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#FanficThursday: «Accidente en Amber Bay» (One Piece) – Capítulo 1

Aquella mañana en el Grand Line amaneció para Zoro Roronoa, ex cazador de piratas y segundo al mando de los Sombrero de Paja, como cualquier otra. Después de pasar la mitad de la noche de guardia para asegurar que nada amenazase el descanso de sus compañeros, y recuperarse con apenas una siesta de tres horas con el rumor de las olas de fondo, se había ido en ayunas al gimnasio a eso de las siete de la mañana para su rutina diaria de pesas. Aunque al principio no se hubiese fiado del todo de Franky por haber sido el que peor se lo había hecho pasar en Water 7 —sin contar la pataleta de Usopp, que el leal guerrero aún no le había perdonado del todo—, tenía que admitir que el nuevo tamaño y las instalaciones estaban adaptadas a todo lo que él y sus camaradas podían desear en pos de una vida más cómoda en el mar.

Por norma, al salir siempre se dirigía directo al comedor donde ese estúpido rubio se ocupaba de cocinar algo para que la tripulación desayunara. En ese caso, quisiera o no, Zoro se tragaba el orgullo e incluso tenía que admitir que su dieta era algo más variada —y más económica— que en sus años antes de pasar por el Baratie en el East Blue. Sin embargo, aquella mañana hubo algo que distrajo sus pasos mientras bajaba las escaleras hacia la cubierta y lo obligó a desviarse de su recorrido habitual.

—¡Estamos llegando, chicos! ¡Ahí está! —anunciaba una excitada Nami, en su tono de voz habitual, mientras daba saltitos junto a la borda de estribor.

Al tiempo, su dedo señalaba hacia el horizonte. Cuando vio que Luffy, Usopp y Chopper se arremolinaban en torno a la pelirroja y empezaban a emitir gritos de júbilo a su vez, Zoro siguió la dirección indicada con desgana mientras daba un trago a su botella de agua, sin entender de primeras a qué venía la emoción de sus compañeros. No obstante, su gesto se transformó en otro de genuina curiosidad cuando vio asomar aquella colorida silueta a apenas cinco kilómetros de distancia, entre la niebla matinal.

No era una isla muy grande, pero se veía a la legua que tenía ese aire tropical que solo se encontraba en las regiones de verano del Grand Line. Las palmeras de la orilla se mecían suavemente con la brisa marina y se extendían hacia el interior, rodeando lo que parecía un enorme conjunto central de edificios de colores ocres, blancos, grises y negros, entre los que se veían tintes de un azul más cristalino que el del mar. Circundando este grupo, algunos tejados de madera con forma de cuenco invertido aparecían y desaparecían entre la foresta, llegando a camuflarse algunas de ellas incluso entre los troncos a pie de playa.

—¿Qué es eso? —preguntó de todas formas el guerrero por precaución, nada más alcanzar a sus compañeros.

—Nuestra próxima parada —sonrió entonces Nami, ufana—. Ya es hora de descansar como nos merecemos antes de seguir nuestra aventura.

«Y ¿cómo vamos a pagarlo? », pensó Zoro, sin manifestar sus dudas en voz alta y limitándose a fruncir el ceño en dirección al supuesto paraíso tropical.

Desde luego, si la misma Nami no se había quejado por ello, el joven estaba seguro de que algo no iba como debía. Sin embargo, fue el último miembro en unirse a la tripulación el que aclaró sus dudas un instante después.

—¡Y que lo digas, Nami! —exclamó Franky, ufano, con su alegría habitual, su enorme silueta proyectando sombra directa sobre ellos—. Os aseguro que Amber Bay es un sitio muy tranquilo, con muchos turistas y gente deseando desconectar —aseguró entonces el ciborg, con una sonrisa de oreja a oreja—. Además, el dueño todavía me debe un par de favores, así que no nos pondrá pegas, y creo que es hora de devolveros la gracia de sacarme de Enies Lobby.

El entrecejo del segundo de a bordo se pronunció apenas al escuchar aquella ristra de argumentos cargados de buen humor, sospechando por instinto lo que podía esconderse bajo esas palabras que evocaban a un Franky mucho menos legal que el que tenía delante.

«Un favor, ¿eh?», reflexionó. «Veremos a ver en qué acaba eso».

—Bueno, eso espero —se limitó a murmurar, en cambio, apoyando una mano sobre la empuñadura de sus tres espadas a modo de silenciosa advertencia—. La verdad es que preferiría estar una temporadita sin sorpresas por estos lares.

—Por favor… Tú siempre tan desconfiado, pelo-cactus —lo reprobó a sus espaldas una voz que odiaba con todas sus fuerzas.

Zoro gruñó por lo bajo, dispuesto a responder con lo más hiriente que se le pasara por la cabeza, pero no tuvo tiempo antes de que Luffy abriese la boca y confirmase sus peores sospechas.

—Venga, chicos, esto suena divertido. ¡Seguro que lo pasamos bien y comemos y bebemos un montón!

Ahí sí que la perspectiva de una buena botella de alcohol disipó como por ensalmo la mayoría de los recelos de su subordinado de pelo verde, casi arrancando una sonrisa a la comisura de sus labios.

—Sí, lo de beber suena bien —admitió—. Estoy seco desde hace días.

Por el rabillo del ojo, el guerrero observó cómo Nami parecía sonreír con comprensión ante su comentario y estuvo a punto de devolverle el gesto. No en vano, los dos eran los mejores bebedores hasta la fecha de la tripulación…

—¡Yuju! —se emocionó entonces Luffy, subiéndose en cuclillas a la borda—. A todo trapo, Franky.

—¡Allá vamos! —repuso el aludido.

Mientras el barco viraba, toda la cubierta se convirtió de repente en un polvorín, donde la gente salía y entraba de sus camarotes para preparar equipaje acorde a la estancia. Por inercia, Zoro los imitó y se metió en el dormitorio de los chicos para mirar en su taquilla qué ropa de playa tenía. Tras colocar sus cuatro pertenencias en una bolsa de cuero curtido y ponerse una camisa azul cielo con sencillos motivos vegetales en azul oscuro, se echó el macuto al hombro y salió de nuevo al sol.

—La verdad es que nos merecemos unas vacaciones, aunque sean un par de días —intervino Robin, vestida con una camiseta sin mangas y shorts, cuando el barco ya enfilaba el elegante puerto de la isla.

—¡Sí! Playas de arena blanca, diversiones, comida y bebida… ¡Es más de lo que podría desear! —añadió Usopp, que había sustituido su mono habitual por una camisa estampada de piñas y pantalones cortos.

—Aun así, andad con ojo. Recordad que seguimos siendo piratas y no todo el mundo es comprensivo con nuestra bandera —advirtió Nami, más seria que antes, mientras se asomaba por la izquierda de Zoro enfundada en un sencillo vestido amarillo de tirantes.

—Oh, bueno, pero si les decimos que no les vamos a hacer nada, igual no pasa nada ¿no?

En ese instante, el inocente capitán de los Sombrero de Paja hizo acto de presencia en pantalón corto y camiseta, junto a un Chopper ataviado en esta ocasión con un bañador de colores chillones.

—Nami tiene razón, Luffy —aconsejó entonces su segundo de a bordo, girándose apenas hacia el aludido—. Mejor hacer como si fuéramos un grupo de turistas más y no llamemos la atención.

—Por favor, pelo-verde haciéndole la pelota a nuestra querida Nami… Lo que me faltaba por ver.

Zoro apretó los puños. Era la segunda vez que el «cocinitas» intentaba provocarlo aquella mañana y el guerrero empezaba a perder la paciencia de verdad. De hecho, nada más verlo aparecer, su mente más malévola imaginó el momento en que tiraba a Sanji por la borda con grilletes en los pies y aquella estúpida camisa de palmeras a modo de mordaza. Aun así, logró controlarse lo suficiente como para camuflarlo bajo una sonrisa sarcástica.

—Tú te puedes quedar en el barco, cocinitas. Seguro que en ese hotel hay gente que cocina mejor y tus servicios no serán necesarios —replicó.

Para su mayor satisfacción, el rubio cocinero pareció casi saltar de forma literal ante el comentario, antes de ladrar en su dirección:

—Ah ¿sí? Pues quédate tú, que con tu paladar de cavernícola ¡sería un desperdicio que te den nada de comer!

«Vale, tercera bola perdida, cejas», pensó Zoro, cabreado. «Te la has ganado».

Visto y no visto, el guerrero desenfundó entonces a Kitetsu III con un floreo, dispuesto a darle una lección a ese idiota ofensivo. Este, por supuesto, lo recibió con la pierna en alto y ni siquiera frenaron la contienda cuando Nami les gritó varias veces que pararan.

—En serio, ¡dejadlo ya, idiotas! —reiteró la mujer por enésima vez, intentando hacerse oír sin éxito entre el fragor de la pelea—. Vamos a atracar enseguida.

—¡Estoy en ello, Nami! —informó Franky de inmediato, como si hubiese sido una orden, aunque su ceño se frunció bajo las gafas de sol cuando sus ojos se clavaron a menos de una milla de distancia—. De hecho, diría que tenemos comité de bienvenida…

En efecto, en cuanto lo escucharon, siete pares de ojos viraron hacia el muelle. Tres figuras, una bajita y rechoncha; otra espigada, pero musculosa; y una tercera de muy elevada estatura y músculos aún más prominentes se encontraban alineados sobre la pasarela de madera más próxima. Los dos más altos vestían camisetas prietas sin mangas similares a las de la Marina, pero mucho menos blancas, ya fuera por el uso o por la propia calidad de la tela. En contraste, el hombre bajo del centro vestía traje elegante y gafas de sol, denotando que era la persona que ostentaba el mando. En concreto, tenía un megáfono en la mano que alzó enseguida para gritar en su dirección:

—Atención, piratas que llegáis a Amber Bay. Esta es una propiedad privada y no se permite el paso a delincuentes —advirtió, dejándolos clavados en el sitio—. Dad media vuelta o me veré obligado a tomar medidas drásticas.

—Medidas… ¿drásticas? —susurró entonces Nami, con el rostro desencajado de terror.

Por supuesto, nada más escuchar aquello, Chopper y Usopp ya habían empezado a correr por la cubierta gritando de miedo ante la perspectiva de que les sucediera algo malo si no daban la vuelta. Antes de que ni siquiera Zoro pudiera frenarlo, Luffy se subió al raíl de estribor con cara de pocos amigos y anunciando que iba a decirle cuatro cosas al del megáfono, según sus propias palabras. Por suerte, Robin lanzó enseguida varios brazos desde ninguna parte para retener al capitán y taparle la boca, todo en uno. Zoro, que acababa de enfundar apenas a Kitetsu, dejó visibles unos centímetros de filo por precaución mientras Nami gritaba a Franky qué podían hacer. Y, como si hubiera sido una respuesta a esa plegaria, una voz surgió por encima de sus cabezas a un volumen imposible para un ser humano; congelando toda la actividad del barco en un instante.

—¡Herringdale! ¿Qué pasa? ¿Ya te has olvidado de mí?

Para momentáneo alivio de todos los compañeros de Franky, ante aquella demanda el rostro del tal Herringdale pareció cambiar en un instante, bajándose incluso las gafas por el puente de la nariz como si no pudiese creer lo que veía. Durante unos segundos que se hicieron eternos, su boca se movió como si quisiera decir algo que no era audible a aquella distancia para los Sombrero de Paja. Aun así, nadie respiró tranquilo entre sus ocho integrantes hasta que no vieron cómo el del traje les hacía una seña de aproximarse con la mano, al tiempo que alzaba de nuevo el megáfono y gritaba:

—Muelle tres, ahora mismo. No pienso repetirlo si no queréis problemas.

Zoro exhaló discretamente, devolviendo del todo a Kitetsu a su funda con un golpe de pulgar, aunque tampoco retiró la mano de la empuñadura por si las cosas se torcían de nuevo. Por el rabillo del ojo, vio refulgir la sonrisa confiada del cíborg situado al timón junto a una Nami que había corrido escaleras arriba para flanquearlo, y que oteaba todavía el muelle con cierta desconfianza. De hecho, en ese instante, las miradas de la pelirroja y el peliverde se cruzaron casi por sorpresa mientras el barco se situaba en posición junto a los tablones. El rostro de la navegante pareció relajarse apenas mientras le dirigía un pequeño asentimiento que él correspondió, entendiendo sin palabras que en este caso ambos pensaban lo mismo. Fuera como fuese, era mejor que todos mantuvieran los ojos abiertos en aquella isla… O sus aventuras terminarían en el fondo del mar más pronto de lo que ninguno hubiese querido.

Continuará…

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