Akhen y Ruth · rpg · spin-off

#SpinOffSunday: Akhen y Ruth – Una historia agridulce (Capítulo 21)

Capítulo anterior

Capítulo 21 – caminos divergentes

Renée O’Connor

Akhen resolvió que estaba llevando a cabo una buena interpretación, porque apenas demostraba estar nervioso y hablaba con una normalidad que le pareció de lo más acertada. Su cita de aquella noche, –¿quién lo habría dicho? –, parecía levemente turbada y, aunque el Hijo de Mercurio no quería hacerse ilusiones, era imposible no hacerlo. Negó con la cabeza y encajó con una sonrisa el cumplido sobre el local que ella la había hecho. Sí, era bonito y había supuesto un pequeño bálsamo para el ánimo del joven. Además, el hecho de tener el piano allí y poder tocar de vez en cuando significaba mucho para él, mucho más de lo que admitiría.

Cuando ella le pidió una bebida conocida de sobra para él sintió una leve punzada de nostalgia en el pecho, pero asintió e hizo que la acompañara hasta la barra, donde Joe ya había retirado su whisky sin terminar

—Ponle un Firework a la señorita —pidió, antes de señalarle a la chica un taburete y ambos tomar asiento—, para mí una soda —tendrían tiempo para beber después de la cena; a fin de cuentas, había reservado mesa en el “Catamarán”, un restaurante muy famoso por sus platos con gambas y su buen servicio. Luego irían a tomar algo a otro lugar lejos del Ávalon.

Suspiró, aliviado: al menos Ruth no lo había escuchado tocar la canción que había compuesto para ella. No es que tuviera nada que ocultar, había dejado claro cómo se sentía unas horas antes en la playa; pero no sabía muy bien cómo explicarle que aquella desgarrada melodía viniera a manifestar sus oscuros pensamientos y que, además, la tocase al piano. En esos momentos, algo había cambiado: ¿su confesión? ¿El hecho de haber accedido a quedar con ella? Intentó que no se notara en sus gestos lo que estaba pensando y, cuando sirvieron sus bebidas, intentó parecer lo más relajado posible

—He reservado mesa en un restaurante muy interesante para dentro de un rato y, luego, podemos tomar una copa y dar un paseo, ¿te parece?

Dio un sorbo a su soda; comparada con el whisky que había estado degustando antes, le supo un poco sosa, pero ya le tocaría tomar unas buenas bebidas espirituosas. Se volvió hacia Ruth. Que se le quedara la boca seca cada vez que la mirase era un inconveniente; de ahí que la soda, pese a ser un poco insípida, fuera la bebida perfecta para aquel encuentro. Tamborileó con los dedos sobre el mostrador: cuando lo compró le pareció muy caro, pero era de una calidad excelente y merecía el gasto. Volvió a mirarla de nuevo. Aquel vestido empezaba a convertirse en una pequeña obsesión y eso no estaba bien; no solo por aquellos tres años llenos de oscuridad, sino también porque pretendía ser un caballero. No podía comérsela así con los ojos, de manera que pasó a contarle lo que había en su local: la hermosa cristalera, la zona reservada a la música, donde ya preparaban un pequeño concierto de jazz, los combinados… Aquello se parecía cada vez más a una cita. Que fuera justo con ella era un poco preocupante.

* * *

Cuando le propuso su plan, Ruth aceptó, por supuesto. Cierto que la idea de salir había sido de ella, pero el hecho de que él ya hubiese pensado en el resto de detalles y hubiese reservado dónde cenar hacía renacer la esperanza en su pecho.

«Paciencia, Ruth. Te estás dejando llevar».

Para camuflar su euforia, dio un trago a su cóctel. Delicioso, como lo recordaba. Sin embargo, a medida que seguía las explicaciones de Akhen, o Alex, como se hacía llamar ahora, sobre el local, su ánimo se fue enfriando paulatinamente y se vio obligada a dar sorbos, pequeños pero cada vez más frecuentes, a mi bebida. Pero ni siquiera eso caldeaba su última impresión.

«¿Qué?», preguntó su subconsciente. «¿Acaso creías que el hecho de haber estudiado en la universidad lo iba a impresionar?».

«¡Claro que no!», pensó Ruth de inmediato.

De hecho, impresionarlo no entraba en sus planes cuando había decidido buscarlo; solo quería decirle lo que sentía. Pero las cosas no habían salido como ella planeaba y ya no estaba segura de si eso era maravilloso o aterrador.

Cuando su mirada se posó sobre el piano, además, su estómago se retorció y se estremeció sin poder evitarlo. Por suerte, él miraba hacia otro lado en ese instante. Sabía que no la había visto escucharlo tocar; pero, aun así, ella había sentido cada nota de su canción interpretada al piano como si fueran diminutos dardos envenenados clavándose en su piel. Porque sabía perfectamente quién era la responsable de tanta amargura y tristeza.

Por si fuera poco, tampoco pudo evitar empequeñecer de vergüenza cuando comprobó lo diferentes que habían sido sus respectivos caminos en aquellos años. Ruth, que hasta hacía quince minutos se había sentido tan orgullosa de su título y del proyecto que había decidido emprender en la Tierra, se percató entonces de que para Akhen, probablemente, solo supondría una decepción. Otra vez.

El nivel de su bebida había descendido hasta la mitad de la copa a un nivel alarmante, y procuró serenarse. ¿Es que acaso iba a suceder algo entre ellos? No parecía probable, aunque lo deseara con locura.

—Veo que te has hecho un hueco en la sociedad —Ruth quiso bromear, o al menos lo intentó, pero sabía que de fondo en su voz debía resonar cierta hiel mal disimulada—. Yo mañana volveré a Sídney –«¿se lo cuento? ¿no se lo cuento?… y, ¿por qué no? ¿qué puedo perder?»—. Me gradué en Enfermería la semana pasada —siempre había imaginado que se avergonzaría ligeramente al contárselo; como una niña que ha hecho una trastada, pero en el fondo se siente orgullosa de ello; sin embargo, percibió perfectamente su tono desapasionado mientras sus ojos se mantenían clavados en la barra— y me han ofrecido empezar a trabajar el lunes que viene.

En ese momento la joven se atrevió a alzar un segundo los ojos hacia él, pero no vio nada.

«Por supuesto, su mente no va a ser un pasen y vean y menos para ti, cabeza de chorlito», se recriminó.

Pero aquello no fue lo peor. Lo peor fue que, mientras hablaba, Ruth fue consciente de la imagen que pasaba por su cabeza: él y ella sentados en el borde de una cama, las manos de Ruth vendando su hombro… Aquello que finalmente la había empujado a estudiar aquella carrera. La joven sacudió la cabeza, reprimiendo la nostalgia como pudo.

—Como ves, mi vida no es tan apasionante como la tuya —musitó a la vez que hacía un gesto elocuente hacia la parte más amplia del local, una maniobra para tratar de distraer su rostro del de ella, que amenazaba con convertirse en una tormenta tropical de ahí a pocos segundos. No obstante, Ruth no pudo evitar suspirar con tristeza antes de concluir en un susurro que sabía que él escucharía perfectamente—. Supongo que la princesa que había en mí murió también en aquel puerto…

«Tengo que desviar la conversación hacia otros derroteros», reflexionó. «No es el momento de seguir por aquí».

Y, sin embargo, no estaba segura de, si era a causa del alcohol, o de que la parte irracional de su mente seguía luchando por desatarse con fiereza –de hecho, si se hubiese tratado de una persona ya habría soltado una de sus manos, algo que su parte racional procuraba remediar a toda costa–, un pensamiento más fuerte que cualquier otro se impuso a la lógica. Algo que –y Ruth era consciente de ello–, podía ser del todo inconveniente en aquel momento.

«Te he echado de menos, Akhen».

* * *

«Un hueco en la sociedad». Él no habría definido su estancia en la Tierra de ese modo, el Hijo de Mercurio habría utilizado la palabra “amoldarse”, porque la persona que ella tenía delante no era exactamente Akhen Marquath. Aun habiendo pasado tres años, quedaría algo más de él en Alex Maxwell y lo cierto es que más allá del físico y algunas costumbres, había cambiado mucho. Sabía que quien debía ser estaría debajo de todo aquello, pero ahora mismo no podía sacarlo al exterior; de ahí que siguiera siendo correcto y educado, sin dejar traslucir mucho más.

—Enfermería, se te daba muy bien —y se tocó el hombro, justo donde ella lo había curado antes de acostarse por primera vez. Para que nada trasluciese a su rostro siguió hablando de los estudios de la joven—. Seguro que lo harás genial, siempre te has preocupado mucho por los demás.

«Akhen, eres idiota, tío. Debíamos ser duros, esto es lamentable», le recriminó el engreído de Alex, haciendo su aparición con la misma confianza que quien entra a su casa.

Lo quitó del medio de un manotazo, ni la conocía tanto ni debería haber dicho eso, pero tampoco había sido para tanto, podía ser educado. Seguía siendo un caballero. Cuando ella lo observó esta vez sonrió, tampoco había necesidad de ser tan poco delicado como unas horas antes.

—Y… estoy seguro que dedicarse de un modo tan altruista a los demás también es apasionante.

 «Ahora sí, para»

Y esta vez lo hizo, porque ella había vuelto a rememorar la época en la que se despidieron de aquel modo tan poco afortunado. Quiso decir algo para corregir aquellas palabras que había soltado tan a la ligera, pero un nuevo pensamiento de Ruth lo golpeó abriendo sus ojos como platos. Esa misma mañana le había dicho que lo amaba y que tres años después lo seguía haciendo y ahora le soltaba, no de viva voz, pero en su caso era innecesario, que lo había echado de menos.

Tuvo que hacer un esfuerzo por convertir sus manos en puños y colocarlas sobre sus caros vaqueros, de haber tenido una milésima parte menos de autocontrol seguramente ya la tendría entre sus brazos y estaría jurándole amor eterno. Se mordió el labio inferior y tuvo que hacerlo a conciencia porque era capaz de soltar alguna estupidez. La estúpida normativa le impedía fumar dentro del Ávalon, de manera que se afanó en casi sangrar y, de paso, levantar la barrera más alta que fue capaz en su mente, porque se le desperdigaban los pensamientos, un inoportuno “Yo…” escapó de su control, pero el resto siguió guardado bajo llave.

—Así que eres tú la chica con la que ha quedado el jefe esta noche —Joe lo sacó de su ensimismamiento. Al parecer, al joven de cabello negro y ojos color café le había tocado aquella sección del establecimiento esa noche y, aunque era su amigo, Akhen sabía lo indiscreto que podía llegar a ser. Por eso, antes de que pudiera detenerlo se había presentado a Ruth y le contaba cosas que no hacía falta que ella supiera—. A la vista está que debes gustarle mucho, nunca lo había visto tan descentrado; y hace casi tres años que lo conozco.

Si las miradas hablaran, el pobre camarero sería ahora un bonito cadáver. Antes de que continuase poniéndolo en ridículo, le mandó un pensamiento; nunca lo había hecho y estaba seguro que el otro creería haberlo imaginado. «Piérdete», le espetó antes de tomar a Ruth de la mano y largarse de allí. Era el jefe, no tenía necesidad de aguantar semejantes estupideces. Cuando se volvió por última vez para ver el rostro de Joe quedó satisfecho, el chico parecía totalmente perdido.

Ya en la calle pidió un taxi y le indicó al tipo dónde debía llevarles. El Catamarán era un hermoso restaurante junto al mar en el que servían las mejores gambas de por allí. Solo soltó la mano de la chica cuando estuvieron cómodamente sentados en uno de los reservados del local, decorado en colores claros y con un sinfín de detalles marítimos que, pese a su profusión, eran muy elegantes. No recordaba nada del trayecto. Mucho menos el momento en el que había tomado la delicada mano de la chica entre las suyas.

—Lo siento –se disculpó azorado.

Si de verdad quería parecer simplemente correcto, no lo estaba consiguiendo, ni por asomo.

* * *

Sus cumplidos sobre su capacidad de curar hicieron enrojecer a Ruth hasta la punta de las orejas, y sintió un extraño calor en el pecho cuando vio, a pesar de la ligera bruma de alcohol que enturbiaba su mente, cómo se llevaba la mano al hombro. Emoción. Esa sería la palabra. ¿Sería posible que detrás de aquella pose, aún albergase algún buen sentimiento? La irracionalidad de Ruth saltaba en su silla, rabiosa, y ya había comenzado a liberarse de su cautiverio.

«No, no, no», pensó su propietaria, aterrada, «no puedo hacer eso ahora».

Tenía que seguir dándole espacio… y tiempo. Las heridas que le había infligido eran muy duras y sabía que la desconfianza no atendía a razones.

«Tiempo, Ruth, tiempo».

Sin embargo, tenía que admitir que la sorprendió que alabase su altruismo hacia los demás. ¿Precisamente él? Fue a decírselo, a riesgo de volver a sacar un tema espinoso, pero en ese momento intervino el camarero. Un chico que, reconoció, era bastante atractivo. Tenía un rostro simpático y una mirada cálida. Igualmente, le hizo reprimir un ataque de risa en cuanto vio cómo se descomponía –ligeramente– el rostro de Akhen ante sus dos frases.

«Así que descentrado, ¿eh? ¿Punto para mí?»

Podía ser, pero no quería hacerse ilusiones. De todas formas, Akhen le dio poco tiempo para pensar a su acompañante antes de cogerla de la mano –algo que hizo que su irracionalidad casi gritase de euforia y su conciencia se viese obligada a hacerla callar–, sacarla del local y llevarla hasta un taxi con algo de prisa. Ruth jadeaba ligeramente, aunque intentaba disimularlo, y no estaba muy segura de si era por la carrera, por la situación… o por todo.

Sin embargo, en el taxi se sentaron cada uno en un lado de la parte trasera, aunque sus manos permanecieron enlazadas, lo cual no hizo otra cosa que acelerar aún más el pulso de la joven rubia. No podía evitar mirarlo de reojo de vez en cuando, comprobando una y otra vez lo dolorosamente guapo que estaba. Hasta la barba le sentaba como un guante.

Cuando bajaron del taxi y entraron al restaurante, aún con los dedos enlazados, Ruth tuvo que reprimir otro silbido admirado. Aquel tenía que ser un sitio caro, sí o sí. No obstante, al ver la seguridad de Akhen, o Alex, al dar su nombre para confirmar la reserva, la mujer decidió dejarse llevar. Aquel era su territorio… como en Tribec. Reprimió como pudo el nudo en el estómago al recordar aquello y lo siguió hasta la mesa en silencio.


Capítulo siguiente