no mostraba ni un atisbo de reproche. Más bien, parecía… Aturdido.

—A pesar de los años, no me conoces tan bien como crees, Ban —replicó el Rey Hada, sin alzar la voz. Ban no mudó el gesto, esperando a la verdadera explicación. Algo que pareció llegar un instante después—. No. Sobre todo, si se trata de Elaine sé que no tengo motivo alguno de queja contigo —agregó entonces King, casi como si hablara para sí mismo, sin mirar al humano sino posando la vista en la fiesta que habían dejado atrás, entre los árboles—. Aunque sí sigo creyendo que deberíais casaros. Pero bueno…

—Entonces, ¿cuál es el problema? —insistió Ban, interrumpiendo sus reflexiones sin violencia y queriendo saber qué narices cruzaba por la cabeza de su cuñado. Muchas cosas podían depender de ello…

King, por su parte, se tomó su tiempo para escoger las palabras antes de volver a abrir la boca.

—Estoy… Sorprendido, nada más —confesó, sin acritud—. Y… quizá, algo envidioso, la verdad.

Ban casi tuvo que evitar reírse con ternura ante aquello.

—Bueno. Si te preocupa consumar tu matrimonio, King…

—¡Eh! ¿Quién ha dicho que me preocupe eso?

Ban mostró media sonrisa mordaz.

—Otro igual que tu hermana. ¿Vas a dejarme acabar? —inquirió con suavidad.

King pareció enrojecer en la penumbra.

—No, claro. Termina, por favor.

Ban asintió.

—Cómo iba diciendo, no creo que tengas que preocuparte por ciertos asuntos de tu matrimonio, King. Diane y tú estáis hechos el uno para el otro y, en honor a la verdad, no creo que el asunto del tamaño sea tan problemático… 

El rostro de King pareció alcanzar un rojo aún más nuclear.

—¡Ban!

—¿Qué? —replicó el otro, jovial—. Dime que no se te ha cruzado por la cabeza tener hijos con Diane…

King suspiró.

—Claro que sí… Pero, para nosotros, es diferente…

El humano se encogió de hombros.

—Ambos sois seres mágicos por naturaleza. Alguna solución habrá, seguro. Y… —inspiró hondo— Elaine y yo queremos estar para vosotros y para lo que necesitéis. ¿De acuerdo?

Al Rey Hada se le abrieron los ojos como dos platos.

—Ban… ¿Eso significa que…?

El humano soltó una risita.

—Elaine y yo queríamos contároslo en un aparte cuando el festín se hubiera tranquilizado un poco, así como lo de su embarazo… Pero… —Se encogió de hombros con falsa inocencia—… el capitán es un bocazas y lo ha echado a perder, supongo.

King, tras reponerse de la sorpresa, también se rio por lo bajo y sacudió la cabeza. Por la tensión de su cuerpo, Ban intuía que estaba entre darle una bofetada y un abrazo. 

—Estaremos encantados de que estéis aquí —afirmó King entonces, para ligera sorpresa del humano.

—¿No te importará tener a un simple mortal vagando por tu Bosque, Rey Hada?

A lo que King sonrió con más intención y respondió, reafirmando la verdadera sospecha de Ban:

—Si ese mortal eres tú, desde luego que no me importará. Y —agregó— si sigues haciendo así de feliz a Elaine, menos todavía.

Ban asintió.

—Gracias, Majestad.

El Rey le devolvió el gesto.

—Bienvenido al Bosque… cuñado.

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