Chapter 24 — Una voz angelical (II) (Cars 2)

Rayo, al principio, se quedó mudo de la sorpresa y algo avergonzado porque aquella mujer empleara su apelativo de infancia; sin saber qué responder. Sin embargo, la señora Dart lo pinchó enseguida para que abriera la boca:
—Vamos, chico. No pongas esa cara, que parece mentira que casi te viese nacer…
Si hubiese podido enrojecer de vergüenza, el corredor ahora sería casi de un colorado fluorescente. Sin embargo, su “yo” adulto tuvo la suficiente entereza para respirar hondo, contar hasta cinco y replicar, amable:
—Gracias, señora Dart. Por… —señaló hacia unos metros más allá, donde antes se congregaba medio pueblo—. Ya sabe.
La anciana, sin dar grandes muestras de halago, se limitó a asentir, práctica, antes de agregar:
—Todos sabemos cómo acabaron las cosas entre tú y tu padre, pequeño. Y, aunque me avergüence admitirlo —sumó, socarrona—, en este pueblo no es que pasen muchas cosas que llamen la atención. No sé si me entiendes…
Rayo resopló, siguiendo el humor de la mujer por un instante; antes de darse cuenta de que había alguien que se había quedado al margen de la escena y con cara de circunstancias.
—Eh, Sal —el corredor se aproximó a su novia, que casi se pegó a él por instinto de lo cohibida que se sentía—. Señora Dart —llamó entonces a la Dodge más mayor. La cual, como era de esperar, se aproximó con una mirada brillante de curiosidad—. Quiero presentarle a alguien. Esta es Sally, mi… prometida.
Le había costado decirlo por la falta de costumbre, pero la mueca de alegría que desencajó el capó de la anciana despejó todas sus dudas. De hecho, le dejó una maravillosa sensación en los circuitos ver que alguien en aquel pueblo, de momento, se ilusionaba por la noticia.
—¿Prometida? —se emocionó—. Ay, qué bien, qué alegría… Y ¿para cuándo…?
—A finales de verano, si podemos —repuso Rayo con confianza, ahora sí.
Sally, por su parte, se limitó a asentir, dándole la razón, antes de pronunciar:
—Es un placer, señora Dart.
La anciana sonrió, con una dentadura más perfecta de lo esperado en un coche de su edad, antes de devolverle el gesto.
—Lo mismo digo. Aunque… —hizo una pausa, pensativa—. Ese es el motivo por el que habéis venido, ¿no es cierto? —El rostro de Rayo, por su parte, debió revelar la verdad de forma bastante dolorosa. De ahí que la mujer Dodge, sin pensárselo, sugiriese—. Bueno. Tú no te preocupes, chico. Veniros a mi casa a tomar algo y seguro que logramos encontrar una forma de solucionar esto…
La casa de la señora Dart se encontraba apenas unas manzanas más allá; pero, sin duda, destacaba entre todas las demás. A pesar de su modestia, mantenía los muros de madera pintados de un pulcro blanco, mientras que los adornos de las esquinas y los frisos daban un pequeño toque de color en azul celeste. El porche frente a la casa lo habían asfaltado hace poco y, sin duda, las flores que adornaban los laterales recibían la visita del jardinero con regularidad. La anciana Dodge abrió la puerta con sorprendente agilidad, antes de invitarlos a entrar a un amplio espacio con abundante decoración; el cual, sin que Rayo pudiese evitarlo, le devolvió recuerdos de infancia que creía olvidados.
—¡Vaya! —se maravilló, sin ser capaz de reprimirlo—. Pero ¡si esto apenas ha cambiado desde la última vez que vine!
La mujer Dodge se rio con ganas.
—Bueno… Supongo que no recibo tantas visitas y, además, soy una vieja de costumbres. ¡Qué le voy a hacer…!
Rayo meneó el capó, aún sin ser capaz de reprimir la abrumadora sensación de haber retornado a su niñez sin quererlo. Sally lo acompañaba en silencio, pero observando todo con genuina curiosidad. Como Nayara de la Vega le había contado alguna vez a Rayo, la Porsche seguía siendo una máquina con avidez de conocimiento, a pesar de los años. Y saber más sobre su novio, por supuesto, no era una excepción. La señora Dart, por su parte, enseguida sacó a ambos de sus cavilaciones al preguntar qué querían tomar. Como uno solo, la pareja pidió dos latas de refrigerante que la anciana les trajo enseguida. Con el calor del verano y tras el viaje, desde luego, se agradecía…
—Bueno, bueno… Entonces, ¿me vais a contar cómo os conocisteis? —inquirió entonces la Dodge, sin cortarse.
Los prometidos, por supuesto, brincaron en el sitio, algo avergonzados. Desde luego, no era esa la primera pregunta que esperaban. Al menos, Rayo McQueen después de quince años alejado del pueblo.
—Esto, bueno… Nosotros…
—Es una larga historia —reconoció al final el propio Rayo, mirando con cariño a Sally—. Pero digamos que esta señorita fue la que consiguió que viera el mundo de otra manera…
La señora Dart asintió, sin dejar de observar a ambos con mal disimulada ternura.
—Desde luego, no fuiste el mismo después de tu debut en la Copa, eso está claro —y, ante la genuina sorpresa de Rayo, aclaró—. ¡No pongas esa cara! Seremos de pueblo, pero vivimos conectados al mundo. Y… —hizo una pausa, como si dudara de qué decir a continuación o si era conveniente—. En fin, por mucho que le doliese a tu padre, hay muchos por aquí que disfrutaban y aún disfrutan viéndote correr. Eso que lo sepas.
—¿E…? ¿En serio? —se maravilló el corredor—. Pero, yo creía que…
La señora Dart enarcó un parabrisas sarcástico.
—¿Qué? ¿Qué tu padre iba a venir casa por casa o ir al bar a desconectar la tele porque salieras tú? —Rayo apartó la mirada, pillado en falso. En efecto, algo así había cruzado tras su parabrisas. Pero Dart no pareció darle especial importancia—. Rayito… Todos sabemos que tu padre es, y ha sido siempre, un cascarrabias; pero no se lo tengas en cuenta, en serio te lo digo. De hecho, visto lo de esta mañana me huelo que tanto él como tú sois demasiado orgullosos para dar vuestro brazo a torcer. ¿Me equivoco?
Rayo, tras un instante de duda y tragándose el bochorno de tener que rendirse a la evidencia –más ante el parabrisas enarcado de Sally que significaba “te tiene bien calado, ¿a que sí?”–, asintió.
—Lo cierto es que, ojalá, pudiera volver atrás —confesó en voz baja, la vista clavada en su bebida—. Sé que no es justo. Pero… ahora, miro al pasado y casi me avergüenzo del coche que era.
Dart esbozó una sonrisa comprensiva.
—Cielo, escúchame —le pidió, sin alzar la voz y él obedeció, despacio, hasta encontrar sus ojos grises—. Todos hemos sido jóvenes y cabezas de carro en algún momento de nuestras vidas, incluyendo tu padre. Pero… créeme que no tiene mala fe. Solo…
La señora Dart se calló de golpe en ese instante; como si, de repente, sintiera que estaba cometiendo una inconveniencia. Sin embargo, el reflejo de dolor que cruzó los ojos de Rayo no pasó desapercibido para Sally; y esta intuyó que, a pesar del silencio, su prometido y la amable vecina compartían un mismo y doloroso pensamiento. ¿Qué podía ser? Por un momento, Sally recordó cuando ella misma no había querido hablar de Alex con Rayo; y, casi sin quererlo, intuyó cómo se había sentido él con aquella situación. Aquella tensión silenciosa entre los tres tenía un cierto regusto conocido que Sally hubiese preferido no recordar. Sin embargo, cuando la señora Dart abrió de nuevo el capó, Sally descubrió que ya conocía aquella parte de la historia.
—Sé lo que estás pensando y te entiendo, Rayito —volvió a hablar entonces Dart—. La marcha de tu madre dejó un hueco en el pueblo y destrozó el corazón de todos vosotros, eso nadie lo puede negar. Pero… creo que, a estas alturas, ya no podéis seguir tirándoos los trastos a la cabeza de quién tuvo la culpa y quién no… Ambos sois adultos y, en mi opinión, podéis hablar las cosas como tal —Dart hizo una pausa para comprobar el efecto de sus palabras en el corredor; el cual, a pesar de verse a las claras en su mirada huidiza y su capó contraído que sabía que tenía razón, no replicó una palabra sobre aquello—. De todas formas, que creo que es una buena señal que hayas venido a verlo. No lo admitirá, pero… —la Dodge sonrió— te han echado de menos.
Ante aquello, Rayo pareció mostrar una pequeña sonrisa; mientras Sally, atenta en todo momento a la conversación, enarcaba un parabrisas discreto ante la mención plural.
«¿Lo “han” echado de menos? ¿Quiénes?»
Sin embargo, la siguiente pregunta de su prometido le provocó un escalofrío involuntario, sobre todo al escuchar aquel nombre.
—¿Cómo está Maddie, por cierto?
La señora Dart sonrió con cariño al joven al tiempo que un brillo indefinido se apoderaba de sus iris grises.
—Oh. Hecha una mujer —admitió, ajena a la turbación apenas disimulada de Sally junto a su chasis—. Supongo que la veréis luego cuando vayáis a casa de tu padre. Porque iréis ¿verdad?
Rayo dudó un instante. Mentiría si no dijera que ese había sido su objetivo desde el principio, pero…
—Sí, claro —musitó, al final, poco convencido.
La señora Dart lo miró largamente, como si pensara qué decirle. Pero, para sorpresa de ambos, al final sacudió el morro y se giró hacia Sally.
—Bueno, Sally, querida. Creo que confío en ti para que estos dos no se tiren los trastos a la cabeza cuando se vuelvan a encontrar ¿de acuerdo?
La joven Porsche, azorada, apenas atinó a asentir mientras cruzaba una mirada breve con Rayo. Por algún motivo, el nombre de aquella chica, “Maddie”, se le había clavado en un lugar doloroso de su carrocería y prefería que sus ojos no revelaran nada al respecto. ¿Por qué ahora? ¿Qué le ocurría?
«Sea quien sea, no puedes estar celosa a estas alturas, Sally Carrera», se recriminó para sus adentros. «El tiempo dirá».
Sin embargo, al cabo de unos minutos, cuando la señora Dart les dijo que podían quedarse todo lo que quisieran en su casa y ambos optaron por salir al porche, Sally no debió sorprenderse al escuchar a Rayo preguntar:
—Oye ¿estás bien, Sal?
La mujer Porsche suspiró, insegura. Ahora que tenía que enfrentar sus dudas, después de tantos años juntos, casi se sentía estúpida. Pero, aunque sabía que no se quedaría tranquila hasta que no lo preguntara, decidió salirse por la tangente.
—Sí, estoy bien. Quizá solo un poco cansada —admitió con media sonrisa que no asomó a sus parabrisas—. Menuda llegada triunfal ¿verdad?
Rayo, todavía inseguro de que Sally le estuviese confesando toda la verdad, no pudo evitar soltar una risita amarga.
—Sí, desde luego… —apoyó una rueda en la de ella—. Pero, en fin… Los dos sabíamos que podía ser complicado ¿verdad?
Sally asintió.
—Aunque… ¿Puedo preguntarte algo? —se atrevió por fin, comedida. Ante el mudo gesto de invitación de Rayo, se lanzó sin pensar—. ¿Quién es Maddie?
Cuando la joven Porsche vio levantarse, con lentitud deliberada, el parabrisas de Rayo en una mueca burlona, quiso que se la tragara la tierra de inmediato. Sí: era una estupidez y se maldijo por ello.
—¿Por qué quiere saberlo, señorita Carrera? —la picó él—. ¿Está celosa?
Tragándose cualquier reacción delatora, Sally se limitó a mirarlo de reojo y de la manera más neutral que fue capaz.
—¿Debería, señor McQueen?
Para su sorpresa, o no tanto, él se rio con ganas. Sin embargo, el enfado de la joven se pasó en cuanto él murmuró, casi cohibido:
—Sé que nunca te he hablado de ella, tienes razón. Pero… Maddie es… mi hermana pequeña.
A Sally se le abrieron los ojos como platos. ¿Hermana?
—Tu… ¿hermana? —quiso saber, invadida de emociones contradictorias.
«¿Por qué nunca me habló de ella?», se preguntó, algo dolida.
Sin embargo, Rayo enseguida se lo aclaró.
—Cuando me fui, Maddie apenas tenía seis años. Y yo… quería abandonar este pueblo con tantas ganas que, al final, intenté dejarlo todo atrás. Pero… Es cierto que nunca me perdoné dejarla a ella. Acabé prefiriendo no evocarla, siquiera —reconoció con cierta vergüenza—. Me hacía daño solo el hecho de pensar en qué le estaría sucediendo, a solas con mi padre. Y, yo…
Sally inspiró hondo, conmovida, antes de pegarse a él y sin querer pensar en qué había querido decir Rayo con lo de “a solas con su padre”.
—Lo siento, Pegatinas —susurró junto a su carrocería, a lo que él correspondió con un leve roce del morro—. Tuvo que ser muy duro para ti. A pesar de, ya sabes… —Sally puso voz pomposa adrede— ser Don “Yo Puedo Ganar Solo” y esas cosas…
Rayo exhaló una risita sin poder evitarlo. Si había algo que adoraba de Sally, era su capacidad de animarlo solo con una pequeña ironía.
—Sí, desde luego —suspiró—. Siento no haberte hablado de ella, Sally. De verdad que sí. Y… sé que el verano pasado juramos que no volveríamos a tener secretos. Pero… —bufó—. Qué sé yo. Supongo que no me sentía preparado para ello…
—No te preocupes, está todo bien —le aseguró la joven, antes de ironizar—. Además ¿a quién se lo dices?
Como Sally imaginaba, aquello consiguió arrancar una pequeña sonrisa de rendición al corredor. Pero, en ese preciso momento, la señora Dart salió por la puerta principal de la casa; casi interrumpiendo su conversación sin pretenderlo.
—Hola, señora Dart —saludó Rayo, antes de caer en la cuenta—. ¡Caramba, debe de ser súper tarde! Creo que —intercambió una mirada de entendimiento con Sally— deberíamos intentar acercarnos a casa de mi padre…
Lo cierto es que le apetecía como que le dieran una patada en el costado y lo volcaran del revés, pero el joven sabía que tenía que hacerlo. Sin embargo, cuál no fue su sorpresa cuando la misma señora Dart, con jovialidad, anunció:
—¡Ah! Pues entonces aprovecho a acercarme con vosotros. Al fin y al cabo, yo también tengo algo pendiente que decirle a ese viejo león gruñón —le guiñó un ojo a Rayo—. ¿Qué opináis?