Capítulo 5 — Tu verdadero yo (II) (Cars)

Sally se negó a mirar por sus retrovisores al girar hacia atrás y bajar del tráiler. Como sospechaba, medio pueblo se había congregado alrededor del alboroto. Rayo, por su parte, le dirigió una mirada muy elocuente a Mack.
—Qué inoportuno… —masculló por lo bajo y, ante la expectación de su bajada, agregó en voz más alta—. Solo le estaba enseñando el tráiler a Sally. No estábamos haciendo nada, ¿vale?
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—Lo siento, amigo —se disculpó Mack, aunque seguía sonriendo de una manera que a Rayo no le gustaba demasiado—. Pero reconoce que ir a coger tu tráiler y oír un grito sorprende a cualquiera…
—Lo sentimos, Mack. No queríamos asustarte —intercedió Sally, haciéndole un gesto a Rayo para que la siguiera hacia la gasolinera—. ¿Tienes hambre, Pegatinas?
Todavía acalorado y no precisamente por el efecto del sol que golpeaba su carrocería, el coche de carreras aceptó la oferta al notar cómo su interior rugía más que en plena carrera. Cuando la joven pareja se refugió bajo un techado para repostar, ninguno de los dos medió una palabra. Sally fingió que prestaba atención a Flo y a Ramón y Rayo no sabía qué decir para salir del paso.
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Aquella se acercó a ofrecerles dos latas de aceite y la joven Porsche estuvo a punto de rechazarla, pero Rayo se adelantó.
—Gracias, Flo. Eso sería genial.
Sonrió levemente a Sally después de eso, cuando la dueña de la gasolinera ya se daba la vuelta para irse a cumplir con el encargo.
—Oye, Pegatinas… —empezó Sally, avergonzada, mientras retiraba el surtidor de la portezuela junto al capó—. Lo siento. Sé que no debería haber entrado ahí sin permiso.
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Él hizo un gesto para quitarle importancia.
—Quizá Mack se lo ha dejado abierto en un descuido. Pero… —dudó mientras Flo llegaba con las latas de aceite. Le dio un sorbo despacio a la suya mientras pensaba en qué decir—. De verdad, Sally. Yo… no soy así.
—Así… ¿Cómo? —se interesó ella, sin saber muy bien a qué se refería.
Él giró una rueda, algo cohibido.
—Lo que has visto en el tráiler… Yo… Bueno, antes de… Ya sabes… Era así. Solo pensaba en mí mismo… Y…
Se interrumpió cuando escuchó cómo ella se reía por lo bajo con suavidad.
—Tranquilo, Pegatinas —dio un sorbo a su lata de aceite—. Sé que no eres así. Aunque… —Echó un vistazo fugaz hacia atrás, en dirección a donde había estado el tráiler hasta hacía un segundo—. Confieso que igual te pido que me regales uno de esos muñequitos tan monos que tenías en la balda… Ya sabes —lo pinchó al ver que él le dirigía una falsa mirada de reproche, guiñándole un ojo—. Para recordarte cuando no estés.
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Para su sorpresa, el gesto de él cambió de inmediato a uno mucho más serio.
—¿Cuándo no esté…? ¿A qué te refieres?
Sally enarcó un parabrisas.
—Claro. Cuando vuelvas a correr… —y ante su mirada entre dubitativa y aliviada, añadió—. No soy ninguna ingenua, Pegatinas. Ambos tenemos nuestras responsabilidades y, en algún momento, tú volverás a viajar para correr y yo seguiré aquí regentando mi motel.
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—Pero, Sally… —Rayo la interrumpió, preocupado por los derroteros que estaba tomando la conversación—. Oye, eso no tiene por qué significar nada. Es decir… —Abarcó el pueblo con la rueda—. Vosotros os habéis convertido en una parte muy importante de mi vida. No quiero seguir siendo ese Rayo del tráiler —reconoció, acalorado—. Como te dije, quiero quedarme aquí. Quiero vivir aquí y… Bueno, tener un lugar a dónde volver siempre que termine de competir —tragó aceite—. ¿Sabes? En mi familia, siempre, desde que me concibieron en una fábrica de Missouri, quisieron que fuera alguien grande, que hiciera algo más que trabajar en la industria como mi padre. Pero… oírlos discutir todas las noches era lo peor del mundo. Todo eran reproches hacia mi madre o hacia mí… Así que, un día, ella nos dejó. Yo salía a correr todas las noches, deseando huir y desfogarme cada vez que mi padre volvía a casa y me regañaba por todo lo que no hacía… —no sabía por qué le estaba contando esto a Sally, pero lo necesitaba. En concreto, que entendiera lo importante que era para él tener a alguien que lo valorase de verdad, que lo quisiera por aquello que realmente era y no por lo que pudiese hacer delante de una cámara. Claro que es algo que jamás hubiese confesado a nadie más. Pero Sally… ella era diferente—. Así… me convertí en lo que soy hoy. Pero… —suspiró—. No quiero seguir así. —Y al ver la perplejidad en el rostro de ella, que se había quedado literalmente boquiabierta, agregó, alzando los ojos y apartando el morro—. Perdona, no sé por qué te cuento todo esto.
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Sally, tras reponerse de la sorpresa, sonrió y se acercó a él, dándole igual quién pudiese estar mirando, dándole a continuación un suave beso en el costado que lo hizo botar en el sitio de la sorpresa.
—Sabes que te entiendo mejor de lo que crees —apuntó—. Y… ya sabes que, por mí, puedes volver siempre que quieras aquí —ante un momento de duda, añadió—. Yo te esperaré.
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Rayo sonrió, emocionado.
—Gracias, Sally. Eso… significa mucho para mí.
Ella le devolvió el gesto.
—De nada. Y ahora, ¿te hace una carrera hasta «La Rueda»? —lo provocó saliendo al sol—. Aún queda mucho verano por delante…
Ante lo que él hizo rugir el motor a modo de respuesta.
—Yeah. Y yo que tú empezaba a correr ya…