Capítulo 10 – Coliseo

—¡Orden en la sala! —bramó la honorable Brenda Hudson, irritada. Bastante difícil había sido mantener a los periodistas fuera de la sala; como para que, ahora, lo que parecían dos bandos declarados en el interior del juzgado empezaran a tirarse los trastos a la cabeza—. Da comienzo la segunda sesión del juicio del Estado de California contra Tex Cadillac Dinoco. Fiscal, cuando quiera, puede llamar a su testigo.
Álex se irguió, agitándose como si fuese un pavo antes del cortejo, mientras salía de detrás de su mesa y avanzaba hacia la jueza.
—Gracias, señoría. Llamo entonces a Ryan Sparks.
Rayo entrecerró los ojos al reconocer el nombre, mientras la puerta se abría a su espalda y entraba el susodicho en la sala. Aunque pretendía parecer sereno, el Ford Fusión blanco y azul mantenía el morro cerca del suelo, al tiempo que sus ojos grises volaban de un lado al otro de las bancadas de testigos. Al ver a su contrincante, mostró una ligera expresión de sorpresa; Rayo asintió en su dirección, con media sonrisa, sin poder evitarlo. Sparks y él no eran especialmente amigos, pero se respetaban en la pista, habiendo debutado casi a la vez. Ryan lo había hecho en 2004, quedando siempre en la media del grupo, aunque McQueen recordaba alguna carrera especialmente memorable del Fusión; de hecho, esta temporada había quedado tercero. ¿Cómo se le había pasado por alto? Sparks constituía un ejemplo de tesón y esfuerzo continuo, razonó entonces; era lógico que en algún momento aquel trabajo duro diese sus frutos.
Sin embargo, la duda que corroía al 95 iba más allá. Sobre todo si sus sospechas se cumplían. Respiró hondo y procuró controlar su nerviosismo. Muy pronto lo averiguaría. Mientras él rumiaba sus teorías, Sparks llegó hasta el estrado y ascendió la rampita que conducía al lugar de los testigos.
—Buenos días, señor Sparks —saludó Álex— . ¿Jura usted decir ante este tribunal solo la verdad y nada más que la verdad, con la ayuda del Todopoderoso?
El Ford Fusión centró por fin su atención en el fiscal y pareció intentar mantener sus nervios a raya cuando respondió:
—Sí, señor fiscal.
—Bien. ¿Puede decirnos si reconoce al acusado?
Sparks giró sus iris de color acero hacia Tex, sin acritud alguna.
—Sí, señor. Es Tex Cadillac Dinoco, dueño de la petrolera Dinoco y patrocinador de la Copa Pistón.
El citado le devolvió una mirada inexpresiva; pero Sally inclinó el morro, mientras no perdía ojo del testigo. De toda aquella pantomima, algo no estaba yendo como debía. Y la joven notó como un escalofrío recorría su chasis al anticipar lo que eso pudiese significar. Rayo, al notar su turbación, colocó una rueda sobre la suya e inclinó la barbilla en un gesto confidente, como si le hubiese leído la mente. Sally le hizo un gesto rápido que significaba «después comentamos», él aceptó y ambos volvieron a centrar la vista en el proceso.
En ese instante, Álex pedía que se proyectaran una serie de documentos escaneados en la gran pantalla blanca que ocupaba el lateral:
—Estos son sus análisis, ¿cierto, señor Sparks?
—Sí —respondió el otro sin vacilar.
—¿De qué equipo es?
—Del Steel Magnet, señoría.
—¿Y quién provee de gasolina a ese equipo?
—Dinoco.
A nadie le pasó desapercibida la sonrisa maliciosa que curvó el capó de Álex cuando aquella respuesta hizo que Tex se hundiera sobre sus amortiguadores, rendido a la evidencia.
—¿Y usted fue consciente en algún momento de que su gasolina estaba adulterada? —prosiguió Mustang—. ¿Notó alguna diferencia en su rendimiento?
—Lo cierto es que este año he quedado en mejores posiciones que otros —admitió Sparks casi sin pensar; con total sinceridad y, ante la súbita mirada cargada de advertencia de Mustang, algo que solo vio él para bien o para mal, agregó—. Pe… Pero siempre lo achaqué a mi entrenamiento.
Álex resopló, imperceptiblemente, antes de volver a preguntar:
—Usted es un corredor muy metódico, ¿me equivoco?
—Protesto, señoría —saltó Nayara, empezando a cansarse de aquel sinsentido—. No sé si eso es relevante para el caso.
Brenda Hudson asintió.
—Señor Mustang, cíñase a lo tratado en sus preguntas —avisó al fiscal.
Este, apretando los dientes y conteniendo apenas una mirada venenosa, lanzada hacia Nayara con poca discreción, sonrió de forma artificial y asumió aquella pequeña derrota con toda la elegancia que fue capaz.
—Claro, señoría. De hecho, no tengo más preguntas.
La juez pareció conforme, porque justo llamó a Nayara a continuación. Esta se cruzó con Mustang, casi pudiendo palparse la tensión entre ambos, antes de rodar hacia el testigo. Este la observaba, expectante e inmóvil. La abogada De La Vega inspiró hondo y procuró ordenar sus ideas antes de abrir el capó.
—Señor Sparks, ¿ha tenido conocimiento de algún caso más de adulteramiento de gasolina, en su equipo o en su entorno más cercano?
El otro entrecerró los ojos con aire pensativo.
—No entiendo su pregunta, abogada.
Naya reprimió un bufido.
—Me refiero a si conoce a otros corredores que estén en su misma situación, aunque sean de otros equipos.
Sparks, para su desesperación, asintió.
—Sí, los conozco.
—¿Podría decirnos quiénes son?
Sparks pareció apretar los labios, dudoso, al tiempo que Álex aprovechaba la oportunidad que estaba esperando:
—Protesto, señoría —Naya hubiese jurado que se relamía de gusto mientras lo decía, pero no se giró para confirmarlo—, esa es información de la fiscalía.
Pero, por desgracia, la jueza no parecía compartir su punto de vista.
—Denegada, señor Mustang. De hecho, me gustaría tener esa información a mi disposición.
«Un error poco habitual de Álex», pensó Sally, alerta. «¿Qué estará tramando?»
Nayara de la Vega, por su lado, prefirió seguir con el interrogatorio como si nada hubiese sucedido mientras Álex adelantaba los documentos hacia la honorable Hudson.
—Está bien, señor Sparks. Volvamos entonces a lo importante: ¿por qué Dinoco iba a adulterar la gasolina de otros equipos, si lo interesante sería que sus propios corredores ganasen? —quiso saber la abogada de la defensa.
El Ford Fusión albiceleste inspiró por la nariz.
—Quiere acabar con la competencia, pero es capaz de sacrificar a quien sea para conseguirlo —afirmó, incluso podría decirse con cierto desprecio.
Naya, sin embargo, meneó el capó enseguida.
—No me convence ese argumento —expuso, sin tragar aquella más que probable patraña—. ¿Por qué querría perjudicar al proyecto de su vida? Es decir, las carreras de las que todo el país, e incluso me atrevería a decir el mundo, disfruta tanto.
—No lo sé, letrada —reculó entonces Sparks, prudente—. No tengo forma de adivinarlo.
—De acuerdo —aceptó Naya, sintiendo una chispa de triunfo explotar en su interior—. Pasemos a otro asunto, entonces… ¿Cómo explica haber perdido contra Rayo McQueen, el vigente campeón, si su gasolina estaba adulterada con estimulantes?
—Nadie ha visto los análisis de McQueen —contraatacó entonces Sparks con sorprendente frialdad—. Podría estar también dopado y nadie lo sabría.
Naya apretó los labios y asintió, aunque la gasolina le hervía por dentro. Nadie se metía así con su ídolo y se iba de rositas; no si podía evitarlo.
—Está bien. No hay más preguntas, señor Sparks.
La jueza hizo un gesto con la rueda para invitar al testigo a retirarse. Algo que este hizo con rapidez en dirección a la puerta sin pensarlo dos veces. Mientras tanto, era el turno de Nayara de llamar a su testigo.
A Rayo. Sally tragó aceite cuando vio a su novio encaminarse hacia el estrado. Cuando lo habían hablado, los tres habían creído que podía ser buena idea. Pero ahí, en ese instante, viendo la mirada de halcón con la que Álex taladraba a McQueen, la joven Carrera dudó por primera vez de lo acertado de su decisión. Esperaba equivocarse.
—Buenos días, señor McQueen —Naya repitió el protocolo del juramento y Rayo lo asumió sin rechistar; antes de prepararse para la primera pregunta, ensayada el día anterior hasta la saciedad—. ¿Es usted el vigente ganador de la Copa Pistón, solo para que conste?
—Sí, señoría.
Naya pidió que se proyectaran sus propios documentos.
—¿Estos son sus análisis, señor McQueen?
—Sí, letrada.
Naya asintió brevemente, complacida.
—¿Reconoce las siguientes firmas? —preguntó entonces.
—Por supuesto —insistió él con calma—. Son las de mi director de equipo, el técnico de análisis y mis dos patrocinadores.
Naya contuvo un suspiro de alivio.
—Estos son resultados dentro de la normalidad —apuntó entonces, dirigiendo una rápida mirada de desafío a Álex, que apretó los dientes pero no replicó—. ¿Qué gasolina usa?
—La reglamentaria, sin plomo.
—Por tanto, o usted es un corredor fuera de serie, o tiene que haber una explicación…
Se oyeron risitas distribuidas por la sala y Rayo mostró media sonrisa, que también habían ensayado.
—Señorita de la Vega, parece que no haya oído nunca hablar de mí…
Ni siquiera Sally pudo contener una risita; pero se contuvo en cuanto observó, de nuevo, una extraña mirada en los ojos de Álex. La mirada del cazador. Y se le pusieron las bujías de punta. Porque se le había terminado la paciencia. Y eso en Mustang podía ser tan peligroso como una bomba atómica. En efecto, en cuanto Naya despidió a Rayo y ambos se retiraron, ya que Álex no parecía querer preguntar nada, el citado fiscal se aclaró la garganta y pronunció, sin gritar pero en voz suficientemente alta como para que se le oyese en toda la sala:
—Señoría, solicito un análisis grafológico de esas pruebas.
Naya lo fusiló con la mirada, pero no podía hacer nada. Solo esperar a lo que dijera la jueza. Para su desgracia, esta dijo:
—Se admite.
—Señoría —saltó entonces Naya sin violencia—: la defensa solicita que, si tienen que analizarse nuestras pruebas, también lo sean las de la fiscalía.
Por suerte, Brenda Hudson era una jueza ecuánime y comprensiva.
—Desde luego. Se acepta.
—Pero… ¡Eso es innecesario! —se escandalizó Álex sin poder evitarlo.
Tanto Sally como Naya le dirigieron idénticas miradas interrogantes, mezcladas con cierta sensación de triunfo.
—Silencio, Señor Mustang —ordenó Hudson—. Se admite. Con esto, se cierra la sesión hasta pasado mañana; de nuevo, a la misma hora. Se levanta la sesión.
Naya no pudo evitar sonreír ampliamente. Estaba segura de que todo saldría bien y el guiño cómplice que intercambió con Rayo y Tex indicaba que ellos pensaban lo mismo. Pero su humor decayó cuando contempló la expresión funesta de Sally.
—Eh, ¿va todo bien? —le preguntó, aproximándose a la barrera de madera que las separaba mientras la sala se iba vaciando.
Sally, por su parte, no abrió el capó hasta que un despechado Álex no pasó por su lado, sin apenas mirarlas dos veces, encaminándose hacia el exterior del juzgado. Solo entonces, la mejor amiga de Naya susurró:
—¿Has visto como miraba Álex al testigo?
Naya procuró ignorar la sensación de peligro que acababa de atravesar sus circuitos antes de replicar, en un hilo de voz:
—No… ¿Qué has visto?
Para su angustia, la otra no respondió enseguida, sino que pareció quedarse meditando unos instantes con el ceño fruncido. Sin embargo, fuera lo que fuese aquello que creía haber atisbado, se diluyó con desesperante rapidez en lo recóndito de su mente y suspiró.
—No lo sé. No estoy segura —reconoció—. Pero aquí hay algo raro. Y más nos vale averiguar qué es antes de que sea tarde.
—Lo haremos —aseguró Rayo, mientras los responsables de seguridad terminaban de echarlos sin violencia de la sala—. Solo tenemos que tener los ojos bien abiertos.
La tarde pasó con tranquilidad, agasajados de nuevo por la familia de la Vega, pero Sally seguía preocupada y Rayo lo notó. No obstante, la joven no se sinceró con él hasta que no se quedaron solos en la azotea después de cenar, observando las estrellas.
—¿Qué ocurre, Sally? —preguntó él, preocupado.
La muchacha reflexionó antes de contestar.
—Te has implicado mucho —comentó antes de volverse hacia él—, aunque admito que fue todo un acierto que avisaras a Rusty y Dusty tan a tiempo. Pero… —dudó— no quiero que te hagan daño, ni que esto nos afecte más de lo necesario —tragó aceite—. No quiero perderte.
Rayo, aunque también estaba algo asustado, procuró quitarle importancia encogiéndose de ruedas.
—Eh, vamos; no tienes que preocuparte por mí. Y sabes que haría lo que fuese por la gente que me importa —al comprobar que los ojos verdes de Sally seguían cargados de una dulce preocupación, tomó su barbilla con una rueda y agregó en voz más baja—. Y yo siempre estaré a tu lado, pase lo que pase.
Sally apretó los dientes con decisión.
—Si se atreve a meterse con mi gente, pienso hundir a Mustang —masculló, convencida—. Cueste lo que cueste.
Ante lo que Rayo mostró media sonrisa confiada, la besó con intensidad y apostilló:
—Pues voy contigo.