Capítulo 19 — Esto no es el final
10 años después…

Pasaba el mediodía del segundo día tras salir de Liones cuando Ban, Diane, Lancelot y King pusieron un pie de nuevo en el nuevo reino humano-feérico de Benwick, lo que antes formaba el incipiente y nuevo Bosque del Rey Hada. Ahora, diez años después, una gran parte del mismo se había convertido en un exuberante bosque húmedo; donde convivían, en más o menos armonía, hadas con los humanos que visitaban ocasionalmente el reino. Por ello, la llegada del monarca levantó un intenso revuelo cuando la voz se corrió de que había regresado.
—¡El rey ha vuelto! ¡El rey ha vuelto!
Sin quererlo, Ban notó un nudo en el estómago tras escuchar aquel nombre, como llevaba sucediéndole desde hacía casi una década. Las hadas y algunos humanos pululaban por los alrededores del camino, saludándolos a su paso. Dos reyes. Un mundo ahora mestizo. Y su máximo exponente caminaba un metro más abajo del antiguo bandido. Ban resopló de forma imperceptible, no sin cierta ternura. Cómo habían cambiado las cosas para él en los últimos treinta años…
Sin embargo, casi toda la amargura se evaporó en el momento que Lancelot, con su cabeza rubia despeinada por el viento, salió corriendo hacia el gran árbol central; cuyas elevadas ramas ya se atisbaban por entre el follaje más cercano.
—¡Mamá, mamá! ¡Ya estamos aquí!
A Ban, escuchar aquel apelativo le provocó un dulce vuelco al corazón, al tiempo que su pulso parecía acelerarse. Solo habían sido unos días, pero estar separado de ella había sido casi como una tortura física. Cuando los recién llegados hicieron acto de presencia en el pequeño claro bajo el árbol y el humano vio cómo una figura espigada, rubia y conocida emergía de entre las raíces, bajo la entrada principal y agitando las alas con suavidad, aquel tuvo casi que contener el impulso de salir corriendo hacia ella y estrujarla entre sus brazos hasta que el mundo se acabara. Sin embargo, mientras el hada de brillantes alas amarillas se aproximaba, revoloteando para darles la bienvenida y envueltos todos en un enjambre de hadas felices de ver de nuevo a sus reyes, Ban se limitó a sonreír con intención y, con disimulo, alejarse unos metros de la vorágine para saludar a su mujer.
Habían decidido dejar a Elaine a cargo de su pueblo mientras los tres Pecados, King, Ban y Diane iban a la fiesta de Tristán con el retoño del humano y la reina feérica. Ella misma fue la primera en ofrecerse voluntaria para hacerlo, alegando que alguien debía proteger Benwick y, si se diera el caso, los reinos feéricos mientras ellos tenían otros quehaceres. También había aprovechado a tirarle una pullita a su hermano, comentando que ojalá no tardasen otros setecientos años en volver; todo mientras le guiñaba un ojo a Ban y ambos se reían por lo bajo. Pero el humano, a pesar de todo, había lamentado cada segundo de la consecuente separación.
—Eh. Hola, Elaine —susurró, muy cerca del rostro de ella, por costumbre.
Ella se ruborizó de forma adorable, como era habitual, antes de aceptar el pequeño y casto beso de saludo como si fuera lo más normal del mundo.
—Hola, Ban —respondió entonces, en el mismo tono—. Bienvenido a casa.
El humano juntó su frente a la de ella sin poder evitarlo.
—Estaba deseando volver —aseguró en un susurro—. Yo…
Sin embargo, antes de que pudiera decir nada más, alguien protestó medio metro más abajo, interrumpiendo de forma adorable aquel instante de intimidad.
—¡Ay, por el Árbol Sagrado! —se asqueó un Lancelot pre-adolescente—. ¡No empecéis ya con eso!
Sorprendidos, Ban y Elaine miraron hacia abajo antes de echarse a reír con fuerza; sobre todo el humano, al ver el rostro contraído en una mueca de desagrado de su primogénito.
—Está bien. Está bien, campeón —dijo entonces Ban, limitándose entonces a tomar a Elaine por la cintura con un brazo mientras se acercaban de nuevo hacia el gran árbol central. Cierto que su hijo ya empezaba a no ser ningún crío y, donde antes podían darse ciertas muestras de ternura, ahora de vez en cuando había un ojo felino dispuesto a criticar cada mínimo afecto entre los dos—. Vamos a casa.
«Después ya tendremos tiempo de estar a solas», pensó acto seguido, mirando significativamente a su mujer y recibiendo un guiño en respuesta.
Mientras avanzaban, además, el resto de hadas iban apareciendo sobre sus cabezas. Todas saludaron a Ban con la misma efusividad que a King y a Diane; dado que, mientras que estos dos eran los Reyes de las Hadas y los Gigantes, Ban era ya por derecho el Rey de Benwick. El protector del Bosque. Su guardián. Sin embargo, cuantos más segundos pasaban, más le quemaba a Ban la necesidad de estar a solas con Elaine, aunque supusiera incluso tener que dejar atrás a Lancelot. A veces, el hombretón reconocía que tenía sentimientos encontrados si debía escoger entre estar con uno o con otra, puesto que jamás pensó que su corazón podría albergar tanto amor para dos criaturas al mismo tiempo. Pero, ahora, algo le pedía elegir con clara preferencia…
—Cielo —le dijo Elaine entonces a Lancelot, mientras todos charlaban animadamente sobre el viaje y el cumpleaños del príncipe Tristán en Liones—. ¿Por qué no vas a jugar un rato con tus amigos?
Lancelot alzó los ojos rasgados hacia ella, intuyendo algo tras aquellas palabras de apariencia inocente. Como un reflejo, la vista de Lancelot se clavó entonces en varias hadas muy jóvenes que revoloteaban y jugaban unos metros más allá, entre las raíces del gran árbol. Los hijos adoptivos de Matrona, a pesar de ser algo más mayores, también estaban por allí. Algunos de ellos, de hecho, le hacían señas discretas cuando creían que sus padres no miraban.
—Yo me ocupo, lady Elaine —intervino entonces una voz femenina junto a ellos.
Sorprendidos, el humano, el hada y su retoño alzaron la mirada para observar a una sonriente Jericho. Había cambiado mucho en aquellos años: su cabello violeta ahora caía en rebeldes ondas hasta la cintura y su cuerpo parecía haberse espigado más si cabía. Tras aquella primera vez ayudando a traer a Lancelot al mundo, tras la “apertura” del Bosque a los humanos, la antaño perseguidora de Ban había optado por quedarse a vivir allí como madrina y protectora del pequeño. Y era algo que los dos reyes le agradecían de corazón. Con afecto, Ban saludó a su “hermana adoptiva” mientras Elaine captaba la atención del pequeño mestizo.
—Vamos, príncipe Lancelot. Tus amigos te están esperando para jugar y tus padres tienen que hablar —arguyó la humana de pelo violeta, ante la evidente diversión de los reyes.
El niño dudó aún un instante, sin moverse del sitio. Alternando sus iris rojizos entre sus padres y sus amigos. Tras unos segundos de indecisión, Lancelot claudicó con un suspiro. No sin girarse para decirle a su padre, muy serio:
—¡Papá! ¡Tenemos una pelea pendiente, que no se te olvide!
Ban sonrió, confiado.
—¡No lo olvidaré, campeón! ¡Te lo juro!
Tras su respuesta, el chico imitó la mueca del antiguo bandido y pareció avanzar entonces con algo más de alegría hacia las otras hadas, casi dejando atrás a su mentora. La cual, sin perder de vista al chico, aprovechó para saludar a los reyes como era debido.
—Bienvenidos —los congratuló Jericho cuando Lancelot ya llegaba a la altura de sus amigos.
—¿Va todo bien, Jericho? —quiso saber Ban, detectando algo extraño en la actitud de su mejor amiga y aliada humana.
Pero, si en el rostro de ella se había filtrado algo, fue camuflado enseguida por una sacudida de cabello violeta.
—Ya tendremos tiempo para hablar —Jericho le dirigió una sonrisa cómplice a Elaine—. Ahora ambos tenéis cosas más importantes que hacer.
Y, ante el estupor de Ban, la mujer humana se giró y se despidió con un gesto de la mano, al tiempo que se alejaba hacia el resto de congregados.
—¿Qué ha sido eso? —canturreó Ban por lo bajo, interesado, solo para Elaine y para él.
El hada, por toda respuesta, se rio en el mismo tono.
—Vamos, mi rey —lo invitó, revoloteando en dirección al gran árbol con cierta intención—. Eso puede esperar. Tenemos “cosas más importantes que hacer”, ¿verdad?
Ban, tras recuperarse de la sorpresa, soltó una carcajada y Elaine lo coreó. Así, tras despedirse de King y Diane, los cuales seguirían camino en breve hacia el interior del Bosque y el Reino de las Hadas, el matrimonio cruzó una mirada cómplice; antes de, sin apenas hablar, encaminarse con la mayor discreción posible hacia algún rincón privado del su enorme morada donde nadie los molestase.
***
Las vistas eran perfectas, como siempre. En cuanto llegaron al punto escogido, Ban colgó la bolsa de viaje de una rama cercana y se recostó sobre otra más amplia con un suspiro de placer; observando el paisaje mientras Elaine se arrodillaba a su lado y dejaba que su brazo la acunara, apoyada ella contra su pecho. Durante un par de minutos, la pareja se dedicó tan solo a intercambiar algunas caricias inocentes mientras observaban el sol que ya se acercaba a su ocaso.
—Te he echado de menos, Elaine —murmuró entonces Ban, acariciando el cabello rubio de ella, lo que hizo que el hada alzara la cabeza hacia él—. No te haces una idea de cuánto.
Sin poder evitarlo, la mujer feérica se incorporó entonces para buscar su boca, sin reprimir más sus impulsos y demostrando, así, lo equivocado de la afirmación de él. Lo deseaba. Había soñado con volver a estar con él casi desde el minuto en que él se fue del Bosque. Ahora, estaban a solas allá arriba y nadie parecía dispuesto a interrumpirlos por un buen rato.
Ante su roce, Ban cerró los ojos de inmediato y la ciñó contra sí con un brazo, al tiempo que la mano libre se alzaba para acunar su rostro. Elaine pasó las yemas de los dedos desde su oreja hasta el pecho, descendiendo por la cicatriz del cuello con mimo infinito y sin dejar de besarlo en ningún momento. Ban gimió contra sus labios, ansioso al igual que ella.
—Yo también te he echado de menos, Ban —susurró Elaine, entre beso y beso. La mano de él descendió en respuesta hasta su trasero, apretando con dulzura. El hada dio un respingo y jadeó—. Ban…
Él sonrió con interés.
—No solo he echado de menos tus besos, mi amor —ronroneó contra su rostro acalorado—. Cada día lejos de este cuerpo maravilloso ha sido una auténtica tortura —afirmó, antes de besarla de nuevo y casi montarla a horcajadas sobre él, todo en un movimiento—. Ojalá hubieras podido venir —susurró contra su oído, meloso, mientras le acariciaba la espalda—. Me hubiera encantado hacer locuras contigo otra vez en esa enorme cama con dosel de la última ocasión… ¿Te acuerdas?
Elaine suspiró, sintiendo el pulso acelerado y la necesidad de unirse a Ban más allá de la decencia hasta que el mundo se acabara, todo mientras él volvía a atrapar su boca con la suya; por supuesto que se acordaba de aquella tórrida sesión en el castillo de Liones. Pero, allí subidos en el árbol de Benwick, de repente una vergüenza ancestral se apoderó del hada; haciéndola retirarse un instante y apoyar las manos en su pecho, frenándolo.
—Ban, espera…
Él la miró con sorpresa antes de sonreír, comprensivo.
—¿Demasiado expuestos? —adivinó, no sin cierta diversión interna.
Elaine tragó saliva y se echó la melena hacia atrás, insegura.
—Nunca sabes quién puede interrumpirnos —trató de ironizar—. Aunque —agregó justo después, inclinándose de nuevo sobre él— esto no significa que nuestro «rincón» no nos esté esperando para esta noche…
Ban mostró una mueca lobuna, cargada de intenciones.
—Estoy deseando entonces que llegue ese momento, princesa. No te haces una idea.