Akhen y Ruth · rpg · spin-off

#SpinOffSunday: Akhen y Ruth – Una historia agridulce (Capítulo 4)

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Capítulo 4 – No puedo fiarme de nadie

  En cuanto lo saludó, a Ruth la asaltó la súbita duda de que fuese a apuñalarla por la espalda –figuradamente, claro– y se le ocurriera largar todo lo que había pasado en la galería. Hubiese sido una forma estupenda de dejarla en evidencia y, por supuesto, se hubiese librado de él.

«Ruth, es el único al que realmente deseas como marido… ¡Deja de pensar esas cosas!».

La joven alzó la vista y la mano con educación mientras él saludaba y le dedicó una amable sonrisa casi sin pensarlo. De reojo, vio la genuina sorpresa de su familia ante aquel gesto, pero ya era tarde para retroceder y, qué demonios, no iba a hacerlo de ninguna manera. Pero claro, debían estar estupefactos dada la ristra de hombres invitados a cenar y despreciados por su hija desde el primer momento. Con exquisito recato, Ruth inclinó la cabeza mientras él se sentaba… Justo a su lado. Suspiró.

«No, claro, no iba a sentarse en el otro extremo de la mesa» razonó, sintiéndose estúpida.

Con disimulo, miró al otro lado de su asiento… Hacia sus futuros suegros. Y no le hizo falta forzar una pizca de intuición para que la expresión más adecuada a su forma de actuar acudiese a su mente. Súbitamente preocupada, comprobó la integridad de su barrera mental y tragó saliva. No, nadie parecía haberse percatado de sus desagradables pensamientos.

Su mirada se posó un instante en Akhen mientras las primeras criadas –novicias del templo de Júpiter– aparecían con las bandejas de los entrantes, y el plan concebido unos minutos atrás cobró fuerza renovada en el corazón de Ruth. Si salía bien, quién sabía, a él también podría librarlo de aquella “pesada carga” que debían suponer los estirados de sus progenitores.

  A medida que las conversaciones se iniciaban en torno a la cena, sus ojos claros se cruzaron por un instante con los oscuros de su hermana, que ya había retornado de acostar a Blanca y Vivianne y le envió a cambio una sonrisa alentadora. Se la devolvió. A pesar de ser la más responsable y seria de las dos, Ruth no podía negarlo: la quería con locura.

  Sin embargo, su sonrisa y su buen humor se desvanecieron cuando llegaron a los postres: su educación, por primera vez, estaba siendo exquisita; su familia estaba encantada… pero había alguien que parecía dispuesto a aguar la fiesta. Tras dirigir, durante un par de minutos, una mirada muy extraña a Ruth que la hizo estremecer, Gregor se dirigió directamente a Akhen:

—Pues yo que tú tendría cuidado, Marquath —susurró—. Con Ruth, nunca se sabe…

De inmediato, fue como si mil serpientes se enroscaran en su estómago. Por primera vez, Ruth estaba interesada en un posible marido y él parecía dispuesto a arriesgarlo todo por estar con ella. Pero Gregor no tenía en cuenta esa clase de cosas. Desde que se había casado con Morgana, la hermana mayor y primogénita, futura heredera de Ávalon, solo miraba por sí mismo. Y solo había un motivo por el que su cuñada lo soportaba. Morgana le dirigió una mirada reprobatoria que su marido, algo bebido ya, ignoró totalmente. Acto seguido, ella miró a Ruth, suplicando su perdón con la mirada… Y esta no aguantó más.

Más bruscamente de lo que debería haberlo hecho, se levantó de la mesa, dirigió una mirada iracunda a su cuñado y se dio la vuelta para irse. Su madre contuvo la respiración.

  —¿Ruth…? —preguntó entre dientes—. Cielo, ¿qué haces?

Ante lo cual, conteniendo el nudo que atenazaba su garganta, la interpelada contestó:

—No me encuentro bien, madre. Disculpadme.

Y sin mirar atrás, arrojó la servilleta al suelo, salió del comedor como una exhalación y no paró de correr hasta que no pudo acurrucarse junto al acantilado y sentir la brisa del mar llevándose las lágrimas que caían por su rostro.

«Admítelo, Ruth», se recriminó, ya sin preocuparle de que alguien pudiese escuchar sus pensamientos. «Eres un maldito fracaso».

* * *

  La cordialidad fue la nota predominante durante todo el encuentro. Las familias hablaban relajadas, Akhen y Ruth intercambiaban confidencias y risas y el ambiente parecía distendido, jovial incluso. Si continuaba así, probablemente Marquath no pasase a engrosar la lista de los pretendientes huidizos de la hija de Júpiter. Estaba contento por ello.

Aunque nunca todo es como uno espera; pues el cuñado de Ruth, el tal Gregor, acababa de hacer un comentario de lo menos educado y se lo había hecho justo a él, como si lo conociera o tuviera el derecho a decirle cómo actuar. Por un segundo no supo qué contestar, ¿no se suponía que aquella cena iba a ser un trampolín para concertar un matrimonio? ¿A santo de qué le advertía aquel tipo, bebido a todas luces, sobre Ruth?

Aún con la sorpresa pintada en el rostro, el Hijo de Mercurio oyó como la aludida, a su lado, se levantaba de la mesa, se disculpaba con una pobre excusa y se marchaba. No lo pensó mucho. Se limpió la boca con la servilleta, que dejó sobre la mesa, y se puso de pie.

—Akhen —llamó su padre, preocupado.

Pero él lo ignoró y se volvió hacia su futura familia política.

—Si me perdonan, hay algo que debo hacer.

Si llegaron a disculparlo o no por la falta de educación que acababa de cometer, se desentendió completamente y encaró el pasillo, siguiendo los pasos de Ruth; que, aunque era rápida, tenía una zancada mucho más corta que la suya. La muchacha no le hizo ningún caso cuando corrió hacia un destino que parecía tener claro: el acantilado.

  Por un momento, el joven tuvo un mal presentimiento, pero este se diluyó cuando vio a la chica completamente quieta allí, acurrucada sobre sí misma. Akhen suspiró, preguntándose qué debía hacer cuando acababa de conocerla esa misma noche. La respuesta le llegó a través de la mente de la rubia Ruth:

«Admítelo, Ruth. Eres un maldito fracaso».

Akhen colocó un pie detrás de otro y llegó a su altura. Esta vez no dudó y dejó caer su mano sobre el hombro de la chica.

—Ruth —la llamó con dulzura y tuvo que obligarla a levantar el rostro, claramente congestionado con las lágrimas—, no llores —Y limpió su rostro con los dedos, delicadamente, a pesar de todo estaba igual de preciosa cuando lloraba—. Gregor es un idiota —Aunque uno con mucha labia, como él mismo podría comprobar más adelante— y tú no eres ningún fracaso —Antes de que ella pudiera quejarse de que hubiera entrado en su mente la rodeó con los brazos y la apretó contra su pecho, «¿qué demonios estoy haciendo?» —. Todo va a salir bien, no te preocupes.

* * *

  Cuando la abrazó, Ruth se sintió rara por un instante, antes de que sus lágrimas se redoblaran sin que pudiese evitarlo. Al cabo de un rato, sin embargo, consiguió hacer un esfuerzo sobrehumano para reponerse y se incorporó ligeramente; esta vez, sin soltarse del todo de su abrazo. Sorprendida, se dio cuenta de que era tan agradable que no lo hubiese abandonado por nada del mundo. Lentamente, volvió la cabeza hacia él.

—Si no fuese por tu túnica, juraría que eres un Hijo de Venus —bromeó, aunque pretendía ser un halago—. Gracias.

Acto seguido volvió la vista de nuevo hacia el mar, con la sombra del recuerdo de la cena revoloteando sobre su alma como un cuervo de mal agüero. Sus siguientes pensamientos fluyeron en su mente casi sin que lo pretendiese y, por primera vez, no le importó que Akhen los oyera. Después de lo que acababa de hacer, se negaba a pensar que fuese igual que los demás.

«Y sí, tienes razón. Gregor es un idiota. Pero un idiota de una familia bien relacionada con mis padres desde hace años, que ha conseguido emparentar con mi hermana y que, cuando ellos ya no estén, heredará la mitad de esta fortaleza y su poder».

Derrotada, la joven enterró la cara entre las manos, aunque no volvió a derramar una lágrima. Después, se giró hacia Akhen y murmuró con total seguridad en sí misma:

—Francamente, no quiero estar aquí para verlo.

Y mientras sus miradas se cruzaban, sintió el deseo de besarlo con más fuerza que nunca. Pero, por segunda vez en cinco minutos… No le importó lo más mínimo que pudiese saberlo.

* * *

  Un beso, un beso, un beso. No había razón para que aquello significase nada, a fin de cuentas, un intercambio de saliva tenía el simbolismo que uno le diese. Pero si la intención del Hijo de Mercurio era casarse con aquella chica, un beso lo significaría todo y, ¿estaba dispuesto a ello, estaba preparado? La tenía entre sus brazos, en teoría era lo que deseaba, pero no paraba de dudar. En parte por lo que supondría besarla y también por la imagen que daría si acababa haciendo lo que ella quería.

«Me estaría aprovechando de un momento vulnerable», se censuró.

Apretó las manos en sus hombros; podía entender perfectamente sus últimos pensamientos y palabras. A veces, en el mundo de los brujos debían hacer concesiones protocolarias y, en algunos casos, estos llegaban a ser una auténtica tortura; como que aquel borracho fuera el cuñado de Ruth, por ejemplo. Debía ser duro para ella saber que en cuanto sus padres faltasen heredaría, como ella misma le había transmitido a través de sus pensamientos, la mitad de Ávalon. Por eso quería marcharse, porque todo iba a cambiar.            Sus manos siguieron ancladas en los suaves hombros de la Hija de Júpiter.

—¿Dónde quieres ir? —A él probablemente le tocase asistir a uno de los interminables sermones de su padre porque había sido lo suficientemente maleducado como para levantarse antes de que terminase la cena. Pero le pareció oportuno hacerlo, si la chica se marchaba sin él probablemente volviera a perderse: una vez era justificable, dos resultaría patético. Ya pensaría en ello más adelante; su padre seguiría igual de enfadado un rato después—. Dicen que la Tierra es un lugar interesante —Y le retiró un cabello de la frente. Parecía estar convirtiéndose en una costumbre—, si tus padres te dan permiso —Era un trámite engorroso, pero necesario, a fin de cuentas— iremos juntos.

Si seguía mirándolo así, estaba seguro de que caería en la tentación y pegaría sus labios a los suyos. En lugar de eso se conformó con darle un casto beso en la mejilla y retirarse al fin para mirar el mar.


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