The Only One – Camille&Moose (Step Up Fanfic)
Capítulo 20 – Mi padre ha vuelto (Nueva York)
Osos danzando,
Alas pintadas,
Cosas que casi recuerdo,
Y una canción que alguien canta,
Una vez en diciembre.
Mientras canto y tarareo la canción alternativamente, me desplazo danzando por mi habitación sin poder evitarlo. Mis manos van colocando la colcha en su sitio, los libros bien ordenados en la mesa y los adornos de mis estanterías. Han acabado los exámenes y en un rato he quedado con Moose en los jardines de la universidad para dar un largo paseo que, espero, terminará en casa de Tyler. Aprovechando que ahora está de gira y me ha dado una copia de sus llaves para «cuando lo necesite», ¿qué más puedo pedir?
Lo admito, desde Año Nuevo casi no hemos tenido posibilidades de volver a estar a solas en nuestro «escenario privado», como lo llamamos, pero un cosquilleo que hacía años que no sentía vuelve a morderme las entrañas, provocándome escalofríos de placer solo de recordar sus manos sujetando mi cintura, mis dedos recorriendo las curvas de su espalda, su lengua buscando la mía con desesperación…
Suspiro sin quererlo al tiempo que noto cómo mis mejillas empiezan a arder y procuro serenarme. Miro el reloj. Llevo diez minutos de adelanto, pero iré bajando ya. Tengo que pasar por la portería de la residencia.
Casualmente, en cuanto llego allí, el portero me mira de manera extraña, como si no le sorprendiese verme, a la vez que susurra sobre el teléfono que tiene apoyado sobre la oreja un «sí, está aquí…». Sin explicaciones, me pasa el auricular y yo me tenso. ¿Qué acaba de suceder? Pero cuando me obligo a emitir un suave «sí, ¿dígame?» la voz ronca que escucho al otro lado me deja clavada en el sitio. Porque hace cerca de doce años que no la escuchaba.
-Hola, Cam.
Es mi padre.
* * *
Aun con el frío, Nueva York es una ciudad preciosa. Hace varios días que desaparecieron los restos de la última nevada, por suerte y, ahora, tras terminar los exámenes, luce el sol y se puede pasear casi sin abrigo. Despacio, cierro los ojos, me recuesto sobre el árbol que tengo detrás e inspiro por la nariz. La primavera se acerca y algo me dice –no sé si será esa nube rosa en la que estoy envuelto desde Año Nuevo, quizá sí– que este año podré conseguir todo lo que me proponga.
Unos pasos que se acercan rompen mi idílica concentración, y sonrió al ver que Camille ya ha llegado. Sin embargo, aunque intenta disimularlo con una sonrisa, está pálida como un fantasma y sus ojos me dicen que algo no va del todo bien. Por eso, en cuanto me levanto no me sorprende que ella se refugie en mis brazos de inmediato. Despacio, la envuelvo en mi sudadera con todo el amor que siento por ella y espero a que decida explicar qué ha sucedido. Mi cuerpo está tenso como la tapa de un tambor, pero me fuerzo a morderme la lengua y no decir nada. Mis dedos peinan rítmicamente su pelo, tratando de tranquilizarla. Pero lo más alarmante de todo es que ni siquiera llora.
Cuando suspira entonces y se aparta de mí, casi temo encarar sus ojos castaños cargados de tristeza.
–Cam… ¿qué ha pasado? ¿qué te ocurre?
No, no soy capaz de contener por más tiempo mi ansiedad. No me gusta verla sufrir; fundamentalmente, porque considero que ha tenido suficientes palos en su corta vida como para seguir añadiendo. Pero nada me prepara para sus siguientes palabras.
–Ha sido mi padre –reconoce–. Me ha encontrado.