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#FanficThursday: Cars – “McQueen y Sally: One-Shots” (Capítulo 26)

Chapter 26 ― Una voz angelical (IV) (Cars 2)

Cars | Mcqueen and Sally take a drive | HD - YouTube
Rayo y Sally, Cars

La noche ya había caído sobre el pueblo. Tras la aparente tregua entre los dos McQueen, el más joven y el más mayor, el primero había indicado a la señora Dart y a Sally que la situación parecía haberse suavizado, ambas cruzaron una mirada que sorprendió a Rayo y, sin dar más explicaciones, se adentraron junto a él en la casa. Aunque al propio Lionel le sorprendió ver a la entrometida vecina entrando en su casa como si fuera suya, al final, entre conocer a su futura nuera y quedase tomando aceite durante varias horas, hasta casi el momento de cenar –cuando por fin la señora Dart optó por retornar a su casa, no sin recibir antes un silencioso agradecimiento por parte de la joven pareja–, el tiempo se pasó en un suspiro. Y el pick-up, a pesar de todo, al observar la repentina madurez de su hijo mayor sintió que todo el rencor y el dolor, acumulados durante la última década, comenzaban a diluirse de su alma sin aparente remedio. Lo que no sabía Rayo era que el mismo Lionel tenía que admitir, para sus adentros, que lo poco que había visto de su hijo en aquellos años en la televisión podía corroborar lo que este le narraba en ese instante, todos apiñados en la cocina-salón de la pequeña casa familiar de los McQueen. Pero… Lionel no quería volver a sufrir. Se sentía muy viejo para ello. No obstante, ¿era posible que sus plegarias más profundas se hubieran hecho realidad?

La cena entre los tres fue sencilla, pero más relajada de lo que ninguno hubiera anticipado. Comentaron, bromearon e incluso rieron, sobre todo cuando Sally y Rayo le contaron al coche más mayor cómo se habían conocido. Cuando terminaron, sin embargo, el McQueen joven indicó a su padre que quería salir a dar una vuelta con Sally por el pueblo, si no le importaba.

—Quiero ver si ha cambiado mucho en estos diez años —expuso, de una manera que casi parecía incluso que pidiera permiso, cosa que sorprendió a Lionel. No era aquel el joven que recordaba, desde luego—. Pero, si nos necesitas…

El pick-up, por su lado, hizo enseguida un gesto displicente con la mangueta desnuda. Según les había explicado por fin, aquella pérdida de rueda, cinco años atrás, se había debido a un accidente en la fábrica de frenos que daba fama a Crystal Brakes, la más famosa del condado; al menos, hasta hacía unos años, cuando una mala gestión de los herederos y un excesivo afán de lucro había llevado a la empresa a la quiebra y, a la fábrica, al cierre. Lionel había recibido una compensación no demasiado generosa por su invalidez, pero Maddie y él habían conseguido mantenerse más o menos a flote durante aquel último lustro. Sin embargo, Rayo también percibió cierta amargura en la voz de su padre cada vez que el nombre de Maddie salía a relucir. De hecho, cuando Rayo había preguntado dónde estaba su hermana –más que nada, porque no había aparecido a cenar–, la respuesta de su padre había sido bastante hosca. Algo así como “esa desagradecida andará por ahí, como siempre, en algún escenario de pacotilla”.

«¿Escenario?», había pensado Rayo, de inmediato, algo extrañado y, a la vez, con mil opciones dando vueltas por su salpicadero. 

¿Qué podía significar aquello? No obstante, vista la poca disposición de su progenitor a añadir detalles, Rayo había optado por dejarlo estar y, en cambio, dejar en tareas pendientes averiguar qué se traía su hermana entre manos.

—De acuerdo, papá —respondió entonces el corredor, asintiendo, aunque no del todo conforme. Sin quererlo, algo se estrujaba de manera desagradable en su interior –algo que no recordaba haber sentido muchas veces en su vida– al pensar en dejar a su padre solo en aquella casa, aunque solo fuera por unas horas—. Pero… Avísanos si necesitas cualquier cosa, ¿de acuerdo?

Para su mayor estupor, ante aquello, su padre solo soltó una risita bronca y lo miró de una forma que Rayo jamás había visto en él.

—No, si… Va a ser verdad que has cambiado, chavalín —comentó sin acritud; aunque Rayo, si hubiese tenido sangre en vez de gasolina, ahora estaría el doble de colorado—. En serio, no os preocupéis por mí y disfrutad, ¿de acuerdo? Ah, y… Un placer, señorita Sally.

La joven respondió de manera acorde y Rayo, rendido a la evidencia, claudicó sin esfuerzo.

—Está bien. ¡Nos vemos luego!

Y así, mientras Lionel McQueen los observaba irse desde el porche, los dos coches más jóvenes se dirigieron despacio hacia el pueblo. No había demasiadas farolas, pero eran suficientes para ver bien durante todo el camino sin necesidad de encender los faros.

—Bueno… No ha ido tan mal, después de todo, ¿verdad? —aventuró Sally, tanteando el terreno.

Rayo meditó unos segundos antes de contestar; inseguro y, a la vez, sintiendo que aquello, en efecto, no podía ser real.

—Sí… —reconoció en un susurro—. Lo cierto es que, tal y como habíamos llegado, no esperaba yo que las cosas cambiaran tanto…

Sally soltó una risita que mostraba su acuerdo.

—Aunque… imagino que la señora Dart ha podido tener parte de culpa…

Rayo la imitó.

—Desde luego… Aunque, cuando ha entrado en casa, creía que a mi padre le daba un infarto…

Sally rio con más fuerza.

—Creo que no lo esperaba, eso desde luego… Y, por cierto, hablando de Dart —agregó la joven, como si justo recordase algo—. No sé por qué motivo, pero me ha recomendado que, si queremos tomar algo, vayamos a un sitio llamado “Deacon’s Lane”. ¿Te suena?

Algo cálido e involuntario se enroscó sobre el motor de McQueen al escuchar aquel nombre.

—Vaya, así que… ¿el viejo Deacon sigue teniendo su bar?

Sally sonrió.

—Me alegra verte así —admitió, para sorpresa del corredor.

—Así… ¿Cómo?

La joven hizo una mueca cargada de ternura.

—En paz.

Rayo soltó una risita avergonzada, sabiendo a qué se refería ella. Desde luego, así era justo como se sentía.

—Venga, vamos —le indicó a la joven, casi retirándole la mirada para que ella no viese aquella vergüenza infantil que, de seguro, se reflejaba en sus ojos azules—. Espero recordar el camino…

Sally rio por lo bajo, pero no dijo nada más. Crystal Brakes, para bien o para mal, era un pueblo bastante cuadriculado en cuanto a su estructura. De ahí que, a pesar de la afirmación de Rayo, ambos encontraran su destino apenas tras diez minutos de callejeo. El Deacon’s Lane ocupaba una de las esquinas de la plaza principal del pueblo, iluminado su letrero tan solo por la luz macilenta de un par de farolas próximas y una cinta de luces de neón que, aunque aún recortaba el cartel de la entrada, parecía haber visto tiempos mejores. Sin embargo, la apariencia decrépita del exterior quedó desmentida en cuanto la pareja se aproximó hasta apenas dos metros de distancia de la puerta. A través de las ventanas, aunque cerradas y tapadas apenas con cortinas translúcidas, se filtraba sin remedio el jaleo de la música y muchos parroquianos disfrutando de un buen momento. Al otro lado de los cristales, la luz de varios focos de colores se alternaba mostrando una segunda evidencia de que aquel lugar estaba bastante concurrido. Al empujar con el morro, la puerta se abrió sin ruido hacia dentro y el sonido de la música, atenuado hasta ese instante, retumbó con fuerza sobre sus carrocerías; atrayendo, sin casi siquiera darles tiempo a pensar en qué tomar, su atención hacia el pequeño escenario.

No tenía grandes adornos y los focos, que desde fuera aparentaban ser una ambientación excepcional, estaban algo ajados por los años. Sin embargo, todo eso parecía diluirse al ser rozado por las notas que surgían de la cantante, situada en el centro de todo. La balada que cantaba en acústico, acompañada solo por un par de carretillas elevadoras que tocaban los instrumentos, permitía acomodar su voz a casi todos los colores y tonalidades. Aparte de que la letra y el sentimiento que desprendía conseguían tocar, sin remedio, el corazón de todos los presentes. Sin embargo, no fue eso lo que dejó clavado en el sitio al ya cuatro veces campeón de la Copa Pistón. No podía ser. Y, sin embargo…

—Rayo… Eh, Pegatinas —lo llamó Sally, apenas haciéndose escuchar entre las notas de la balada y algo inquieta por él, mientras le rozaba la rueda apenas con su neumático. Cuando él pareció volver por fin a la realidad, sus iris estaban teñidos de una extraña emoción, desconocida casi hasta para Sally—. ¿Estás bien?

Como si acabara de despertar de un extraño sueño, Rayo sacudió el morro un par de segundos después y la encaró, con un aire todavía algo perdido.

—Sally, es… —tragó aceite—. No puedo creerlo. Es… —la joven Porsche lo observó, expectante y sin poder evitar cierta tensión adueñándose de sus circuitos, todo mientras las posibilidades daban vueltas en su salpicadero. Pero se quedó tan aliviada como atónita cuando escuchó las siguientes palabras de Rayo—. Es Maddie.

Sin poder cerrar el capó del todo, abierto a causa de la sorpresa, Sally giró entonces de nuevo hacia el escenario, observando más atentamente a la cantante mientras esta parecía enfilar las últimas estrofas de la canción. Era joven, sin duda; apenas pasada la adolescencia a una primera edad adulta. Tenía forma de SUV, pero con una constitución más bien menuda. Su carrocería de color bronce destellaba bajo los focos de una manera casi hipnótica, incluyendo las dos finísimas trenzas de metal dorado que adornaban los costados de su techado. Cuando la joven terminó de cantar y, además, abrió los parabrisas, Sally comprobó que, a diferencia de su hermano mayor, Maddie McQueen tenía los ojos verdes con algún toque marrón. Los vítores no se hicieron esperar y la muchacha los aceptó con humildad, aunque fue inevitable que esbozara la misma media sonrisa que caracterizaba a Rayo. Durante unos segundos, todo pareció idílico en el interior de aquel modesto bar en medio del estado de Missouri. Sin embargo, el instante se rompió en el instante, para bien o para mal, que Rayo buscó adelantarse hacia el escenario. Primero, porque los parroquianos se fijaron en él y muchos de ellos, algunos de los cuales no habían estado en la “recepción” de aquella mañana al llegar al pueblo, se lanzaron a saludar con afecto al hijo pródigo del pueblo. Y, segundo, porque aquello provocó que la benjamina de los McQueen, mientras ya se dirigía hacia fuera del escenario, frenara, mirara con curiosidad al origen del alboroto, su mirada se cruzara con lo de Rayo… Y su mirada se tornase de la textura de un trozo de jade sin pulir. Fue apenas un segundo antes de que la joven SUV se girara de nuevo con brusquedad, buscando salir del escenario una vez más, pero lo suficiente como para que Rayo, tras intercambiar una mirada muy breve con Sally, saliera disparado hacia delante y casi ignorando las muestras de cariño a su alrededor. A tiempo, el corredor se disculpó con educación, aunque intentó en todo momento no perder de vista a Maddie. Sin pensárselo dos veces, Sally lo siguió, zigzagueando entre los presentes, hasta que ambos consiguieron ver de nuevo el maletero de Maddie dirigiéndose hacia la puerta del local. Había intentado darles esquinazo, estaba claro; pero no lo había logrado y su rostro seguía pétreo cuando, tras encontrarse los tres en la calle, Rayo la llamó por su nombre y la joven se giró para encararlo.

—¿Sí? ¿Qué se te ofrece, forastero? —le espetó con un fuerte acento del interior del país.

Rayo, por su parte, pareció quedarse helado ante aquello. Al menos, antes de conseguir reponerse y preguntar:

—¿Forastero? Maddie, ¿de qué hablas?

La muchacha SUV apretó los labios con un desprecio que a Rayo casi le partió el chasis en dos.

—¿Acaso me equivoco? No es que te haya visto mucho por aquí, últimamente. ¿Me equivoco? —lo miró de arriba abajo antes de repetir—. ¿Qué quieres?

Rayo tragó aceite y se obligó a mantener la compostura. Por mucho que hubiera arreglado las cosas con su padre, estaba claro que Maddie guardaba algo en el salpicadero que él ni había podido, ni había querido anticipar. Sin embargo, algo en su interior le dijo que quizá la mejor estrategia no era ir de frente en este caso. Por ello, el corredor se limitó a poner los ojos en blanco con falsedad y pronunciar:

—¡Oh, por el Auto! Si al final va a ser cierto lo que dicen de los egos desmesurados de los artistas. Desde luego, vaya forma de tratar a un fan… 

Su pantomima se cortó de golpe cuando Maddie se rio con sequedad, atrayendo de nuevo su atención:

—¡Ja! —se mofó—. Lo mismo podría decirse de los corredores, ¿verdad? 

Sin inmutarse mucho, Rayo enarcó un parabrisas ante aquella mención; lo que indico a la furibunda cantante que había tenido un desliz inesperado. Rendida a la evidencia, Maddie entrecerró entonces los ojos y lo observó a distancia con aparente cautela, casi como un animal acorralado:

—¿Qué quieres, Rayo? —susurró, sin poder evitar que en su voz se filtrara un extraño dolor que el corredor acusó con todo su ser.

Sin embargo, este se limitó a sonreír ante su pregunta, buscando ser conciliador, antes de responder:

—Te he echado de menos, Maddie. 

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