Capítulo 13 — La primera de muchas (II) (Cars)

«¡Rayo! ¡Aquí! ¡Enséñanos el rayo! ¡Eso es!»
«¡Rayo! ¡Aquí! ¡Que se vea la Copa!»
El eufórico ganador de la Copa Pistón 2006 estaba en su salsa. Quisiera o no, aquello también le gustaba de siempre y no podía evitarlo. Siempre que pudiese controlar la situación, que supiese qué fotos se publicarían sobre él, no tenía inconveniente. Sin querer, por un instante y mientras Doc le indicaba, discretamente, que ya se retirase del podio, Rayo evocó a Balkan Polo y le hirvió la gasolina. Suerte que la cosa con el paparazzo no había ido a mayores y el corredor, incluso, podría decirse que gracias a él había descubierto una parte importante de sus sentimientos hacia Sally. Pero, aun así…
—No te cansarás de la atención mediática jamás, ¿eh, chico? —apuntó Doc, mordaz, mientras Rayo se colocaba a su vera y ambos rodaban hacia el stand de Rust-eze.
Este último, tras carcajearse entre dientes, afirmó en tono de guasa:
—Qué quieres, Doc. La cámara me adora…
Su mentor lo imitó, pero no respondió. Todo el equipo de Radiador Springs, junto con Mack, lo esperaba a la puerta de la gran tienda blanca. Dentro se oía barullo, propiciado en especial por sus dos patrocinadores; los cuales, de momento, se habían adueñado del micrófono y hacían las delicias de centenares de coches oxidados; los cuales habían ido allí solo por verlo ganar. Rayo tragó aceite. Lo que más lo repelía un año atrás ahora casi daba sentido a su carrera y lo hacía sentirse orgulloso, de su marca y de lo que representaba. ¿Quién iba a decirlo?
—¡Uuuuh! Como brilla ese trofeo, chavalote —lo alabó Mack, los ojos fijos en la Copa que Rayo sostenía con la rueda delantera derecha.
—Gran trabajo, soldado. Te lo has ganado —lo felicitó Sarge.
—Raglio, enhorabuena —se emocionó Luigi.
Sally, por su parte, se acercó tratando de disimular su emoción, pero no abrió el capó. Rayo le sonrió, ella le devolvió el gesto y se limitó a ponerse a su lado para acceder juntos a la carpa. Dentro, la atención se desvió enseguida de Rusty y Dusty al recién llegado; escuchándose tantos gritos y vítores a la vez que Rayo pensó que iba a quedarse sordo.
—¡Y aquí esta nuestro flamante campeón, el orgullo de la casa! —gritó entusiasmado Dusty por el micrófono—. Sube, chaval. Di unas palabras.
Y, si trescientos sesenta y cinco días antes, Rayo se hubiese negado en redondo, ahora sonrió con confianza, aferró la Copa con más fuerza si cabía y ascendió por la rampa; dejándose alabar y subir en aquella maravillosa nube. Desde que había cruzado la meta, vivía como en un hermoso sueño del que no quería que nadie lo despertara. Todo era brillante, colorido, precioso… Y, Sally… Allí, en primera fila, mirándolo con auténtica devoción. Inspiró hondo.
—Gracias, gracias a todos. Es un placer estar hoy aquí con vosotros y poder decir que el equipo Rust-eze ha hecho una estupenda temporada —empujó un poco la Copa Pistón hacia el público. En su base, grabado sobre una plancha de metal, aparecía su nombre por primera vez en la historia de esa competición. Su gran sueño…—. Como muchos sabéis, llevo soñando con esto desde que me pusieron mis primeras ruedas. Quería ganar la Copa y estoy feliz de tenerla, por fin; pero… —los abarcó con la rueda izquierda delantera— ahora me doy cuenta de que no hubiese podido conseguirlo solo. Así que… Gracias. A todos. De corazón. Y, por supuesto… —hizo un giro teatral con el morro—. ¡Ka—chow!
Mientras el rayo de luz pasaba por encima de los presentes, todos hicieron rugir sus motores y repitieron su latiguillo favorito. Estaban felices, casi tanto como él. Rodeado de amigos y familia, ¿qué más podía pedir a la vida?
***
—¡Por Rayo! —brindó Sarge.
—¡Por Rayo! —corearon todos, alzando sus ruedas y disfrutando acto seguido de un trago de aceite.
El homenajeado se sentía abrumado, continuando en su colorida nube soñada de triunfo y éxitos. Jamás, en todos sus años de vida, se había sentido tan dichoso. Aquella noche sentía que tenía todo lo que necesitaba. Ni más ni menos. Sin embargo, cuando se fueron a dormir, aún le esperaba otra sorpresa más. Rayo se dirigió al tráiler de Mack mientras su equipo se acomodaba bajo los tejadillos próximos a la gasolinera. Cuando entró de espaldas, se demoró un segundo bajo los neones; mirando sus muñecos, las fotos, las portadas y suspiró, con cierto pesar inevitable. Le parecía que, en vez de un año, hacía una eternidad que todo aquello le importaba lo más mínimo.
—Alegra esa cara, Pegatinas. Cualquiera diría que has cumplido tu gran sueño.
Rayo pegó un brinco, bajando de sus ensoñaciones, al escuchar su voz cargada de ironía. Sally se encontraba aún en penumbra, con las ruedas delanteras apoyadas sobre la rampa de acceso, observándolo sin asomo de burla o reproche en sus ojos verde aguamarina. El corredor se relajó y, sin palabras, la invitó a subir. Ella obedeció sin rechistar; pero, hasta que el portón no se cerró tras ella, no volvió a abrir el capó.
—Bueno… ¿Qué se siente?
Rayo observó un instante su trofeo, situado junto a la ventana izquierda, y después miró hacia la oscuridad reinante en el exterior con aire pensativo.
—Es… diferente a como lo había imaginado.
Sally siguió la dirección de su mirada, meditando sobre su respuesta.
—¿No esperabas tener una corte dándote la plasta todo el día? —ironizó al final, tanteando el terreno.
No sabía por qué, pero temía que aquello cambiase a Rayo. Al Rayo que había aprendido a amar, al que había entregado hasta el último de sus circuitos y que no tenía el juicio nublado por el éxito y la fama. No quería que volviese el corredor engreído y prepotente con el que había cruzado sus primeras cuatro palabras.
«Pero claro», reflexionó, «¿acaso perderé algún día ese miedo?»
Esperaba que sí. Para su tranquilidad, Rayo se rio entre dientes.
—Prefiero tener la corte que tengo ahora —siguió el juego—. Aunque yo ya haya empezado a llamarla… «familia».
Sally tragó aceite, con el motor encogido de una repentina emoción. No quería creer que realmente fuese posible.
—Tú… nos has cambiado, Rayo. Has cambiado nuestro pueblo, nuestro hogar. Nos despertaste, trajiste gente… Nos ayudaste. Ya tienes… —dudó, con el interior aleteando como un colibrí furioso—. Bueno… un sitio en nuestro corazón, ya lo sabes. Era… lo menos que podíamos… que queríamos…
Sally se estaba aturullando sin quererlo, pero calló cuando él la chistó con suavidad.
—Schhh —le pidió Rayo, a una distancia que a la joven le subía la temperatura sin remedio—. Solo quiero lugar en un corazón, Sally. En el tuyo —después, la besó de una forma tan intensa que la joven Porsche casi gimió de placer. Después, ambos estuvieron rozando sus parachoques durante un rato con los ojos cerrados. Empezaba a hacer mucho calor, pero no les importaba. Los coches siempre han tenido su propia forma de hacer las cosas y Sally y Rayo no eran una excepción—. Os quiero a todos; pero, si tengo que quedarme con un solo coche, no te cambiaría por nadie en este mundo, Sally —susurró junto a su retrovisor izquierdo—. Gracias por estar a mi lado. De verdad.
Ella abrió los ojos y se giró levemente para mirarlo con deseo.
—Y yo me alegraré de estar siempre que lo necesites.
Y así, procurando no despertar a un dormido Mack, Rayo y Sally apagaron los neones y se dedicaron al amor en aquel estrecho espacio; hasta que el sol salió, como solo dos máquinas enamoradas saben hacerlo.