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#FanficThursday: Willow (Capítulo 4)

Madmartigan y Sorsha: el antes y el después

Capítulo 4. Cuestión de autoridad.

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El patio de armas era un hervidero de gente cuando Willow, Fin Raziel y Madmartigan salieron por la puerta principal del recinto palaciego, situado en el centro mismo de la fortaleza. El guerrero no pudo evitar que le diese un vuelco el corazón cuando vio cómo algunos de sus soldados improvisaban una parihuela para alzar el cadáver de Airk Thaughbauer y llevarlo hasta el carro más cercano. Fin Raziel siguió su mirada y le apretó suavemente el hombro, en un mudo gesto de consuelo, mientras ambos contemplaban cómo los oficiales tapaban al difunto y orgulloso general con una tela.

En cuanto su rostro desapareció de la vista, Madmartigan suspiró y apartó la mirada. Casi como un autómata, se dirigió hacia uno de los caballos ya enjaezados mientras se quitaba lentamente las hombreras y el pectoral de la armadura. Después de aquella escena que acababa de presenciar, sentía como si le quemase sobre la piel e igualmente, la cabalgata que les esperaba hasta Tir Asleen sería lenta. Debido a la gran cantidad de tiendas, carros y provisiones que llevarían, tardarían mínimo un día entero en llegar y Madmartigan no quería sentir aquel peso innecesario sobre los hombros. Su conciencia ya aportaba bastante al respecto.

Justo en el instante en que empezaba a colgar las doradas piezas junto a las alforjas del rocín, una silueta de cabellos grises vestida de blanco pasó rápidamente junto a él. Madmartigan siguió a Fin Raziel con la vista, sorprendido por aquella actitud apresurada, pero entendió sus motivos en cuanto echó la mirada unos metros más allá y, con el corazón en un puño, se aprestó a correr tras ella.

Justo frente a la puerta de la fortaleza se hallaba congregado un grupo de lo más variado. Criados, doncellas, sacerdotes oscuros, soldados vestidos de negro… pero aquello no era lo más grave, sino el hecho de que estaban esposados o rodeados con cuerdas, arrodillados sobre el duro suelo. Madmartigan tuvo que contenerse para no abrirse paso a codazos entre los soldados de su propio ejército, los cuales rodeaban a los prisioneros con actitud claramente amenazadora. Por suerte, la autoridad que conferían sus poderes a Fin Raziel fue suficiente para surtir efecto en una sola frase.

–¿Qué creéis que estáis haciendo? –bramó en tono autoritario.

El grupo de soldados se abrió en un santiamén, dejando paso a la hechicera. Ahora, los ojos de aquellos mostraban un saludable temor hacia la anciana. Esta se aproximó hacia los prisioneros y pronunció varias palabras en lenguaje mágico. En un segundo, las ataduras y los grilletes desaparecieron. Los rendidos, porque no eran otra cosa sino aquellos que habían decidido deponer las armas para salvar la vida, la miraron incrédulos, a la vez que se frotaban las articulaciones doloridas por las cadenas. Fin Raziel, por su parte, enseguida les dio la espalda y encaró a los soldados de su bando, que la observaban con mal disimulado recelo.

–Estos hombres y mujeres se han rendido –declaró la hechicera– y ahora su lealtad es para con la señora de este lugar, la princesa Sorsha de Nockmaar.

Vio cómo Madmartigan se revolvía incómodo en el sitio con una mueca de dolor, pero la mujer optó por continuar con su discurso. Sin embargo, uno de los soldados tuvo el suficiente valor como para oponerse.

–Estos hombres se han rendido y deberán ser llevados a Tir Asleen para ser juzgados… –arguyó.

–¿Por qué delito? –lo interrumpió Fin Raziel con brusquedad–. Lo único que han hecho ha sido su trabajo: servir a la reina Bavmorda a cambio de sustento. Lo cual no implica que compartan sus ambiciones.

De inmediato, dirigió una mirada elocuente hacia los prisioneros que tenía tras de sí; los cuales no dudaron en asentir rápidamente, casi como una sola persona. Especialmente, ante el silencioso mensaje que expresaban los ojos oscuros de la hechicera blanca: «y si se os ocurre hacerle daño a Sorsha, me enteraré y no habrá muro, montaña o caverna que pueda ocultaros».

Madmartigan no estaba seguro de que aquello fuese una buena idea. Pensativo, dirigió la mirada hacia el palacio, allí donde se había despedido de Sorsha, tal vez para siempre. Pero se quedó helado al contemplar a la figura de cabellos de fuego que observaba toda la situación desde un ventanuco. Sin embargo, su mirada no estaba clavada en Madmartigan, sino en Fin Raziel. La cual, tras asegurarse de que los rendidos eran conducidos de nuevo al interior de la fortaleza, sorprendió igualmente la mirada de Sorsha. Cuando lo hizo, la joven asintió levemente con la cabeza en mudo agradecimiento. Madmartigan pensó que se le rompería el corazón cuando vio cómo la muchacha desaparecía de nuevo en la oscuridad del pasillo sin mirarlo dos veces. Fin Raziel se dirigía ahora hacia el caballo de Airk para acostumbrarlo a su presencia, ya que sería su nueva amazona y Madmartigan miró entonces a su alrededor pensando que, efectivamente, ya no le quedaba nada en aquel lugar. Hasta que vio a Rool y Franjean discutiendo, como de costumbre, sobre una viga carcomida que sostenía un enorme jaulón de castigo. Procurando ignorar el paralizante recuerdo que le evocaba aquel armazón, Madmartigan se aproximó a los dos brownies.

–¡Eh, roedores!

Las dos pequeñas criaturas dejaron de gritarse en ese preciso instante y lo miraron directamente

–¿Roedores? – se ofendió Franjean, como de costumbre, a la vez que se erguía todo lo que le permitía su corta estatura –. Tenemos nombre, estúpido daikini.

–¡Sí, es cierto! – corroboró Rool con su voz aflautada.

Madmartigan respiró hondo y sacudió la cabeza.

–Está bien. Rool, Franjean, os pido disculpas por cómo os he tratado hasta ahora, pero necesito pediros un favor…

Los dos brownies enarcaron una ceja al unísono, intuyendo que aquella inusitada disculpa anticipaba algo muy serio, para acto seguido intercambiar una mirada significativa.

–¿Un favor? –inquirió Franjean, todavía receloso–. ¿Qué clase de favor?

–¿Acaso importa? –se impacientó Madmartigan.

–¡Claro que importa! –replicó Rool, apuntándole con su diminuta lanza–. Hay muchos tipos de favores…

El guerrero cerró los ojos y apretó los dientes. La paciencia, así como el tiempo en Nockmaar, se le estaban agotando rápidamente. Impulsivamente, volvió la vista hacia el castillo. En concreto, hacia esa diminuta tronera por la que había visto desaparecer al amor de su vida.

Rool y Franjean, por su parte, siguieron su mirada y, al contemplar la nostalgia que impregnaba sus iris azules, el segundo se aclaró la garganta para hablar, haciendo que el guerrero volviese a la realidad.

–Oye, daikini… –lo llamó–, ¿por qué no te quedas con ella?

Madmartigan suspiró y apretó los labios, conteniendo la tristeza a duras penas.

–Tengo un deber que, desgraciadamente, separa nuestros caminos –replicó suavemente–. Ella ya ha escogido…

–Y, ¿no necesitarías un poquito de esto…? –Rool agitó en el aire la bolsa que contenía el polvo de los corazones rotos, zarandeando sin querer al mismo tiempo a Franjean, que era el que la llevaba al cuello– ¿…para llevártela a Tir Asleen? –el brownie de pelo gris enarcó las cejas en un gesto elocuente–. ¿Eh?

–¡Rool! –lo reprendió Franjean, acercando su rostro al suyo con evidente enfado–. Siempre igual, jugando con la magia de las hadas… ¡Este polvo no está para eso!

–Chicos, dejadlo ya, de verdad –Madmartigan trató de calmarlos a la vez que una sonrisa algo amarga contorsionaba su rostro­–. Además… –su mirada se alzó de nuevo hacia la vacía ventana donde había visto a Sorsha por última vez– mi amor por ella me impide hacer tal cosa… –bajó la vista con pesar–. Asumámoslo, debo dejarla marchar.

Pero cuando giró de nuevo la cabeza para enfrentar a los brownies, se sorprendió al observar la determinación que impregnaba la mirada de ambos.

Tras unos segundos en los que el tiempo pareció detenerse en el patio, Franjean suspiró y cambió el peso de un pie a otro antes de preguntar:

–¿Cuál era ese favor que necesitabas?

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