¿Quién sabe más? (Wano – Egghead V)

Aquella noche, Zoro estaba de bastante mal humor.
El día había sido de lo más rutinario: entrenamiento, desayuno, matar el tiempo pescando o durmiendo… Al menos, hasta la hora de comer. Como era costumbre, Sanji nunca perdía ocasión de babear detrás de Robin y de Nami. Desde que navegaban juntos, Zoro nunca había intervenido cuando aquello sucedía, limitándose a observar. Sin embargo, esta vez no había podido contenerse cuando…
—Eh… Ahí está mi caballero andante.
Perdido en sus amargos pensamientos mientras se dirigía al aseo, semi-vestido para sus abluciones nocturnas con su túnica y sus espadas hechas un hato en el puño; y después de pasar la tarde encerrado en el gimnasio sometiéndose al peor entrenamiento de su vida, no fue consciente de que tenía a alguien delante hasta que oyó aquella voz aguda con cierto tono burlón. Aunque en otras circunstancias casi se hubiese alegrado, en esa ocasión era la última persona a la que le apetecía ver.
—Nami —gruñó, rascándose la cabeza—. Hola.
La sonrisa de bienvenida de ella se congeló antes de dar paso a un gesto extrañado.
—Qué frialdad… —repuso.
Zoro bufó, pero no respondió mientras pasaba por su lado, esquivando sin miramientos su intento de rodear su cintura con los brazos.
—¿Y a ti qué te pasa?
El guerrero evitó su mirada a propósito.
—Nada —mintió, desapasionado—. Estoy cansado.
Nami ladeó la cabeza.
—No es solo eso —lo rebatió sin dudar—. A mí no me engañas. Zoro…
De nuevo, intentó tomar su mano, pero él tampoco le dejó en esa ocasión.
—¿Por qué lo defiendes? —replicó.
Nami abrió los ojos como platos y dio un paso atrás, con expresión entre confusa y algo dolida.
—¿A quién?
Zoro frunció los labios, impaciente.
—Al Cejas. ¿A quién va a ser?
Al comprender, el rostro de Nami cambió de la sorpresa a otro gesto de profundo hastío en un abrir y cerrar de ojos.
—Dime que no estás hablando de lo del mediodía… —suplicó. Ante su elocuente silencio, Nami puso los ojos en blanco—. ¡Zoro, por Dios! Sois los dos igual de críos a veces…
—¡Él es el que suele insultarme primero! —se defendió el guerrero—. ¿Qué quieres que haga?
—¡No seguirle el juego! Francamente, creía que eras más adulto que eso.
—¿Y quién dice que no? —repuso él, picado.
—Yo, ahora mismo.
Zoro se irguió, tenso.
—¿Cómo dices? —preguntó muy despacio, ofendido hasta el fondo de su ego.
Hubiera añadido que esa mañana solo había intervenido para ayudarla y advertir al rubio de que mantuviese sus manos lejos de ella, aunque Nami solía ser perfectamente capaz de hacerlo ella sola. No sabía qué le había pasado. ¿Celos? Puede ser, pero ¿acaso eso era sinónimo de inmadurez o, por el contrario, de madurez?
Nami, por su parte, ajena a sus disquisiciones internas, resopló sin amedrentarse.
—Zoro, sabes que te aprecio, pero a veces no eres el adulto que esperaría que fueses —le dijo entonces, para su mayor dolor interior. Después, apartó la vista y se giró para irse, zanjando la cuestión—. Buenas noches.
El guerrero la miró con rigidez, sin querer creer que de verdad lo estuviese rebajando de esa manera. Así que, sin apenas reflexionar, tomó una decisión de la que esperaba no arrepentirse… o podría perder a Nami de una vez y para siempre.
***
La navegante sentía que aquella conversación era el colmo del absurdo. En parte, era cierto que, después de que Sanji intentase un acercamiento menos recatado que de costumbre con ella durante el almuerzo, se le había acelerado el pulso solo con ver a Zoro saltar de la silla e interponerse entre los dos. Sin embargo, un súbito terror de que sus compañeros empezasen a elucubrar a qué venía una reacción tan alterada en el espadachín, sobre todo considerando que había sacado una catana, había hecho que Nami no pudiera evitar responder de forma más agresiva que nunca.
Primero, ella se había apartado con violencia de los dos chicos. Segundo, le había gritado a Zoro que qué demonios estaba haciendo y que si estaba loco. También, en su nerviosismo y, sobre todo, cuando él se había justificado preguntando si no veía lo que Sanji iba a hacer, Nami no había podido evitar insultarlo de forma bastante fuerte mientras defendía al cocinero.
La joven quería quitarle importancia a la situación, pero en efecto parecía que lo estaba exculpando por haber intentado abrazarla por la cintura. Además, Sanji no había perdido ocasión de sumarse al escarnio verbal de la joven hacia el peliverde, y eso había sido el detonante de todo.
En el fondo, Nami pensaba que aquello solo era una torpeza, pero no por ello menos tierna, de Sanji. Podría haberlo solucionado con un bofetón a tiempo, como de costumbre. Lo que no sabía era cómo sentirse ante el hecho de que ver a Zoro defendiéndola había generado un extraño calor en su corazón que no sentía muy a menudo.
Aun así, visto que a él le duraba el enfado y que ella prefería no ahondar en ciertas cuestiones a altas horas de la noche, Nami fue a pasarle por la izquierda, queriendo zanjar la situación. Por fuera, se mostraba estoica, pero por dentro estaba dolida por la actitud tan infantil del espadachín. Sin embargo, frenó en seco cuando el brazo de él se interpuso en su camino y tiró de ella hacia el lateral. Nami también pretendía imponer algo de sentido común tanto a su compañero como a su extraña relación. Sin embargo, antes de que sus cuerpos chocaran y sumado al hecho de sentir tan cerca la desnudez parcial de Zoro, su corazón ya latía con violencia.
—¿Zoro?
En la penumbra, el aludido la miraba con intensidad con su único ojo bueno.
—¿Crees de verdad que no soy lo bastante adulto, Nami? —preguntó, lentamente.
La joven tragó saliva ante aquel tono cadencioso, sin rastro de reproche, pero con algo velado que le hizo estremecerse de expectación. De repente, su mente olvidó toda pretensión de madurez. Quizá por eso, antes de responder nada y aprovechando que estaban justo al lado de la biblioteca, Nami agarró la muñeca que sujetaba la ropa de él y tiró en dirección a la puerta entreabierta. Para su alivio y mayor excitación, él la siguió sin queja mientras cerraba con energía a sus espaldas. Nami no quería admitir en voz alta que había soñado con aquel momento hacía poco, pero que se hiciera realidad solo lo hacía más increíble todavía.
No hubo besos en el trayecto hasta la mesa de dibujo. Sin embargo, sus miradas se mantuvieron enlazadas hasta el momento en que las nalgas de Nami chocaron contra la madera. Una vez allí, el guerrero apoyó las manos a ambos lados de su cuerpo. Dado que la cabeza se había inclinado en el mismo movimiento, sus labios tardaron apenas un suspiro más en rozarse. Los besos comenzaron lentos, incluso castos, para ir ganando intensidad a cada segundo que pasaba. Cuando una de las grandes manos de él se deslizó por su espalda baja, Nami jadeó y se puso de puntillas para sentarse en la mesa con las piernas abiertas.
Tras intercambiar una mirada ardiente que lo dijo todo entre ellos, Zoro deslizó muy despacio los dedos por los botones de su blusa, desatándolos uno a uno con una lentitud que parecía deliberada y sin apenas romper el contacto visual.
Aparte, cuando más piel de la decente empezó a mostrarse en la penumbra, el guerrero acercó sus labios y comenzó a besarla sin prisa, recorriendo cada recoveco y curva con paciencia a medida que aparecían ante sus ojos y haciendo que Nami tuviese que morderse el labio con fuerza para no gemir. No estaba segura de lo que iba a pasar, aunque no parecía exactamente lo que había soñado unos días antes, pero tenía muchas ganas de descubrirlo de todas formas.
Cuando Zoro también le quitó los pantalones cortos y las braguitas, las piernas de la joven temblaban de pura anticipación, pero nada la hubiese preparado para lo que sucedió después.
Con la misma tranquilidad, Zoro siguió besando su silueta hasta llegar a la zona íntima. Una vez allí, se arrodilló frente a la mesa hasta que su rostro estuvo a la altura adecuada, le dirigió una única y breve mirada cargada de intención y empezó a explorar con los labios.
Estaba claro que era la primera vez también para él, pero sólo con ese roce Nami sintió la cabeza dando vueltas. Aquello no podía ser real, pero lo parecía. Quizá por eso, sin poder evitarlo, la joven susurró enseguida:
—Zoro.
—¿Eh?
En otras circunstancias, la expresión de él con la boca entreabierta contra su piel hubiese sido hasta cómica, pero Nami no podía pensar en nada que no fuese gozar de aquel momento hasta el final. Nami clavó sus ojos castaños en el suyo, gris y atento, antes de mover una mano y estirar apenas la piel hacia arriba para dejarle más espacio de maniobra.
—Usa la lengua —le pidió entonces. Zoro entrecerró su único ojo, como si dudara, con lo que ella asintió para enfatizar su deseo y suplicó—. Por favor, hazlo.
Él pareció sopesarlo todavía durante un instante que a Nami se le hizo eterno. Sin embargo, la joven echó la cabeza hacia atrás y se aferró a la mesa con la mano libre en cuanto notó el primer roce, más dulce de lo que jamás hubiese soñado. Nami tuvo que guiarlo en varias ocasiones, apenas empujando suavemente su cabeza con los dedos y sin que él rechistara. La joven se contenía para no gemir demasiado alto, pero su amante aprendía rápido y enseguida la tuvo totalmente rendida a su voluntad.
Fuera como fuese y por mucho que se peleara con Sanji, Nami adoraba la forma de torpe ternura que Zoro era capaz de demostrarle en momentos como aquel, más que todas las galanterías de Sanji juntas. Además, si tenía que ser sincera en su fondo más oscuro y erótico, el físico de Zoro era un extra en todos los sentidos.
Aparte, una vez establecido el ritmo perfecto para estimularla al máximo, Zoro empezó a hacer algo que ella no esperaba. Mientras sujetaba sus caderas con mimo entre sus dedos, en vez de seguir explorando su punto candente cuando el clímax parecía acercarse, Zoro se retiraba a otras zonas cercanas sin violencia y hacía que Nami se quedara al borde del éxtasis.
Por alguna milagrosa razón, Nami pensó con diversión entre la nebulosa de gozo que a pesar de su pésima orientación, el espadachín en este caso era del todo capaz de retornar a su punto candente cada vez. Eso conseguía que el placer se dosificara en olas dulces y maravillosas. La joven sentía los nervios a flor de piel y las piernas cada vez más temblorosas, pero estaba disfrutando como nunca.
«Es la primera vez que hacemos esto», pensó, encantada y sin saber si quería terminar o seguir gozando de aquella sensación eternamente, «pero ¿cuándo ha aprendido a hacer eso y cómo sabe cuándo voy a…?».
En parte, era algo aterrador para la joven navegante que alguien conociera sus impulsos de aquella manera, sobre todo si no sabía evitar que su cuerpo la traicionase sin remedio.
—Zoro… —susurró, con voz aguda.
Quería rogarle que no parase, que le diera placer así para siempre, e incluso decirle muchas otras cosas de las que quizá se hubiese arrepentido al recuperar la cordura. Sin embargo, en ese momento, el clímax llegó como una potente ola que recorrió su cuerpo desde la raíz del pelo hasta la punta de los dedos de los pies, obligándola a morderse el labio con fuerza. Sus manos se crisparon entre los mechones verdosos de él mientras contenía un grito de éxtasis que, de haber salido de su boca, podría haber despertado a cualquier tripulación a menos de dos millas a la redonda. En medio de la nube de deseo, la joven observó entonces cómo él se apartaba y se alzaba para mirarla con aire satisfecho.
—Zoro… —suspiró, encantada, sin ser capaz de moverse aún.
—¿Cómo de adulto te ha parecido eso?
Nami arrugó apenas el ceño, picada por su tono entre altivo y despreocupado.
—Cállate, tonto —lo insultó, por impulso.
Zoro se encogió de hombros y se colocó la túnica con parsimonia, sin mirarla y sin anudar la banda carmesí que llevaba sus espadas, mostrando todavía ese pecho esculpido en el que Nami deseaba refugiarse constantemente en los últimos tiempos.
—Espero que estés contenta —declaró él, en apariencia ajeno a sus eróticas reflexiones.
Nami apretó los labios, sintiendo el placer dar paso a cierto enfado. Acababa de darle el primer y mejor sexo oral de su vida y ¿todavía tenía que restregarle por la cara lo que ella le había dicho esa mañana, lo creyese de verdad o no?
—Eres imposible a veces —lo regañó, sentándose del todo y colocándose también la camisa con gestos bruscos.
—Lo que tú digas.
Nami resopló, abrochándose los botones con súbita timidez. En otra circunstancia, quizá le hubiese preguntado incluso si él «también necesitaba ayuda», pero la mezcla de sentimientos hizo que no se atreviera siquiera a verbalizarlo.
—Me gustaría saber cómo lo sabías —lo increpó en voz baja, por el contrario.
—¿El qué?
Zoro se giró con un punto de curiosidad en la mirada.
—Sabes de qué te hablo, tío listo —se envalentonó ella, cruzándose de brazos.
Zoro la imitó, encarándola.
—No te lo voy a decir.
Ella alzó las cejas, percibiendo sin esfuerzo la levísima duda en su voz, y casi sonriendo con suficiencia al hacerlo.
—No lo sabes, ¿verdad? —adivinó.
Sus sospechas se confirmaron con cierto triunfalismo cuando él desvió la mirada un instante después.
—¿Y qué pasa si no lo sé? —repuso con aparente incomodidad—. Yo también puedo intuir cuando estás a punto de… “eso”. Pero, si no te gusta, dímelo y dejaré de hacerlo.
Nami sacudió la cabeza con diversión, sin poder evitarlo. Era tan adorable cuando bajaba la guardia…
—La verdad es que ha estado muy bien —admitió, más amable y permitiéndose incluso sonreír—. Ha sido una novedad agradable.
Dentro de su bochorno, Zoro la imitó.
—Me alegro.
El gesto de ella se ensanchó. Después, se bajó del escritorio, se acercó sin siquiera vestirse de cintura para abajo y le dio un pequeño beso en los labios sin que él se opusiera.
—Gracias por esto —susurró, melosa.
—Cuando quieras —repuso él, esta vez en el mismo tono.
Nami rio por lo bajo, sintiéndose más tímida aún, antes de tirar apenas de su túnica para indicarle que era el momento de volver a sus respectivas camas. Antes de irse, Zoro esperó con paciencia a que ella terminase de vestirse para, después, encaminarse ambos hacia la salida.
«Su turno de ceder bajo mi lengua llegará y los dos lo sabemos», dictaminó Nami en su mente, sin agobiarse lo más mínimo.
—Por cierto…
Cuando estaban cruzando la pasarela junto a la consulta de Chopper, Nami no pudo reprimir el deseo de preguntar algo más.
—¿Qué?
La joven se pasó el pelo por detrás de la oreja, cohibida de repente.
—¿Cómo…? O sea, ¿por qué…?
Para bien o para mal, Zoro pareció entenderlo sin necesidad de más.
—¿Creías que eras la única que había oído hablar de trucos en la cama? —susurró, sonriendo de oreja a oreja con algo que parecía orgullo.
—Idiota.
—A tu servicio —susurró él con una burlona galantería. Ella le dio un puñetazo en el hombro, sonrojándose, y él se rio entre dientes. Sin embargo, su voz se endulzó una vez más al llegar a su destino—. Buenas noches, Nami.
—Buenas noches —respondió ella, en el mismo tono.
La luz estaba apagada en el dormitorio de las chicas cuando se adentró sin hacer ruido. Solo se oía la suave respiración de Robin y algún ronquido ocasional y ahogado al otro lado de la pared. Nami se desvistió con calma y se puso una camiseta para dormir, mientras reflexionaba sobre lo ocurrido. No quería pensar en lo que estaba empezando a sentir por Zoro, sobre todo cuanto más exploraban juntos todos los territorios del placer. Pero si algo tenía claro es que, pasara lo que pasase, no se arrepentía de nada en absoluto. Y con ese tierno pensamiento, cerró los ojos sobre la almohada y se quedó dormida.

