Chapter 17 — Acción de gracias (Cars—Cars 2)

Cuarta temporada de Rayo McQueen…
Terminaba noviembre del año 2009 y el frío llegaba, inexorable, al pequeño Valle de Carburador, encaminando ya las fechas más festivas de todo el año. Y, a pesar de que durante ese mes las temperaturas habían sido inusualmente cálidas para lo acostumbrado, Sally tembló al salir de su cono aquella mañana y encaminarse hacia el lobby del Cono Comodín. Educada por costumbre, saludó a los clientes que habían decidido acudir a Radiador Springs aquel fin de semana en concreto. Suspiró. Iba a ser un jueves muy largo.
—¡Señorita Sally! —Mater llegó haciendo sonar su bocina y con algo que parecía una corona de espigas sobresaliendo de su techado—. ¡Feliiiiiz Acción de Gracias!
Sally intentó sonreír, pero solo le salió una mueca tristona.
—Ah… sí. Lo mismo digo, Mater.
El espíritu festivo de su interlocutor pareció decaer en un segundo, al tiempo que adentraba el tercio anterior de su cuerpo en la recepción.
—¿Estás bien?
Ella intentó aparentar de nuevo, pero al final se rindió con un suspiro. A quién quería engañar, en un pueblo que la conocía tan bien…
—Sí, bueno… —dudó—. Es solo que… En fin, no importa.
Le dolía demasiado hablar de ello, por lo que se giró para dar la conversación por cerrada.
—¿Esto es por McQueen? —preguntó entonces Mater, dando justo en la diana.
Sally se encogió, con el mismo dolor que si un latigazo hubiese traspasado su carrocería de parte a parte. Apretando los dientes, se volvió de nuevo hacia su vecino.
—No lo entiendo, Mate.r —Sin apenas pensarlo, se refugió en su guardabarros y él la aceptó con naturalidad, al tiempo que las lágrimas empapaban su rueda derecha—. Llevábamos desde el verano planeando esto; iba a ser la primera vez desde… —Sorbió—. Sonará a estupidez, pero… Es que…
Mater sonrió, comprensivo.
—A mí también me gustaría que hubiese venido. Pero si puedo decirlo —agregó con cierta timidez—, no conozco a nadie como a ti para haber organizado esto tan bien. Bueno, al menos desde la carrera en honor a Stanley de hace un par de años que… Mejor me callo —apuntó al ver cómo Sally cerraba los ojos e inclinaba el morro.
Aquella carrera había sido idea de Rayo.
El mismo que, la noche anterior y por teléfono, se había excusado de mala manera para no aparecer ese día por el pueblo. Después de llevar tanto tiempo planeando tener aquel puente para ellos –Sally había decidido liberar tanto el viernes como el fin de semana de clientes, para que ambos pudiesen escaparse a algún lugar romántico en total soledad–, la joven Porsche no podía perdonarle aquello.
Pero la música que sonaba en la Avenida McQueen, como habían decidido bautizarla el año anterior, indicaba que era el momento de empezar los festejos. Y Sally era la responsable del pregón inicial.
Como de costumbre, habían situado un arco de globos blancos y azules frente al ayuntamiento-juzgado y había un estrado justo al lado de la estatua de Stanley, junto a la curva principal de la villa. Frente a la gasolinera de Flo se extendía un mostrador con sus mejores bidones de gasolina, copas de queroseno, latas de aceite y «blue jet», una bebida energizante especialmente de moda entre los aficionados a las carreras. Sally saludó de lejos a la tendera con una rueda amistosa, a lo que ella y su marido correspondieron con el mismo gesto. Ramón estaba, como siempre, alzado sobre sus ejes para observarlo todo desde lo alto.
Sin quererlo, Sally se preguntó por un instante por qué nunca se habían animado a formar una familia, al menos que ella supiera. Pero decidió aparcar esos pensamientos cuando un súbito cosquilleo se apoderó de sus circuitos. Algo sobre lo que, en ese preciso instante, prefería no meditar. Cuando tanto los visitantes como los habitantes de Radiador Springs se apercibieron de la llegada de Sally, todo fueron vítores y muestras de cariño.
—Enhorabuena, señorita Carrera. Una fiesta estupenda, como siempre —la felicitó un monovolumen verde con una enorme maleta en la baca superior.
—Sí, estamos encantados de volver —corroboró su esposa, de la misma tipología, pero algo más redondita y de color violeta—. Este pueblo, desde que lo descubrimos, es de lo más acogedor.
Sally sonrió, sin poder evitar cierta diversión morbosa interior al recordar la primera vez que la pareja –ahora asiduos del motel en diferentes épocas del año– había pisado Radiador Springs, hacía cerca de cuatro años.
—Gracias, Van. Gracias, Minnie. Me alegro de que os guste.
—¡Sally! ¡Enhorabuena!
Las alabanzas se sucedieron a medida que avanzaba hacia el estrado, cada vez más nerviosa. Se había aprendido su discurso hasta la saciedad; pero seguía teniendo un nudo en las entrañas, cada vez que Rayo cruzaba por su mente, que le impedía centrarse todo lo que desearía. Cuando se colocó en posición, los murmullos se fueron acallando despacio. Sally inspiró hondo un par de veces, se aclaró la garganta y decidió dar comienzo a la celebración:
—Ciudadanos de Radiador Springs. Visitantes de todas las partes del mundo. Un año más nos reunimos para celebrar una fecha que llena nuestros corazones de alegría. —«Salvo el mío, hoy», pensó, sin querer; antes de obligarse a focalizar sus ideas en el discurso y solo en eso—. Además, hoy aprovechamos a celebrar el día de nuestro fundador, Stanley. —Señaló con una rueda la estatua sonriente frente al juzgado, algo que todos los habitantes del pueblo jalearon ruidosamente—. Es un día para recordar que no importa de dónde vengamos, quiénes seamos o cuál sea nuestra profesión. Lo importante es tener un lugar al que volver.
—Y, dicho esto —escuchó una voz tras ella que casi la hizo botar en el sitio, provocando que una ráfaga de electricidad la recorriese de punta a punta—, creo que es el momento de arrancar con la carrera inaugural de esta festividad, ¿no creéis?
Aturdida, y no solo por el barullo que se acababa de montar bajo el estrado, Sally se volvió; sin saber si estaba soñando o no. Por su parte, Rayo le guiñó un ojo antes de bajar del estrado con tanta naturalidad como había subido, entre los aplausos enloquecidos de los congregados y el ruido de los motores de aquellos que iban a competir. Tras recuperarse, Sally lo siguió, un poco mareada.
—¡Rayo! ¿Adónde vas?
Pero él no se detuvo ni respondió hasta ocultarse detrás de uno de los edificios de ladrillo que bordeaban la Avenida McQueen, justo antes de volverse con su media sonrisa característica.
—Yo también me alegro de verla, señora alcaldesa.
Sally, por su parte, seguía tan en shock que ni siquiera atinó a sentirse halagada por la mención a su reciente cargo. Quería llorar de alivio, de alegría y de rabia al mismo tiempo. El disgusto de la noche anterior, desde luego, no había tenido precio.
—¿Qué estás haciendo aquí? —susurró.
Rayo frunció los labios, sospechando quizá que algo iba peor de lo que pensaba.
—¿Qué quieres decir?
Sally no sabía casi ni como expresarse. La discusión de la noche anterior estaba tan reciente que, ahí y en ese instante, no estaba segura apenas de lo que debía sentir. ¿Euforia porque todo hubiese sido una falsa alarma o una broma pesada? ¿O enfado, precisamente por eso?
—Anoche me dijiste que tenías millones de cosas que hacer… —atinó por fin a susurrar, insegura—. Te dije un montón de cosas horribles Y…, ahora…
Él la observó con un brillo extraño en sus ojos azules a la vez que su gesto, antes alegre, terminaba de descomponerse.
—Sí, no me sentí bien cuando vi cómo te afectaban mis falsas excusas. Pero… yo solo quería darte una sorpresa… —suspiró—. Lo siento, Sal.
Sally inspiró hondo, notando cómo su enfado y el susto se diluían, como la tierra arrastrada por una torrentera en primavera.
—Bueno, la sorpresa me la has dado, eso seguro —ironizó entonces, sin poder evitar una lágrima indiscreta de emoción y consiguiendo que su novio se animara un poco, aunque aún tuviese sus dudas sobre si su plan había salido bien o no—. Pero también te digo que casi cortocircuito al verte, de sopetón, ahí arriba…
Él soltó una breve risita avergonzada, sabiendo ambos que el susto quedaba atrás.
—Lo siento… —reiteró—. No pretendía asustarte, de verdad. Quería… en fin… Tendré más cuidado la próxima vez. Pero, admítelo: he conseguido mi objetivo.
Ella sonrió, rendida a la evidencia y a sus encantos, antes de aproximarse. La tormenta ya se había alejado del todo.
—Bueno… —se ladeó entonces, coqueta—. Así que… ¿me sienta bien el cargo?
Otro de los motivos para enfadarse de Sally era que Rayo llevaba sin pisar el pueblo prácticamente dos meses, desde el comienzo de la temporada y, casi, desde su elección popular como alcaldesa de Radiador Springs. Por algún motivo, aquel año estaba desbordado de atención mediática; probablemente, porque la resolución del caso «Dinoco» ese verano había atraído más revuelo sobre el mundo de las carreras de lo habitual. El corredor fingió estudiar su carrocería con interés antes de acercarse y besar una de sus puertas con mimo infinito.
—Pues, qué quieres que te diga: yo te veo tan guapa como siempre —ronroneó, ante lo que la muchacha se rio de forma adorable—. ¿Y a mí? — bromeó el corredor acto seguido—. ¿Qué tal me sentará ser su «consorte» a partir de ahora, señora alcaldesa?
Sally se rio más fuerte.
—Anda, cállate y tira para la carrera. —Lo empujó de nuevo hacia el pueblo, donde los corredores estaban ya preparándose para la gran carrera del Día de Stanley; él la imitó—. Parece que este año te ha salido competencia dura…
Ante lo que Rayo alzó las comisuras del capó con confianza y declaró:
—Contigo animándome en la barrera, no creo que nadie pueda ponérseme por delante —hizo rugir el motor y agregó—. ¡Deséame suerte!
Ella sonrió mientras él se alejaba hacia la línea de salida y suspiró:
—Siempre, Pegatinas.