Madmartigan y Sorsha: el antes y el después
Capítulo 5. Enfréntate a tus miedos.
La cabalgata estaba siendo tan lenta como Madmartigan había previsto, y rezongó entre dientes mientras contenía el impulso de hincar los talones en el flanco de su montura. No hubiera sabido decir por qué, pero el hecho de saber que Nockmaar aún estaba a sus espaldas, incluso tapada por las laderas de la sierra que la cobijaba, le impelía a querer huir lo más lejos posible. «Lástima que Tir Asleen esté a menos de un día a galope», se lamentó mentalmente, aunque aquel pensamiento hizo palpitar su corazón con fuerza, lo que únicamente agrió su humor.
En ese momento, otro caballo se colocó a su altura por la derecha, montado por un jinete de muy baja estatura. Madmartigan vio de reojo cómo Willow lo observaba con algo similar a la preocupación, y giró la cabeza levemente sin mirarlo directamente.
–¿Qué? –preguntó con rudeza, antes de clavar sus ojos azules, inundados de tristeza aunque quisiera disimularlo, en el nelwin.
Este, por su parte, pareció dudar un instante antes de animarse a abrir la boca.
–Admito que no sé qué ha pasado exactamente en el castillo entre Sorsha y tú pero… –torció el gesto, inseguro de cómo seguir–. La verdad, Madmartigan: me preocupas.
El rostro duro del guerrero se mantuvo impasible unos segundos, hasta que un amago de sonrisa agradecida se abrió paso lentamente en su rostro.
–Gracias, pequeño, pero no necesito que se preocupen por mí.
Willow asintió, más para sí que por devolverle una respuesta a Madmartigan, antes de alzar el mentón de nuevo hacia su compañero de fatigas.
–¿La echas de menos, verdad?
«No», quiso haber respondido el daikini, «qué tontería. Solo hace tres horas que la he perdido de vista». Y sin embargo, sentía en el pecho el dolor de la pérdida como si hiciese un año de su último beso. Madmartigan apretó los dientes en un vano intento de contener su tristeza.
–Con toda mi alma –admitió en un susurro ronco, dirigiéndole acto seguido una mirada mezcla de advertencia y camaradería– . Pero no lo andes diciendo por ahí…
Willow sonrió.
–No te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo –le aseguró.
Madmartigan asintió lentamente, para después incorporarse de nuevo en la silla. Willow clavó también la mirada en el horizonte, donde ya empezaban a alzarse las columnas oscuras del Laberinto de Piedra.
–Piensa que Tir Asleen y Nockmaar no están tan lejos –intentó animar al guerrero, que enarcó una ceja inquisitiva en su dirección–. Esto no es un final, Madmartigan. Sé que las cosas se arreglarán.
Ante lo cual, el interpelado soltó una risita bronca por lo bajo.
–Ojalá tuviese tu fe, Willow –le aseguró al nelwin y, antes de picar espuelas a su montura, agregó–. No la pierdas nunca.
En cuanto su caballo se lanzó hacia delante relinchando, Fin Raziel, que había permanecido en tercera fila, junto al flanco izquierdo de la columna de viaje, lo imitó, temiendo que el guerrero quisiera adentrarse a lo loco en aquel lugar. Pero se tranquilizó en cuanto comprobó que Madmartigan se detenía junto a la entrada del laberinto, alzando la vista en actitud escrutadora. Fin Raziel refrenó a su caballo para aproximarse al paso hasta donde estaba el guerrero.
–¿Percibes algo, Madmartigan? – le preguntó.
Ante lo cual el guerrero se volvió para mirarla con cierta ironía.
–¿Y me lo preguntas tú, una gran hechicera?
Fin Raziel suspiró. A veces era tan difícil tratar con aquel hombre… Solo que aquella vez tenía un motivo de peso real para estar distante y antipático. Deliberadamente, ignoró la pulla mientras, con atención, oteaba las alturas de piedra que se alzaban ante ellos.
–La última vez que sobrevolé esta estructura no me pareció peligrosa, pero con tantas carretas en la comitiva creo que no es una opción sensata –declaró–. Deberíamos rodearlo.
Madmartigan la miró como si se hubiese vuelto loca.
–¿Rodearlo? –repitió, incrédulo–. Pero tardaremos casi un día más.
Su mirada se dirigió sin casi pretenderlo hacia las montañas Nockmaar, y Fin Raziel adivinó lo que estaba pensando.
–Guerrero, el día que quieras hacer las paces con Sorsha no tendré inconveniente en que atravieses este laberinto a la carrera –le advirtió– pero, mientras tanto, tenemos un ejército que proteger… y no pienso sacrificarlos por la prisa de huir de tus fantasmas.
Madmartigan le dirigió una mirada furibunda. Por mucho que aquella anciana fuese una gran hechicera, a veces lo trataba como si no fuese nadie, como si solo se tratase de un crío al que pudiera reprender cómo y cuándo le viniese en gana. Sin embargo, ante la intensidad de la determinación que mostraban los ojos oscuros de Raziel, optó por claudicar y tirar de las riendas del caballo en dirección a las lomas nevadas que se alzaban unos treinta kilómetros a su izquierda, la ruta más segura y corta para rodear el Laberinto de Piedra, mientras rumiaba su descontento en silencio.
«Este viaje va a ser el más largo de mi vida».