Capítulo 10 — Sentirse culpable
La cena transcurrió entonces con total naturalidad, bajo las estrellas de aquel cielo de verano y con el trasfondo de la fiesta que aún se celebraba en la plaza de Dalmary. Elaine no tenía demasiada hambre y, por primera vez en días, no le apetecía cerveza sino algo más suave. Ban la miraba de reojo, pero ella le devolvió un gesto confiado antes de aceptar su ración de asado y una botella de sidra dulce producida cerca de Dalmary.
Mientras comían, en un momento dado, por supuesto, la ayudante de Dana fue la primera que no pudo contener más su curiosidad.
—Elaine, ¿puedo preguntar cómo os conocisteis? —Ante el azoro de la joven, añadió con suavidad—. Lo siento. Es que es la primera vez que veo una pareja de hada y humano…
—No es algo muy habitual, es cierto —repitió entonces Ban, dirigiendo una tierna sonrisa a Elaine antes de girarse de nuevo hacia la ayudante—. Pero yo estoy seguro de que jamás podría amar a nadie como quiero a Elaine.
Esta aceptó el cumplido con el rostro sonrojado y devolviéndole el gesto.
—Ban y yo nos conocimos en el Bosque del Rey Hada —explicó entonces, enfocando a su audiencia, tras cruzar una mirada cómplice con él—. Resulta que aquí el señorito estaba empeñado en llevarse a casa la Fuente de la Eterna Juventud…
Ban esbozó una mueca cargada de ironía.
—Y a cambio, me llevé el corazón de su guardiana —repuso—. Menuda ironía…
—Desde luego…
—Entonces, ¿os conocisteis antes de que se fundaran los Siete Pecados? —Ante la pregunta de Senneth, ambos amantes se giraron a la vez, sorprendidos y expectantes. ¿Cómo lo sabía? —. Bueno, no me miréis así. La historia del Pecado del Zorro tampoco es que sea algo desconocido…
Ban mostró una sonrisa lobuna.
—¿Qué has oído, entonces?
Senneth se recolocó las gafas.
—Lo que casi todo el mundo, imagino —replicó ella sin alzar la voz—. Que te condenaron por hacer arder el Bosque del Rey Hada, robar la Fuente, matar a la Santa que la protegía… y, después, te tocó redimirte siendo Caballero Sagrado. Como a todos tus compañeros.
Ban no mudó el gesto, evaluando qué contestar.
—Bueno, como puedes ver —dijo al fin, haciendo un gesto elocuente hacia Elaine—. Hay partes de esa historia que no son del todo ciertas, ¿no crees?
Los tres abrieron mucho los ojos, contemplando al hada bajo una nueva luz.
—¿Tú eras la Santa Guardiana? —preguntó Dana, incrédulo.
***
Elaine, algo avergonzada por la atención sobre su persona, inclinó la barbilla mientras enrojecía intensamente y se pasaba el pelo por detrás de las orejas.
—Eso fue hace mucho tiempo, pero sí —admitió, antes de tomar la mano de su amado—. Aunque es verdad que nada de lo que se dijo fue culpa de Ban —Él le apretó los dedos con cariño—. Él solo fue quien me salvó. Y ha seguido haciéndolo todos estos años.
Los tres espectadores de la escena casi no supieron qué decir cuando vieron a los dos amantes juntar sus frentes con cariño, mirándose con una complicidad más allá de todo amor conocido.
—Y, ¿habéis viajado mucho?
Elaine soltó una risita.
—Desde que volvemos a estar juntos, no te haces una idea…
***
—Diosas, estoy agotada…
Elaine se estiró y bostezó con discreción al entrar en el dormitorio. La cena había acabado tarde, tras quedarse todos charlando animadamente sobre los viajes de los dos amantes. Dado que el hada apenas había salido del Bosque en su vida, aquellos últimos once meses habían sido toda una aventura para ella. Ban, por su parte, la seguía de cerca y la imitó, con algo más de sonoridad, antes de cerrar tras de sí y ponerle una mano en el hombro. Sin girarse, Elaine escuchó su preocupación como si se la acabara de susurrar al oído.
—Eh, Elaine…
Ella se giró despacio.
—Estoy bien, Ban, de verdad. Solo un poco cansada…
Su amante hizo un gesto indefinido con los labios. El hada escuchó sus reticencias sin problema, pero él pareció preferir dejarlo estar antes de encaminarse hacia la cama. El hada se mordió el labio, dubitativa. ¿Debía contarle lo de las náuseas de dos días atrás? Lo cierto es que, dada la poca propensión de las hadas a caer enfermas, la joven había sido la primera sorprendida por aquella reacción de su cuerpo; además, no parecía haber ningún motivo particular para ello. Ni siquiera le dolía el estómago o había bebido, que sabía por Ban que a veces se podía vomitar por beber demasiado…
En silencio, ambos se desnudaron antes de meterse entre las sábanas. Como un reflejo, Elaine se abrazó a Ban y él la rodeó de inmediato, aunque ella notaba que la mente de él estaba en otro sitio. La preocupación por ella lo corroía por dentro, sin saber qué hacer para salir de aquella situación si ella no le decía qué ocurría. Elaine suspiró contra su piel. Hacía muchos meses que no notaba a Ban tan angustiado por su bienestar y, a pesar de todo, era una sensación que no quería recordar. Le hacía pensar en tiempos más complicados para ambos.
De cualquier manera, la joven apenas fue consciente de que sus párpados se cerraban antes de poder decir nada más. Para cuando volvió a abrir los ojos, la luz empezaba ya a entrar por la ventana frente a la cama y el bullicio de la calle, situada dos plantas más abajo, comenzaba a escucharse con claridad. A su lado, Ban aún dormía con los brazos rodeando su cintura, aunque su sueño era ligero y su respiración menos relajada que otras veces. Elaine se apretó contra su piel, con un suspiro encantado, al tiempo que le acariciaba distraídamente la cicatriz del cuello. ¿Qué tenía aquel humano que la volvía tan loca?
Aparte de la fachada de chico duro, por dentro Ban era sincero, cariñoso y amoroso hasta el extremo con ella… Sin embargo, no tuvo mucho tiempo para pensarlo antes de que él se despertase con un respingo ante sus caricias y abriese los ojos, aún con aire somnoliento.
—Elaine —gruñó, relajándose acto seguido y volviendo a cerrar los párpados—. ¿Qué hora es?
—Ya ha salido el sol —le informó ella en voz baja, antes de besarle la punta de la nariz—. ¿Has dormido bien?
Ban resopló.
«No demasiado», respondió en su mente, de forma audible para ella, antes casi de poder evitarlo. No obstante, después la encaró con mirada dulce y le acunó la mejilla con la mano. «¿Y tú?»
Elaine entrelazó sus dedos con los de él, amorosa.
—Creo que hacía tiempo que no dormía tan del tirón… —confesó, antes de intentar incorporarse—. ¿Deberíamos…?
“¿… bajar a desayunar?”, hubiera sido el final de la frase. Pero la joven se detuvo con un jadeo al percibir, de súbito, una desagradable sensación ascender desde su estómago.
No, no podía ser. Otra vez no. Habían pasado casi tres días… ¿verdad? Sin apenas pensarlo dos veces, la joven se echó la mano a la boca y saltó de la cama, ante la estupefacción de Ban, para correr hacia la palangana de la esquina. Sin escuchar la llamada angustiada de él ni percibir cómo la seguía un segundo después, Elaine se inclinó sobre la porcelana y dejó que su cuerpo hiciera lo que debía. Sin embargo, apenas dos arcadas y algo de contenido líquido fueron el resultado de aquel ataque. El hada cerró los ojos, mareada, al tiempo que intentaba recuperar la lucidez por todos los medios. Algo que solo consiguieron dos brazos enormes al sujetarla entre su calor.
—Elaine… —escuchó decir a Ban, como en un sueño—. Joder…
—Ban —lo interrumpió ella en un susurro, sin acritud, antes de limpiarse la boca con el dorso de la mano—. De verdad que no…
***
—Que ¿no me preocupe? ¿Vas a volver a decírmelo? —estalló él sin poder contenerse más, aunque sin alzar la voz. No obstante, al ver cómo ella apretaba los labios, casi al borde del llanto, el bandido se arrepintió de inmediato y la abrazó con más fuerza, acariciando su pelo—. Eh, lo siento… No debería ponerme así, ¿de acuerdo? Perdóname…
***
Elaine tragó saliva, bilis y lágrimas, todo en uno, mientras permanecía acunada en su abrazo y con el rostro oculto en el hueco de su hombro.
—No sé qué me está pasando, Ban —confesó con un hilo de voz aterrado—. Estoy asustada. No quería preocuparte. Yo…
Él la besó en la sien, silenciándola de inmediato con aquel simple gesto.
—Lo sé, mi amor. Claro que lo sé —le confió en un susurro—. Pero… Yo también estoy muy asustado por ti. Yo… jamás me perdonaría que te pasara algo solo porque yo…
El final de la frase llegó más desde su mente que por su lengua. Elaine, conmovida, se separó unos centímetros y le tomó el rostro con las manos.
***
—Ban. Jamás te culparía de lo que pueda pasar en este viaje, ¿de acuerdo? Es algo que decidimos hacer los dos —Él fue a replicar, pero ella le posó dos dedos en los labios y añadió—. Lo que tenga que venir, lo afrontaremos juntos.
Ban esbozó media sonrisa no exenta de cierta preocupación.
—Claro que sí. Pero, al menos esta vez, deja que te vea un médico. ¿Vale?
«Yo me quedaré bastante más tranquilo, al menos», agregó en su cabeza, solo para ella.
Elaine claudicó entonces con una pequeña sonrisa.
—Está bien. Confío en ti.
Ban le devolvió el gesto.
—Vístete y quédate en la cama, ¿de acuerdo? Voy a avisar a Dana.
***
A pesar de la hora tan temprana, como imaginaba, Ban encontró al doctor en su consulta; enfrascado, según parecía, en dos volúmenes tan enormes que al antiguo caballero le entró sueño solo de verlos. Aunque también podía influir el hecho de que había pasado media noche dando vueltas en la cama; observando dormir a Elaine y preguntándose qué demonios se le estaba escapando de toda aquella situación.
Mientras se vestía en la habitación, Ban había elucubrado sobre todas las opciones, posibles o imposibles, que podían haber conducido a Elaine a tener náuseas aquella mañana. Y solo una de ellas, la quizá menos probable, lo dejaba más tranquilo.
—Ah, ¡buenos días, Ban! —lo saludó Dana nada más verlo—. ¿Qué tal habéis dormido?
—Buenos días, doctor. Bastante bien, gracias por tu hospitalidad —respondió el otro hombre, educado, antes de bajar el tono y preguntar—. ¿Puedo tener unas palabras contigo, doctor? A solas.
El rostro de Dana se ensombreció de golpe antes de indicar a su ayudante que se retirase un segundo del consultorio. Esta obedeció enseguida, dejando solos a los dos hombres sin otra palabra.
—¿Qué ocurre, Ban?
El guerrero, inspirando hondo, se obligó a mantener la compostura mientras preguntaba:
—La bebida que servisteis a Elaine anoche, ¿qué llevaba?
Dana frunció el ceño, intrigado por aquella pregunta.
—Es una sidra que venden en el pueblo unos agricultores de por aquí cerca. De lo más suave que tengo en la alacena. ¿Por qué?
Ban chasqueó la lengua. Que él recordara, en la comida era imposible que Senneth hubiera puesto nada. Tenía que ser la bebida. Y Ban sabía que tampoco era la primera vez que el buen doctor hacía de mercenario para envenenar a alguien.
—Elaine no se encuentra bien, doctor —repuso Ban muy despacio, asegurándose de que el otro humano captaba la doble intención de sus palabras—. Y es raro que un hada se ponga enferma…
Dana, por su parte, no se inmutó demasiado. Con calma, se recolocó las gafas sobre la nariz y cruzó los brazos.
—Es extraño, sin duda —comentó—. ¿Qué síntomas tiene?
Ban dudó un segundo antes de responder, en voz queda:
—Náuseas. De momento.
Ante su sorpresa, Dana enarcó una ceja de tal forma que al ex bandido se le aceleró el pulso.
—¿Náuseas? —repitió, aunque Ban no movió un músculo ni para confirmar, ni para desmentir—. Ban… ¿Puedo preguntarte algo… de carácter privado?
Buenoooo, si recordaba que esta parte era a Ban más preocupado que una cabra. Claro, la raza de Elaine no suele enfermar y verla así le trae locuras. Teme perderla por sobre todas las cosas.
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No hay mayor temor para Ban que volver a perder a Elaine, incluso hasta el extremo de perder los papeles por la preocupación 😔 la pobre Elaine que no quiere que se preocupe!! 😅 Ay madre mía qué dos… Gracias como siempre por comentar!! 😍😍😍
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