The Only One – Camille&Moose (Step Up Fanfic)
Capítulo 19 – Dulce fin de año (Nueva York)

Camille:
Tres, dos, uno…. Las luces de Times Square se entremezclan con el confeti, la bola cae y la gente a nuestro alrededor se abraza. Yo levanto la solapa de la gorra de Moose y dejo que me bese, arropada entre los pliegues de su abrigo y el mío. Tiemblo ligeramente, pero no es a causa del frío. Es anticipación.
Cuando nos separamos, le tomo de la mano enseguida y ambos nos alejamos del jolgorio. Nueva York está de fiesta y nosotros también. Pero, cuando tras caminar media hora y besarnos en cada esquina como si fuese nuestra primera cita llegamos a la esquina de ladrillo rojo y vamos a subir las escaleras hacia el portal, creo que voy a caerme de un momento a otro. El corazón me late desbocado, tengo todo el vello del cuerpo erizado y mis dedos tiemblan mientras busco la llave en el fondo del bolsillo derecho de mi trenca. El llavero me hace tragar saliva cuando lo veo: una T y una N entrelazadas en oro, un regalo que le hice a Tyler al terminar el instituto.
«Respira, Camille», me obligo. «Si te ha dejado la llave será por algo». En efecto. Y si además le sumamos que han decidido irse a la Riviera Maya a pasar esta semana antes de que empiece su nueva gira, no debería preocuparme de que me pille mi hermano mayor.
Entonces, ¿por qué creo que me voy a desmayar de un momento a otro mientras meto la llave en la cerradura? Sin quererlo, asocio ese gesto a otro mucho menos inocente y cierro los ojos. Por suerte, Moose es más rápido que yo y, mientras apoya una mano suave en mi espalda, con la otra empuja la puerta de cristal y me cede el paso. Me vuelvo un segundo para sonreírle y él me devuelve el gesto, pero algo me indica que su sonrisa también es algo forzada. Quién sabe, igual no soy la única que está nerviosa.
Moose:
En cuanto subimos al ascensor y se cierran las puertas, a la vez que la fuerza de ingeniería nos impulsa hacia arriba en contra de la gravedad, me decido por fin a afrontar mi mayor miedo. Camille lleva rara desde que salimos de Times Square y, bueno, entiendo que esté nerviosa. Yo también estoy como un flan. Pero aun así tengo fuerza de voluntad suficiente como para acercarme y acariciarle el pelo.
–Cam, ¿estás segura de esto?
Su rostro muestra inmediatamente la más absoluta sorpresa, pero sus ojos no mienten. Está tan preocupada como yo. Sí, vale, no somos novatos en esto. Pero, como ya hablamos en su día, puede que jamás nos hubiésemos imaginado que esto llegaría a suceder realmente.
–Estoy bien –me asegura–. Es solo que… Bueno… –sonríe a medias con cierta ironía–. Quién lo hubiese dicho, ¿verdad?
Sin quererlo y aunque sienta lo mismo, sus palabras me asustan. Aunque procuro disimularlo ironizando la situación.
–Bueno, aún tienes tiempo de darle al botón de bajada a la calle… o de dejarme plantado en la puerta.
Ella se ríe. Lo confieso, me encanta. Pero no quiero forzar la situación. Hemos hablado de esto, la oportunidad surgió cuando Tyler le ofreció a Camille su apartamento neoyorquino para pasar el fin de año conmigo… Pero yo tengo mis propios miedos. Por encima de todo, temo defraudarla. No podría soportarlo.
Los dos volvemos a la realidad casi sin quererlo cuando el ascensor frena con una pequeña sacudida y se abren las puertas. Al otro lado de un pequeño rellano está la puerta del apartamento de Tyler. Despacio, flanqueo a Camille mientras camina hacia la madera blanca pulida, saca las llaves y abre por fin. Cuando enciende la luz y cierro tras de mí, puedo ver un pasillo sobrio pero elegante, al fondo del cual se abre un amplio salón. Camille se quita el abrigo, yo la imito y me quito también la gorra. Ambos avanzamos hacia el salón y cuando ella se aproxima a la ventana, me maravillo al comprobar las preciosas vistas que tiene el apartamento sobre la ciudad. Aunque no se pueden comparar a mi chica en este momento.
Pocas veces la he visto tan arreglada… ni tan preciosa. Su vestido rojo me atrae como un faro en medio de la noche y cuando se vuelve para mirarme, siento mis dudas disolverse en un solo pensamiento.
La deseo. Aquí…
Y ahora.
Camille:
Su beso es tan repentino que casi me deja sin respiración por un segundo, pero se lo devuelvo una milésima de segundo después mientras mis dedos se enredan en su pelo. Sus brazos rodean mi cintura y una de sus manos, en un momento dado, levanta ligeramente mi falda, retorciendo la tela con el puño, al tiempo que un ligero gemido escapa de sus labios y la mano libre aprieta aún más mi cuerpo contra el suyo. Imito su sonido mientras me atrevo a sacarle la camisa de cuadros de los hombros y la lanzo hacia la cristalera. De repente, es como si todo se hubiese disparado y ni siquiera fuese consciente de mis movimientos. Solo puedo percibir sus ansias mientras me baja la cremallera del vestido rojo que estreno precisamente hoy.
Sus labios se mueven por mi cuello haciéndome echar la cabeza hacia atrás de placer. La ropa va cayendo al suelo mientras nuestros labios continúan enlazados en la danza más frenética que jamás hubiese soñado; hasta que, finalmente, ambos terminamos cayendo en el sofá, uno sobre el otro y piel contra piel. Los besos y las caricias parecen nuestra única gasolina para seguir adelante. Cuando me siento por puro instinto sobre él, nuestras miradas se cruzan un instante. Queremos exactamente lo mismo… Lo sabemos, podemos percibirlo solo con tocarnos.
Por ello, segundos después, sintiendo su piel fundida con la mía por primera vez tras tantos años y deseando que el momento no termine jamás, olvido todo: mis miedos, los temores a que algo no saliese bien… Como si se tratase de una coreografía perfectamente aprendida, Moose y yo nos movemos al mismo compás durante toda la noche explorando un escenario totalmente nuevo, pero íntimo y personal, que intuimos eterno de ahora en adelante.
Moose:
Siento que voy a dejarme la garganta en casa de Tyler si esto sigue así, pero no puedo evitarlo. Mientras susurro su nombre una y otra vez, huelo su perfume; esa esencia que solo tiene su piel y que me vuelve loco. Ella se mueve. Yo me muevo. Lo admito: tras la primera vez, de repente es como si nuestra existencia se redujese a esto: estar piel con piel, conocer nuestros recovecos y descubrir un paraíso de infinitas posibilidades en absoluta armonía. Casi se diría que es como si estuviésemos encima de un escenario que solo existe para nosotros dos, sintiendo los pasos que da cada uno y acomodándonos a ellos con total naturalidad.
Y, de repente, lo sé. Da igual cuántas veces haya querido negarlo a lo largo de los años, desde aquel momento desgarrador en que soltó mi mano para irse a Nueva York por primera vez. En el fondo de mi alma, mientras nos amamos de nuevo sobre la cama de matrimonio del dormitorio de invitados –no estoy muy seguro de cómo hemos llegado hasta aquí, solo sé que ha debido ser con el segundo o tercer «asalto», pero tampoco me preocupa en exceso– tengo una visión cristalina: nunca he dejado de amarla. Y eso me hace feliz. MUY feliz.
Al filo de la madrugada caemos por fin rendidos sobre el colchón, jadeando como si hubiésemos corrido una maratón en tiempo récord. Dando por concluida la noche sin palabras a causa del cansancio, Camille apoya enseguida la cabeza en mi hombro al tiempo que pasa un brazo sobre mi cintura con suavidad, gesto que yo imito. Al otro lado de la ventana amanece un año más. Pero este, lo sé… Siempre será diferente para mí. Antes de cerrar los ojos, noto cómo Cam respira más profundamente, ya dormida. Sonrío y me abrazo a ella todavía más.
«Lo hemos superado», pienso, eufórico. Y lo mejor es que, a pesar del temor y la vergüenza que sentía hasta hace unas horas, ahora sé que es una situación que repetiría mil millones de veces si me lo propusieran…