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#FanficThursday: Step Up (Capítulo 39)

The Only One – Camille&Moose (Step Up Fanfic)

Capítulo 39 – Ha dicho… ¿los niños? (Las Vegas)

Para luakinaga Estella

–Moose…

Cuando lo llamo, mi marido, que lleva un rato dedicándose a dar vueltas de un lado para otro como un gato enjaulado, frena en seco, aunque su pierna sigue agitándose como si tuviese vida propia sobre el suelo encerado del pasillo. Con la mano, palmeo el asiento junto a mí y él, tras un suspiro de derrota, acepta mi invitación y se sienta por fin. Sin embargo, sigue teniendo los codos apoyados en las rodillas, la barbilla sobre los dedos y le siguen temblando los pies. Cualquiera diría que se va a poner a improvisar de un momento a otro.

–Moose –lo llamo de nuevo, mientras le cojo una mano entre las mías–. De verdad, va a ir todo bien.

Él resopla con cierto nerviosismo, aunque sus ojos me demuestran todo el amor que sé que me tiene. Nos tiene. Porque, sin quererlo, percibo al pequeño en mi interior aunque solo llevo dos meses y medio embarazada y aún no se me nota. Es como… no sé, ¿una intuición?

Estamos en el hospital North Vista de Las Vegas, esperando a que me hagan la ecografía para comprobar que, efectivamente, todo esté yendo como debe. Sin embargo, entiendo que Moose esté nervioso. Yo también lo estoy aunque intente llevarlo con naturalidad y disimular. Vamos a ser padres por primera vez y, si echo la vista atrás, aún no me creo que hayamos llegado hasta aquí después de tantos años. Primero nuestra amistad en el colegio y el instituto, luego empezar a salir en la Universidad… Es de esas cosas que escuchas decir a los adultos y piensas: «wow, suena como un sueño hecho realidad». Pero, ¿cómo asumirlo cuando te pasa a ti? ¿Cómo no pensar que estás soñando, que tu mundo de repente no puede ser tan perfecto?

En ese instante vemos salir a la enfermera, una mujer pálida de cabello castaño recogido en una cola de caballo y sonrisa impecable.

–¿Camille Gage?

Antes de levantarnos casi a la vez, Moose y yo intercambiamos una mirada cargada de significado y nuestras manos enlazadas se aprietan brevemente. Cuando nuestras familias supieron que estaba embarazada, todos se alegraron sin excepción, incluso el padre de Moose. No quiero recordar cómo lo trató al enterarse de que estaba bailando de nuevo y no trabajando de ingeniero. Por suerte, su madre intervino a tiempo, pero es algo que sé que me perseguirá en mis pesadillas durante mucho tiempo.

Cuando entramos, a mi marido lo dejan un momento aparte mientras yo me cambio y me sitúo sobre la camilla. La ginecóloga, al contrario que la enfermera, es de piel muy oscura y cabello negro trenzado, pero su sonrisa llena de dientes blanquísimos es igual de tranquilizadora, casi maternal.

–Bueno, veamos… –murmura mientras mueve el ecógrafo, buscando al pequeño bajo mi piel. Moose se aproxima en ese momento para mirar también el monitor y se sienta en un taburete junto a mi cabeza, tomando mi mano como si fuese un reflejo. Nos sonreímos antes de mirar de nuevo hacia la pequeña pantalla en blanco y negro. Debo reconocer que, aunque es pronto aún, él y yo ya hemos pensado en nombres y estuvimos de acuerdo casi desde el primer momento: si es niña, se llamará Anna, como su abuela; al fin y al cabo, fue uno de nuestros mayores apoyos al trasladarnos a trabajar a esta ciudad y siempre ha estado ahí, defendiendo nuestra postura frente a su yerno y encantadísima de ser bisabuela como si fuese la única del mundo. Pero si es niño, lo llamaremos Tyler, como mi hermano. La persona que logró sacarme de la penuria de un padrastro con malas intenciones y me dio una vía de escape a través del baile. Sin embargo, la voz de la ginecóloga me saca de golpe de mis ensoñaciones. Más que nada, porque no me esperaba que dijese algo semejante–. Sí, parece que los pequeños están correctamente, aunque ya le advertiría el doctor Richardson de que no es conveniente que haga esfuerzo en exceso –mira un segundo los papeles que hay sobre una mesa auxiliar–. ¿Sigue trabajando de bailarina en el Caesar’s Palace?

Despacio, asiento. Pero, sin quererlo, de toda su frase solo una cosa se me ha quedado grabada a fuego en la frente. Y al girarme compruebo que Moose tiene una cara de perplejidad y confusión que debe competir con la mía.

–Disculpe… –se aturulla ligeramente al hablar, pero enseguida carraspea y recupera más o menos la entereza–. Ha dicho… ¿pequeños? En… ¿plural?

Ante lo cual, la doctora, sin soltar el ecógrafo todavía, se gira hacia nosotros, mirándonos por encima de sus gafas de colores con una sonrisa aún más radiante y algo que parece ironía escondido tras sus fuertes rasgos.

–Sí, señor Alexander. Debo darle la enhorabuena… A ambos. Su esposa está embarazada de mellizos.

***

El trayecto en coche hasta casa lo hacemos en completo silencio a causa del shock, aunque intuyo que pensamos exactamente lo mismo. ¿Mellizos? ¿Dos bebés? No podemos creerlo, aunque tampoco se nos ocurrió comprobar nuestros antecedentes familiares. Sin embargo, en cuanto llegamos a casa y él me abraza tras la puerta cerrada, sé que en realidad es una gran noticia. Uno o dos… ¿qué más nos puede dar? Serán nuestros hijos, y punto. Cuando me besa y su nariz se apoya en la mía, noto que ambos estamos llorando de emoción.

–Bueno –susurro en tono de guasa–. Ahora solo falta saber si son chico y chica, dos chicas o dos chicos, ¿no?

Él se ríe al tiempo que me atrae hacia él y vuelve a besarme con más intensidad.

–Sean lo que sean… Lo único que deseo es que pasen ya los siete meses que quedan para verlos –declara en voz baja.

Y yo, qué queréis que os diga: no puedo estar más de acuerdo.

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