
Al día siguiente, Nami se despertó con un fuerte dolor de cabeza, pero también con la sensación de haber dormido mejor que en muchos meses. Sentía el cuerpo lánguido y relajado entre las sábanas, y un curioso calor rozando su piel desnuda que no resultaba desagradable. Sin embargo, el bienestar se transformó en extrañeza cuando su mano izquierda se movió, y lo primero que percibió fue lo que parecía un brazo suave y torneado rodeando su cintura desnuda. De golpe, una terrible sospecha la asaltó, al tiempo que ciertos recuerdos de la noche anterior volvían despacio a su memoria.
«Oh, mierda», pensó, repitiendo el pensamiento en cuanto se giró despacio y se confirmaron sus peores sospechas. «Oh. No. No. No…»
En efecto: con una mano bajo la almohada y otra todavía alrededor de su cuerpo, Zoro Roronoa dormía a su lado completamente desnudo, con la sábana cubriendo sólo lo indispensable. Su compañera tragó saliva, paralizada y sin saber qué hacer, mientras mil preguntas y reproches se agolpaban en su cabeza. ¿Cómo era posible que ellos dos hubieran llegado a esa situación? ¿Desde cuándo no era consciente de que podía sentirse atraída físicamente por el espadachín? ¿O acaso estaba tan desesperada inconscientemente por un poco de cariño que le había dado igual, una vez nublado su juicio por el alcohol?
«No, no puede ser. Si no, igual hubiese aceptado a Sanji hace tiempo», renegó en su cabeza. «Pero ¿entonces…?»
Para bien o para mal, antes de llegar a ninguna conclusión válida, su reciente amante se removió y empezó a entreabrir los ojos con gesto desubicado. Sin embargo, en cuanto enfocó a la pelirroja, sus iris grisáceos se hicieron del todo visibles mientras su rostro moreno se desencajaba más y más a cada instante que pasaba. Durante unos segundos que se hicieron eternos, la escena pareció quedarse congelada en el tiempo. Al menos, hasta el momento en que ambos pegaron un grito al unísono y salieron de la cama de un salto, cada uno por su lado y tirando de lo primero que tenían a mano para taparse.
—Pero… ¿qué…? —arrancó Zoro, en un gemido casi antinatural en él, considerando su voz siempre grave y modulada, mientras oteaba el cuarto a su alrededor con expresión alarmada—. ¿Por qué… estoy en tu habitación? ¿Qué demonios pasó anoche? —preguntó, elevando el tono a cada palabra.
Tras reponerse de su propia parálisis, un extraño enfado aguijoneado por la resaca se apoderó de cada fibra del cuerpo de Nami.
—Y ¡yo qué sé! —le ladró, al mismo volumen, aunque en el fondo una diminuta vocecita le indicaba que sabía perfectamente la respuesta a su pregunta—. Si es que… esto me pasa por fiarme de ti y tu bebida experimental…
Zoro apretó los dientes y frunció el ceño, todo mientras sus movimientos indicaban que estaba intentando vestirse de cintura para abajo con cierta dificultad, dada su postura en cuclillas.
—Y ¡a mí qué me explicas! —repuso con acidez—. Como si yo supiera de antemano lo que había dentro de esas botellas.
Nami tragó saliva, temblando por mil motivos distintos mientras trataba a su vez de localizar su ropa alrededor de la cama, con moderado éxito.
—Me da igual lo que digas, esto no tenía que haber pasado —afirmó, amarga, en el momento en que conseguía encontrar sus braguitas—. Además… ¿no decías… que no… estabas… interesado en el sexo? —le espetó a trompicones, luchando a la vez con el esfuerzo de vestirse encogida tras el colchón. Cuando lo más indecoroso estuvo oculto, se puso de pie sujetando el vestido frente al pecho para cubrir sus curvas y lo apuntó con un dedo acusador—. ¡Pues bien que has aprovechado!
Él, por su parte, también se había levantado y sólo le quedaba por enfundarse la camisa, pero frenó ante su acusación y la observó como si se hubiese vuelto loca.
—¡Joder! ¡Uno tampoco es de piedra! —se defendió, devolviéndole el gesto justo antes de colocarse la prenda con actitud irritada—. Además, mira quien habla: ¡la manipuladora por excelencia!
Ante eso, Nami se quedó rígida, pensando que no había oído bien. En su enfado y su vergüenza, todo en uno, aquel insulto que en otra ocasión hubiese asumido con naturalidad dolió con la fuerza de un puñal en el corazón.
—Serás… ¡Largo de mi cuarto, maldito chulo buscavidas! —le aulló, señalando la puerta con el brazo extendido y el rostro enrojecido de furia—. Y llévate tu alcohol del demonio lejos de aquí.
Tarde, la pelirroja se dio cuenta de que quizás también ella había cruzado una línea verbal que no debía, pero no consiguió encontrar la manera de enmendarlo a tiempo. De hecho, una mueca de profunda molestia pareció cruzar por el rostro del guerrero cuando respondió, ácido:
—Será un placer —Después, para rematar la faena, rezongó en un volumen que Nami todavía lo escuchó con dolor—. Maldita víbora interesada…
Conteniendo las lágrimas a duras penas, la pelirroja apretó los dientes y le tiró una almohada mientras reiteraba su deseo de que él se largase cuanto antes. Sin embargo, cuando Zoro ya tenía la mano en el picaporte, se escucharon dos voces conocidas muy cerca de la cabaña, tanto que ambos ocupantes reaccionaron de igual manera. Tras mirarse durante apenas un segundo con terror evidente, parecieron recordar en ese breve lapso que estaban muy enfadados el uno con el otro; sobre todo porque el peliverde, sin mediar otra palabra, apartó la vista y echó a correr hacia la terraza sin vacilar. Sólo cuando salió dando un portazo, y su silueta se convirtió en un borrón desapareciendo en la selva circundante, Nami fue capaz de reaccionar; aparte de que, en ese preciso instante, un puño golpeó su puerta y se escuchó la voz siempre jovial de su capitán.
—¡Nami! ¡Despierta, dormilona! ¡Es hora de desayunar!
Rezando con todas sus fuerzas para que Zoro hubiese huido hacia una zona alejada de las cabañas y no levantara sospechas, y mientras se tragaba su ira y su vergüenza como podía, la aludida se aproximó a la puerta.
—¡Luffy! Estoy a medio cambiar. ¿Qué quieres? —preguntó, sin tener que fingir molestia alguna.
—¡Eh, Nami! —repuso su capitán, con el mismo tono alegre y como si no sospechara nada; lo cual era más que probable—. ¡Qué bien que estés despierta! Me han dicho que el desayuno aquí es magnífico.
—Ya, eso he oído yo también —repuso ella, tratando de usar un tono más neutral—. Enseguida me acerco, no os preocupéis.
—¿Necesitas ayuda con algo, Nami? Si quieres puedo pasar…
La aludida se quedó rígida en el sitio. Por norma, no tenía problemas para que Chopper entrara en su dormitorio o fuera a todas partes con ella y Robin. Sin embargo, el simple hecho de pensar que podría detectar lo ocurrido nada más ver su habitación y su rostro avergonzado, hizo que respondiera quizá peor de lo que hubiese debido.
—¡Que os larguéis, he dicho! —gritó, apretando el vestido contra su cuerpo como si eso fuese lo único capaz de protegerla en ese instante—. Ya iré yo cuando me apetezca.
—Bueno, bueno… Qué genio —se oyó protestar a Luffy, sin mucho enfado. Nami apretó los labios, pero estuvo a punto de exhalar con fuerza cuando escuchó—. Venga, Chopper, vamos y ahora nos alcanza Nami.
—Vale —aceptó el reno—. ¡Hasta ahora, Nami!
—¡Sí, claro! Ahora voy…
Lentamente, su voz se fue convirtiendo en apenas un hilo que terminó por esfumarse en el aire circundante. Sintiendo la tensión abandonar su cuerpo al mismo ritmo, siendo sustituida rápidamente por una súbita flaqueza, Nami se apoyó de espaldas en la puerta sin terminar siquiera de vestirse. De repente, era como si no tuviera fuerzas más que para rememorar lo ocurrido, más aún cuando paseó la vista por la habitación. En esos segundos, la ira pasó a ser vergüenza; esta pasó a ser arrepentimiento y finalmente una profunda tristeza. Por ello, no pudo evitar deslizarse de espaldas sobre la puerta, caer sentada sobre el suelo y romper a llorar.
La joven navegante no estaba segura de cuánto tiempo llevaba allí acurrucada; dando rienda suelta a la frustración que le provocaba, en el fondo, haber disfrutado de una de las mejores noches de su vida con la última persona que esperaba. Cuando notó que por fin las lágrimas remitían y su respiración empezaba a normalizarse, se atrevió por fin a alzar la cabeza con los ojos cerrados y apoyar la coronilla sobre la madera de la puerta. Despacio, se obligó a inhalar y exhalar de forma controlada, procurando desterrar los pensamientos invasivos sobre la noche anterior todo lo posible; algo que no era tarea sencilla, considerando que algo en su zona íntima palpitaba con fuerza sólo con evocar lo sucedido.
Al final, sacudió la cabeza con enfado y decidió que necesitaba una distracción. Quizá, en este caso, la mejor opción sería terminar de vestirse e ir a unirse con sus compañeros. Con un escalofrío, recordó que quizá Zoro estaría presente, pero decidió descartarlo de inmediato por su propia salud mental.
«Si es que aparece, que lo mismo se ha perdido por la jungla…», pensó con más tristeza que ira, quisiera o no.
—Qué más da. Esto no se lo voy a perdonar jamás —decretó, tras enfundarse unos shorts azul cielo y una camisa de tirantes floreada con vuelo en la cintura—. Que aprenda a no jugar conmigo.
Con esa firme resolución en mente y los dientes apretados de determinación, Nami cogió entonces sus llaves y salió de su cabaña, dirigiéndose hacia la zona de restauración y terrazas.
Por lo que había entendido el día anterior, el desayuno del hotel lo solían servir en un edificio bajo con una terraza techada de forma rústica, con ramas entrelazadas y barandas hechas con troncos vírgenes atados sólo con cuerdas. En cualquier otro lugar del mundo, aquello hubiese parecido el colmo de la pobreza, pero en Amber Bay tenía un extraño aire de lujo que Nami no podía dejar de apreciar. Aquel sitio superaba todas sus expectativas en cuanto a estancias de alta categoría.
De cualquier forma, a pesar de que mostró su mejor sonrisa al encontrarse con los demás Sombrero de Paja, Chopper fue el primero que le preguntó con toda su candidez:
—¿Has dormido bien, Nami?
Por supuesto, la aludida se tensó ante la pregunta y lo encaró con cierta alarma, sin estar segura de qué contestar. Gracias al cielo, el segundo al mando de la tripulación brillaba por su ausencia y Nami sintió que podía recuperar el control con facilidad. Así, tras escasos dos segundos de rigidez, su boca se ladeó para mostrar un gesto más displicente.
—Claro, Chopper. ¿Por qué preguntas? —quiso saber, acomodándose en una silla junto a Robin.
—¡Namicita! —exclamó Sanji en ese instante, llegando con una bandeja llena de cafés y bebidas varias que casi se le cayeron al verla, tal fue su aspaviento—. ¿Cómo estás? ¿Qué te pasó anoche? ¿Te han hecho algo esos maleantes? —Con una teatralidad que a Nami siempre le resultaba muy tierna, alzó el puño en dirección a ninguna parte—. Mira, si se les ha ocurrido ponerte una mano encima ¡juro que se las verán conmigo!
La navegante suspiró y negó con la cabeza, apartando sin violencia la mano de Sanji que parecía tentada de rozar su brazo en ademán protector.
—Estoy bien, Sanji… ¡En serio, para! —terminó por regañarlo, cuando él repitió el intento de acercarse más de lo decente a ella. Tragando saliva, la joven trató de ignorar por todos los medios otro contacto íntimo reciente de alguien que conocía, antes de empujarlo y darle un capón en la cabeza rubia—. ¡Que no soy ninguna muñeca de trapo!
El inocente cocinero replicó algo así como “¡no, tú eres mucho más que eso!”, pero la pelirroja lo ignoró al notar cierto cansancio residual de la noche anterior; sumado al disgusto matutino y al súbito rugido de sus tripas hambrientas, la sensación de debilidad era cada vez más patente. Por el rabillo del ojo, comprobó enseguida cómo Robin la miraba con preocupación y algo que parecía un terrorífico destello de comprensión. Sin embargo, Nami no pudo estar más agradecida cuando la mujer morena llamó la atención de Sanji y le pidió con educación un café y un zumo de naranja también para la recién llegada.
La comida llegó apenas un minuto más tarde, acompañada por una camarera de rostro moreno y enorme sonrisa blanca a la que todos dieron las gracias. Había para todos los gustos: frutas, yogures, platos dulces y salados que sus compañeros atacaron sin dilación, sobre todo los hombres. Robin enseguida tomó algo de pan y lo untó con lo que parecía queso fresco, antes de completarlo con dos finas lonchas de salmón ahumado y aguacate.
—Nami, ¿quieres algo? —preguntó Robin, mientras Nami volvía a la realidad y se daba cuenta de que la estaban observando.
Resoplando para sí y obligándose a aparentar normalidad, Nami sonrió apenas mientras se erguía en el asiento.
—Sí, pásame ese plato de macedonia que hay ahí a tu lado, por favor —pidió con educación.
Su compañera y amiga obedeció sin rechistar, dándole a la vez una cucharita y un plato. No obstante, incluso mientras Nami comenzaba a remover la fruta, todavía notó los penetrantes ojos azules de la arqueóloga clavados en su coronilla. Para bien o para mal, en ese momento volvió Sanji con sus bebidas y las puso en la mesa con uno de sus clásicos floreos.
—Para la pelirroja más bella de todo Amber Bay.
Nami se esforzó por sonreír y no torcer el gesto ante tanta galantería. En otras ocasiones, lo habría asumido con naturalidad, pero aquella mañana cualquier interacción con hombres le resultaba más dura de lo normal.
—Gracias, Sanji.
—¡Lo que sea por ti, Namicita! —respondió él con entusiasmo.
La pelirroja torció apenas el gesto, pero enseguida lo camufló dando un trago al dulce café que aplacó su desazón momentánea. Sin embargo, su incomodidad retornó con violencia cuando escuchó a Luffy preguntar:
—¿Por cierto, alguien ha visto a Zoro?
Haciendo un esfuerzo por tragar el ardiente líquido y no escupirlo debido al susto, Nami apretó los labios y bajó la taza a su regazo mientras observaba a sus compañeros por el rabillo del ojo.
—Nah, seguro que ese idiota se ha perdido de camino al comedor, como siempre… —se mofó Sanji, en su línea cuando se trataba del peliverde.
—No debe andar muy lejos —intervino Robin, mirando a su alrededor con calma, antes de girarse como un mal presagio hacia Nami—. Nami, ¿tú lo has visto viniendo hacia aquí?
La aludida tragó saliva y camufló como pudo el súbito temblor de su cuerpo tomando los cubiertos entre las manos.
—Pse. ¿Por qué debería? —respondió, más agria quizá de lo que nadie hubiese esperado—. ¡Ni que fuese su niñera!
Por supuesto, aunque estuviesen acostumbrados a su fuerte carácter, todos sus compañeros brincaron en el sitio al escucharla emitir aquella burla desproporcionada. Sin embargo, Nami no se disculpó; en su nerviosismo y deseo de huir de allí lo antes posible, necesitaba controlarse.
—Wow. Alguien se ha despertado hoy con el pie izquierdo… —comentó Franky.
Nami bufó, sin responder inmediatamente al comentario de Franky, antes de apurar su café con irritación evidente. Necesitaba salir de allí lo antes posible o se le acabaría notando en la cara cuál era la verdad de su actitud en aquel momento.
—Bueno, yo me voy al pueblo a hacer unas compras —anunció entonces, levantándose y alisándose los pantalones en el mismo movimiento—. Luego nos vemos.
—¿Vas al pueblo? —preguntó Chopper—. Robin y yo también queríamos ir.
—Podemos ir juntos, si no te molesta —propuso Robin.
Nami tragó saliva, observándolos con los labios apenas apretados de contrariedad. Desde aquella mañana y siendo más consciente de lo ocurrido la noche anterior, su mente le pedía a gritos encontrar una solución rápida para evitar problemas mayores. Como Herringdale les había dicho, existía un pueblo tierra adentro de la isla de donde venían los empleados, no demasiado grande. En parte, Nami temía no ser capaz de encontrar lo que buscaba en un mero pueblo del Grand Line, pero sabía que tenía que intentarlo.
Además, siguiendo su propio ejemplo, confiaba en que la provisión de aquel remedio fuese algo habitual; sobre todo, considerando la cercanía de un resort de vacaciones que invitaba a… según qué cosas con otras personas. Por otra parte, era una cuestión tan íntima y bochornosa en ese instante, que la joven ni se planteaba revelárselo ni siquiera al médico de la tripulación. Sin embargo, al ver la ilusión de Chopper y el escrutinio de Robin, Nami optó por disimular de momento y aceptar con una sonrisa forzada.
Así, mientras salían del complejo hotelero y enfilaban la vereda que llevaba hacia su destino, la mente de Nami empezó a elaborar un plan para huir de sus compañeros una vez en la citada villa. Si no conseguía su propósito, no quería ni pensar a lo que tendría que enfrentarse… y todo por un maldito desliz que jamás pensó que sería capaz de cometer desde que perdió la virginidad a los quince años.
Continuará…

