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#FanficThursday: Cars – “McQueen y Sally: One-Shots” (Capítulo 28)

Chapter 28 —Una voz angelical (VI) (Cars 2)

Cars | Mcqueen and Sally take a drive | HD - YouTube
Rayo y Sally, Cars

Por un instante, el ambiente pareció espesarse alrededor de los tres McQueen como si se convirtiera en gelatina. Rayo, aturdido, no podía creer que, en efecto, su padre lo estuviera usando como argumento frente a Maddie. No cuando había despreciado sus sueños durante tantos años. Y ella, a su vez, sin creerse que, al parecer, de repente Rayo estuviera del lado de su padre.

—A comer llantas, todos —maldijo, haciendo que Rayo casi girara de golpe hacia ella de la sorpresa al escucharla escuchar semejante lenguaje—. ¡Estáis compinchados contra mí! ¡Que os den!

—¡Maddie! —trató de llamarla Rayo, aún sin recuperarse del todo de la impresión provocada por aquella situación tan grotesca.

Sin embargo, su hermana hizo oídos sordos y, retumbando el motor con fuerza, giró sobre sus dos ejes y salió disparada calle abajo, en dirección a la salida del pueblo. Como un impulso, Rayo estuvo a punto de salir tras ella. Pero una voz cascada tras su maletero lo clavó en el sitio, impidiéndole avanzar un centímetro.

—Déjala. Ya volverá.

Como si se moviera a cámara lenta, el corredor se giró entonces y contempló, bajo la suave luz del porche, el rostro ajado de su padre. De repente, todo el enfado con Maddie parecía haber desaparecido como por ensalmo de sus rasgos, solo sustituido por una fría y extraña calma que, por alguna razón, hizo reaccionar a Rayo más de lo que hubiera deseado en ese momento.

—Pero, ¿se puede saber qué te pasa, a ti? —le espetó a su progenitor sin ambages, sintiendo también la rabia arder en su interior. Cuando los iris grises de Lionel McQueen se clavaron en él, Rayo agregó—. ¿Qué tiene de malo que tu hija tenga sueños y quiera vivirlos? ¿Por qué la tratas así?

—Tú a callar, chaval —le espetó de golpe su padre, entonces, con un tono gélido que hizo que el corredor cerrara el capó de inmediato a causa de la impresión—. No te creas que, por llegar aquí y decir cuatro palabras bonitas, todo va a ser precioso y vas a ordenar y mandar. ¡En esta casa mando yo!

Rayo se encogió sobre sí mismo sin poder evitarlo. Aquellas palabras, sin quererlo, cayeron como un mazo sobre su techado y la nueva visión que tenía de su recién recuperada familia, haciéndola añicos. Sin embargo, como Lionel había dejado entrever, Rayo era un coche hecho y derecho desde hacía tiempo y no pensaba comportarse como el niño mimado que todos pensaban que era. Lo había intentado y había fracasado. Fin de la discusión. Por ello, sin responder a la provocación de su padre, el corredor se giró de inmediato hacia Sally y le indicó con un gesto que la siguiera.

—Vamos a dormir, Sal. Mañana volvemos a casa.

Ante aquello, la frialdad de Lionel pareció derretirse un poco; sin embargo, nadie dijo nada más antes de que todos volvieran a desaparecer en el interior de la casa, cada uno en dirección a su dormitorio. El destinado a los invitados no era un espacio demasiado amplio, apenas del área de los dormitorios del Cono Comodín, pero Sally y Rayo se habían acostumbrado a compartir lecho en muchas circunstancias y no eran de los que se quejaban a la primera de cambio. Además, aun después de haber apagado la luz, a Rayo le siguió costando conciliar el sueño durante un buen rato. Y Sally no parecía dispuesta tampoco a entrar enseguida en el mundo onírico.

—Eh, Pegatinas.

—Dime, Sal.

En la penumbra, la Porsche pareció dudar un instante.

—Solo quería decirte que… Estás siendo muy valiente. Estoy orgullosa de ti. 

A pesar del halago, Rayo bufó con hastío.

—Bah. No he conseguido nada. Solo que las cosas se pongan peor —se lamentó.

—Bueno, yo no diría eso —Sally sacudió el morro y se pegó más a él—. Yo creo que sí has dado algún paso, pero el resto lo dirá el tiempo. 

Rayo se giró apenas unos milímetros hacia ella, inseguro.

—¿Tú crees?

Sally sonrió, no sin cierto pesar velado que Rayo conocía bien.

—Cómo te he dicho esta mañana, no soy el mejor ejemplo de relación paterno-filial. Pero… algo me dice que en tu caso es diferente.

El corredor rozó sus guardabarros con amor infinito.

Ojalá tengas razón.

No habrían pasado ni dos horas en las que la pareja había dormido solo a ratos, ambos rumiando sus preocupaciones en silencio, cuando la luz del pasillo se encendió de nuevo. Rayo abrió los parabrisas de inmediato, alerta, antes de percibir que Sally se incorporaba a su lado, también despierta. Sin embargo, cuál no fue la sorpresa de ambos cuando un Lionel visiblemente ansioso apareció en el umbral de su puerta entreabierta.

—¿Hijo? —el coche más mayor tocó la madera con el parachoques, cauto. Pero su rostro pareció relajarse un tanto cuando comprobó que el bólido rojo respondía de inmediato y apartaba la hoja del portón, observándolo con preocupación—. Ah, estás despierto. Bien…

—Papá, ¿qué ocurre? ¿Qué hora es? —inquirió Rayo, inseguro.

El pick-up, por otra parte, pareció dudar un instante que se hizo eterno antes de decidirse a responder.

—Tu hermana… Aún no ha vuelto a casa. Estoy… preocupado por ella.

A Rayo, al escuchar aquello, se le abrieron los parabrisas como llantas de camión, sobre todo por la primera parte de la frase.

—¿Qué? —se angustió—. ¿Cómo que no ha vuelto? 

Lionel sacudió la cabeza con idéntico sentimiento.

—Lo cierto es que no había pasado nunca, al menos, no tan tarde… —expuso, la voz rota por un pánico que Rayo juraba no haberle escuchado nunca—. Ayúdame, hijo…

—Lo haré —prometió este, sin pensárselo. Acto seguido, casi arrolló a su padre al salir al pasillo y encaminarse hacia la puerta—. ¿Alguna idea de dónde podría estar?

Su padre pareció meditar, dentro de su nerviosismo.

—Pues… Lo cierto es que no lo sé. Quizá haya vuelto al Deacon’s…

La angustia era patente en cada palabra, cada mínimo gesto. Por lo que Rayo, casi sin ser consciente de lo que hacía, olvidado todo enfado y rencor por lo que hubiera pasado entre ellos incluyendo la discusión de unas horas antes, se aproximó a su padre; puso una rueda en la suya y, ante la emoción evidente de Sally y del propio Lionel, declaró:

—La encontraremos, papá. Te lo prometo. Y, después, volveremos a ser una familia.

Sin embargo, cuando llegaron al bar del viejo Cadillac –el cual ya se afanaba en terminar de recoger para cerrar e irse a casa– nadie sabía dónde estaba Maddie. Ni él, ni su mujer, ni los músicos ni los dos camareros, amigos de la susodicha para más señas. Aunque eso no impidió que todos ellos, sin importar el cansancio y el sueño, se pusieran enseguida manos a la obra para salir a buscar a la muchacha. En menos de media hora, la mitad del pueblo estaba reunido delante del bar, muestra evidente del cariño que todo el mundo tenía a Maddie. El pueblo no era demasiado grande, pero quién sabía lo que podía acechar más allá y eso era, sin duda, lo que más inquietaba a todos los lugareños. La treintena de ellos que se habían animado a colaborar se repartieron entonces en equipos pequeños para peinar el pueblo, el bosque, la carretera de acceso, la vieja fábrica y el lago. Sin embargo, al cabo de una hora que regresaron las primeras patrullas, entre las que se incluían la de Lionel y la de Rayo y Sally, sus respectivos gestos de negación sólo incrementaron la ansiedad de todos ellos. El anciano pick-up, el rudo, el fuerte, el patriarca de los McQueen, por su parte, parecía casi a punto de echarse a llorar. Por lo que, tras cruzar una mirada de acuerdo con Sally, Rayo rodó despacio hacia su padre.

—Eh, papá. Vamos —intentó animarlo—. Seguro que Maddie está refugiada en algún sitio como cuando era niña y pronto volverá por su propia rueda, ya verás.

En honor a la verdad, aunque Rayo deseara que esa fuera la verdad con todas sus fuerzas, una pequeña parte de su alma contemplaba, tal vez, un destino más funesto para su hermana pequeña. Su corazón albergaba tal mezcla de sensaciones en aquel momento que el corredor creía que iba a explotar. Sin embargo, ver cómo media sonrisa parecía asomar al capó de su padre al evocar aquellos años pasados, menos complicados en cierta manera, casi borró de un plumazo todo enfado del joven McQueen.

—¿Sabes? —arrancó a hablar el anciano, en un tono que más parecía hablar para sí mismo que para su hijo—. Reconozco que, después de que te fueras, cuando empezaste a hacerte un nombre, yo no quise saber nada de ti —Rayo inclinó el morro. Lo imaginaba, pero no estaba seguro de tener la entereza para escucharlo, menos en aquel instante. No obstante, dejó que su padre continuara. Necesitaba desahogarse, eso era evidente. Más aún cuando cierto coche surgió de los labios de Lionel—. Pero, después, cuando te vi con esa preciosa Porsche en la televisión y esta mañana, cuando habéis llegado… —el pick-up suspiró con fuerza—. Pensé que lo poco que había oído de ti no podía ser cierto.

—Y, eso, ¿por qué? —quiso saber Rayo, sin acritud.

Lionel se mordió el labio inferior, como si no estuviera seguro de cómo continuar.

—Porque podía significar, también, que habías cometido el mismo error que cometí yo con Mary.

Tal fue la sorpresa que le provocó aquella afirmación al joven corredor que este casi dio un brinco en el sitio, sumado al nudo involuntario que se enroscó sobre su motor solo con escuchar la mención a su madre, Mary McQueen, antes de girarse a medias hacia su padre.

—¿Error? ¿Qué…? ¿Qué quieres decir? —preguntó, confundido e inseguro de si quería conocer la respuesta. ¿Qué tenía que ver ella en todo esto?

La mirada de Lionel se tiñó entonces de una profunda tristeza, lo que solo ciñó más el nudo en las entrañas del corredor.

—Siempre me he culpado de que tu madre se fuera, Rayo —confesó entonces su progenitor, apenas en un hilo de voz—. Al final, supongo que llegué a la conclusión de que obligarla a quedarse conmigo, en este pueblo, fue el mayor error que podía cometer.

—Pero, no lo entiendo —lo rebatió Rayo—. ¿Qué tiene de malo vivir en un pueblo?

Lionel soltó una risita bronca, como si al joven coche se le pasara algo básico por alto.

—Bueno, al principio es cierto que éramos felices o eso parecía. Pero, luego… —Lionel inspiró hondo—. Ella se cansó y se marchó. 

Rayo sacudió la cabeza, incrédulo y por fin entendiendo, o creyendo entender, qué quería decirle su padre.

—Papá, eso no me sucederá a mí —le aseguró, convencido como pocas veces en su vida. Y, ante la mirada intrigada de Lionel, agregó—. Sé lo que quieres decirme, de verdad. Pero en Radiador Springs he descubierto lo que quiero… y, quizá, también he visto qué es lo que me perdí en mi ceguera por escapar de aquí y ser… “alguien” —la última palabra se tiñó sin esfuerzo de cierta ironía, puesto que ese sueño había quedado atrás hacía mucho y, ahora, a Rayo apenas le importaba que se supiera quién era o no; salvo, claro está, si tenía algún efecto negativo en los suyos. Momento en que saldría a defenderlos con su vida si era necesario—. Creía que la fama y el dinero me darían lo que quisiera. Pero, entonces… —un cierto calor se apoderó de los parachoques de Rayo casi sin que pudiese evitarlo—, Sally apareció en mi vida.

Lionel sonrió con sinceridad ante aquella mención.

—Parece una buena chica, sin duda.

Rayo casi se hinchó de orgullo ante aquel halago hacia su prometida.

—Es maravillosa, no te haces una idea —y, acto seguido, sin poder contenerse, le confesó—. Quiero casarme con ella, papá. No hay nada que desee más en este mundo ahora mismo. Y, como te he dicho antes, me encantaría que mi familia de circuitos, no solo de adopción, estuviese ahí.

Ante aquella petición, Lionel pareció quedarse un instante meditando, los ojos preñados de emoción brillando bajo el reflejo de una farola cercana. No obstante, Rayo sintió todos sus nudos interiores deshacerse cuando su padre, tras inspirar hondo con una extraña paz en el rostro, le indicó:

—Anda, vamos a seguir buscando a tu hermana. Tenemos que hablar de muchas cosas los tres antes de volver a ser una familia de verdad.

Rayo sonrió, confiado. Al menos, antes de que una súbita idea cruzara por su salpicadero y su expresión se desencajase a causa de la comprensión. ¡Claro! 

—Hijo, ¿qué te ocurre? —se preocupó Lionel—. ¿Qué he dicho?

El corredor, por su parte, se giró de golpe hacia su padre y pronunció, sin contestar directamente:

—Papá, creo que ya sé dónde está Maddie.

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