The Only One – Camille&Moose (Step Up Fanfic)
Capítulo 8 – Puedes hacerlo (Baltimore)
Para Estella
Camille:
Los acordes empiezan a sonar sobre nuestras cabezas. La luz parece atenuarse y, de repente, es como si solo existiésemos nosotros dos sobre un gran escenario. Él avanza, realiza varios pasos de baile y se arrodilla frente a mí. Yo acepto su mano y me dejo girar. Sus manos me recogen a la vez que se levanta y ambos ejecutamos una rápida secuencia con los pies, retrocediendo primero y avanzando después. Nos separamos ligeramente, damos tres pasos, y después volvemos girando hasta quedar uno delante del otro, mirando ambos hacia el frente. Yo ejecuto mi movimiento libre, él me sigue a continuación con el suyo.
Los acordes continúan y nosotros cambiamos de posición para quedar uno frente al otro. Damos varios pasos como si bailásemos un ridículo foxtrot y, acto seguido, nos separamos para enfrentarnos en estilo libre, cara a cara. Cuando le miro a los ojos y veo cómo siente la música, me crezco y bajo en spagat al suelo, cierro las piernas y me alzo después, sin apenas impulsarme, para quedar de nuevo frente a él. Moose, por su parte, no se resiste a un mortal hacia atrás.
La música se acerca a su final y ambos sabemos lo que debemos hacer. Tras aparentar que nos vamos a esquivar, él toma mi mano, me hace dar tres piruetas por delante de él y termina, con el último acorde, bajándome sobre su brazo izquierdo hasta quedar paralela al suelo. Hay una milésima de segundo antes de que la clase rompa a aplaudir pero, en ese pequeño lapso de tiempo, nuestras miradas se cruzan, chispeando al unísono… Y siento un súbito impulso de besarlo. Por suerte, en cuanto escucho los aplausos, vuelvo a la realidad de la Escuela y no hago siquiera amago. Segundos después, cuando nos separamos, casi me maldigo por idiota. ¿En qué estoy pensando? Somos buenos amigos, nos hemos criado juntos… No puedo hacerle eso y echar al traste nuestra relación.
Por suerte para mi atormentada cabeza, en ese momento escucho la voz de Collins, que va a dar el veredicto sobre nuestro baile. Y no sé quién se queda más estupefacto al oír lo que tiene que decir.
–Bueno, Moose. Debo decir con franqueza que, a pesar de cómo empezaste el curso hace una semana, has empezado a hacer exactamente lo que yo pretendía que hicieras –el aludido y yo nos miramos, sin poder creerlo. Cierto que hemos trabajado como mulas estos días, pero jamás imaginé que nos encontraríamos esto–. No sé si será mérito de la señorita Gage o tuyo, lo reconozco –continúa el director–. Pero, aun así, espero que sigas por ese camino.
Moose:
Espera, espera, espera… ¿Collins acaba de darme la enhorabuena? De golpe, es como si mi garganta ni siquiera pudiese responder. Pero con un esfuerzo supremo, consigo emitir un: «gracias, director» antes de volver hacia donde están el resto de compañeros.
Varias actuaciones después, entre las que destacan las de Andie y Chase –él también ha conseguido, por lo visto, que mi amiga streetdancer pula sus movimientos, convirtiéndose en la gran bailarina que puede llegar a ser– y Kido con Cable –costó convencer a Collins de que los aceptara pero apelando a Las Calles, la balanza terminó cayendo a nuestro favor–, la campana suena por fin y Camille y yo salimos pitando de clase. Sin embargo, no cantamos victoria hasta que no salimos por la puerta de la MSA. Por suerte, Técnica era la última clase del día. Yo, personalmente, todavía no puedo creerme que mi actuación le haya gustado a Collins. Es algo que no sentía desde… Las Calles. Y otro recuerdo mucho más amargo se cruza con ese, haciendo que mi alegría se esfume ligeramente. Porque mentiría si dijese que ya he superado lo de Sophie.
–Moose… ¡Moose!
De golpe, reacciono. Camille camina a mi lado, y ha empezado a hacer aspavientos delante de mi cara.
–Perdona, Cam. ¿Me has dicho algo?
Ella, sin responder enseguida, tuerce el gesto. Pero no parece enfadada.
–Venga, hombre. Anima esa cara. Collins ha alabado tu actuación en público –trata de alentarme, sin intuir siquiera lo que estoy pensando–. Deberías estar orgulloso.
–Sí, lo estoy, lo estoy –aseguro, aunque Sophie sigue rondando mi cabeza como una avispa incordiona que procuro ignorar–. Aun así, ha sido gracias a ti.
Le sonrío sin poder evitarlo, y ella me devuelve el gesto aunque, al mismo tiempo, sus mejillas se tiñen de rojo.
–Ya, bueno… Era lo menos que podía hacer –argumenta, antes de volver a mirarme–. En serio, Moose. Tienes talento de sobra… No sé por qué dudas de ello.
Por un instante, mi yo interior se encoge en un rincón, avergonzado. Porque sigo pensando que, comparado con ella, soy un aficionado.
–Ojalá hubiese podido aprender también de tu hermano –ironizo. Pero me callo de golpe al ver que, ante mi comentario, su sonrisa desaparece, su cara se pone mortalmente seria y su mirada me rehúye súbitamente. Por ello, con todas las alarmas disparadas, la obligo a frenar–. Ey, Cam… Oye, ¿he dicho algo malo? Si es así, lo siento, de verdad…
–No, no es nada. No te preocupes –responde ella enseguida, mostrando de nuevo una sonrisa que, detecto, no le llega a los ojos.
Es forzada, y me pregunto por un doloroso instante por qué a la vez que me asalta una peligrosa duda: ¿qué sucedió en Nueva York? ¿Qué es lo que aún no me ha contado? Probablemente, muchas cosas, pero prefiero no agobiarla.
–Oye, no tienes por qué contármelo si no quieres –le aseguro–. Solo… intentaré no sacar el tema la próxima vez, ¿ok?
Camille no responde. Solo se limita a resoplar y, durante varios metros, ninguno de los dos dice una palabra. Hasta que a mí se me ocurre una idea que creo perfecta.
–Oye, te invito a un smoothie. Quiero agradecerte lo que has hecho por mí esta semana.
Creo recordar que, cuando éramos pequeños, los batidos y zumos que vendían cerca del colegio nos encantaban, y precisamente estamos cerca de allí. A Cam, por otro lado, parece que vuelven a brillarle los ojos ante esa perspectiva; por lo que, sin pensarlo más, la cojo de la mano y la arrastro hasta el puesto de inmediato.
Después, con la bebida en la mano, seguimos caminando hasta llegar al puerto. No he querido presionar más pero reconozco que me muero por saber qué es lo que he dicho para que se pusiera triste. No soporto verla así.
Entonces es cuando, por fin, se anima a sincerarse.
–Nunca te conté uno de los motivos por los que me fui con Tyler, ¿verdad? –sintiendo las alarmas de mi cerebro pitar de nuevo, niego despacio con la cabeza. La veo tragar saliva y empiezo a preocuparme de verdad. Pero nada me prepara para su confesión–. Ya sabes que mi padre biológico lleva muchos años en una cárcel de máxima seguridad y, mientras tanto, he vivido con una familia de acogida, la misma que Tyler –asiento, aunque ella no me esté mirando sino que haya clavado su mirada en los barcos más cercanos–. Pues digamos que, desde que cumplí los trece años, mi «padre» –entrecomilla con los dedos– dejó de tratarme como debería.
Se me seca la boca. No es posible…
–¿Te…?
No puedo pronunciarlo, es demasiado horrible. Pero cuando ella niega con la cabeza, respiro aliviado sin poder evitarlo. Menos mal.
–Nunca llegó a mayores –admite Camille, aunque la tristeza que impregna cada palabra es tan evidente como el sol que luce sobre nuestras cabezas–. Pero algún día que llegaba borracho a casa intentaba hacer… otro tipo de cosas –agacha la cabeza y aprieta los labios. Le está costando muchísimo esfuerzo contármelo, y no sé qué hacer para ayudarla–. Así que, cuando Tyler llegó un fin de semana de visita, le conté lo sucedido y además, Bill intentó acercarse a Nora sin estar siquiera bebido, mi hermano decidió que aquello se había acabado y me ofreció la opción de mantenerme durante un año. Saldría de gira con ellos dos, aprendería y me prepararía las pruebas a la MSA –se encoge de hombros–. Y aquí estoy.
Aún estoy aturdido por lo que me ha contado, por lo que tardo un par de segundos en reaccionar.
–Cam, yo… –consigo vocalizar finalmente–. ¿Por qué nunca me dijiste nada?
De repente, me doy cuenta de que sus ojos se han llenado de lágrimas.
–Tenía miedo –confiesa. Y, de inmediato, sé lo que tengo que hacer. Apoyo mi bebida en la barandilla y me adelanto con los brazos abiertos hacia ella. Mi mejor amiga, agradecida, se refugia en ellos enseguida, pero no llora más. Es una chica fuerte. La cual, enseguida, alza la cabeza para mirarme de nuevo–. Por suerte, Bill ya no está en nuestras vidas –y ante mi sorpresa, aclara, apoyándose de nuevo en la barandilla–. Mi madre se separó por fin el año pasado y ahora sobrevive con lo que le manda Tyler y su trabajo –sonríe a medias–. Además, ha empezado a salir con alguien que sí la trata bien. Sinceramente, creo que nunca la había visto tan feliz.
Yo me conmuevo sin poder evitarlo. También quiero que ella sea feliz, pero no sé cómo decírselo sin que suene un poco cursi en estas circunstancias. Por lo que, acodándome junto a ella, murmuro sinceramente:
–A mí siempre me tendrás, Camille. Pase lo que pase.
Ella se gira hacia mí; sonriendo, ahora sí, con alegría y agradecimiento a partes iguales.
–Lo sé… y no desearía otra cosa en este mundo.