Chapter 27 — Una voz angelical (V) (Cars 2)

Para su dolor, sin embargo, ante aquella declaración ella solo bufó, aunque no apartó sus ojos verdosos de él.
—Lo siento, hermanito. No puedo decir lo mismo.
Rayo suspiró, tragándose su orgullo hasta el fondo de su alma al igual que unas horas antes.
—Oye, Maddie. Sé que no estuvo bien lo que hice. Jamás me perdoné, ya sabes… Dejarte atrás.
—Y, ¿por qué no volviste antes, entonces? —sollozó ella, ya sin contenerse—. ¿Por qué me dejaste aquí tirada?
—Mads…
—¡No me llames así! —se rebeló ella—. ¿Cómo te atreves a volver, después de tantos años? El gran “Rayo McQueen” —pronunció con burlona pompa, ante lo que Rayo apretó los dientes. De todos los coches, de su querida hermana pequeña era de la última que esperaría algo así. Sin embargo, una vocecita insidiosa en su interior le susurraba una y otra vez que, en parte, se lo tenía merecido—. Nunca te has preocupado por nadie más que tú…
—¡Eso no es cierto! —reaccionó entonces Rayo, dolido—. No ha habido un día, ni un solo día —remarcó—, que no me haya perdonado no tener el valor ni la forma de volver a por ti y sacarte de aquí…
—¿Y por qué no lo hiciste? —susurró ella entonces, tratando de contener las lágrimas de duras penas. A la hora de revelar sus sentimientos, Sally percibía que eran los dos igual de orgullosos—. ¿Sabes lo que han sido estos años para mí?
Rayo, para sorpresa de Sally y quizá también de Maddie, se calló ante aquello, solo inclinando el morro.
—No, no lo sé, Maddie —replicó, con suavidad y dolor a partes iguales, al cabo de uno segundo—. Pero me lo imagino. Supongo que, si yo tenía motivos para irme, tú tendrías los mismos o más. —Aquella declaración tan sincera y cruda pareció dejar sin palabras, ahora, a la McQueen más joven. Si esta antes lo miraba con odio, ahora en sus ojos brillaba una extraña curiosidad—. Mad… Maddie —se corrigió él, antes de usar su nombre de infancia y provocar que se enfadara otra vez—. Sé que con todo lo sucedido y todo lo que he… “sido” —incidió, avergonzado sinceramente por aquellos años tan locos de fama y ceguera tras abandonar el pueblo y comenzar su fulgurante carrera— es posible que jamás me perdones. Pero… solo quería decirte que nunca he dejado de arrepentirme de haberte abandonado. Y… que lo siento de corazón.
Tras la diatriba, derrotado, Rayo agachó el morro y apartó la mirada. Por un instante, no supo qué hacer. Solo se sentía… vacío. Había logrado hacer las paces con su padre por una cuestión de paz mental, pero Maddie… No conseguir su perdón era, sin lugar a dudas, una cicatriz que arrastraría toda su vida.
Y, sin embargo, cuál no fue su sorpresa cuando, unos segundos después, el espeso silencio se rompió por la voz de Maddie, unos centímetros más cerca de su capó de lo que hubiera esperado.
—Rayo… —lo llamó, cauta. Él alzó la vista, suspicaz. No quería volver a ver el rechazo en sus ojos. No obstante, ahora el brillo de los iris verdosos de Maddie parecía tener un aire más sereno y libre de enfado—. ¿Me juras por lo sagrado del lago que estás siendo sincero?
Ante aquella pregunta con clave, transportado de súbito a casi quince años atrás, el corredor mostró una pequeña sonrisa.
—Lo juro por el aire que respiramos, los árboles que nos rodean y la carretera que siempre se extenderá a nuestros pies.
Aquella frase había sido de su madre. Una de esas pocas cosas de las que ambos pudieron disfrutar con ella antes de que se fuera para no volver. Una llave, sin duda, al corazón de los dos. Tanto que Maddie, al escucharlo, ya caída toda fachada de despecho, se emocionó hasta el punto de llenársele los parabrisas de líquido, antes de echarse un poco más hacia delante y abrazar a su hermano mayor con cariño después de diez largos años.
—Hermano… —sollozó junto a su puerta izquierda—. Perdóname, perdóname…
—Eh, vamos, Mads —la consoló él, apartándose apenas un metro de ella y mirándola con orgullo nada disimulado—. No tengo nada que perdonarte. Mírate, ¡estás magnífica!
Entre lágrimas, la joven sonrió azorada.
—¡No seas pelota! —le recriminó—. Además, para lo que me sirve…
—Eh, vamos. ¿Qué quieres decir?
Maddie, no obstante, en vez de contestar pareció ser consciente de que Rayo traía compañía y, de golpe, cambió el tema de conversación.
—Oye, hermanito. ¿No presentas?
A lo que él, pillado en falso y guardándose la conversación precedente para otro momento más relajado, optó por introducir en la conversación al tercer coche presente.
—Sally, esta es mi querida, aunque orgullosa, hermana pequeña: Maddie —la SUV hizo medio mohín ante el adjetivo, aunque su mirada cargada de interés no se despegó de la otra mujer en ningún momento—. Mads… Esta es Sally —hizo una pausa y miró a la Porsche con infinito amor antes de pronunciar, sin asomo de duda—. Mi prometida.
***
—Así que… ¡Boda! ¿Eh? Madre mía —se sorprendió Maddie, con sinceridad—. ¡Mi querido hermanito mayor sentando la cabeza! ¿Quién lo iba a decir?
—¡Eh! Que nunca he sido tan desastre… —fingió quejarse el aludido, aunque sin poder contener del todo la risa—. Vas a arruinar lo poco que me queda de reputación delante de Sally…
Esta hizo un breve gesto a Maddie que indicaba que podía seguir metiéndose con él, aun sabiendo que Rayo podía verla sin problema, lo que solo hizo que la joven SUV se riera más fuerte todavía.
—No, pero… Ahora, en serio. ¿Es cierto lo que me contáis de que os conocisteis en un juzgado?
Los dos prometidos intercambiaron una mirada algo avergonzada, pero no exenta de dulce nostalgia.
—Sí, es del todo cierto —se adelantó a responder Sally, sin dejar de alternar la vista entre los dos hermanos—. Así que, tranquila: creo que nada de lo que me cuentes me sorprenderá.
—¡Oye!
Ante aquella nueva falsa queja del objeto de escarnio, los tres se echaron de nuevo a reír sin poder evitarlo. Al menos, hasta que Maddie se giró una vez más hacia ellos con los ojos brillantes.
—Bueno, entonces… ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Qué tengo que llevar? ¿Va a ser en un lugar super lujoso…? ¿O…?
—Eh, ¡eh! Para el carro un poco, canija —la retuvo Rayo, chinchándola un poco como en sus años de infancia al hacer alusión a su edad—. No te hagas grandes ilusiones. Tu hermano será un as de las carreras, pero… —Maddie le hizo burla ante el apelativo mientras Rayo dirigía una cariñosa mirada a su futura esposa—. Lo cierto es que estábamos pensando en algo tranquilo; lejos de, ya sabes, “cámaras y acción” —para sorpresa y agrado del corredor, la expresión de la benjamina cambió de súbito a una, si cabía, de mayor interés—. Probablemente organizaremos algo en Radiador Springs: el juzgado, el restaurante… Créeme, lo tenemos todo pensado y a disposición —agregó, al tiempo que Sally y él intercambiaban un guiño cómplice.
Maddie, por su parte, parecía cada vez más entusiasmada con el plan y casi iba dando saltitos por el asfalto en vez de rodando.
—Hm, tendré que pensar qué ponerme —reflexionó en voz alta, casi como si fuera para ella misma—. Las ruedas, el viaje… —De golpe, la muchacha pareció caer en la cuenta de algo importante, porque se giró de forma que casi bloqueó el camino de los otros dos coches, haciéndolos frenar un poco de golpe y observarla con extrañeza—. ¡Oye, Rayo! Bueno, no sé si será posible, pero… En fin… ¿Te importaría si yo…? Ya sabes…
Maddie no terminó la frase, pero el brillo en sus ojos de jade lo decía todo sin necesidad de palabras. Rayo sonrió con ternura. Lo cierto es que la idea se le había cruzado por la cabeza nada más verla subida al escenario, pero no había estado seguro hasta ese instante de que ella quisiera hacerlo.
—Mads, estaremos encantados de que…
—¡Madeleine!
Aquel grito imperioso, acompañado de una voz cargada de herrumbre que los tres conocían, hizo al grupo botar en el sitio en un segundo, al tiempo casi que se giraban para encarar la fuente de la llamada. Sin darse cuenta, el trío había llegado entre risas y charlas casi hasta la misma puerta de la casa McQueen. Y como podían haber imaginado, un Lionel con cara de pocos amigos se erguía frente al porche de la misma.
—Papá… —intentó mediar Rayo de inmediato, sin estar tampoco seguro de por qué tenía la funesta intuición de que algo terrible iba a pasar.
Sin embargo, Lionel le ordenó callarse de inmediato, para mayor congoja del corredor, sin despegar la vista de su hija menor.
—Tú no te metas, chaval. Esto es entre tu hermana y yo.
La SUV, por su parte, antes siquiera de que su hermano mayor pudiera vocalizar nada, recortó los pocos metros que la separaban de su padre y lo encaró, sin ápice de miedo.
—Ya estoy en casa, viejo. ¿Contento?
—Maddie…
El susurro incrédulo de Rayo, pronunciado su nombre casi de forma suplicante, fue tercamente ignorado por los otros dos coches, que no despegaban la vista el uno del otro. Lionel, por su parte, soltó una risa casi despectiva ante la pregunta de la muchacha.
—Contento, sí. ¡Contento me tienes, no pasando por casa en todo el día y yéndote por ahí con tus amigos a jugar al karaoke!
La SUV apretó los dientes, furiosa.
—¡Al menos el resto del tiempo trabajo para mantener esta maldita casa y tu vida de pacotilla! Pero, ¡claro! —se mofó, iracunda—. Eso nadie lo ve, ¿verdad?
Lionel bufó.
—Claro, siempre culpando a tu padre de todos tus males. Pero, mientras tanto, ¡te dedicas a subirte a escenarios de pacotilla y a exponerte como una vulgar…!
—¡Papá, basta! —clamó entonces Rayo, adelantándose para situarse entre los dos; al menos, todo lo que pudo.
No obstante, la mirada pétrea que le devolvió su progenitor atascó las palabras en su garganta durante el tiempo suficiente como para que Maddie se repusiera y, dolida, respondiera:
—¡Es mi maldito sueño, papá! ¡Déjame disfrutarlo como yo lo crea conveniente!
Su padre, lejos de claudicar, se rio con más desprecio aún si cabía.
—¡Por supuesto! ¡Cantante, lo que faltaba en la familia! Una artistilla de tres al cuarto… No como tu hermano —pronunció entonces, para máximo estupor de este último—. Él sí que es ya un adulto hecho, derecho y responsable.