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#FanficThursday: Cars -«Una cita con el pasado» (Capítulo 6)

Capítulo 6. Tex en apuros

Lightning McQueen And Sally Smiling by Voltron5051 on DeviantArt

—Vale, Naya… Rebobina y volvamos paso a paso…

Sally sacudió la cabeza, confundida. Se encontraban en uno de los salones del hotel, algo que habían solicitado en recepción para tener cierta privacidad y a lo que no se habían negado; también podía ser que ayudase llevar de escolta al mismísimo Rayo McQueen y a su sonrisa preparada de inocencia. Pero Sally, por primera vez en mucho tiempo, prefería no pensar en el efecto de su novio en la sociedad común y corriente, sino centrarse en el caso que le estaban planteando. Lo que Nayara le acababa de contar, de buenas a primeras, no tenía ningún sentido. Y, sin embargo…

La joven Audi suspiró, dispuesta a repetir el relato con el máximo detalle si era necesario.

—Veamos —recapituló mentalmente—. Hará cosas de un mes, a raíz de una disputa entre Tex y Bunty McWheeler, el cabeza del htB, de golpe y porrazo aparecieron unos papeles que comprometían al primero de ellos: perforaciones sin licencia en Emiratos Árabes, desvío de fondos a una cuenta en un paraíso fiscal… Ya sabes: lo que, para bien o para mal, parece lo habitual en nuestra sociedad actual —Sally asintió en silencio, con el cerebro trabajando de manera casi innata –y a toda velocidad– para tratar de encajar todas las piezas—. En el juicio, Álex y su gente intentaron presentar una serie de pruebas, bastante sólidas a primera vista —Naya sacó entonces unos papeles y los extendió encima de la mesa más cercana, para que su mejor amiga pudiera verlos—. Licencias exorbitadas, papeles de transferencias…

—Es absurdo —comentó entonces Rayo, ojeando los papeles sobre el retrovisor de Sally. No entendía demasiado de procesos judiciales; pero, si conocía al magnate del petróleo como creía, aquello no se sostenía y así lo expuso—. Puede que Tex tenga millones y millones; pero, incluso en el caso de que esto fuera verdad —apuntó con cautela, temiendo la reacción de sus interlocutoras; por fortuna, se limitaron a volverse y escucharlo con atención—, no lo creo tan irresponsable como para dejar este tipo de documentos… Bueno, ¡qué diablos! —se escandalizó—. Es que no puedo ni imaginar a Tex firmando esta clase de papeles…

Naya hizo un gesto comprensivo en su dirección, dando a entender que estaba totalmente de acuerdo y que, por ende, había algo que agregar al respecto.

—Tienes toda la razón y, de hecho, en la vista de pasado mañana íbamos a entregar el informe grafológico que demostraba que esas firmas eran del todo falsas… Aunque debo admitir que, quien haya sido, ha hecho un exquisito trabajo.

—Sí, eso no puede negarse… —reconoció Sally, antes de levantar la vista de los documentos y fijarla de nuevo en Naya con evidente preocupación—. Y, entonces, ¿a santo de qué sale ahora una condena penal contra Tex?

Naya puso los ojos en blanco.

—Qué quieres que te diga, no me parece una casualidad cuando estábamos a punto de conseguir ganar el otro caso…

Sally entrecerró los ojos cuando una súbita y desagradable sospecha cruzó por su salpicadero.

—Naya… —la llamó. Esta tragó saliva, intuyendo lo que se avecinaba. Y Sally, con el corazón estrujado, preguntó—. ¿Quién es el fiscal?

El silencio de la otra abogada debió de ser lo suficientemente elocuente; tanto, que Rayo juraría que era la primera vez que oía semejante maldición salir de la boca de su novia, aunque hubiese sido apenas mascullada entre dientes. Sin embargo, algo era obvio: a ninguno lo tranquilizaba que el fiscal al otro lado del estrado fuese ni más ni menos que Álex Mustang.

El silencio pareció volverse aún más espeso mientras Sally rodaba de un lado a otro de la sala, mordiéndose el labio con nerviosismo. No: como había dicho Naya, estaba claro que no era una coincidencia, menos aún si el mismo fiscal del anterior caso estaba metido en ello. Y daba lo mismo que ganaran la otra contienda. Al final, el resultado podía ser igual de malo para el anciano magnate; y Sally no estaba nada segura de lo que este podría aguantar entre rejas, por muy diplomático y hábil socialmente que fuera. El mundo de la cárcel era la ley del más fuerte. Y el “Gran Tex”, para bien o para mal, no entraba en ese escalafón más que en las últimas posiciones.

—¿Cuáles dices que son los cargos? —inquirió entonces la Porsche azul, deteniéndose junto a una ventana tapada por una cortina translúcida, que impedía que la vieran desde la calle.

Al otro lado del cristal, un ojo avispado podía seguir atisbando algún que otro paparazzo emboscado entre los setos. Y Sally llevaba casi cuatro años entrenando su habilidad en cazarlos, uno por uno.

Naya pareció dudar unos segundos antes de responder, en un hilo de voz:

—Uso de gasolina adulterada con estimulantes. Dopaje, en una palabra.

Sally apretó los labios con tristeza, todavía dándoles la espalda a los otros dos. Intentaba aparentar serenidad; pero, por dentro, estaba temblando como una hoja a punto de caer en otoño. ¿Qué hacer? Lo único que buscaba desde el encontronazo con sus padres era dar la espalda a su ciudad natal y no retornar. Pero, ¿qué pasaba con Naya? ¿Era capaz de volver a abandonarla sin más? ¿Otra vez?

Un largo minuto después, la respuesta estaba clara como el agua. Por ello, Sally se giró muy despacio y se acercó de nuevo al círculo de luz que proyectaba la lamparita sobre la mesa, inundada aún de papeles.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó, ante la sorpresa evidente de Rayo.

Naya la contempló un instante, indecisa y, a la vez, sorprendida. No en vano, conocía de primera mano los demonios de Sally y, mientras pensaba en si pedir su ayuda o su consejo, había dudado seriamente de que la otra abogada aceptara acudir en su rescate. Pero, ¿a quién más podía recurrir, si Sally era la mayor experta frente a una corte penal que conocía?

—Yo… —Nayara de la Vega movió una rueda sobre el parqué, insegura—. Me gustaría que vinieras a la vista preliminar y me dijeras cómo ves el asunto… Yo… Se me acaban las ideas y esto se me escapa de las ruedas… Te necesito… —casi suplicó, con media sonrisa amarga—. Para bien o para mal, eres la mejor abogada penal que conozco… —Sally apartó la vista, dolida, al recordar todo lo que aquella «virtud» le había acarreado en el pasado. Pero alzó enseguida el morro en cuanto escuchó decir a Naya, casi como si pensara en voz alta—. Por el Auto, es que… ¡me daría tanta rabia que Álex volviese a salirse con la suya!

—¿»Volviese a»? —incidió Sally, intrigada—. ¿Qué quieres decir?

No es que no conociese de sobra la fama de Álex: desde siempre, era uno de los abogados más cotizados, casi a nivel nacional, por su capacidad de ganar juicios. No: era más el tono con el que Naya lo había expuesto lo que había disparado las alarmas de la joven Porsche. Naya, por su lado, se giró de golpe hacia Sally, como si fuese de repente consciente de que estaba allí y murmuró:

—Ah… Sí. Olvidaba mencionar que cada vez que nos encontramos en un juicio, «Mustang» —pronunció el apellido de su oponente con evidente desapego— se ocupa de humillarme todo lo que puede. Quién sabe —volvió a sisear para sí misma—… será porque no caí en sus redes… O, yo qué sé…

—A las que caemos nos hace lo mismo. ¿Lo has olvidado?

La frialdad de aquella frase clavó a Nayara en el sitio. Sin darse cuenta, la mejor amiga de Sally había metido la rueda directa en la llaga. De ahí que enseguida se volviera con cara de circunstancias y encogiera el chasis, avergonzada.

—Perdona. Estaba tan frustrada que se me olvidó…

Pero Sally la interrumpió enseguida con un movimiento de la rueda delantera.

—No importa —replicó sin brusquedad—. Lo pasado, pasado está.

A Naya aquella frase hizo que se le abrieran los parabrisas como platos, cargados sus iris castaños de esperanza.

—¿Eso es que me ayudarás?

Y Sally, con el interior aún bullendo de dudas, se descubrió asintiendo con una sonrisa triste.

***

Sally observaba la noche caer al otro lado de la ventana desde hacía un buen rato. Para debatir los detalles relevantes del caso, la pareja McQueen-Carrera había optado por salir a cenar con Naya por la zona cercana a la playa de Santa Monica. A ratos, los tres olvidaban sin querer el verdadero motivo por el que estaban reunidos, pero eso también ayudó a que Rayo descubriera más de uno y dos secretos sobre la adolescencia y la época universitaria de Sally.

El corredor también se entristeció al confirmar sus sospechas: que, hasta que todo se solucionara, Tex estaba en arresto domiciliario en su mansión de Chevrolet Hills y apenas podían acercarse a verlo su gente más cercana y su abogada. La cual, cada vez que miraba a Sally, parecía a punto de echarse a llorar de la emoción. Había un lazo entre ellas que Rayo era capaz de ver y palpar casi físicamente. Y observar cómo le brillaban a Sally los ojos, al recordar tiempos pasados junto a la Audi A6, hacía casi que todo aquello mereciese la pena. Todo por verla reírse a carcajadas como hacía tiempo que no lo hacía.

Pero, por desgracia, al quedarse solos en la oscuridad de la suite –aunque las primeras noches las hubiese pagado Tex, Rayo, con sus ahorros de corredor, podía permitírsela sin problemas– los fantasmas parecieron volver a asaltar a su novia; puesto que su ánimo decayó de forma gradual desde que despidieron a Naya, unas calles más allá, hasta pisar la zona de descanso del dormitorio. Rayo observó la silueta de Sally recortada contra la noche: inmóvil, reflexiva. Inspiró hondo, armándose de valor, y se aproximó despacio:

—Oye, Sally —ella se giró con gesto cansado, pero también con cierta ternura brillando tras sus ojos verdes. No sabía cómo expresar lo que sentía en ese momento, pero trató de exponerlo de la mejor forma que fue capaz—. Vaya… Yo… Debo decir que estoy muy orgulloso de ti. En fin, pensaba que…

Sally mostró media sonrisa agridulce.

—Ya hice eso una vez —susurró, de nuevo con la mirada perdida en algún punto de la penumbra que los rodeaba, sabiendo a qué se refería—. Pero, a pesar del terror que le tengo a Álex, creo que… No. «Sé» —se corrigió— que no puedo abandonar a Naya a su merced. Si puedo ayudarla en algo desde la barrera, lo haré.

Rayo sonrió con cariño y emoción a partes iguales. Por suerte, el espíritu luchador de Sally seguía intacto, allá donde estuviese.

—Así que es cierto lo que dicen las malas lenguas —apuntó el corredor, cambiando el tono a uno algo más malicioso y divertido—: eres un hacha de los tribunales…

Sally soltó una risita bronca sin poder evitarlo, siguiendo el juego.

—Anda, cállate… —repuso, avergonzada.

Rayo se rio entre dientes mientras miraba hacia el exterior de la ventana, hacia la ciudad dormida.

—¿Sabes? —comentó al cabo de un rato, haciendo que Sally girase el morro hacia él—. Yo creo que esta vez saldrá bien.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella, curiosa.

Rayo se encogió de ruedas y mostró una mueca confiada.

—Bueno, por estadística, en algún momento tiene que tocarle ganar a Naya a ese prepotente de Mustang, ¿no crees? —ironizó.

Sally sonrió sin poder evitarlo: no solo contagiada de su humor sino, simplemente, por el hecho de contemplar esa posibilidad con confianza.

¿Podría ser verdad? ¿Podrían derrotar algún día al gran Álex Mustang, el fiscal imbatible de Los Ángeles? Y aun así, prefirió responder con algo de sarcasmo. Lo que, para tranquilidad de Rayo, indicaba que estaba de mejor humor.

—Mañana te lo digo, Pegatinas. Al fin y al cabo, no me gané la fama por nada…

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