Akhen y Ruth · rpg · spin-off

#SpinOffSunday: Akhen y Ruth – Una historia agridulce (Capítulo 11)

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Capítulo 11 – Huyendo del mal

Renée O’Connor

—¡Yia! ¡Yia!

El grito de Ruth resonó en aquel bosque con la misma desesperación que su cuerpo atesoraba desde que había empezado aquella loca huida. Gracias a haber aprovechado las eternas clases de equitación junto a Morgana, sus talones se clavaron con pericia en el punto exacto para que la montura acelerara el paso hasta un ritmo poco menos que vertiginoso.

El nombre de Morgana le trajo a la mente el fatídico momento: nada más llegar de Tribec y bajar del barco, ambas felices y cómplices en lo bien que iban las cosas entre Akhen y Ruth, sus padres habían bajado a la playa a recibirlas. Aquello debió poner a la más joven sobre aviso; pero, dada la emoción por haber conocido al hombre más maravilloso del mundo, no cayó en la cuenta de que algo no iba bien hasta que no llegaron al salón del trono y Ruth vio a aquel hombre erguido frente a Gregor. Su terror se acentuó cuando cerraron las puertas tras ella y le presentaron, con mucha pompa, al que iba a ser su “futuro marido. Sin discusión”.

Decir que el mundo de la joven princesa se hundió en ese instante sería quedarse corto, pero su recato y educación le impidieron desmoronarse hasta que no estuvo a salvo en su dormitorio. Por lo visto, aquel era un amigo íntimo de Gregor, de muy buena familia y muy recomendado por él. Los señores de Ávalon, cansados ya de dar tantas vueltas con el matrimonio de su hija menor, habían decidido zanjar el tema de una vez por todas… aceptando casarla con él a la mañana siguiente. Sin invitados, sin boato… ¿qué más daba?

Pero la sorpresa llegó cuando, sobre las dos de la madrugada, Morgana se coló en el dormitorio de Ruth y sin, dejarla hablar, le expuso su plan: ropa, dinero y un caballo esperando en los establos.

—Corre, Ruth —la instó cuando estuvo subida a la silla—. No mires atrás. Coge un barco donde puedas y márchate de aquí.

—¿Por qué haces esto? —preguntó la otra mujer.

Y Morgana, con emoción contenida, dijo:

—Porque te mereces ser feliz.

No le aconsejó ir a ver a Akhen, sin embargo. No dudaban de él, pero sus padres eran otro cantar. Y Ruth debía pasar lo más desapercibida posible. Así que la fugada galopó en medio de la noche, confiando en su buena suerte, en el amuleto que Akhen le había regalado y que seguía llevando colgado del cuello, debajo del chaleco de piel, y en la visión de aquella yegua joven y fogosa.

Al filo del amanecer, Ruth había llegado a Marenn y comprado un pasaje para la montura y para ella. No le importaba el destino. Sin embargo, cuando llegó a las Tierras Lejanas, pensó que el destino realmente quería darle otra oportunidad. El bosque por el que galopaba en ese instante, a pesar de no tener senderos visibles, no era especialmente espeso y facilitaba la visibilidad. Las hayas y los robles se entremezclaban a su alrededor creando un conjunto muy bello. Algo que se interrumpió a escasos metros de distancia.

Ruth no vio la trampa alzarse y, para cuando lo hizo, la yegua ya se había levantado de manos, arrojándola al suelo. Cuando se repuso del golpe, la joven vio con espanto cómo una criatura de dos metros de altura, piel gris azulada y grandes colmillos, hincaba un machete en el cuello del desdichado animal, matándolo en el acto. Sin poder evitarlo, Ruth gritó, atrayendo su atención sobre ella.

Un ogro.

—Vaya, vaya… —murmuró, con su voz gutural—. Qué precioso aperitivo tenemos aquí…

Aterrada, la mujer trató de retroceder, pero otros dos congéneres suyos aparecieron entonces de entre los árboles y la sujetaron por los brazos. Rabiosa, ella conjuró una bola de rayos en su mano derecha y se la lanzó al tercero, que ya se aproximaba enarbolando el gigantesco cuchillo. Sin embargo, cuando los rayos impactaron en su piel, aunque le arrancaron un aullido de dolor, parecieron irritarlo más todavía. De dos zancadas, llegó a la altura de su prisionera y la tomó por la barbilla con sus manazas, obligándola a levantar la cabeza a la vez que el filo del arma se depositaba junto a su yugular izquierda.

—Pero si tenemos una brujita rebelde por aquí… —murmuró junto a la nariz de la interpelada, haciéndole contener las arcadas por su mal aliento—. Disfrutaré despellejándote…

Pero se interrumpió en cuanto, a escasos metros, resonó una voz de hombre, autoritaria y que a Ruth la dejó helada en el sitio.

* * *

Que Akhen acompañase al señor Marquath durante sus viajes era algo relativamente normal. A veces realizaba alguna transacción en solitario, pero no era lo habitual; de ahí su sorpresa cuando su progenitor le pidió que fuera hasta las Tierras Lejanas para hablar con quienes él tildó de “posibles aliados estratégicos”. Se hubiera negado, por todos los Dioses: ¿su padre había perdido el juicio o es que nunca lo había tenido? Pero, después de haber dejado dos cuentas abiertas en sendos locales de la ciudad y tras su “intolerable comportamiento” con las Derfain, no podía más que transigir con lo que el viejo quisiese. Por ello, ataviado con una túnica y una capa de viaje y unos pantalones de colores grisáceos, había partido hasta el encuentro.

Se pasó el viaje taciturno y molesto, había conseguido –o al menos eso parecía– el compromiso con Ruth y su progenitor seguía sin estar contento. Se encogió de hombros: empezaba a estar harto de sus padres, cada día los aguantaba menos. Estaba a punto de cumplir los treinta y nada de lo que decidiera o hiciera les parecía bien. Apretó la mano convertida en un puño. Lo único que los Marquath habían hecho bien había sido elegir a la joven Derfain como prometida para él, pues la chica le gustaba bastante, pero el resto de su comportamiento como padres había sido lamentable. Si al menos hubiera tenido un hermano o una hermana habría tenido algo que compartir con ellos, pero siendo hijo único todo aquel dolor había tenido que gestionarlo en solitario.

«Mejor no pensar en ello».

Se apoyó en la barandilla de la embarcación que le llevaba a las Tierras Lejanas para mirar el océano, enorme y bello. Cuando finalmente desembarcaron tomó su caballo, una enorme bestia negra bastante mansa pese a su tamaño y cabalgó por la zona totalmente alerta, no sabía que podía esperar de aquel lugar lleno de criaturas. Ningún problema hasta que enfiló uno de los bosques de la zona, donde oyó sonidos de pelea. Por un segundo lo dejó pasar, probablemente se tratase de alguna trifulca entre los monstruos que por allí vivían. Estaba a punto de poner el caballo al galope para salir de aquel problema cuando el chillido de una chica lo sobresaltó. La sangre se convirtió en escarcha y le hizo espolear al caballo precisamente hacia la dirección de la que huía. La que había gritado era Ruth.

Su Ruth.

«Corre, más rápido», le pidió a su montura, de la que prácticamente saltó para encarar a las criaturas que estaban amenazando a la joven.

—¡Eh, tú, suéltala ahora mismo o el único pellejo que verás será el tuyo cuando te lo arranque!

Normalmente era jovial, pero en esta ocasión el matiz peligroso que adquirió su voz dejaba claro que no le temblaría la mano a la hora de acabar con aquellos tres monstruos. El que tenía a la chica sujeta la dejó a un lado.

—Pero, ¿quién eres tú? Un valiente, déjanos ver que…

El puñal de Akhen cortó el aire en un único movimiento que hizo que la mano del ogro saliese volando en una lluvia color carmesí. El shock propició que la criatura se dejase caer en el suelo, aturdida.

Los otros dos se lanzaron sobre él sin tan siquiera pensarlo y el Hijo de Mercurio tuvo que dar lo mejor de sí mismo en algo que no había tenido que hacer mucho a lo largo de su vida: combatir. Sus dotes le sirvieron para no perder la cabeza –literalmente– en más de una ocasión, pues leía las mentes de los ogros y era capaz de teletransportarse a otro punto cercano para esquivarlos. Los conjuros que implicaban a las raíces de los árboles del bosque y su propia daga estaban siendo efectivas. Aunque todo se torció cuando Ruth volvió al combate.

Si el hijo del embajador no tenía de sobra con todo lo que estaba haciendo, ahora se obligaba a cubrir a la chica con su propio cuerpo o, directamente, sacarla del alcance de los ataques de los ogros a empellones. No sabía con que atacaba ella, pues estaba dándolo todo para que no la hirieran. Parecía enfadada, aunque eso también lo ignoró. Tal fue el caso que en uno de aquellos movimientos noto un dolor agudo en el hombro, apretó los dientes y se lo tomó como una señal. Tenían que largarse.

Tiró de Ruth sin delicadeza alguna y utilizó sus poderes para teletransportar a ambos junto a su caballo. Tanta era su precipitación que subió a la chica como si fuera un fardo en la montura y montó delante. Cabalgaron lo que al joven le pareció un siglo, pues la herida no paraba de palpitar y Ruth no era, precisamente, una compañera fácil. Decidió ignorarla, pues estaba seguro que si dejaba de concentrarse en aparentar que no sentía dolor alguno explotaría en mil pedazos.

Cuando se sintieron seguros estaba a punto de anochecer y encontraron una posada donde podían hospedarse. Solo les quedaba una habitación libre, que contaba con una cama de matrimonio. Le daba igual, dormiría en el suelo, lo único que necesitaba era quitarse la túnica y lavarse la herida. Tanta precipitación y adrenalina iban a acabar con él. Dejó unas monedas sobre el mostrador y subió la escalera pesadamente, le costaba mantenerse en pie, por lo que se arrancó la túnica de cualquier manera –estaba manchada de sangre– y la dejó caer en el suelo de la estancia que les habían proporcionado. Supuso que Ruth lo seguía porque la oyó cerrar la puerta tras de sí.

—Dime que no está tan mal para lo mucho que me duele –le pidió antes de dejar escapar un jadeo para no gritar.

* * *

No podía dar crédito. Cuando lo vio bajar del caballo y amenazar a aquellos ogros, Ruth pensó dos cosas. La primera:

«¡Akhen!», llena de felicidad.

Y la segunda, una milésima después:

«¡¿QUÉ DIANTRE ESTÁ HACIENDO ÉL AQUÍ?!»

Sin embargo, cuando el puñal cercenó la mano del ogro que la tenía prisionera, arrancando un grito de dolor a su dueño, Ruth no se entretuvo en pensar ni en dejar que el miedo la paralizase. Rápidamente, sacó su propio cuchillo de debajo del chaleco y lo clavó sin miramientos en la muñeca del tercer ogro, que la soltó de inmediato. Sin embargo, ahora su atención parecía centrada en Akhen. El cual, sin dudar apenas, se lanzó a combatir a las criaturas con una agilidad que a la joven jamás se le hubiese ocurrido atribuirle. Pero claro, era un Hijo de Mercurio –presumiblemente Virgo, vistos los conjuros de Tierra que ejecutaba–, podía teletransportarse y además anticipar los movimientos de sus adversarios.

Pero Ruth era consciente de que él no podría con los tres a la vez; por lo que, aprovechando que estaban de espaldas a ella, se lanzó hacia delante con un grito.

Enarbolando el cuchillo, lo envió contra las pantorrillas del primer ogro, que lanzó un alarido penetrante antes de caer de rodillas. De un salto, la joven trató de esquivarlo a la vez que otro de los ogros, sorprendido, se volvía hacia ella. Con la mano libre, esta lanzó una bola de rayos en su dirección; para descubrir de nuevo, con cierto pánico, que en la piel coriácea de aquellas criaturas tenía poco efecto. El ogro trató de dispararle un puñetazo en todo el rostro, que evitó a duras penas lanzándose al suelo.

En el instante en que iba a levantarse de nuevo, la princesa sintió un extraño cosquilleo por todo el cuerpo. Se miró las manos, comprobando con terror que desaparecían para, un segundo después, encontrarse al sol, en vez de bajo la sombra de un ogro repelente y de una pieza. Sin ser muy consciente de lo que ocurría y levemente mareada, Ruth sintió cómo unos brazos fuertes la subían a un caballo de mala manera para que acto seguido, su jinete montase delante de ella y arrancase la montura al galope.

Con cierto esfuerzo, Ruth se agarró a la silla, trató de incorporarse y se aferró a la túnica de aquel como fue capaz. Sin embargo, una vez que los ogros quedaron atrás y la adrenalina dejó de atronarle las venas, la joven rubia se permitió pensar con cierta claridad; algo que provocó que su enfado inicial regresara. ¿Qué hacía Akhen precisamente en el mismo lugar que ella, en el mismo instante? Cierto que suponía que su padre habría enviado a media Comunidad Mágica detrás de sus pasos al descubrir su huida, pero… ¿A él? ¿En serio? Por pura rebeldía, y aunque tenía la intuición de estar pagándolo con quien no debía, Ruth alzó con esfuerzo varias barreras en su mente que le permitieron tener el siguiente pensamiento pero que muy a gusto.

«Lo único que quería era alejarme de mi antigua vida, maldita sea. Y esto no facilita las cosas».

Si él se percató o no de que había levantado una barrera, poco le importaba. La verdad, esperaba que lo hubiese hecho. Que hubiese detectado su enfado y le ofreciese una explicación en cuanto se detuvieran. Sin embargo, eso no se dio hasta el anochecer. Sorprendida, Ruth se dio cuenta de que estaba agotada; le dolía el trasero de cabalgar y necesitaba quitarse aquella ropa que la ahogaba. No se percató de que sus barreras mentales se deshacían como un castillo de naipes en el momento en que Akhen bajó de un salto, moviéndose de una forma un poco extraña y entró en la posada más cercana.

Iracunda, la princesa bajó igualmente de la montura como pudo, se la dejó a un mozo sin dejar de poner mala cara y entró detrás de él en la posada. El dueño le estaba explicando en ese instante que solo disponían de una habitación de matrimonio; pero, en cuanto la vio entrar y acercarse a Akhen, su sonrisa se ensanchó:

—Creo que no tendrán problema. Es la primera de la derecha nada más subir.

Ruth estaba a punto de protestar para aclarar el asunto; pero, Akhen, por su parte, no parecía dispuesto a discutir más. De morros, la joven lo siguió al piso de arriba, esperando aún una explicación. Lo que jamás imaginó era que su argumento viniese cincelado en sangre sobre su hombro. Cuando se quitó la túnica, por raro que pudiese parecer, su espalda musculada fue la última preocupación de Ruth Derfain. Su enfado desapareció como por ensalmo y se lanzó sobre él.


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