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#FanficThursday: Willow (capítulo 10)

Capítulo 10 – Toma de decisiones

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3 días después, en Tir Asleen

La risa de Elora Danan llenó la habitación de la torre cuando Madmartigan entró por la puerta y tras tomarla en brazos, le dio una vuelta en el aire con alegría. La pequeña, tras el susto de la primera vez y tras coger confianza con el soldado, se había acostumbrado tanto a su presencia y a sus cuidados que incluso se la veía más triste el día que Madmartigan no aparecía por su alcoba. Sin embargo, la fiesta se arruinó en cuanto alguien chistó con impaciencia a la espalda del guerrero. Madmartigan se giró, molesto, pero se calló la réplica cuando vio el desafío que reflejaban los ojos de Fin Raziel. Sin embargo, devolvió a Willow el saludo cuando este hizo una inclinación de cabeza, acompañada por una sonrisa sincera de bienvenida, en su dirección. La hechicera y el nelwin habían optado, casi desde el día después de su llegada, por dar sus lecciones en la alcoba donde la hechicera dormía acompañando y velando a la princesa. Al parecer, el murmullo de la magia y el sonsonete repetido de los conjuros ejercían en el bebé un efecto tranquilizador que le impedía hacer otra cosa que no fuese estar con sus ojos siempre curiosos fijos en la extraña pareja durante las lecciones de Willow.

Sin embargo, es cierto que nunca habían impedido a Madmartigan que entrase y saliese cuando se le antojara, siempre y cuando no se tratase de horas intempestivas. Desde que Raziel había deshecho el hechizo de Bavmorda que mantenía presa a la población de Tir Asleen – había costado dar con el amuleto que lo mantenía en pie aún tras la muerte de la hechicera, solución casi siempre eficaz para la disolución de cualquier conjuro, pero al final lo habían localizado en lo alto de un torreón y sepultado por una estantería derribada y cubierta de excrementos de troll -, la actividad en la ciudad había sido casi frenética. El rey Mikal Thantalos IX, a pesar de ser un anciano de blanca barba, había perdido parte del vigor hacía años y la congelación no había ayudado en ese sentido, pero aun así se movía y comportaba como un guerrero curtido y tenía una mente preclara. No en vano había sido el rey del territorio más próspero conocido de Andowyne antes de la maldición de Bavmorda.

Al pensar en el rey, mientras se sentaba junto al ventanal abierto de la estancia, el rostro de Madmartigan se ensombreció ligeramente. Cierto es que, si los cálculos no le fallaban y por lo que les había contado el rey al día siguiente de haberlo liberado, la maldición había caído sobre la ciudad unos veinte años antes, cuando Sorsha y él ya habían nacido. Pero el hecho de que el rey preguntase por ella con cariño había sido lo que terminase de descolocarlo completamente. Por ello, le había preguntado suavemente a Thantalos cuál era su relación con ella, pero su respuesta no lo había satisfecho lo más mínimo. Al contrario, lo había sumido en un mar de dudas aún más profundo. ¿Lo sabía ella? ¿Sabía quién era en realidad? Y si era así, ¿por qué había decidido quedarse en Nockmaar? «Quizá lo haya olvidado», sugirió la parte lógica de su cabeza. Pero Madmartigan, aunque sabía que era la posibilidad más evidente y quizá menos incómoda para su corazón, se negaba a creerlo sin saber por qué. Y eso le hacía más daño de lo que era capaz de admitir.

Aparte del hecho de que, por algún motivo, la cortesía que le dispensaba el rey no le resultaba todo lo grata que se podía esperar. Sin embargo, a esa cuestión no había obtenido respuesta. Solo había visto cómo el monarca fruncía ligeramente los labios cuando se presentó como Madmartigan de Galladoorn y, a pesar de que Thantalos se había mostrado agradecido, el guerrero seguía sintiendo que algo no encajaba. Que él, en particular, no era del todo bienvenido en la ciudad.

Sin embargo, sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando una algarabía se desató en el patio este, justo bajo la ventana. Madmartigan suspiró. Llevaba más de una semana trabajando como una mula y le gustaba, porque le impedía pensar y le hacía sentirse útil a la espera de ganarse ese favor que le faltaba del rey. Pero a veces lo descorazonaba ver que aún quedaba tanto trabajo por hacer. Limpieza, reconstrucción, formar nuevos soldados, reorganizar tropas y guardias para las almenas… Suerte que al menos siempre podía estar con Elora, la heredera de la ciudad; única «posesión» del rey a la que este no tenía reparo en que se acercase. Por lo visto, veía que la pequeña lo apreciaba y no había opinado al respecto de que el guerrero pasase tiempo con ella… de momento.

Los relinchos de un caballo y los gritos de los soldados, afanados en controlarlo, se escucharon ahora con más claridad, y Madmartigan se resignó con un suspiro a devolver a Elora a su cuna y bajar a ver qué pasaba. De puntillas, salió al pasillo sin despedirse de Raziel y Willow, que estaban en ese punto meditando con los ojos cerrados, y bajó las escaleras del torreón a todo correr. Sin embargo, jamás hubiese esperado la escena que se encontró al llegar al patio.

Rodeado por una decena de soldados, un caballo con arreos de cuero marrón decorado en ante piafaba y se alzaba de manos ante los intentos de los humanos que lo rodeaban para sujetarlo. Madmartigan sintió una punzada de inquietud al comprobar que los motivos bordados no correspondían a Nockmaar, único lugar de los que hubiese esperado ver llegar un caballo. Aunque preferiría igualmente saber quién era el jinete antes de nada. Sin embargo, el tiempo apremiaba y el animal estaba fuera de sí.

–¡Quietos todos! –ordenó entonces Madmartigan, aproximándose lentamente a la bestia.

Esta lo observó con desconfianza antes de relinchar de nuevo, pero ya sin alzarse de manos. El guerrero la rodeó despacio, buscando el motivo de aquel nerviosismo sin hacer movimientos bruscos. Y cual no fue su sorpresa al descubrirlo en forma de dos brownies que cuchicheaban enredados entre las crines del animal, lanzas en mano. Con infinito cuidado para no asustar aún más al caballo y no llevarse una coz, de paso, Madmartigan se aproximó de puntillas al semental, lo tomó por la cabezada y después, con un movimiento rápido, estiró la mano hacia las crines y sacó de allí a los dos polizones con evidente rabia. Después, ante la atónita mirada de sus soldados y tras encargarle a uno que se hiciese cargo de la montura, que ya parecía mucho más tranquila, se metió en los establos más cercanos y arrojó sin contemplaciones a los dos brownies sobre una silla.

–Más vale que tengáis una buena explicación para esto –rechinó entre dientes con evidente irritación–. ¿No se supone que os encargué quedaros en Nockmaar? ¿Qué hacéis aquí?

Su tono había ido subiendo a medida que hablaba y Franjean, por supuesto, se ofendió ante su diatriba como era su costumbre.

–¡No nos culpes a nosotros, daikini! ¡No sabes lo que nos ha costado llegar hasta aquí!

–¡Nadie os ha pedido que vengáis! – rugió el guerrero, perdida totalmente la paciencia.

–¡No, claro que no! –intervino entonces Rool con su voz aflautada–. ¡Porque la única persona que podía hacerlo no estaba en condiciones de hacerlo, estúpido daikini!

–¡Exacto! –corroboró Franjean–. Hemos venido a avisarte.

La tez de Madmartigan había palidecido cuando Rool habló, además del hecho de que toda su rabia se había evaporado como por arte de magia; pero la afirmación de Franjean hizo que además, su rostro tomara el color de la leche en un instante y tuviese que hacer un esfuerzo por no apoyarse en algún sitio. No estaba seguro de querer saber lo que había sucedido y, sin embargo, se obligó a preguntar:

–¿Qué ha sucedido?

Ante lo cual los dos brownies se miraron indecisos y Franjean, al final, murmuró:

–Tu amada está en grave peligro, daikini. Y Nockmaar también.

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