Chapter 30 — Sí, quiero (I) (Cars 2)
Dos meses después…
―¡Por todos los…! ¡Rayo, estate un poco quieto, que no veo!
El aludido soltó una risita nerviosa por lo bajo, mientras trataba de obedecer por todos los medios y no tratar de observar cada ángulo de su carrocería recién pintada en el espejo frontal del taller. Pero ¿qué le iba a hacer, en un día como aquel?
―Tuercas, Ramón. Desde luego ¡hoy te estás luciendo! ―alabó entonces Mater, aparcado a escasos metros tras el maletero del corredor y dando casi los mismos saltitos en el sitio que este―. Estoy seguro de que Sally va a quedarse con la boca abierta.
Rayo, por su parte, se limitó a resoplar con cierto nerviosismo ante aquella afirmación, sin querer pensar en lo que podía implicar. Desde luego, no es que no reflejase su mayor deseo, pero… El corredor sólo rezaba porque todo saliese como debía en un día tan importante.
―Relájate, manito ―le aconsejó Ramón, mientras remataba dos detalles de la parte frontal del diseño en blanco, negro y escarlata oscuro―. Todo va a salir bien… Y todo el pueblo se alegra por vosotros.
―¡Ya te digo! ―corroboró Mater, encantado, acercándose hasta quedar junto a su mejor amigo―. Creo que no hemos tenido una boda así desde la de Stanley… Más bien, literalmente.
―¡Oye, que yo me casé aquí, abuelo! ―fingió picarse Ramón.
Mater le devolvió una mueca burlona.
―Sabes a qué me refiero, hombre…
―Está bien, está bien… ―intervino entonces Rayo, sin poder evitar reír con algo de nerviosismo y halago a partes iguales, antes de girarse apenas para encarar a sus dos amigos y vecinos. Ramón, por su parte y al haber acabado por fin su trabajo, se retiró a su vez unos centímetros para contemplar al corredor “vestido” de esmoquin frente a él―. Sea como sea, lo único que sé es que no podría estar más feliz de que fuese así: aquí y rodeado por todos vosotros.
Los otros dos coches alzaron las comisuras del capó con idéntico sentimiento. Al menos, hasta que la vista de Mater se alzó apenas unos centímetros y sus ojos se abrieron como platos.
―¡Tuercas, McQueen! ¡Vamos, que llegamos tarde!
El aludido giró sobre sí mismo; comprobando asimismo en el reloj de pared del taller que, en efecto, faltaban apenas diez minutos para la hora que habían estipulado para la ceremonia en el ayuntamiento. No obstante, antes de seguir a la nerviosa grúa y al grafitero mexicano al exterior del edificio, el corredor se echó un último vistazo en el espejo con los nervios a flor de carrocería. Sin duda, el diseño negro, con aquellas discretas filigranas blancas y rojas oscuras formando llamas y volutas sobre el mismo, era más de lo que Rayo podría haber soñado como traje para el día de su boda… Si es que alguna vez había creído, antes de los últimos cinco años, que aquel instante podía llegar con semejante dulzura a su vida.
―¿Estás listo, amigo? ―preguntó entonces Mater.
Sin que el corredor se percatase, la vieja grúa se había acercado de nuevo a él y lo observaba a través del reflejo con evidente emoción. Sólo entonces, un Rayo más seguro que nunca y tras aparentar que chequeaba una última vez su guardabarros delantero izquierdo, asintió con confianza y pronunció:
―Sí, amigo. Vamos allá.
***
―¡Vamos, chicas! ¡Que vamos a llegar tarde!
―¡Ya vamos, Flo! ―repuso Naya desde el interior del lobby del Cono Comodín―. ¡Último detalle y listo!
Mientras las dos amigas reían por lo bajo, cómplices, Sally se miró por enésima vez al espejo que había tras la recepción, a salvo de miradas indiscretas. Su mejor amiga, por otra parte y como había anticipado a la dueña de la gasolinera que esperaba en el exterior, mostraba un gesto concentrado al tiempo que maniobraba sobre la puerta derecha de la novia.
―¡Ajá! ―exclamó, satisfecha, cuando el pequeño pompón blanco quedó derecho en su sitio―. Ahora sí. Ya está.
Sally meneó el morro.
―Eres demasiado perfeccionista a veces, Naya.
La joven latina la rebatió con un firme gesto de su propia delantera.
―¡Ah, no! ¡Ni hablar! ―Se encogió de ruedas, como si se justificara, ante el gesto aún sardónico de su mejor amiga―. Ese lazo no estaba donde debía, y no hay más que hablar.
Sally puso los parabrisas en blanco, pero no replicó. A cambio, se dejó conducir con docilidad y cierto nerviosismo al exterior del pequeño edificio, donde las recibió una Flo reluciente y encantada.
―¡Sal, Sal! ―la alabó, junto con un silbido elocuente―. Desde luego, vas a dejar a ese corredor con la boca abierta. ¡Te lo digo yo!
La novia, por su parte, se encogió con timidez en el sitio y apartó la vista.
―Sí, bueno… Ya sabes lo que he pensado siempre de las parafernalias, Flo…
El otro coche, por su lado, le quitó importancia enseguida con un gesto de rueda delantera.
―Vamos, muchacha… Vas a ver como todo va a ir estupendamente ―le aseguró, mientras ella y Naya se situaban a ambos lados de Sally y la escoltaban despacio hacia la salida del motel, enfilando enseguida la avenida principal de Radiador Springs en dirección al ayuntamiento―. Al fin y al cabo, una no se casa todos los días, ¿verdad?
―Y ¡menos con una celebridad! ―apostilló Naya, sonriendo sin maldad.
Sally, por su parte, casi saltó en el sitio al escuchar aquello, notando los nervios atenazar sus circuitos con más intensidad.
―Sí, bueno… ―rezongó, casi para sí, antes de alzar algo más la voz―. Pero, justo por eso, ya sabéis que Rayo y yo queríamos algo íntimo…
―Tú por eso no te preocupes ―reiteró Flo, con su carrocería verde aguamarina delineada con finos hilos de cambiante pintura azulada, según como le diera la luz―. Todo ha sido dispuesto para que nadie nos moleste.
Sally asintió y sonrió, sabiendo que la dueña de la gasolinera tenía razón. Aun así, el nudo de ansiedad enroscado sobre su depósito no se alivió ni siquiera al trasponer las puertas del ayuntamiento. En el instante en que lo hicieron, Rojo se ocupó de ejecutar una pequeña fanfarria con su bocina que daría la pista a los del interior de que la novia llegaba. En efecto, unos segundos después, la puerta doble de la sala del juzgado principal de Radiador Springs se abrió y la Porsche y sus dos madrinas hicieron acto de presencia. Como estaba previsto, la decoración del salón era bastante austera, apenas con algunos lazos colgando a ambos lados del estrado principal y delineando los espacios reservados a los asistentes. Pero Sally olvidó todo al observar a la figura que aguardaba en el centro de todo aquello y le devolvió la sonrisa emocionada que él le envió. Como si aquella sola imagen despejara todas sus dudas, Sally Carrera avanzó entonces por el pasillo, rodeada en ambos lados por sus vecinos y gente más querida, hasta situarse frente a Rayo McQueen, su futuro esposo. Sobre el estado, velando por ambos, se encontraba una silenciosa Brenda Hudson. La cual, en cuanto la novia llegó y las puertas del salón se cerraron, con todos situados ya en sus posiciones, dio comienzo a la ceremonia.
―Damas. Cochelleros. Amigos y familiares de la feliz pareja. Nos hemos reunido en esta calurosa tarde para unir a dos coches en matrimonio. ¿Hay alguien en la sala que se oponga a esta unión?
La respuesta a la pregunta llegó sin avisar. En medio del silencio sepulcral que reinaba en la sala, sólo roto apenas por los primeros sollozos emocionados del padrino alias Mater, el sonido de las puertas dobles al abrirse de golpe sonó como una bomba que hizo saltar en el sitio a todos los vehículos presentes.
―¡Sí, nosotros!
(Continuará…)