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#FanficThursday: Cars – “McQueen y Sally: One-Shots” (Capítulo 6)

Capítulo 6 — Una oferta tentadora (Cars)

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Sally Carrera, Cars

Dos meses tras la llegada de RayoMcQueen a RS…

Rayo se despertó aquella mañana sintiéndose tremendamente descansado. La noche anterior Sally y él habían estado dando un paseo nocturno por los alrededores, bajo la luz de la luna, y había sido increíble. Ella había seguido contándole historias sobre el pueblo y anécdotas sobre sus habitantes, algunos desaparecidos ya y otros que aún rodaban por las carreteras del mismo. 

Bostezó y se estiró, sin poder evitar sonreír con amplitud. Era bonito sentirse parte de algo más. Lejos de las cámaras, del barullo de las grandes ciudades, de la atención de los medios… En Radiador Springs, Rayo se sentía… “otro Rayo”. Sin embargo, lo primero que lo sorprendió y lo bajó de su nube de felicidad fue comprobar que Sally no estaba en el cono con él. 

Frunció el ceño. No era la primera vez que se levantaba antes que él, era una máquina madrugadora por regla general; pero, últimamente, Sally siempre procuraba despertarlo con ella para poder aprovechar el día. Y Rayo no solía negarse. Por eso, en cuanto levantó el portón y salió al asfalto bajo un sol ya casi en su cenit, se dirigió de inmediato hacia la gasolinera de Flo. La dueña, al verlo, lo recibió con una amplia sonrisa en sus labios metalizados.

—¡Buenos días, dormilón! —lo saludó. Ramón hizo lo propio a lo lejos con una rueda en alto. Seguía remodelando el garaje—. ¿Vienes con hambre? ¿Qué te pongo?

Rayo, que miraba a su alrededor algo ansioso, se obligó a sonreír con cortesía y centrar su atención en su vecina.

—Lo de siempre, Flo —le indicó antes de dejarse guiar al surtidor más cercano—. Gracias.

—¿Va todo bien, hijo? —le preguntó Sheriff, que acaba de llegar—. Te noto preocupado.

—¿Sabéis dónde está Sally? —repuso el corredor sin pensárselo dos veces.

—Creo que la he visto irse hacia el oeste, en dirección a las cataratas, hace un buen rato —le indicó Flo con tranquilidad, como si fuese lo más normal del mundo—. No es la primera vez, ni será la última…

Rayo sintió el motor encogido por un temor irracional.

—¿Y por qué no me ha avisado? —pensó en voz alta y, ante la mirada interrogante de sus vecinos, aclaró con media sonrisa avergonzada—. Para bien o para mal, últimamente no me deja dormir hasta muy tarde… Siempre me levanta con ella…

Si hubiese podido tragarlo la tierra, lo hubiese deseado en ese momento al ver las sonrisas cómplices que cruzaron Sheriff y Flo.

—Sally siempre ha sido muy independiente —comentó Flo—. Pero, si hoy no te ha despertado como otros días, tendría sus motivos, ¿no crees?

Rayo torció el gesto, pero no dijo nada. ¿Por qué lo habría hecho Sally? ¿Qué le ocurría? Sin quererlo, el temor volvió. Un súbito terror a perder a Sally sin entender el motivo; de pensar que, en el fondo, no la conocía tanto como creía. De que ella se hubiese dado cuenta… 

«¿De qué?» 

¿De que no quería estar con alguien mediático como él? Rayo en parte la comprendía. A él no le importaba, pero había coches que llevaban mal estar bajo los focos; más si era por obligación. Porque, ¿qué ocurriría el día que la prensa se enterase de todo? Los paparazzi, si tenían una etiqueta clara, era la de ser «implacables» e «incansables» a la hora de conseguir la exclusiva que necesitaran; y, por lo poco que Rayo conocía, no escatimaban medios para hacerlo.

—Voy a buscarla —declaró, en cuanto sintió su depósito lleno. Empujó con levedad el surtidor hacia su posición e hizo ronronear el motor, para comprobar que todo estaba en su sitio—. Gracias, Flo.

—De nada, chaval —respondió ella, mientras él ya pisaba a fondo por la avenida para atravesar el pueblo. Tanto Sheriff como ella se quedaron mirando su estela hasta que desapareció—. Esto sí que es sorprendente… —murmuró la mujer Buick.

—Y que lo digas —corroboró Ramón, que se había aproximado a cotillear—. ¿Quién lo diría cuando llegó?

—Esos dos están hechos el uno para el otro —agregó Sheriff.

Hmm, hm —asintió Flo—. Lo importante es que se den cuenta a tiempo…

***

Rayo corría derrapando en cada curva como si le fuese la vida en ello, sintiendo su interior palpitar y un nudo en el alma que no podía soltar, por mucho que lo intentara. ¿Qué ocurría? ¿Estaría bien Sally? 

«¿Por qué? ¿Por qué?» 

Esas dos palabras martilleaban su salpicadero mientras se esforzaba por llegar hasta arriba.

—¡Sally! ¡Sally! —la llamó, desesperado al no verla, mientras derrapaba en una nube de polvo, tras intentar frenar en la explanada frente al restaurante—. ¡Sally!

—Estoy aquí, Pegatinas. Que vas a gastarme el nombre… —se asomó ella entonces por debajo del arco izquierdo de la estructura. Él resopló con alivio evidente y jadeó a causa de la carrera—. ¿Estás bien? —se preocupó enseguida—. ¿Ha pasado algo?

Rayo se obligó a respirar con normalidad antes de responder.

—¿Por qué te has ido sin avisar?

***

Sally abrió el capó, sorprendida por su vehemencia.

—Yo… Lo siento, no quería despertarte y había algo que quería hacer —al ver que él seguía serio, preguntó—. ¿Estás… enfadado conmigo por eso? Sabes que me gusta subir aquí —se defendió, algo molesta porque alguien pareciese querer controlar lo que hacía.

Pero, para su tranquilidad, Rayo suavizó el gesto de inmediato.

***

—No estoy enfadado, claro que no —calló justo después, sin saber cómo expresarse sin quedar como un idiota—. Yo… es que…

Cerró el capó y apartó la vista, avergonzado. Pero Sally enseguida se acercó con gesto conciliador.

—Esta noche he soñado con La Rueda —le confesó, haciendo que él se girara, curioso. Ahora, la que parecía avergonzada era ella. Pero su vista había vuelto a clavarse en la estructura—. Lo he visto lleno de gente, Rayo. He visualizado como sería y… Bueno, siento no haberte dicho nada —se disculpó de forma adorable—. Me he despertado con tantas ganas de volver a verlo que he subido directa, sin pensar —lo miró con las ruedas encogidas—. ¿Podrás perdonarme?

Él, por toda respuesta, acarició su guardabarros con el morro, haciéndola cerrar los ojos con deleite.

—Quizá se me pase un poco si me explicas qué quieres hacer —le indicó con media sonrisa—. Y, si me gusta, a lo mejor me pienso perdonarte del todo…

Sally hizo una mueca burlona, pero se adelantó hacia los antiguos surtidores sin otra palabra y ambos se adentraron en la agradable frescura del hueco bajo la montaña.

—Mira —empezó Sally, adelantándose hasta el centro de la semiluna que formaban las antiguas puertas—. En mi sueño todo esto estaba cubierto de suelo de baldosas, aquí había una barra con surtidores para copas y todo el resto del espacio estaba despejado. —Se acercó a la puerta central—. Aquí estaría la puerta. Quitaría los surtidores de ahí y dejaría espacio para pasar. Y todo esto… —Salió de nuevo al sol y abarcó la explanada con la rueda—… tendría mesas y tiras de luces colgando por encima. —De repente, pareció entristecerse—. Pero, claro, cuanto más lo pienso más me doy cuenta de que es imposible —suspiró—. Siento no haberte despertado esta mañana, Rayo.

Tras ese cambio súbito de actitud, el corredor se preocupó y salió detrás de ella, que ya enfilaba lentamente la carretera de vuelta a Radiador Springs.

—¡Sal, espera! —la retuvo, colocándose a su lado. Ella frenó y lo miró con tal tristeza y vergüenza que el chico pensó que se le partiría el chasis en dos—. Oye, yo también siento haberme asustado así. Pero después de oírte hablar de este sitio… Quiero ayudarte. En serio.

Sally enarcó un parabrisas con el interior aleteando de expectación.

—¿De verdad? —quiso saber—. Pero, Rayo… No es más que un sueño.

—No, Sally —la rebatió él con dulzura—. Es «tu» sueño. Y quiero que puedas llevarlo a cabo… Te lo debo.

Sally sacudió el morro con amargura.

—No me debes nada, Pegatinas.

—Sí, sí te lo debo —la interrumpió él, acalorado—. ¿Recuerdas cuando te dije lo de que «solo era una carretera» y tú me dijiste que había sido «más que eso»?

La muchacha entrecerró los ojos, sin saber muy bien por dónde iba la conversación.

—Sí… ¿Y…?

Rayo tragó aceite.

—Que para mí también fue mucho más que eso. Descubrí un lugar al que quería volver… Un hogar. Y, en gran parte, fue gracias a ti.

***

Sally se emocionó casi hasta el punto de llorar, pero se contuvo a tiempo.

—Entonces, ¿crees que es posible? —le preguntó, volviéndose para mirar la silenciosa silueta del restaurante abandonado—. Los dueños se fueron hace mucho tiempo del pueblo… Y sé que no tengo tanto ahorrado como para comprarlo y reformarlo…

Ante lo cual Rayo mostró una mueca enigmática.

—Lo de los dueños déjamelo a mí; tengo algún contacto burocrático que puede ocuparse de ello… Y lo del dinero —la miró de una forma que Sally quiso derretirse allí mismo—. Te prometo, Sally Carrera, aquí y ahora, que si gano la Copa Pistón el próximo año…

» La mitad del premio será para este lugar.

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