Madmartigan y Sorsha: el antes y el después
Capítulo 2. Una decisión difícil
La hechicera Fin Raziel se adentró lentamente en el salón del trono, seguida por Willow. El cual, a pesar de lo despacio que caminaba la anciana, se veía obligado a casi trotar para mantenerse a su altura.
– No creo que este sea el mejor lugar para abandonarse al romanticismo – comentó Raziel, ceñuda, sin perder de vista a la pareja que los aguardaba al fondo de la sala.
Estos, cohibidos, se separaron rápidamente. Sorsha en particular, le dio la espalda deliberadamente a la hechicera y se encaminó hacia el trono, en cuyo lateral se sentó mientras apretaba los labios, sin disimular un ápice su contrariedad. La hechicera la ignoró y, por otra parte, le hizo una cortés inclinación de cabeza a Madmartigan.
– Has luchado con valentía – lo felicitó.
– Gracias – repuso él con idéntico gesto, antes de seguir los pasos de Sorsha hacia lo alto del estrado. Sin embargo, al contrario que ella, se limitó a posicionarse de pie junto al siniestro asiento coronado de púas.
Willow fue el último en aproximarse y sentarse, depositando acto seguido a Elora, a la que llevaba en brazos en todo momento, sobre los escalones de piedra. Despacio, empezó a desatarle las cintas negras que rodeaban aquella especie de crisálida de tela escarlata en la que la habían envuelto los secuaces de Bavmorda. Nadie habló durante un buen rato. De reojo, el nelwin observó cómo Fin Raziel miraba a su alrededor con una mezcla de deleite y relajación en su rostro, como si se hubiese quitado un gran peso de encima con la muerte de Bavmorda. Pero claro, ¿quién no estaría feliz de haberla perdido de vista, después de haber vivido transformado en possum durante años a causa de uno de sus encantamientos?
Elora suspiró e hizo un gorgorito cuando Willow retiró por fin la malla granate que la cubría, al parecer aliviada y contenta de volver a moverse con libertad. En ese instante, Fin Raziel sorprendió la mirada de Madmartigan hacia la niña. Y no pudo evitar que una mezcla de sentimientos encontrados cruzaran por su pecho. Pero había mucho que hacer antes de tomar decisiones con respecto a Elora y así lo demostró la súbita aparición de varios soldados de Galladoorn. Los cuales, en ausencia de Airk y siguiendo ciertas órdenes recibidas antes del asalto al castillo, habían decidido obeceder a Madmartigan sin rechistar a partir de la muerte del rubio comandante.
– Mi señor, la fortaleza está definitivamente bajo nuestro control – expresó uno, inclinándose ante el guerrero moreno.
Este pareció regresar súbitamente a la realidad y se incorporó, para acto seguido asentir con gravedad.
– De acuerdo – tras intercambiar una breve mirada cargada de significado con Fin Raziel, agregó -. Recoged todo para que podamos volver cuanto antes a Tir Asleen. La princesa Elora Danan debe llegar allí sana y salva y ya no tenemos motivo para seguir allí.
Sorsha apretó los dientes con fuerza, pero nadie se percató. El soldado, por su parte, se inclinó de nuevo respetuosamente ante su nuevo comandante.
– Se hará como digáis, mi señor.
Mientras salía por la puerta y cerraba de nuevo tras él, Fin Raziel se volvió como por instinto hacia Sorsha, que mantenía la vista fija en Elora y no había pronunciado una palabra desde que ellos tres habían llegado. La hechicera suspiró. Desde que la había visto peleando junto a Madmartigan en Tir Asleen, tenía un presentimiento indefinido sobre aquella muchacha: la muerte de su madre, a pesar de haberse rebelado contra ella, debía de haberle afectado. Y el hecho de que todos los que la rodeaban hubiesen sido sus enemigos hacía apenas dos días tampoco podía ser algo fácil de sobrellevar.
Fin Raziel había visto cómo miraban a Sorsha los hombres del difunto Airk Thaughbaer desde la noche anterior: no confiaban en ella. Probablemente, hasta el último instante, habían temido que los traicionase. Y solo la intervención de Madmartigan en la reunión, añadida a su amistad con Airk, había conseguido convencer a los soldados de que ella debía subir al torreón para ayudar a Raziel y Willow a derrotar a su madre. Pero lo que ninguno de ellos sabía era que Sorsha había estado a punto de perder la vida en el intento. «Tiempo al tiempo», se dijo Fin Raziel antes de aclararse la garganta para hablar. El tiempo corría y había mucho que hacer.
– Deberíamos irnos, Sorsha.
Se había dirigido deliberadamente a ella para sopesar su reacción; puesto que sospechaba, a pesar de todo, que un fuerte vínculo la unía todavía a Nockmaar. De pronto, al ver su rostro impasible, una súbita duda la asaltó: ¿sabría Sorsha cuáles eran sus orígenes verdaderos? ¿Conocería la verdad sobre su relación con Tir Asleen?
Pero la respuesta a aquellas preguntas era claramente negativa, y Fin Raziel casi sintió aquel rechazo silencioso en sus huesos cuando la muchacha alzó la vista hacia ella y pronunció tres únicas palabras:
– Yo me quedo.