Akhen y Ruth · rpg · spin-off

#SpinOffSunday: Akhen y Ruth – Una historia agridulce (Capítulo 10)

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Capítulo 10 – Un regalo especial

Simon Baker

Los ojos de la joven se clavaron en él con curiosidad, a la vez que una amplia sonrisa se adueñaba de su rostro. Con mucho esfuerzo, consiguió reprimir una risita divertida. Así que, detrás de aquel aspecto de seductor galante, parecía haber algo más. Aquella petición, como si se tratase de un adolescente, le hizo gracia. Pero en aquel terreno llevaba, probablemente, todas las de perder; así que optó por ocultar sus labios tras un sorbo de bebida mientras meditaba su propuesta.

—Creía que ya estábamos en una —respondió, con cierta coquetería que no pudo reprimir por mucho que lo intentó.

«Pero lo cierto es que no tendría problema ninguno», pensó aun sabiendo que la podía escuchar perfectamente.

Algo cohibida por aquella declaración sin ambages, la de él y la de ella misma, Ruth desvió ligeramente la vista hacia la ventana a la vez que daba un trago más largo de lo normal a la bebida. Apenas sería la hora del almuerzo, todavía había mucha luz y el día era aprovechable; contando con que su hermana hubiese podido contener al embajador Marquath, claro. Entonces, Ruth tuvo una idea y volvió su vista hacia Akhen. Ambos coincidían en una cosa: no querían que nadie decidiese por ellos. Y eso, aparte del aleteo en la boca del estómago cada vez que lo miraba, eran sensaciones nuevas para ella.

—Se me ocurre una idea —murmuró esta en voz baja—. ¿Qué tal si pagamos, salimos de aquí, y me enseñas la ciudad? Hace años que no vengo —confesó—, pero quién mejor que alguien de aquí con quien recorrerla…

Lo estaba adulando, lo sabía y tampoco era su intención. Su única pretensión en ese momento era moverse, caminar junto a él, conocerle mejor… y lo que tuviera que pasar.

* * *

Si según Ruth aquel encuentro ya era una cita, ¿significaba que había sido cosa de ella? Es decir, él había sido quien le había propuesto tomar algo, pero ella la que había ido hasta su casa en Tribec y le había pedido que quedasen después. Se mordió el labio inferior reflexivamente y acabó por negar con la cabeza; ya estaba bien de aquello, lo que no era sencillo para un Hijo de Mercurio como Akhen. En cualquier caso, con las mujeres no había tenido que pensar demasiado a lo largo de su vida: solía tener a la chica que quisiera. Aunque luego se cansaba enseguida cuando la conseguía, no quería ponerse en plan psicólogo, pero estaba seguro que parte de culpa de su comportamiento con el sexo opuesto era culpa de sus padres y su mal ejemplo.

Los pensamientos de Ruth lo golpearon, de manera que sus propias reflexiones se deshilacharon entre sus dedos. Sonrió, con la boca torcida, y apuró lo que le quedaba en el vaso con una sonrisa burlona; esperaba que ella quisiera un segundo –o tercer, según se mirase– encuentro, pero que fuera tan abierta a la hora de expresarlo lo alegró más de lo que pensaba reconocer. Le hubiera gustado decirle algo más; pero, como ella había vuelto a tomar la palabra, optó por escucharla, mientras el licor purpúreo bajaba por su garganta hasta su estómago para darle calor por todo el cuerpo.

«Así que quieres conocer Tribec, por mí estupendo».

Levantó la mano y chasqueó los dedos; en un segundo, el tal Tommy estaba a su lado y apuntaba en la cuenta de los Marquath las bebidas que Akhen y Ruth habían tomado.

«Tú pagas, viejo».

A continuación, ambos se levantaron y salieron del local. Los colores de la Casa de Mercurio, el amarillo, el marrón y el verde lima, eran las notas predominantes tanto en casas como en diferentes detalles que decoraban la ciudad. De Tribec se habían dicho muchas cosas, pero en todas las historias se hablaba de la belleza del lugar. Akhen había pasado prácticamente toda su vida allí y coincidía con lo que se decía. Se sentía orgulloso de su ciudad, aunque no era muy dado a hacer de guía por ella, las chicas no buscaban eso de él. Negó con la cabeza de modo imperceptible y caminó junto a Ruth mostrándole los diversos lugares: los templos dedicados a los dioses Mercurio y Ogmios, el evocador puerto, las avenidas llenas de vida…

En estas últimas se detuvieron un rato, puesto que había tiendas y puestos donde se podían encontrar algunos productos hermosos. Un escaparate con piedras preciosas llamó la atención de la pareja y se detuvo a contemplarlas. Mientras la chica se encontraba con la nariz apoyada en el cristal se le ocurrió una idea, le pidió que esperara y entró en la tienda con una clara idea en la mente: hacerse con un colgante para la chica. Al presentarse como el hijo del embajador no le pusieron pegas y acabaron por darle lo que quería: una piedra azul en forma de lágrima sostenida por un cordel de cuero negro, lo suficiente delicado para una princesa, pero con la fuerza de una guerrera. Así veía a Ruth y así se lo dijo mientras le cerraba el colgante desde atrás con manos firmes.

* * *

Ruth tenía que admitir que la ciudad era más hermosa de lo que sus escasos recuerdos le mostraban cada vez que pensaba en ella –lo cual había sido frecuente en los últimos días–. El colorido, el bullicio de la gente que iba y venía, la magnificencia de los diferentes templos y altares. Pero debía confesar también que ninguna de esas maravillas fue comparable a sus ojos como aquel regalo. Cuando se detuvieron frente al escaparate, Ruth no pudo evitar quedarse embobada contemplando las joyas expuestas en las delicadas vitrinas de cristal que se alzaban al otro lado. Pendientes, colgantes, pulseras, esclavas, camafeos, diademas… De todas las casas. Los precios ni siquiera llamaron su atención, la verdad; al fin y al cabo, era una princesa. Siempre había tenido todo lo que deseaba en cuanto a lujos se refería.

Sin saber por qué, aquel pensamiento le produjo un desagradable nudo en el estómago. Por suerte, se encontraba de espaldas a Akhen, que además en ese instante se dirigió hacia el umbral de la puerta para desaparecer en el interior de la tienda. Tratando de calmar su desazón, en cuanto él desapareció, Ruth se dio la vuelta, observando a los transeúntes para distraerse. Pero, cuando un par de minutos después unas manos suaves colocaron algo sobre su cuello, la joven dio un respingo y volvió en sí.

Sin embargo, el ver aquel colgante tan exquisito la dejó sin palabras.

«Topacio azul», comprendió emocionada, «la piedra de mi Casa…».

Le habría costado una fortuna, como cualquiera de las otras piezas que vendían en la tienda. ¿Qué se suponía que tenía que decirle? Sin embargo, en cuanto se giró y sus miradas se cruzaron de nuevo, las palabras surgieron solas.

—Es… precioso —murmuró. Sus labios se morían por entrelazarse con los de Akhen; pero, a tiempo, Ruth cayó en la cuenta de que comerle la boca al hijo del embajador en medio de aquella avenida comercial no era algo sensato. Así pues, se limitó a apoyar una mano bajo su mentón, posar los labios sobre su mejilla y pronunciar un simple—. Gracias.

* * *

Durante un interminable segundo el Hijo de Mercurio pensó que ella volvería a besarlo como en la fortaleza; a fin de cuentas, era lo que sus pensamientos indicaban. Incluso sus gestos la delataron en cierta medida, pero finalmente se decidió por tocar delicadamente el mentón de Akhen y depositar un tierno beso en su mejilla, lo que lo supo a poco. Aunque había razones para no andar besándose con chicas en medio de Tribec siendo quien era, no puedo evitar sentir cierta desilusión que no logró aflorar a su rostro. Se mordió el labio, ¿cuántas veces iban ya, doscientas?, e hizo un esfuerzo por no ser él quien la besara. Ella no lo consideraría oportuno y tendría razón.

En lugar del salvaje encuentro que ambos parecían desear, se tomaron de la mano. Akhen no sabía exactamente quién había tomado esa decisión, ¿ella, él, había sido algo que simplemente ambos habían hecho a la vez? Sin embargo, de lo que era consciente era de que el beso solo sería aplazado. La química entre ellos era tan evidente que la comunicación no verbal de sus cuerpos hablaba por sí sola. Sin necesidad de palabras, ya que Akhen era capaz tanto de oír pensamientos como de hacer llegar los suyos propios a otras personas, le fue enseñando a Ruth sus partes favoritas de la ciudad: el mirador, desde el que se veían las estrellas de noche; una pequeña tetería donde vendían un café exquisito que prometió hacerle llevar a Ávalon; y el puerto.

La brisa marina despeinó los rizos rubios del Hijo de Mercurio, haciendo que la mano libre no tuviera más remedio que colocarlos en su lugar con desenvoltura. El olor era exquisito, la sal, la gente y sobre todo… la chica que llevaba de la mano. Había pasado un tiempo prudencial desde el beso que no llegó a ser y en aquel puerto nadie tenía razón para saber quién era Akhen Marquath, el hijo del embajador de Tribec. Volvió la mirada hacia Ruth, sus ojos brillaban debido al sol que se reflejaba en el mar y convertía aquellas hermosas esferas en dos trozos de cielo. No podía esperar más.

De ahí que despacio, demasiado despacio incluso, el joven dejase caer la mano de Ruth y uno de sus brazos rodeara su talle de modo natural mientras la mano libre acariciaba la tersa mejilla de la joven.

—Me lo he pasado muy bien hoy —la nueva dentellada en los labios fue mucho menos inocente que las anteriores— y hay algo que me muero por hacer.

No esperaba un “no” por respuesta, de manera que se inclinó hacia ella y sus labios al fin se encontraron. Notó como la chica se apretaba contra su cuerpo y la dejó hacer, aunque por poco tiempo, pues el nombre de su acompañante pronto sonó en la voz de una mujer joven.

«¿Morgana?»

Abrió el ojo derecho, pues había mantenido ambos cerrados, y se dio cuenta que efectivamente era la hermana mayor de Ruth. Se separó un segundo de la joven

—Nos veremos muy pronto —y le dio un nuevo beso, mucho más rápido—. Hola, Morgana, ¿cómo te ha ido con mi padre?

* * *

Akhen y Ruth continuaron caminando tras aquel breve intercambio cariñoso. Cierto que quería haberle besado más intensamente; pero, por primera vez con él, a la joven le pudo el pudor de estar en público. Sin embargo, mientras caminaba con él y le iba mostrando las maravillas de Tribec, Ruth sentía el cálido peso del topacio que le había regalado. Tenía que haber algo más; lo percibía en el modo en que cogía sus dedos.

Cuando llegaron al puerto, se sintió hechizada por el brillo del mar bajo el sol. Pero no tuvo mucho tiempo para admirarlo antes de que Akhen la volviese hacia él y, tras una frase que hizo arder su cuerpo, se inclinase sobre sus labios para besarlos. Como un reflejo, Ruth alzó una mano hacia su pelo y se apretó contra su cuerpo, haciendo que cada curva del mismo se acoplara a cada recodo del suyo. Sin embargo, el momento duró hasta que alguien más apareció en escena.

La hermana mayor de Ruth.

Por un instante, esta se sintió morir de vergüenza; pero, cuando comprobó que Akhen se lo tomaba con naturalidad, la más joven de las Derfain decidió hacer lo mismo.

—Morgana… ¿Qué haces aquí?

Ante lo cual ella mostró una amplia sonrisa que Ruth intuyó como ligeramente burlona y respondió que era hora de volver a casa. Comerían en el barco. Ruth sintió una punzada en el corazón. No quería irse. No después de lo que acababa de suceder. Debían hablar, conocerse… qué demonios, estar juntos. Pero había compromisos que no podían eludir dada su condición.

Ruth se volvió hacia Akhen, procurando que la tristeza no se notara en su rostro, para acto seguido besarlo con dulzura en los labios y susurrar junto a su mejilla:

—Nos vemos pronto.

Después, se alejó hacia el puerto con su hermana, mirando de vez en cuando atrás con añoranza. Pero lo que no sabía es que, al llegar a casa, le esperaba una desagradable sorpresa. Algo que le haría olvidar momentáneamente todas sus aspiraciones con Akhen Marquath.


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