The Only One – Camille&Moose (Step Up Fanfic)
Capítulo 36 – ¿Es lo que creo? (Las Vegas)
6 meses después…
El estómago me arde. Trato de hacer memoria, pero no recuerdo haber cenado nada en la última semana que haya podido sentarme tan mal. Siendo vegana, además, suelo tener mucho cuidado con lo que como y, especialmente desde que volví al baile, he tratado de imponerme una dieta lo más estricta y equilibrada posible. Sobre todo, que me permita mantenerme a un buen nivel físico y de energía sin caer en las temidas anemias por falta de vitamina B12. Porque no quedaría bien que me desplomase en el escenario así por las buenas, ¿verdad? Aparte de que a Moose le daría un infarto acto seguido…
Justo en cuanto pienso en él, su cabecita rizada aparece por la puerta del dormitorio.
-¿Cómo estás? -pregunta, claramente preocupado por mí.
Solo con eso, consigue insuflarme la energía suficiente como para incorporarme un poco y sonreírle, lo que parece tranquilizarlo un poco.
-El estómago sigue dándome vueltas -reconozco mientras me apoyo en el cabecero y él se sienta en el borde del colchón, a mi lado-, pero luego tengo cita con el médico -al verlo tan apurado, me acerco y lo abrazo como por instinto. Él me estruja a su vez; sin violencia pero demostrándome lo mucho que lo frustra esta situación-. Venga -intento animarlo-, seguro que no es nada.
Lo cierto es que, al margen de una indigestión corriente, tengo una sospecha que no deja de dar vueltas en mi cabeza, incordiando. Pero prefiero no manifestarlo en voz alta todavía… Por diferentes motivos. Moose, sin embargo, se separa de mí un poco sin mostrar mucho convencimiento sobre mi argumento. Yo diría que la otra alternativa no se le pasa por la cabeza, pero no puedo estar segura. O, al menos, creo que no tendría esa cara de puerro si fuese así.
-Tengo que irme a trabajar -avisa entonces, en un tono que me dice claramente que, si pudiera, se quedaría en casa conmigo todo el día para cuidarme-. Pero avísame en cuanto sepas algo, ¿de acuerdo?
Lo beso en la mejilla. Es tan mono…
-Lo haré -prometo y en cuanto veo su reticencia a irse, apostillo-. Estoy indispuesta, no terminal. Anda, vete.
Con media sonrisa poco convencida, veo cómo se retira despacio, no sin antes darme un beso en la mejilla, acariciarme el pelo y decirme que me quiere. Me derrito por dentro y le respondo que yo también al tiempo que bajo las piernas de la cama para demostrarle que ya estoy mejor. Sin embargo, no termina de soltarme hasta que no ve cómo me acerco al armario para vestirme. No me importa que me vea desnuda, por supuesto, pero si no se va ya llegará tarde al ensayo y lo sabe. Así que, cariñosamente, lo echo de la habitación tirándole una zapatilla sin puntería alguna. Riendo por primera vez en varios días, se despide de nuevo y enseguida escucho la puerta del apartamento cerrarse tras él. Entonces, resoplo, me miro al espejo e, instintivamente, me apoyo las manos abiertas sobre el vientre a la vez que una sola pregunta ronda mi cabeza:
¿Es posible?
Dos horas más tarde…
El sol que luce sobre Las Vegas, reinando en un cielo sin nubes, hace que entre en calor nada más salir del hospital. Lentamente, cierro los ojos, me detengo junto a las escaleras y respiro hondo el aire desértico que siempre rodea a la ciudad mientras trato de asimilar lo que me acaban de decir y todas sus implicaciones. Me hace feliz, por supuesto, y sé que Moose reaccionará igual. Pero, ¿qué será de mi trabajo? Salvo que reduzca mucho la intensidad del ejercicio, no podré seguir bailando en unos cuantos meses, ya me lo ha advertido el médico.
Sin embargo, tengo fe. Las cosas hasta ahora nos han ido bien y, aunque por una parte me aterre dulcemente la perspectiva de lo que se nos viene encima, por otra sé que es exactamente lo que quería. No digamos desde que conozco a Moose, que teníamos nueve años, pero sí desde que nos fuimos a vivir juntos.
Mi móvil suena en ese preciso instante y salgo de mi ensoñación al sol, torciendo el morro con sarcasmo evidente cuando veo quién llama.
-¿Sí? -contestó, chinchándolo con falsa tranquilidad.
-Cam, ¿qué te han dicho?
La voz de Moose suena casi angustiada y, por un momento, estoy tentada de contárselo todo por teléfono para que se tranquilice. Pero las cosas no se hacen así y, por ello, elijo eludir la respuesta verdadera y solo le digo que todo está en orden, que es un virus pasajero y pronto estaré bien.
-Entonces, ¿mañana vamos a la boda de Sean y Andie? -me pregunta, esperanzado.
Yo sonrío y se lo confirmo. Sé la relación tan especial que tiene con Andie y no puedo estar celosa de ello, menos todavía siendo su dama de honor. Mi hermano Tyler y Nora han dicho que es posible que vengan también, aunque tendrán que regresar a Nueva York por la noche porque están en plena preparación de una nueva gira. Mientras tanto, el pequeño Kinney Gage se quedará con las abuelas en Baltimore. Estoy encantada de tener un sobrino, lo admito; aunque creo que dentro de poco tendré que recurrir a Nora para que me aconseje. Aún recuerdo todo lo que me enseñó, así como la desbandada de Moose cuando me vio bailar en la MSA por primera vez. Cuántas cosas han pasado desde entonces…
-Bueno, entonces… Nos vemos en casa -se despide, casi a regañadientes-. Te quiero, muñeca.
-Te quiero, rizos -le respondo con infinito amor-. Nos vemos luego.
Y mientras cuelgo, tomo una decisión. Sé que mañana es la boda de Sean y Andie y no quiero estropearla, pero a lo mejor me llevo a Moose un momento aparte y le confieso un pequeño secreto…