Madmartigan y Sorsha: el antes y el después
Capítulo 2. Ella ha escogido su camino. Ahora tú debes hacer lo mismo.
Como si fueran uno solo, tres pares de ojos incrédulos se clavaron en Sorsha al unísono. Tan solo los iris oscuros de Elora volaban de un rostro a otro, súbitamente asustada por la tensión que impregnaba el ambiente. La hija de Bavmorda, por su parte, mantuvo el semblante sereno, aunque fue incapaz de enfrentar la mirada limpia y azul de Madmartigan. Sabía que si lo hacía, su voluntad flaquearía irremediablemente.
-¿Que te quedas? -exclamó entonces Willow desde su escalón, estupefacto.
La muchacha pelirroja bajó la vista hacia él.
-Sí, exacto -y acto seguido se obligó a pasear la mirada por sus tres interlocutores-. Nockmaar era el bastión de mi madre, una de las ciudades más importantes de esta tierra…
-¡Una ciudad maldita! -la interrumpió Willow, terco, a la vez que se incorporaba de un salto y la apuntaba con un dedo-. Pensé que estabas de nuestra parte.
Sorsha se sintió insultada, por lo que apretó los puños y se levantó del trono, encarando al nelwin desde una estatura cuatro veces mayor que la de él.
– Os agradezco que me hayáis ayudado a recuperar este castillo -replicó con acidez-, pero sigo siendo la hija de Bavmorda…
– Sorsha… – intervino Madmartigan sin alzar la voz-. Tu madre trató de asesinar a Elora para dominar el mundo… ¿Qué te ata a este lugar maldito?
La joven tragó saliva con fuerza, sintiendo cómo sus piernas flaqueaban ante su intensa mirada.
– Soy la heredera de este lugar -insistió- y he vivido suficientes años entre estos muros como para saber que la única maldición que corrompía sus piedras era la misma que se ha volatilizado ante mis ojos hace apenas media hora.
Su última frase apenas fue un susurro ahogado, dado el esfuerzo que estaba realizando Sorsha para no derramar las lágrimas de rabia y frustración que llenaban sus párpados. «No insistas más, por favor», pensó, como si él pudiese escucharla. «Quédate conmigo aquí, mi amor»:
Pero, aunque él no supo lo que cruzaba por su cabeza, alguien podía intuirlo con su poder. Fin Raziel dio un paso adelante, sin subir aún los escalones que llevaban al trono, y miró a Sorsha con determinación.
-Aquí no queda nada que no sea muerte y soledad, Sorsha. Haz caso a tu corazón.
La princesa se quedó petrificada un instante antes de que sus mejillas se encendieran a causa de la rabia. ¿Cómo se atrevía aquella bruja a hurgar en sus pensamientos? Cuando Raziel inclinó la cabeza, Sorsha supo que había acertado en su suposición. Su rostro se transformó entonces en una máscara de frialdad.
-No se me ha perdido nada en Tir Asleen -decretó en voz baja, con la vista clavada en Fin Raziel-. Yo soy Sorsha, hija única de la difunta reina Bavmorda y por tanto heredera de las tierras de Nockmaar. Por todo ello, pienso limpiar este lugar de arriba abajo y convertirlo en el fortín que siempre mereció ser.
Willow la miraba estupefacto, sin atreverse a contradecirla y, en parte, comprendiendo su postura. No quería traicionarlos, tan solo hacerse cargo del castillo y llevarlo por la senda del bien. Madmartigan trataba de ocultar sus emociones bajo una máscara de fingida serenidad, pero Fin Raziel podía intuir mejor que nadie la lucha que se había establecido entre los dos daikini. Y en ese instante, vio algo que la sorprendió, a la vez que una intensa desazón invadía su corazón. ¿Qué podía hacer?
Sorsha, por su parte, se mantenía erguida frente a ellos, sin mirar a su amado y, sin embargo, sin perder de vista a la hechicera. Esta, tras un par de minutos de vacilación, en los que barajó intensamente todas las opciones que se presentaban, optó por claudicar. Solo esperaba no equivocarse en su decisión.
-Está bien -aceptó con voz cansada-, quédate entonces con tu castillo. Nosotros aún tenemos una misión que cumplir.
La princesa alzó la barbilla antes de asentir brevemente. Después, lentamente, bajó los escalones que llevaban al corredor central de la sala del trono y echó a andar hacia la puerta, procurando que no se notara el temblor de sus rodillas, mezcla de alivio y miedo ante lo que le quedaba por delante. Pero una mano reteniendo su brazo la obligó a volver de golpe a la realidad. Un par de ojos azules, oscuros como un mar bajo la tormenta, la observaban desde un palmo por encima de su estatura. Y Sorsha creyó morir en su interior al ver la súplica que latía tras ellos.
– Sorsha -susurró Madmartigan-. Por favor…
La joven se soltó suavemente, como si de repente el contacto del guerrero le quemase. No podía, no debía hacerlo. ¿Ellos tenían una misión? Bien, pues ella también tenía una. Y si él no quería acompañarla… que pasara lo que tuviese que pasar.
Sin responder, la princesa se dio media vuelta y aceleró el paso hacia las puertas dobles forjadas. Madmartigan la observó con la desazón pintada en el rostro, hasta que una mano conciliadora en su hombro lo obligó a volverse.
-Ella ha decidido, Madmartigan -expuso Fin Raziel con una dulzura inusitada-. Ahora tú debes elegir. Pero quiero que sepas que, hagas lo que hagas -hizo un gesto con la barbilla hacia las puertas abiertas del salón- no te juzgaré. Ni dejaré que nadie de entre tus hombres lo haga.
El guerrero se quedó unos segundos pensativo, sopesando sus alternativas. Al final, aproximándose a Elora y tomándola en brazos con infinito cuidado, declaró:
– Tengo una misión para con la princesa Elora Danan. Iré a Tir Asleen.
Enfrascados como estaban en la conversación, ninguno de los tres adultos presentes escuchó el sollozo procedente del pasillo. Puesto que Sorsha se había quedado parapetada tras una columna, y había oído la respuesta de Madmartigan. Por lo que, con el alma y el corazón destrozados, se tapó la boca para ahogar un gemido y salió corriendo en dirección a las escaleras antes de que nadie pudiese verla.