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#FanficThursday: Step Up (Capítulo 21)

The Only One – Camille&Moose (Step Up Fanfic)

Capítulo 21 – ¡No me toques! (Nueva York)

Camille:

Me sudan las manos mientras bajo los escalones. El camino hasta la puerta de la residencia se me antoja eterno pero, cuando finalmente llego y salgo al exterior, es como si Nueva York hubiese dejado de ser real para mí. Ya no miro los altos rascacielos que me rodean ni los edificios de apartamentos, con sus escaleras de incendios que los hacen únicos, con los mismos ojos. Mentiría si no dijera que estoy aterrorizada.

Cuando mi padre llamó, dijo que quería verme. No me explicó por qué. Simplemente, dijo que necesitaba tenerme delante, comprobar en qué me había convertido. Ignoro cómo supo que estaba aquí estudiando, ni siquiera me dijo cuándo había salido de la cárcel. Mi familia de acogida apenas me daba novedades sobre él y a su abogado –que imagino que tiene uno aunque sea de oficio- no le he visto nunca.

Hemos quedado en Central Park, a apenas unas manzanas de distancia. Siento las rodillas de gelatina, pero me obligo a seguir andando y a respirar hondo. Puesto que una vocecita en mi cabeza sigue gritando: «¡es tu padre! ¿Y si ha cambiado de verdad?»

«¿Después de estar en una cárcel de máxima seguridad?», me reprocho por mi inocencia. Bueno, quién sabe. Quizá una parte de mí está deseando creer que su pasado y el mío pueden enterrarse juntos bajo un árbol y empezar de nuevo.

Cuando llego al lugar convenido, un hombre ya espera allí. Tiene los ojos verdes y el cabello algo más canoso de lo que recordaba, pero es él. Cuando se gira para mirarme, me echo las manos a la boca para ahogar un gemido, pero no me acerco más. Él, por otro lado, sí echa el pie hacia delante con cautela y tiende una mano que parece amistosa en mi dirección.

-Hola, pequeña –un amago de sonrisa curva sus labios–. Cuánto has crecido.

Sorbo cuando me doy cuenta de que casi estoy llorando.

–Han pasado diez años –le recuerdo sin acritud–. Supongo que es lo que tenía que pasar.

Él suspira como si realmente estuviese arrepentido.

–Lo siento, Camille. Ojalá…

–No –lo interrumpo. Sé lo que va a decir. Incluso en mi casa de acogida había alguien que empezaba siempre una frase similar–. No lo digas –trago saliva antes de añadir–. El pasado es pasado. No le demos más vueltas. Lo hecho, hecho está…

Él parece sonreír más ampliamente. Aunque le falta medio colmillo izquierdo y eso le da cierto aire tétrico, procuro no asustarme más de lo que ya estoy. No puedo quitarme de la cabeza que le encerraron por algo muy gordo. Algo que yo vi y que me persiguió en mis pesadillas durante mucho, mucho tiempo. Lo sorprendente es que le hayan dejado salir.

–Me dieron la condicional finalmente por buena conducta –me explica, como si me leyera los pensamientos, a la vez que se acerca a mí lentamente–. He cambiado, pequeña.

No sé por qué, pero no tengo buenos recuerdos de ese apelativo. Algo salta en mi cerebro, pero no sé identificar qué es. Por enésima vez, me pregunto por qué he venido sin llegar a una conclusión válida.

–Mataste a una mujer –susurro. El viento me trae un aroma dulzón desde su dirección. Ha bebido–. Eso no se puede cambiar.

Ante mi acusación su rostro cambia ligeramente. Sus ojos se abren y sus pasos se detienen.

–Cam, tú y yo sabemos que eso no es cierto –musita–. Yo… –se mira las manos como si ahí pudiese encontrar los argumentos necesarios–. Fue un accidente, ella no tenía…

Por lo visto, recordárselo ha removido algo en su conciencia que no debería salir a flote. Pero mi parte más rebelde y más cubierta de cicatrices se niega a creer que realmente lo haya superado.

–¿Qué quieres… papá?

Me cuesta horrores vocalizar esa palabra, pero a él parecen brillarle los ojos al escucharme decirlo y se anima a aproximarse para intentar tomarme suavemente de la mano. Me tenso, pero no me resisto. De hecho, algo se sigue derritiendo en mi interior al tenerle tan cerca. Es como volver a la infancia, a esos momentos en que éramos él y yo contra el mundo. Pero hace mucho tiempo que eso dejó de ser así.

–Quiero recuperar a mi hija –susurra sobre mi cabeza. Efectivamente, su aliento huele a alcohol y eso me vuelve a poner sobre aviso. Puesto que, en general, nunca estaba sobrio cuando…–. Quiero recuperar a mi familia.

Reprimo las ganas de salir corriendo y le respondo con toda la naturalidad posible.

–Está bien –accedo, antes de soltar mi mano de la suya. Quiero irme de aquí. Necesito reflexionar y pensar sobre ello. Pero me sorprende y me provoca un brusco escalofrío el hecho de que él, en vez de dejarme ir, me aferre los dedos con súbita fuerza. Me giro para mirarle interrogante–. Papá, suéltame…

Pero él sacude la cabeza de una forma que no me gusta.

–No. Ahora debemos estar juntos, Cam. Somos… Somos familia…

Intento soltarme de nuevo sin conseguirlo y empiezo a entrar en pánico, pero procuro disimular con una sonrisa rápida.

–Papá, te prometo que arreglaremos esto, pero ahora tengo que irme –hago una mueca de dolor cuando trato de zafarme otra vez y me aprieta la mano con más fuerza–. Papá, basta, me haces daño…

Pero ya no parece escucharme. Su rostro se aproxima al mío cargado de una negrura que hace que me eche a temblar.

–Y, ¿adónde te crees que vas a ir? No tienes a nadie, Camille. Solo a mí. ¡Mírame! Yo soy tu única salida, ¿lo entiendes?

–¡NO! ¡PARA! –me retuerzo, desesperada–. ¡No sabes de lo que hablas! ¡Suéltame!

Pero no cede, sino que parece intentar rodearme con el otro brazo. Al menos hasta que un balón de baloncesto impacta contra su hombro y, sorprendido, me suelta para tratar de encontrar la fuente del balonazo. Unos chicos que están jugando un poco más allá le piden la pelota a gritos; y él, disimulando, se la devuelve con poca maña. Momento que yo aprovecho para salir corriendo de allí.

Sé que me está persiguiendo, lo sé. Oigo sus gritos a lo lejos llamándome, tras mi espalda, mientras sorteo gente, puestos de comida y árboles por igual. Salgo del parque por una de las puertas a toda velocidad, orientándome rápidamente sobre dónde estoy, y cruzo la calle por un semáforo en verde a una velocidad que parece que me han salido alas en los pies. Sin embargo, tras caracolear por las calles del centro, cuando doblo una esquina y me adentro en una solitaria calleja de ladrillos, alguien me atrapa. Creyendo que es mi padre, chillo y trato de soltarme por todos los medios, pero cuando mi cazador me tapa la boca y consigo ver quién es, no puedo evitar echarme a llorar sobre su hombro desconsoladamente.

Moose:

Mientras Cam se desahoga, le acaricio el pelo despacio, esperando que se serene pronto y a la vez que intento contener mis deseos de salir y partirle la cara al desgraciado de su padre. Porque, obviamente, estos ojos lo han visto absolutamente todo.

Cuando Camille me dijo que su padre vendría a la ciudad y que habían quedado, casi me enfado con ella por ser tan impulsiva. ¿Un exconvicto que ha estado en una cárcel de máxima seguridad? ¿Y va a verse con él tan tranquila? No, no podía permitirlo. Así que decidí espiar el encuentro y, cuando vi que las cosas no salían bien, seguí a Camille a distancia para interceptarla de camino a la Caja Fuerte. Si su padre sabe dónde vive habitualmente, mi novia tiene pocos sitios más a dónde ir. Salvo, quizá, el apartamento de Tyler. Pero es más probable que la busque ahí si ha indagado sobre su vida como parece que lo ha hecho.

–Venga –le digo cuando parece que se ha serenado un poco–. Vámonos de aquí.

–Moose –alza su llorosa carita para mirarme e intento que no se me parta el alma en dos al verla así–. ¿Cómo…? ¿Qué…?

Resoplo. Creo que me llevaré una bronca por esto, pero ahora mismo está claro que el fin justifica los medios.

–Te seguí –admito–. Lo siento, no estaba seguro de que fuese a salir bien y, bueno, solo por si…

Pero me callo cuando ella me aferra la barbilla con ambas manos y me atrae para besarme con una dulzura inusual, incluso a pesar de la sal de sus lágrimas.

–Gracias –murmura, antes de que el labio inferior vuelva a temblarle–. Yo… Creí que…

No le dejo acabar. Tenemos que irnos de aquí. Su padre puede aparecer en cualquier momento y los dos sabemos que eso no sería bueno. Para ninguno de nosotros.

–Venga, vámonos de aquí –repito, poniendo un dedo sobre sus labios–. En la Caja Fuerte estaremos a salvo.

Asiente y, tras asegurarnos de que no hay moros en la costa, echamos a correr por los callejones hasta llegar, sanos y salvos, a la puerta del antiguo garito de Luke. Mientras subimos en el ascensor, cuando nos adentramos en el salón y aun mientras los compañeros presentes nos rodean para saber qué ha pasado, Camille no se separa de mi lado. Tanto los Tick como los gemelos Santiago se deshacen servicialmente con ella; pero mi novia, a pesar de que sonríe con cariño y acepta todas las muestras de afecto, parece estar muy lejos de aquí. Por eso me la llevo enseguida hacia la tienda de campaña donde Natalie durmió alguna vez cuando estuvo aquí.

–Aquí estarás bien –le digo mientras le aparto un mechón rebelde de la frente. Me siento tan impotente…–. Cam, lo siento, de verdad.

Ella traga saliva y parece querer echarse de nuevo a llorar, pero lo contiene.

–No te preocupes –me coge de las manos y se acerca hasta que mi barbilla roza su pelo-. Gracias, mi amor. Sin ti no sé qué hubiese hecho ahí fuera…

Sonrío con cierto orgullo mal disimulado y la obligo a levantar la cabeza hacia mí.

–Siempre estaré ahí para ti, Camille –prometo, acariciándole la mejilla-. Siempre.

Ella sonríe y deja que mi mano acune su rostro.

–Lo sé.

La tarde y la noche transcurren tranquilas, aunque Camille sigue teniendo ratos que parece estar totalmente ausente. De hecho ni siquiera quiere cenar y cuando decide acostarse, sus ojos siguen perdiéndose cada poco en algún punto de la pared. Solo parece volver a la realidad cuando me tumbo a su lado y rodeo su cintura con el brazo. Entonces, sonríe y se acurruca contra mí.

–Intenta dormir y no darle vueltas, ¿vale? –le aconsejo en voz baja, junto a su cuello.

Ella asiente y un rato después, noto que se empieza a quedar dormida de espaldas a mí. Pero cuando parece que apenas hemos dormido cinco minutos nos despierta el pitido de un teléfono. El suyo.

–¿Sí? –murmura, soñolienta, para después murmurar con extrañeza–. ¿Tyler? ¿Qué…?

No entiendo lo que le dicen al otro lado, pero su reacción posterior me resulta muy elocuente. Su teléfono cae al suelo, el rostro se le desencaja y, acto seguido, lo entierra entre las manos ahogando un grito que creo que va a partirme literalmente en dos.

–Cam, ¡Cam! –me levanto de un salto, agobiado, y la tomo por los hombros–. ¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado? ¿Qué te pasa?

Para mi alivio, responde enseguida. Pero su respuesta me deja inmediatamente helado en el sitio.

–Ha muerto, Moose –solloza antes de esconder de nuevo la cara entre sus dedos–. Mi padre está muerto.


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